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Se han encontrado 21 poemas con la palabra tuyas

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Jorge Isaacs

Las flores de la hija de caro en el bazar de los pobres

-- de Jorge Isaacs --

Eran como las que haces, esas flores
Que en ignoradas vegas recogía,
Para ufana ceñir la frente mía,
La púdica deidad de mis amores.

Esas que de sus bucles temporales
Caer dejaba, cuando huir fingía
De mis halagos en la selva umbría,
Tuvieron de las tuyas los colores.

Aun en mis sueños el aroma aspiro
De las que ajó mi labio enamorado...
¿Por qué las tuyas reverente miro?

Desprecia el indigente las del prado,
Desdeña aquellas que en tu huerto admiro:
¡Por eso flores para el pobre has criado!

Poema Las flores de la hija de caro en el bazar de los pobres de Jorge Isaacs con fondo de libro

Pedro Antonio de Alarcón

A Ronconi

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Errante nube al africano suelo
llega en alas del viento adormecida;
rómpese al fin, y en lluvia convertida,
templa la sed del abrasado suelo.

Al alma estéril que agostara el duelo,
tú eres, Ronconi, lluvia bendecida,
que le das con tus lágrimas la vida
y flores al dolor para consuelo.

Hoy, al verte partir, sigo esas flores
y recojo esas perlas de rocío,
con ramos de laurel para tejerlas...

Si, pues, al son de públicos honores,
una corona con mi adiós te envío,
tuyas sus flores son tuyas sus perlas.

Poema A Ronconi de Pedro Antonio de Alarcón con fondo de libro

León Felipe

pie para el niño de vallecas, de velázquez

-- de León Felipe --

Bacía, yelmo, halo.
Este es el orden, sancho.
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del niño de vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo
ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de mambrino
halo ya, no yelmo ni bacía
se acomode a las sienes de sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas.
Tú, y yo, y sancho, y el niño de vallecas,
y el místico, y el suicida.

Poema pie para el niño de vallecas, de velázquez de León Felipe con fondo de libro

Lope de Vega

¡Oh vida de mi vida, Cristo santo!

-- de Lope de Vega --

¡Oh vida de mi vida, Cristo santo!
¿adónde voy de tu hermosura huyendo?
¿Cómo es posible que tu rostro ofendo
que me mira bañado en sangre y llanto?
A mí mismo me doy confuso espanto
de ver que me conozco y no me enmiendo;
ya el Ángel de mi guarda está diciendo
que me avergüence de ofenderte tanto.
Detén con esas manos los perdidos
pasos, mi dulce amor; ¿mas de qué suerte
las pide quien las clava con la suyas?
¡Ay Dios!, ¿adónde estaban mis sentidos,
que las espaldas pude yo volverte,
mirando en una cruz por mí las tuyas?



Lope de Vega

Peniso amigo, codiciar mi muerte

-- de Lope de Vega --

Peniso amigo, codiciar mi muerte,
y ofrecer que, a mis honras funerales,
harás una oración como otras tales
de que tu ingenio, acción y voz me advierte,

es amistad que yo quisiera hacerte.
Todos para morir somos iguales,
que por la condición de ser mortales
también te puede a ti tocar la suerte.

No tomo la palabra, aunque me arguyas
de ingrato a los favores que me hacías,
que cuando eternidades constituyas,

mejor es que yo escriba en tales días
sonetos tristes a la honras tuyas,
que no que tú prediques a las mías.



Pablo Neruda

soneto xci cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

Soneto xci
la edad nos cubre como la llovizna,
interminable y árido es el tiempo,
una pluma de sal toca tu rostro,
una gotera carcomió mi traje:
el tiempo no distingue entre mis manos
o un vuelo de naranjas en las tuyas:
pica con nieve y azadón la vida:
la vida tuya que es la vida mía.
La vida mía que te di se llena
de años, como el volumen de un racimo.
Regresarán las uvas a la tierra.
Y aún allá abajo el tiempo sigue siendo,
esperando, lloviendo sobre el polvo,
ávido de borrar hasta la ausencia.



Pablo Neruda

poema 5 veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924)

-- de Pablo Neruda --

Poema 5
para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.



Pedro Julio Mir

pour toi

-- de Pedro Julio Mir --

Estoy de ti florecido
como los tiestos de rosas,
estoy de ti floreciendo
de tus cosas...
Menudo limo de amores
abona mis noches tuyas
y me florecen de sueños
como los cielos de luna...
Como tú mido los pasos
y la distancia es más corta,
hablo en tu idioma de amor
y me comprenden las rosas...
Es que ya estoy florecido.
Es que ya estoy floreciendo
de tus cosas.



José Tomás de Cuellar

Tedio

-- de José Tomás de Cuellar --

APARTA, aparta, Tisbe; me cansan tus caricias,
Me abruman los instantes que paso junto á tí;
Veneno amargo encierran tus férvidas caricias,
Germen de tédio y pena tu loco frenesí.

Me miras, y en tus ojos de la voraz hoguera
Que guardas en tu pecho, brillando está el fulgor;
Mi mano entre las tuyas descansa, y no quisiera
Habértela cedido, cual te cedí mi amor.

Huye de mí; ya el tédio me enerva y me quebranta,
Lo que antes fuera dicha tornóse en sinsabor.
Dirige á otros amantes la vacilante planta;
No me ames, abandóname en brazos del dolor.



Gabriela Mistral

ausencia

-- de Gabriela Mistral --

Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos!
¡se nos va todo, se nos va todo!



Gabriela Mistral

canción amarga

-- de Gabriela Mistral --

¡ay! ¡juguemos, hijo mío,
a la reina con el rey!
este verde campo es tuyo.
¿De quién más podría ser?
las oleadas de la alfalfa
para ti se han de mecer.
Este valle es todo tuyo.
¿De quién más podría ser?
para que los disfrutemos
los pomares se hacen miel.
(¡Ay! ¡no es cierto que tiritas
como el niño de belén
y que el seno de tu madre
se secó de padecer!)
el cordero está espesando
el vellón que he de tejer.
Y son tuyas las majadas,
¿de quién más podrían ser?
y la leche del establo
que en la ubre ha de correr,
y el manojo de las mieses
¿de quién más podrían ser?
(¡ay! ¡no es cierto que tiritas
como el niño de belén
y que el seno de tu madre
se secó de padecer!)
¡sí! ¡juguemos, hijo mío,
a la reina con el rey!



Gerardo Diego

romance del júcar

-- de Gerardo Diego --

A mi primo rosendo
agua verde, verde, verde,
agua encantada del júcar,
verde del pinar serrano
que casi te vio en la cuna
bosques de san sebastianes
en la serranía oscura,
que por el costado herido
resinas de oro rezuman;
verde de corpiños verdes,
ojos verdes, verdes lunas,
de las colmenas, palacios
menores de la dulzura,
y verde rubor temprano
que te asoma a las espumas
de soñar, soñar tan niña
con mediterráneas nupcias.
Álamos, y cuántos álamos
se suicidan por tu culpa,
rompiendo cristales verdes
de tu verde, verde urna.
Cuenca, toda de plata,
quiere en ti verse desnuda,
y se estira, de puntillas,
sobre sus treinta columnas.
No pienses tanto en tus bodas,
no pienses, agua del júcar,
que de tan verde te añilas,
te amoratas y te azulas.
No te pintes ya tan pronto
colores que no son tuyas.
Tus labios sabrán a sal,
tus pechos sabrán a azúcar
cuando de tan verde, verde,
¿dónde corpiños y lunas,
pinos, álamos y torres
y sueños del alto júcar?



Gustavo Adolfo Bécquer

rima i

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.



Cuéntame tu pena

-- de Vicenta Castro Cambón --

CUÉNTAME tu pena,
porque aunque lo calles
yo sé que en el alma,
hondo, donde nadie
llega con los pobres
ojos de la carne,
tienes una herida,
una herida grande.
Con fibras de mi alma
yo haré venda suave;
de tu herida déjame
restañar la sangre;
pero séme dócil
cual niño a su madre.

Cuéntame tu pena;
yo sé que abundantes
serian tus lágrimas
si las derramases.
Llora sobre mi alma;
que en mis lagrimales
las lágrimas tuyas
sus crisoles hallen;
y si amargas quejas
a Dios has de darle
deja que tus quejas
por mis labios pasen;
pero séme dócil
cual niño a su madre.

Cuéntame tu pena;
tengo sed, tengo hambre
de las amarguras
que llenan tu cáliz;
pero séme dócil
cual niño a su madre.
Deja que la copa
de tu mano arranque:
temo que tu mano
sea —no te enfades—
la que en esa copa
hiel pone y vinagre.



Vicente García de la Huerta

Aprecio de las penas sufridas por Filis

-- de Vicente García de la Huerta --

Rodeado mi amor de inconvenientes,
víctima, Filis, soy de mi deseo;
y es mi fineza tal que hallo recreo
en que se frustren ansias tan ardientes.

Mas ¿que gloria mayor que al ver que sientes
mis desgracias por tuyas? Pues no creo
que pueda yo lograr mayor trofeo
ni ellas más premio que el que así me alientes.

Vengan pesares pues, vengan disgustos,
penas, fatigas, ansias, desconsuelos:
¡dichoso Hortelio cuanto más padece!

pues los males más graves trueca en gustos
saber que sólo a costa de desvelos,
y así penando, a Filis se merece.



Manuel Machado

La copla

-- de Manuel Machado --

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.



Meira Delmar

otra presencia

-- de Meira Delmar --

Ahora estamos unidos
para siempre.
No importa que te hayas
marchado,
que la puerta
no se abra más
para esperar tus pasos,
ni importa que en las manos
que me encuentran
no me rocen las tuyas.
Andas conmigo,
vas, vienes a mi lado,
y miras con mis ojos
derramarse en el mar
el ocaso.
Oyes el viento en la noche
cuando pasa estremeciendo
las ventanas,
y me sigues constante
por la oscura comarca
del insomnio.
Revestida de ausencia
tu perdida presencia
me acompaña.
!--Img



Miguel Hernández

Mis ojos

-- de Miguel Hernández --

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos.

No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando cardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, en mí termina.



Evaristo Carriego

Canillita (Carriego)

-- de Evaristo Carriego --

¡Siempre el mismo!... Ingrato... ¿Te parece poco
que jamás volvamos a encontrar tus huellas?
Sí, nunca hallaremos romero más loco...
¡Qué cosas las tuyas! ¡Irte a las estrellas!...

No mereces casi que así te lloremos...
¡Irte a las estrellas! ¡Adiós, Canillita!
Siempre, siempre, ¿sabes? te reprocharemos
que hayas dejado tan sola a Catita...

Por ella, su pobre pajarito bueno,
bésale en los ojos, Jesús Nazareno
que estás en la cruz!

¡por ella que ahora se queda más triste
que todos los tristes que en el mundo viste,
ciérrale los negros ojazos sin luz!



José Hierro

noviembre quinta del 42 (1952)

-- de José Hierro --

Frente a la playa desierta,
oyendo caer la lluvia,
es como si hubiera vuelto
a llorar sobre mi tumba.
Baten las alas (las olas).
Arden sus llamas de espuma.
Aprisionan en sus dedos
la plata que las alumbra.
Todo está fuera del tiempo.
Pasan las nubes oscuras.
La arena, como una carne
sin tiempo, llora desnuda.
Los ojos ya no ven: sueñan.
No atinan con lo que buscan.
Las cosas están enfrente,
mas tienen el alma muda.
Se vertió el vino del ánfora
celeste de la aventura.
Ay alma, por qué volaste
con alas que no eran tuyas.



Carlos Pellicer

recinto X

-- de Carlos Pellicer --

xi
la primera tristeza ha llegado. Tus ojos
fueron indiferentes a los míos. Tus manos
no estrecharon mis manos.
Yo te besé y tu rostro era la piedra seca
de las alturas vírgenes. Tus labios encerraron
en su prisión inútil mi primera amargura.
En vano tu cabeza puse en mi hombro y en vano
besé tus ojos. Eras el oasis cruel
que envenenó sus aguas y enloqueció a la sed.
Y se fue levantando del horizonte una
nube. Su tez morena voló a color. De nuevo
fue oscureciendo el tono de los días de antes.
Yo abandoné tu rostro y mis manos
ausentaron las tuyas. Mi voz se hizo silencio.
Era el silencio horrible de los frutos podridos.
Oí que en mi garganta tropezó la derrota
con las piedras fatales.
Yo me cubrí los ojos
para no ver mis lágrimas que huían hacia mí.
Luego tú me besaste, dijiste algo. Yo oía
llorar mis propias lágrimas en el primer silencio
de la primer tristeza. El alma de ese día
llegó de lejos tu alma y se quedó en mi pecho.



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