Ejemplos con agiotista

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El minero, el agricultor, el mercader, el agiotista, el jugador, todos formaron allí su castillo aéreo, y corrieron a realizarlo. El Pacífico se cubrió de velas que de todos los puntos del globo llevaban su contingente de brazos para arrancar aquella tierra el precioso metal que cobijaba.
Hay que advertir aquí que Leticia, la hermosa, fría e impenetrable Leticia, llevaba ya un año de casada con el general Ponce de Lerma, conde de Peñas Pardas, hombre más que cincuentón, y feo, diputado sempiterno, conspirador incansable de pasillos y antesalas contra todos los ministros de la Guerra, con la santa intención, jamás lograda, de llegar él a serlo una vez siquiera, amigo desleal de todos los Gobiernos, veterano de todas las cuarteladas de treinta años a aquella parte, para ganarse honradamente desde las charreteras de capitán hasta los dos entorchados que tenía, agiotista insaciable, asociado detrás de la cortina, durante la guerra, a otros especuladores que daban tocino podrido a las tropas de África, procurándose así inverosímiles ganancias que fueron ancha y sólida base de su enorme caudal, adquirido después en idénticas y tan honradas especulaciones, y, por último, de valor y capacidad «supuestos», porque jamás tuvo ocasión de acreditarlos en el campo de batalla, ni siquiera en los cuarteles, todo, incluso los ascensos, se lo fueron dando hecho y arregladito los suyos apenas salido él del escondite, en seguida de triunfar la cuartelada.
De modo que no fueron de gran resistencia los puntales que pudo sacar de allí el banquero para sostener la balumba de sus trapisondas de agiotista.
Nadie sabía, a ciencia cierta, cuál era el verdadero punto de partida de su enorme fortuna, valorada en muchos millones: unos decían que se había «sacado una grande» en la lotería, otros que Irma, su mujer -eslava o teutona, zafia e ignorante, que quién sabe qué había hecho en su primera juventud-, le llevó en dote unos cuantos miles de pesos, los menos afectaban sospechar una procedencia poco honesta, si no criminal, a los fondos con que inició su brillante carrera de agiotista.
Empeñando conversación mundana con Fúcar, supo llevar a este por las vías sentimentales con tanta gracia y donosura que el agiotista la oía con encanto.
García Grande había sido hombre de negocios, de estos que tienen una mano en la política menuda y otra en los negocios gordos, un bifronte de esta raza inextinguible y fecundísima, que se reproduce y se cría en los grandes sedimentos fangurales del Congreso y la Bolsa, hombre sin ideas, pero dotado de buenas formas, que suplen a aquellas, apetitoso de riquezas fáciles, un sargentuelo de pandilla de esas que se forman con las subdivisiones parlamentarias, una nulidad barnizada, agiotista sin genio, orador sin estilo y político sin tacto, que no informaba sino decoraba las situaciones, una sustancia antropomórfica, que bajo la acción de la política apareció cristalizada de distintas maneras, ya como gobernador de provincia, ya como administrador de patronatos, ahora de director general, después de gerente de un desbancado Banco o de un ferrocarril sin carriles.

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