¡De todo te olvidas! Anoche dejaste aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas, un poco de tu alma de muchacha enferma: un libro, vedado, de tiernas memorias.
Intimas memorias. Yo lo abrí, al descuido, y supe, sonriendo, tu pena más honda, el dulce secreto que no diré a nadie: a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven, llévate el libro, distraída llena de luz y de ensueño. Romántica loca... ¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano! ...De todo te olvidas ¡cabeza de novia!
Con la vista clavada sobre la copa se halla abstraído el padre desde hace rato: pocos momentos hace rechazó el plato del cual apenas quiso probar la sopa.
De tiempo en tiempo, casi furtivamente, llega en silencio alguna que otra mirada hasta la vieja silla desocupada que alguien, de olvidadizo, colocó en frente.
Y, mientras se ensombrecen todas las caras, cesa de pronto el ruido de las cucharas porque insistentemente, como empujado
por esa idea fija que no se va, el menor de los chicos a preguntado cuándo será el regreso de la mamá.
La costurerita que dio aquel mal paso... — Y lo peor de todo, sin necesidad — con el sinvergüenza que no la hizo caso después... — Según dicen en la vecindad —
se fué hace dos días. Ya no era posible fingir por más tiempo. Daba compasión verla aguantar esa maldad insufrible de las compañeras, ¡tan sin corazón!
Aunque a nada llevan las conversaciones, en el barrio corren mil suposiciones y hasta en algo grave se llega a creer.
¡Qué cara tenía la costurerita, qué ojos más extraños, esa tardecita que dejó la casa para no volver!...