Ejemplos con acepté

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Rina y Masahiro confiesan su amor, llegando a que acepté que sería capaz de dejar la empresa de su familia por ella.
Yo acepté desde luego, tenía la seguridad de que no me había de pasar nada.
Dí las gracias al buen sacerdote por su afectuosidad, y acepté desde luego oferta tan lisonjera.
Presumo que el motivo es éste: en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a contra lo que sentía, como deben de haber hecho todos, y aún los marineros sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si estuviese anulado ya.
Acepté por hallarme a la sazón muy mal alojado, y por dar gusto a Torquemada.
Vacilé un instante, mirando al cielo y a los tranvías que de un lado a otro pasaban, y acepté, y con un apretón de manos sellamos nuestro compromiso.
Y, sin comprenderlas, confirmé las declaraciones de Alejandra, y cuando ella se acusó, cuando por fin la comprendí, cuando vi que se perdía por amor a mí, entonces, naturalmente, acepté el sacrificio Ambos fuimos dejados en libertad, y entonces, en el momento en que me vi libre, en que la mentira triunfaba, me propuse decir la verdad.
Trajo las pipas o fumaderas, que yo acepté porque no eran del maldito, sino de buen tabaco de Gibraltar, y en esto se reclinó sobre el cojín que tenía por el lado derecho, y fumando y sonriendo, con un tonillo agridulce y socarronas pausas, me dijo:.
Un de los me ofreció caballo y armas, pero no acepté, pues no me sentía con las necesarias aptitudes de agilidad y resistencia para seguir a la Caballería en sus atrevidas carreras.
¡Imposible, señor! Acepté ya el destino, y no me parece conveniente rehusarle ahora.
Hablamos cuatro palabras nada más, y volví y me colé en la casa, y me hice amigo de la tía y hablamos, y una tarde salió el picador de entre un montón de banastas donde estaba durmiendo la siesta, todo lleno de plumas, y llegándose a mí me echó la zarpa, quiero decir, que me dio la manaza y yo se la tomé, y me convidó a unas copas, y acepté y bebimos.
Yo te acepté desde luego como hijo.
Ignoro si en aquel momento sentí la muerte de mi amo, o si por el contrario, desbordado el corruptor egoísmo en mi alma, acepté con regocijo la desaparición de quien interponiéndose entre mi ideal y yo, alteraba a mis ojos el equilibrio del universo, más que Napoleón el de Europa.
Me reduje, pues, a satisfacer las necesidades materiales, y no pudiendo vencer al hastío, le acepté con dignidad.
—No dices mal, señora, respondió Ricardo, si la muerte no me hubiera estorbado el bien de volver a verte, que ahora en mas estimo este instante de gloria que gozo en mirarte, que otra ventura, como no fuera la eterna, que en la vida o en la muerte pudiera asegurarme mi deseo: el que tiene mi amo el cadí, a cuyo poder he venido por no ménos varios accidentes que los tuyos, es el mismo para contigo que para conmigo lo es el de Halima: hame puesto a mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte, porque veas, Leonisa, el término a que nuestras desgracias nos han traido, a tí a ser medianera de un imposible que en lo que me pides conoces: a mí a serlo tambien de la cosa que ménos pensé, y de la que daré por no alcanzarla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.
Hame puesto a mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa, no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte, porque veas, Leonisa, el término a que nuestras desgracias nos han traído: a ti a ser medianera de un imposible, que en lo que me pides conoces, a mí a serlo también de la cosa que menos pensé, y de la que daré por no alcanzalla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.
Acepté el obsequio y les di doce reales bolivianos, azúcar, yerba, tabaco, papel, todo cuanto pudimos: llevábamos bien poca cosa, habiendo quedado los cargueros atrás.
Acepté el obsequio que tenía una gran significación y se lo devolví, dándole yo mi poncho de goma.
, ¡yo, que le amo y acepté su amor como un don del cielo!.
¿Comprende usted mi situación moral? ¿Se da usted cuenta de lo que seré yo, después de asistir, velar, medicinar a siete, de presenciar siete agonías, de secar siete veces el sudor de la muerte en las heladas sienes, de recoger siete últimos suspiros que eran el aliento de mi vida propia, y de amortajar siete rígidos cuerpos que habían palpitado de cariño bajo mis besos y mis ternezas? Pues bien: lo acepté todo, ¡todo!, porque me lo enviaba Dios, no me rebelé, y sólo pedí que me dejasen al hijo que me quedaba, al más pequeño, una criatura como un ángel, que, estoy segura de ello, no ha perdido la inocencia bautismal.
No tenía yo, descuidado madrileño, juicio formado sobre esos males nuevos y esas nubes negras, a pesar de haber soñado con la mitad de ello la noche antes como en profecía de lo que había de pintarme Neluco al día siguiente, pero recordando vaguedades y lugares comunes que a propósito de tan delicada materia había leído muchas veces maquinalmente en los periódicos u oído sin atención en conversaciones de café, y uniéndolo todo a lo dicho por Neluco y a lo que, durante un buen rato, continuó diciéndome todavía, y, sobre todo, por la complacencia que yo sentía en engrandecer más y más la idea que me había formado del caballero de la torre, acepté de buena gana todos los pareceres del médico, y así fuimos entreteniendo la subida de la sierra, primera parte de nuestra larga jornada.
Acepté, no la molestia, sino el favor que me hacía en ello, entró él de un salto en el gabinete, y antes de cinco minutos apareció en la sala bien calzado y no mal vestido, o, mejor dicho, acabando de vestirse con graciosa desenvoltura.
-Por tal la tuve yo, y por eso la acepté, pero yo no podía contar con que el disfraz no me bastaría, ni con que la farsa no había de tener fin.
Acepté de buena gana, y dándome entonces veinte dinares de oro, me encargó que no economizase nada para preparar lo necesario y recibirlas dignamente en cuanto llegasen ella y la otra joven.
Me invitaron a vivir con ellos y acepté.
Sublevome aquella propuesta que olía grandemente a las lentejas de Jacob, pero reflexionando que aquel salario, aunque corto podía aliviar a mi madre, acepté inmediatamente, sin hacer la menor observación.
Además, entre Isabel y yo no existía una pasión, ni mucho menos: yo acepté su mano con más reconocimiento que amor, y ella la mía sin repugnancia, hasta de buena gana, pero nada más.
-Me seguirá más allá del océano -díjeme, y acepté resignado el proyecto de mi padre, quien aguardaba de mi parte una viva resistencia.
-Verdad es -repuso el anciano conmovido-, pero recordad que yo no la acepté, porque la disteis en un arrebato de dolor.
Cuando se paró para despedirse acepté y cerré con las dos manos la derecha del gran hombre que había hecho vibrar la espada libertadora de Chile y el Perú.

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