Sinónimos y Antónimos de Forzadísimo

A continuación se muestran los Sinónimos y Antónimos de forzadísimo ordenados por sentidos. Si tienes duda sobre alguna palabra, puedes hacer clic sobre ella para conocer su significado.

Sinónimos de forzadísimo

Forzadísimo Como adjetivo, superlativo de forzado.

1 En el sentido de Penetradísimo

  • Penetradísimo superlativo de penetrado, verbo transitivo, verbo intransitivo, verbo pronominal, adjetivo masculino superlativo

2 En el sentido de Ocupadísimo

Ejemplo: Paso toda la tarde ocupadísimo.

  • Ocupadísimo superlativo de ocupado, verbo transitivo, verbo pronominal, adjetivo masculino superlativo
  • Comprometidísimo superlativo de comprometido, adjetivo superlativo masculino

3 En el sentido de Quebrantadísimo

Ejemplo: Más tarde, fatigado y quebrantadísimo por sus trabajos, cedió al consejo y mandato de médicos y confesores, y se cuidó y no abusó.

4 En el sentido de Obligadísimo

Ejemplo: Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recebido, y quedo obligadísimo a agradecéroslas todos los días de mi vida.

  • Obligadísimo superlativo de obligado, adjetivo superlativo masculino

5 En el sentido de Detenidísimo

  • Detenidísimo superlativo de detenido, adjetivo superlativo masculino

6 En el sentido de Vencidísimo

  • Vencidísimo superlativo de vencido, verbo transitivo, verbo pronominal, verbo intransitivo, adjetivo masculino superlativo

7 En el sentido de Apretadísimo

Ejemplo: Le di un abrazo apretadísimo.

  • Apretadísimo superlativo de apretado, adjetivo superlativo masculino
  • Exageradísimo superlativo de exagerado, adjetivo superlativo masculino
Sinónimo de forzadísimo

Antónimos de forzadísimo

Forzadísimo Como adjetivo, superlativo de forzado.

1 En el sentido de Respetadísimo

Ejemplo: Durante el acto, inclinado sobre el antepecho o sobre el hombro del prójimo, con los ojos entornados, a fuer de dilettante cabal, me dejaba penetrar por el goce exquisito de la música, cuyas ondas me envolvían en una atmósfera encantada. Había óperas que eran para mí un continuo transporte: Hugonotes, Africana, Puritanos, Fausto, y cuando fue refinándose mi inteligencia musical, El Profeta, Roberto, Don Juan y Lohengrin. Digo que cuando se fue refinando mi inteligencia, porque en los primeros tiempos era yo un porro que disfrutaba de la música neciamente, a la buena de Dios, ignorando las sutiles e intrincadas razones en virtud de las cuales debía gustarme o disgustarme la ópera que estaba oyendo. Hasta confieso con rubor que empecé por encontrar sumamente agradables las partituras italianas, que preferí lo que se pega al oído, que fui admirador de Donizetti, amigo de Bellini, y aun me dejé cazar en las redes de Verdi. Pero no podía durar mucho mi insipiencia, en el paraíso me rodeaba de un claustro pleno de doctores que ponían cátedra gratis, pereciéndose por abrir los ojos y enseñar y convencer a todo bicho viviente. Mi rincón favorito y acostumbrado, hacia el extremo de la derecha, era, por casualidad, el más frecuentado de sabios, la facultad salmantina, digámoslo así, del paraíso. Allí se derramaba ciencia a borbotones y, al calor de las encarnizadas disputas, se desasnaban en seguida los novatos. Detrás de mí solía sentarse Magrujo, revistero de El Harpa -periódico semiclandestino-, cuyo suspirado y jamás cumplido ideal era una butaca de favor, para darse tono y lucir cierto frac picado de polilla y asaz anticuado de corte. A este Magrujo competía ilustrarnos acerca de si las «entradas» y «salidas» de los cantantes iban como Dios manda, y desempeñaba su cometido como un gerifalte, por más que una noche le pusieron en visible apuro preguntándole qué cosa era un semitono y en qué consistía el intríngulis de cantar sfogatto. A mi izquierda estaba Dóriga, un chico flaco, ayudante de una cátedra de Medicina, el cual tenía el raro mérito de no oír nunca a los cantantes, sino a la orquesta, y para eso, de no oírla en conjunto, sino a cada instrumento por su lado, de manera que, al caer el telón, nos tarareaba pianísimo, con entusiasmo loco, los compases, ¡morrocotudos! de los violines antes del aria del tenor, o las notas ¡de buten!, que tiene el corno inglés después del coro de sacerdotes, verbigracia. Un poco más lejos, silencioso y mamando el puño de su bastón, que era una esfera de níquel, veíamos a don Saturnino Armero, oráculo respetadísimo, ya porque sólo hablaba en contadas ocasiones y para resolver las disputas de mayor cuantía, ya porque era uno de esos maniáticos de arte que tienen la habilidad de meterse por el ojo de una aguja en casa de las eminencias más ariscas e inaccesibles, y ahí le tienen ustedes íntimo amigo de Arrieta, y de Sarasate, y de Gayarre y de Uetam y de Monasterio, y él sabía antes que nadie el tren por que llegaba la Patti a Madrid, y esperaba a la diva en el andén, y a él le confiaba la Reszké la cartera de viaje, para que hiciese el favor de llevársela hasta su domicilio, y él asistía a las conversaciones más privadas, siempre silencioso y mamando el puño del bastón, pero oyendo con toda su alma, sin pestañear siquiera, adquiriendo conocimientos profundos y erudición peregrina y datos siempre nuevos. Este mortal iniciado podía disfrutar butaca gratis, pues desde el empresario hasta el último tramoyista, todo el mundo era amigo de don Saturnino Armero, pero iba al paraíso por no mudarse camisa después de embaular el garbanzo.

  • Respetadísimo superlativo de respetado, verbo transitivo, adjetivo masculino superlativo
Antónimos de forzadísimo

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