Buscar Poemas con Rinda


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Se han encontrado 10 poemas con la palabra rinda

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Lope de Vega

Así en las olas de la mar feroces

-- de Lope de Vega --

Así en las olas de la mar feroces,
Betis, mil siglos tu cristal escondas,
y otra tanta ciudad sobre tus ondas
de mil navales edificios goces;

así tus cuevas no interrumpan voces,
ni quillas toquen, ni permitan sondas;
y en tus campos tan fértil correspondas,
que rompa el trigo las agudas hoces;

así en tu arena el indio margen rinda,
y al avariento corazón descubras
más barras que en ti mira el cielo estrellas;

que si pusiere en ti sus pies Lucinda,
no por besallos sus estampas cubras:
que estoy celoso, y voy leyendo en ellas.

Poema Así en las olas de la mar feroces de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

Suena el azote, corredor Apolo

-- de Lope de Vega --

Suena el azote, corredor Apolo,
sobre el carro que a Géminis alinda,
que falta para ver a mi Lucinda,
de tu carrera un paralelo sólo

Dafnes te espera en el opuesto polo,
que puede ser que su dureza rinda,
y a mí la imagen más hermosa y linda,
que ha visto el Panteón, ni el Mauseolo.

Si quieres ver, para que no te admires,
la razón que me esfuerza a que la quiera,
mira su rostro, aunque es grande osadía.

Mas, ¡ay sol envidioso! no le mires,
que no llegando al indio, que te espera,
harás eterno desta ausencia el día.

Poema Suena el azote, corredor Apolo de Lope de Vega con fondo de libro

Lupercio Leonardo de Argensola

Si quiere Amor que siga sus antojos

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

Si quiere Amor que siga sus antojos
y a sus hierros de nuevo rinda el cuello;
que por ídolo adore un rostro bello
y que vistan su templo mis despojos,

la flaca luz renueve de mis ojos,
restituya a mi frente su cabello,
a mis labios la rosa y primer vello,
que ya pendiente y yerto es dos manojos.

Y entonces, como sierpe renovada,
a la puerta de Filis inclemente
resistiré a la lluvia y a los vientos.

Mas si no ha de volver la edad pasada,
y todo con la edad es diferente,
¿por qué no lo han de ser mis pensamientos?

Poema Si quiere Amor que siga sus antojos de Lupercio Leonardo de Argensola con fondo de libro

Emilio Bobadilla

Inglaterra (Bobadilla)

-- de Emilio Bobadilla --

Cuando el hado te era adverso, soberbiosa resistías
—pueblo noble, pueblo grande, pueblo enérgico y valiente—
y jamás, ni aun en tus horas aflictivas y sombrías,
inclinaste bajo el peso del temor, la altiva frente.

Con tenaz perseverancia, dueña estoica de ti misma,
de industrial y navegante, belicosa te volviste
y no oyendo de Germania la amenaza ni el sofisma
a la postre, a sangre y fuego, frente a frente la venciste.

Voluntad de hierro y piedra, en tu orgullo silencioso,
no dejaste que insolente te vejara el extranjero,
y rompiste en mil pedazos la codicia del coloso.

Inglaterra, tierra libre —libertad que es todo fibra—,
¿quién que rinda a lo sublime culto rígido y sincero,
de emoción, por tus hazañas casi míticas no vibra?



Salvador Novo

tu, yo mismo

-- de Salvador Novo --

Sl-
tú, yo mismo, seco como un viento derrotado
que no pudo sino muy brevemente
sostener en sus brazos una hoja
que arrancó de los árboles...
¿Cómo será posible que nada te conmueva
que no haya lluvia que te estruje
ni sol que rinda tu fatiga?

ser una transparencia sin objeto
sobre los lagos limpios de tus miradas.
¡Oh tempestad, diluvio de hace ya mucho tiempo!
si desde entonces busco tu imagen
que era solamente mía
si en mis manos estériles ahogué
la última gota de tu sangre, y mi lágrima,
y si fue desde entonces indiferente el mundo,
e infinito el desierto,
y cada nueva noche,
musgo para el recuerdo de tu abrazo,
¿cómo en el nuevo día tendré sino tu aliento,
sino tus brazos impalpables entre los míos?

lloro como una madre
que ha reemplazado al hijo único muerto.
Lloro como la tierra que ha sentido dos veces
germinar el fruto perfecto y mismo.
Lloro porque eres tú para mi duelo
y ya te pertenezco en el pasado.



Fernando de Herrera

Qué bello nudo y fuerte me encadena

-- de Fernando de Herrera --

¿Qué bello nudo y fuerte me encadena
con tierno ardor, en quien amor airado
me enciende el corazón, y en un cuidado
duro y terrible siempre me enajena?

El oro que al Gange indo en su ancha vena
luciente orna, y en hebras dilatado,
con luengo cerco y terso ensortijado,
gentil corona en blanca frente ordena.

¡Oh vos, que al sol vencido, prestáis fuego,
en quien mi pensamiento no medroso
las alas metió libre, y perdió el vuelo!

Lazos que me estrecháis, mi pecho ciego
abrasad, porque en prez del mal penoso
segura mi fe rinda su recelo.



Carolina Coronado

en otro II

-- de Carolina Coronado --

¿verdad que es triste que en el mundo todo
ceda a la ley de su exterminio fija;
no es verdad que es muy triste que se acaben
la juventud y la pasión, la vida
que la beldad perezca y los amores
y que la gloria al fin también se rinda?
¿qué cosa mirarán los ojos nuestros
que no tenga a su lado la ruina,
siquiera tronos esplendentes sean,
siquiera rocas de eminente cima?
solamente los álbumes, señora,
esa calamidad de nuestros días;
los álbumes tan sólo son eternos
¡y eterna del poeta la desdicha!



Carolina Coronado

última réplica a otra contestación a la anterior

-- de Carolina Coronado --

¡extremada bizarría!
¡rendimiento cortesano!
¡bondad la del castellano
consumadísima es,
pues con una dama altiva
mueve altivo una querella,
por que logre el triunfo ella
de que se rinda a sus pies!
a quien vencido se aclama
con tan noble gallardía,
no tiene la musa mía
nada, señor, que añadir;
si no es que a vos mucho estima
el sacrificio costoso
del empeño generoso
que os obliga a desistir.
Tal hazaña en vos excede
a una cumplida victoria,
que a veces está la gloria
más que en triunfar, en ceder;
triunfo alcanzáis en rendiros
con galán comedimiento,
mayor que el merecimiento
que lograrais en vencer.
Básteos, señor, esto y dejo
que desdeñados garzones
formen grandes coaliciones
en sus odios contra mí,
pues el odio es tan amargo
para el alma que lo siente,
que odiándome injustamente
la pena llevan en sí.



Clemente Althaus

A Colón (2 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Sigue, sigue, atrevido navegante,
por los mares remotos de occidente:
ni la onda insana, ni la ciega gente
rinda tu fe, ni tu valor espante:

que, si aún no existe la región gigante
que tu adivino corazón presiente,
por ti solo el favor omnipotente
hará que de las ondas se levante.

Y se presenta al fin; mírala: es ella,
madre del porvenir, Edén segundo,
reina del mar y de la tierra estrella;

la que aislaba el océano profundo,
para que virgen se guardara y bella,
y joven fuera en la vejez del mundo.



Clemente Althaus

A Londres

-- de Clemente Althaus --

En vano, altiva Londres, a porfía
te enriqueces, te ensanchas y te pueblas,
si en una nueva atmósfera sombría
te envuelve el humo y tus eternas nieblas;
si no difiere lo que llamas día
de las nocturnas lóbregas tinieblas,
o, como triste pasajera tarde,
entre dos noches dilatadas arde.
¿Qué vale tu grandeza y poderío
y la corona azul del océano,
Si tiembla en ti junto al hogar el Frío
tendiendo al fuego la aterida mano,
si en tus vastos palacios el Hastío,
roído el pecho de tenaz gusano,
gime y suspira y sin cesar bosteza,
sin que el sueño le rinda la cabeza.
Tú no conoces esa indefinida
dulce tristeza, soñadora y vaga,
encanto y poesía de la vida
que en otro clima el corazón halaga;
sólo conoces el Esplín suicida
que todo bien con su veneno estraga
y que o corta la vida o la convierte
en una lenta prolongada muerte.



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