Buscar Poemas con Mercedes


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Se han encontrado 11 poemas con la palabra mercedes

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Anónimo

¿Dónde vas Alfonso XII?

-- de Anónimo --

¿Dónde vas, Alfonso XII,
dónde vas triste de tí?
Voy en busca de Mercedes
que hace tiempo no la ví.

Ya Mercedes está muerta,
muerta está, que yo la ví,
cuatro duques la llevaban
por las calles de Madrid.

Su carita era de cera
y sus manos, de marfil,
y el velo que la cubría,
de color carmesí.

Sandalias bordadas de oro
llevaba en sus lindos pies,
que se las bordó la infanta,
la infanta doña Isabel.

El manto que la envolvía
era rico terciopelo
y en letras de oro decía:
«Ha muerto cara de cielo».

Los caballos de Palacio
ya no quieren pasear,
porque se ha muerto Mercedes
y luto quieren llevar.

Los faroles de las calles
con gasas negras están,
porque se ha muerto Mercedes
y luto quieren llevar.

Ya murió la flor de Mayo,
ya murió la flor de Abril,
ya murió la blanca rosa,
rosa de todo Madrid.

Poema ¿Dónde vas Alfonso XII? de Anónimo con fondo de libro

Adelardo López de Ayala

La pluma (Ayala)

-- de Adelardo López de Ayala --

¡Pluma: cuando considero
los agravios y mercedes,
el mal y bien que tú puedes
causar en el mundo entero;
que un rasgo tuyo severo
puede matar a un tirano,
y que otro, torpe o liviano,
manchar puede un alma pura,
me estremezco de pavura
al alargarte la mano!

Poema La pluma (Ayala) de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Alfonso Reyes

caricia ajena

-- de Alfonso Reyes --

Exhalación clara que anhelas
a no perturbar un temblor
por iluminar si desvelas,
por dormir si enciendes amor.
Desde el hombro donde reposas,
caricia ajena, ¿cómo puedes
regar todavía mercedes
en complacencias azarosas?
tu fidelidad sobrenada
en vaga espuma de rubor,
y te vuelves toda entregada
y regalas, desperdiciada,
los ojos cargados de amor.

Poema caricia ajena de Alfonso Reyes con fondo de libro

Amado Nervo

ruptura tardía

-- de Amado Nervo --

Ya no más en las noches, en las noches glaciales
que agitaban los rizos de azabache en tu nuca,
soñaremos unidos en los viejos sitiales;
ya no más en las tardes frías, quietas y grises,
pediremos mercedes a la virgen caduca,
la de manto de plata salpicado de lises.
¡Ay!, es fuerza que ocultes ese rostro marmóreo:
vida y luz, en un claustro de penumbras austeras
donde pesa en las almas todo el hielo hiperbóreo.
Nos amábamos mucho; mas tu amor me perdía;
¡nos queríamos tanto...! Mas así me perdieras,
y rompimos el lazo que al placer nos unía.
¡Es preciso! muramos a las dichas humanas;
¡seguiré mi camino, muy penoso y muy tardo,
sin besar tus pupilas, tus pupilas arcanas!
plegue a dios cuando menos que algún día, señora,
muerto ya, te visite, como pedro abelardo
visitó, ya cadáver, a eloísa la priora.



Lope de Vega

señoras musas, pues que siempre mienten

-- de Lope de Vega --

Señoras musas, pues que siempre mienten
señoras musas, pues que siempre mienten,
aunque de menosine hermosas hijas,
sepan que se han quebrado las clavijas:
ya no hay que euterpizar, chanzas inventen.
De las horas perdidas se lamenten,
que al sol de la opinión miraron fijas;
desgreñen del cabello las sortijas,
y de moños donados se contenten.
Miren que llevo errada la derrota,
por ser a la grandeza lisonjeras,
pues donde espero siete me dan sota.
Dejemos metafísicas quimeras;
vuesas mercedes garlen en chacota:
que no está el mundo para hablar de veras.



Lope de Vega

Quítenme aquesta puente que me mata

-- de Lope de Vega --

¡Quítenme aquesta puente que me mata,
señores regidores de la villa;
miren que me ha quebrado una costilla;
que aunque me viene grande me maltrata!
De bola en bola tanto se dilata,
que no la alcanza a ver mi verde orilla;
mejor es que la lleven a Sevilla,
si cabe en el camino de la Plata.
Pereciendo de sed en el estío,
es falsa la causal y el argumento
de que en las tempestades tengo brío.
Pues yo con la mitad estoy contento,
tráiganle sus mercedes otro río
que le sirva de huésped de aposento.



Rafael María Baralt

Imprecación al sol

-- de Rafael María Baralt --

¡Rey de los astros, eternal lumbrera,
del vasto mundo, fecundante llama
que al hombre, al bruto, al vegetal inflama,
y luz, vida, y amor vierte do quiera!

Por ti se rige la anchurosa esfera;
el jilguero feliz trina en su rama;
brilla el rocío, y su caudal derrama,
de flores coronada, primavera.

¿Por qué, cual barro vil, inerte y ciego,
al malvado y al justo igual concedes
tus rayos de oro, tu esplendor, tu fuego?

¡Oh! La luz celestial, al bien propicia,
si severa castiga, da mercedes;
pues Dios no es la Igualdad: es la Justicia.



Anónimo

Romance del cautivo

-- de Anónimo --

Mi padre era de Ronda
y mi madre de Antequera;
cautiváronme los moros
entre la paz y la guerra,
y lleváronme a vender
a Vélez de la Gomera.
Siete días con sus noches
anduve en el almoneda,
no hubo moro ni mora
que por mí una blanca diera,
sino fuera un perro moro
que cien doblas ofreciera,
y llevárame a su casa,
echárame una cadena.
Dábame la vida mala,
dábame la vida negra:
de día majaba esparto,
de noche molía cibera,
echóme un freno a la boca
porque no comiese della,
Pero plugo a Dios del cielo
que tenía el ama buena;
cuando el moro se iba a caza
quitábame la cadena;
echábame en su regazo,
mis regalos me hiciera,
espulgábame y limpiaba
mejor que yo mereciera;
por un placer que le hice
otro muy mayor me hiciera:
diérame casi cien doblones
en libertad me pusiera,
por temor que el moro perro
quizá la muerte nos diera.
Así plugo a Dios del cielo
de quien mercedes se espera
que me ha vuelto a vuestros brazos
como de primero era.



Rosalía de Castro

Ay!, cuando los hijos mueren

-- de Rosalía de Castro --

I

¡Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.

Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.

Mas cuando muere una madre,
único amor que hay aquí;
¡ay!, cuando una madre muere,
debiera un hijo morir.

II

Yo tuve una dulce madre,
concediéramela el cielo,
más tierna que la ternura,
más ángel que mi ángel bueno.

En su regazo amoroso,
soñaba... ¡Sueño quimérico!
dejar esta ingrata vida
al blando son de sus rezos.

Mas la dulce madre mía,
sintió el corazón enfermo,
que de ternura y dolores,
¡ay!, derritióse en su pecho.

Pronto las tristes campanas
dieron al viento sus ecos;
murióse la madre mía;
sentí rasgarse mi seno.

La virgen de las Mercedes,
estaba junto a mi lecho...
Tengo otra madre en lo alto...
¡Por eso yo no me he muerto!



Miguel Unamuno

Satán

-- de Miguel Unamuno --

Pobre Satán! botado del escaño
del trono del Señor de las mercedes
tú que ablandar con lágrimas no puedes
el temple diamantino de tu daño.

Que no puedes llorar. Satán huraño,
preso del miedo único en las redes,
del miedo á la verdad, á que no cedes
pobre Satán, padre del desengaño!



Ramón López Velarde

Treinta y tres

-- de Ramón López Velarde --

La edad del cristo azul se me acongoja
porque Mahoma me sigue tiñendo
verde el espíritu y la carne roja
y los talla, el beduino y a la hurí,
como una esmeralda en un rubí.

Yo querría gustar del caldo de habas,
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo
como en la conservera las guayabas.

La piedra pómez fuera mi amuleto,
pero mi humilde sino se contrista
porque mi boca se instala en secreto
en la feminidad del esqueleto
con un crepúsculo de diamantista.

Afluye la parábola y flamea
y gasto mis talentos en la lucha
de la Arabia feliz con Galilea.

Me asfixia, en una dualidad funesta,
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,
y de Zoraida la grupa bisiesta.

Plenitud de cerebro y corazón,
oro en los dedos y en las sienes rosas,
y el Profeta de cabras se perfila
más fuerte que los dioses y las diosas.

¡Oh, plenitud cordial y reflexiva:
regateas con Cristo las mercedes
de fruto y flor, y ni siquiera puedes
tu cadáver colgar en la impoluta
atmósfera imantada de una gruta!



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