Ejemplos con aguaceros

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

A los que habitaban la región de lo que hoy es la ciudad se les ha dado el nombre de aguaceros y malincheños.
Fuertes aguaceros de los restos del sistema dejaron más de de lluvia en partes del este de Texas.
Pueden producirse aguaceros, pero menos frecuentemente, en la primavera y el otoño.
Y para que los aguaceros no se lo apagasen hizo una choza de las mayores conchas que tenía de las tortugas que había muerto, y con grandísima vigilancia cebaba el fuego porque no se le fuese de las manos.
Son corrientes de agua que se forman durante los aguaceros.
El complejo ha contado con dos templos, pues la ubicación inicial de la iglesia, al final de una pendiente, hacía que se inundase durante fuertes aguaceros.
Que Allah riegue los cadaveres que han quedado sobre las laderas de Ainsa , con abundantes aguaceros, derramados por pesadas nubes.
El clima, mediterráneo, tiende a continental cuanto más hacia el interior sufriendo la influencia de fuertes vientos y aguaceros precisamente en esta última zona.
Atravesando enmarañados llanos, soportando torrenciales aguaceros, aguantando el irresistible calor, vadeando torrenteras y caudalosos ríos y pasando hambre y calamidades, después de caminar más de mil quinientos kilómetros, llegarán cansados, hambrientos y casi desnudos a los territorios de los Welser, concretamente en la parte central de la actual Venezuela, donde algún tiempo después el polémico Juan de Carvajal fundaba la ciudad madre de Venezuela: El Tocuyo.
Junto a la valla que cercaba el perímetro de la estación había una casucha, destinada a cantina, sin el menor deterioro, quizá por ser propiedad de un realista: tenía la puerta cerrada y, sobre ella, se veía este bando allí pegado algún tiempo atrás, manuscrito, con la tinta corrida y el papel humedecido por los aguaceros:.
Pero, si el país ofrecía tales delicias naturales, en cuanto empezaba Septiembre se aguaba la fiesta, nublas, vientos, aguaceros, días sin fin de lluvia fría y triste, de horizonte de plomo, un frío húmedo que hacía pensar en el de la sepultura, tales eran los achaques de la estación en aquel delicioso país de panorama.
Ya, antes de salir, dos aguaceros nos castigaron de soslayo, muy de paso, dejando la tierra fofa de los callejones, corrales y limpiones, como con sarpullido.
¿Y qué será, en Agosto, cuando hayan pasado tres meses más, de heladas o de aguaceros, sobre los pobres animales?.
Más en tanto que los vientos braman y los aguaceros latiguean los campos e inflan los vientos de los arroyos, quedan paralizadas las faenas camperas.
Pero el padre Virrueta tomó por el susodicho cuadro más ojeriza que Sancho por la manta, y mandó que se le trasladase a la sacristía, donde es probable que permanezca mucho tiempo todavía, porque el cuadrito ha resistido ya más de medio siglo sin sufrir desperfecto por terremotos, incendios y aguaceros.
Aquel buen tiempo que parecía haber traído consigo Anchoriz, se fue al traste, los aguaceros volvieron a poner sitio a Termas-altas, parte de la guarnición sitiada se rindió al enemigo, el hastío, y salió de la plaza sin honores de ningún género, porque ya no estaba allí, a la puerta, don Mamerto, para despedir a los que escapaban, con la marcha real.
Desde las ventanas y celosías del monasterio veía correr el Cúa turbio y atropellado, arrastrando en su creciente troncos de árboles y sinnúmero de plantas silvestres, los viñedos, plantados al pie de la colina donde todavía se divisaban las ruinas de la romana Berdigum, despojados de sus verdes pámpanos, dejaban descubierta del todo la tierra rojiza y ensangrentada que los alimenta, y en las montañas lejanas una triste corona de vapores y nublados oscilaba en giros vagos y caprichosos al son del viento, cruzando unas veces rápidamente la atmósfera en masas apiñadas y descargando recios aguaceros, y entreabriéndose otras a los rayos del sol para envolverle prontamente en su pálida y húmeda mortaja.
Y en esto, avanzaba diciembre, desapareció por completo el Sur, y aunque la alfombra de verdura, con todos los imaginables tonos de este color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos árboles lloraban gota a gota por las mañanas el rocío o la lluvia de la noche, relucía el barro de las callejas, porque el sol que alumbraba en los descansos de los aguaceros no calentaba bastante para secarle, andaba errabunda y quejumbrosa de bardal en bardal, arisca y azorada, la negra miruella, que en mayo alegra las enramadas con armoniosos cantos, picoteaba ya el nevero' en las corraladas, y acercábase el colorín al calorcillo de los hogares, derramábanse por las mieses nubes de tordipollos y otras aves de costa, arrojadas por los fríos y los temporales de sus playas del Norte, blanqueaban los altos picos lejanos cargados de nieve, cortaban las brisas, reinaba la soledad en los campos y la quietud en las barriadas, iba la pación de capa caída, y mientras al anochecer se arrimaban las gentes al calor de la zaramada, ardiendo sobre la borona que se cocía en el llar, y se estrellaba contra las paredes del vendaval la fría cellisca, la aguantaba el ganado, de vuelta de las encharcadas y raídas mieses, rumiando a la puerta del corral, con el lomo encorvado, erizado el pelo, la cabeza gacha, el cuello retorcido y el rabo entre las patas, señales, éstas y aquéllas, de que se estaba en el corazón del invierno, nunca tan triste ni tan crudo como la fama le pinta, ni tan malo como muchos de ultrapuertos, que la gozan de buenos sin merecerla.
Y jurando echar hasta las asaduras en el trance, volcaron todos la puchera mal sazonada, y con el último bocado entre los dientes, subiose cada cual a su tejado a reparar lo más perentorio, por si la turbonada que se iba formando hacia el Saliente, acababa en aguaceros antes de la noche.
¿Hice mal en esto, por lo que, en la apariencia, se opone al curso de las ideas, según el criterio de los flamantes reformistas? No, mientras no se me demuestre que puede hacerse de cada tosco labrador un estadista, sin dejar el arado de la mano: o que pueden resignarse a labrar sus heredades y a no comer otro pan que el que produzcan éstas, los hombres que poseen la ciencia del gobierno de los pueblos, o, en fin, que lo de Jauja no es conseja estúpida, y puede llegar un día en que, siendo todos los españoles consumados políticos y altos funcionarios, de la tierra broten, en virtud de la ley maravillosa del progreso intelectual, las casas construidas, el pan en hogazas, y planchadas las camisas, y viertan las nubes, en vez de los prosaicos aguaceros de ahora y de antaño, las onzas acuñadas y la ciencia digerida.
-No hay Dios, es claro, iba pensando, pero si le hubiera, podría creerse que nos está dando azotes con estos diablos de aguaceros.
¿Quién pensaba en los aguaceros?.
Les sorprendieron allá nubes, nubes negras, olas verdosas, vientos cambiantes, aguaceros bruscos.
Y a eso iban entonces, aprovechando el primer sol que se veía después de una quincena de aguaceros y «celleriscas», y sobre todo ello se habló mucho en muy poco tiempo, quitándose unos a otros la palabra, mientras Lita, corriendo su silla hacia la mía que estaba alejada del brasero, me contaba, casi al oído, lo alarmados que estuvieron todos en su casa con las noticias que Neluco les iba dando de mi tío, al pasar por allí de vuelta de sus visitas, y el trabajo que le había costado a ella disimular la pena que acababa de sentir al encararse de pronto con don Celso.
Le faltaban a la pobre aquellos estampidos de la borrasca en la boca de la chimenea, que arrojaban sobre los recogidos llares costras de hollín tan grandes como la palma de la mano, aquel redoblar de los granizos en las puertas y en las ventanas de la casona, aquel chorreo incesante de los goteriales del tejado, y aquel fluir de los aguaceros por patios y corraladas, en regatos espumosos que se despeñaban después por los declives de afuera buscando el río que ya no cabía en su cauce.
Y se cumplieron las profecías: las nieblas se convirtieron en negras nubes henchidas de aguaceros, que el viento, embravecido poco a poco, estrellaba, con mugidos tremebundos, contra casas, ribazos y bardales, cerrándose boquetes y horizontes por donde quiera que se miraba, sintieron los más ardientes de sangre los primeros estremecimientos de frío, y nos declaramos todos en la casona seria y formalmente bloqueados por el invierno.
Y a todo esto había que añadir que el invierno con sus fríos, con sus nieblas, con sus aguaceros y con sus nevascas, estaba ya cerniéndose encima de los picachos del contorno y de la casona de mi tío.
En cuanto el sol ''cayó'' detrás de las cumbres del poniente, y fue perdiendo el cielo las tintas sonrosadas del crepúsculo, y se disipó, el ''empedrado'' celaje, seña infalible de que el Nordeste, enemigo declarado de nubes y aguaceros, había de reinar al día siguiente, y comenzaron a brillar las estrellas, un mocetón que lo entendía y se reservaba para aquella ocasión, trepó al campanario y echó un repique de maestro, con admiración y aplauso de chicos y grandes, que correspondieron a la proeza con una relinchada que aturdió a Valdecines, y salió valle afuera en alas del fresco terral, entre el eco sonoro de las campanas y el estampido de los cohetes que el mayordomo lanzó, espadaña arriba, en aquel solemne instante.
En el balcón sólo se veían unos girones de papel de cartelón, que el viento y los aguaceros habían destrozado, y que su dueño, cansado de renovar, dejaba ya en el mismo estado, con cuyo mal aspecto parecían poner en entredicho aquella tétrica y abandonada mansión.
Dos minutos después se oyeron los melancólicos golpeos de la plegaría, y, cuando éstos cesaron, quedó todo en el más profundo silencio, que, de cuando en cuando, interrumpían los aguaceros y las ráfagas.

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