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Gutierre de Cetina

no por el cielo ver correr estrellas

-- de Gutierre de Cetina --

Ni por tranquilo mar navíos cargados,
ni en plaza tornear hombres armados,
ni a caza en bosque ver ninfas muy bellas;
ni en gran obscuridad volar estrellas,
ni llenos por abril de flor los prados,
ni galanes en sala aderezados,
ni en cabello bailar tiernas doncellas;
no el sol en el nacer de un claro día,
ni árboles de flor y fruta llenos,
ni fuego sobre nieve helada y fría;
ni todo cuanto hay más ni cuanto hay menos
de hermoso en el mundo, igualaría
vuestro dulce mirar, ojos serenos.

Poema no por el cielo ver correr estrellas de Gutierre de Cetina con fondo de libro

Amado Nervo

madrigal

-- de Amado Nervo --

Por tus ojos verdes yo me perdería,
sirena de aquellas que ulises, sagaz,
amaba y temía.
Por tus ojos verdes yo me perdería.
Por tus ojos verdes en lo que, fugaz,
brillar suele, a veces, la melancolía;
por tus ojos verdes tan llenos de paz,
misteriosos como la esperanza mía;
por tus ojos verdes, conjuro eficaz,
yo me salvaría.

Poema madrigal de Amado Nervo con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

A Flerida, poetisa

-- de Leandro Fernández de Moratín --

Basta Cupido ya, que a la divina
Ninfa del Turia reverente adoro:
ni espero libertad, ni alivio imploro,
y cedo alegre al astro que me inclina.

¿Qué nuevas armas tu rigor destina
contra mi vida, si defensa ignoro?
Sí, ya la admiro entre el castalio coro
la cítara pulsar griega y latina.

Ya, coronada del laurel febeo,
en altos versos llenos de dulzura,
oigo su voz, su número elegante.

Para tanto poder débil trofeo
adquieres tú; si sólo su hermosura
bastó a rendir mi corazón amante.

Poema A Flerida, poetisa de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

Manuel de Zequeira

A Lelio

-- de Manuel de Zequeira --

Lleva, Lelio, a la sombra
De la fuente vecina,
Los vasos, las botellas,
Y la sonora lira:

De yedra coronados
Sentados a la orilla
Alegres beberemos
Con las campestres ninfas.

No cantaré el azote
De guerras numantinas
Ni la sangrienta espada
Del invencible Anibal;

No en púrpura tenidos
Los mares de Sicilia,
Ni el Cíclope asaltando
La esfera cristalina.

No al héroe macedonio
De Marte imagen viva,
Sobre el triunfante carro
Talando por las Indias.

No, Lelio, no, estos cantos
Mis cabellos erizan,
Las cuerdas se revientan,
Y crujen las clavijas;

Pero, sí cantaremos
Las tres hermanas ninfas
Con el hijo vendado:
Y a su madre divina;

Cantaremos a Baco
De vid la sien ceñida,
Con amorosas hojas
Y derramando risas:

El céfiro halagüeño,
Las dulces avecillas,
El arroyo plateado
Y el rumor de las guijas:

Todos estos placeres
En la fuente vecina,
Bebiendo llenos vasos,
harán sonar la lira.



Jaime Sabines

adán y eva xv

-- de Jaime Sabines --

Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre manso, suave,infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo;bajo mis ojos que lo quedan viendo toda la noche.
Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti,redondos y cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto,lejos.
Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil.Suenas como la pata de la paloma al quebrarse.
Guardadora, te amparo contra todos los fantasmas; te abrazo para quemadures en paz.



Jorge Manrique

mote don jorge manrique sacó por cimera una noria con sus arcaduces llenos y dijo

-- de Jorge Manrique --

Aquestos y mis enojos
tienen esta condición:
que suben del corazón
las lágrimas a los ojos.



Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 19

-- de Jorge Manrique --

Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan febridas,
los enriques y reales
del tesoro;
los jaeces, los caballos
de sus gentes y atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?
↑ cosas que se dan gratuitamente
↑ desproporcionadas
↑ bruñidas, relucientes
↑ enriques y reales: monedas
↑ adornos
↑ atrevidos
↑ buscarlos
↑ lluvias temporales
↑ las tierras húmedas



Jorge Manrique

Mote: Don Jorge Manrique sacó por cimera una noria con sus arcaduces llenos y dijo:

-- de Jorge Manrique --

Aquestos y mis enojos
tienen esta condición:
que suben del corazón
las lágrimas a los ojos.



César Vallejo

Trilce: LXXII

-- de César Vallejo --

Lento salón en cono, te cerraron, te cerré,
aunque te quise, tú lo sabes,
y hoy de qué manos penderán tus llaves.

Desde estos muros derribamos los últimos
escasos pabellones que cantaban.
Los verdes han crecido. Veo labriegos trabajando,
los cerros llenos de triunfo.
Y el mes y medio transcurrido alcanza
para una mortaja, hasta demás.

Salón de cuatro entradas y sin una salida,
hoy que has honda murria, te hablo
por tus seis dialectos enteros.
Ya ni he de violentarte a que me seas,
de para nunca; ya no saltaremos
ningún otro portillo querido.

Julio estaba entonces de nueve. Amor
contó en sonido impar. Y la dulzura
dió para toda la mortaja, hasta demás.



César Vallejo

lento salón en cono, te cerraron, te cerré

-- de César Vallejo --

lxxii
lento salón en cono, te cerraron, te cerré,
aunque te quise, tú lo sabes,
y hoy de qué manos penderán tus llaves.
Desde estos muros derribamos los últimos
escasos pabellones que cantaban.
Los verdes han crecido. Veo labriegos trabajando,
los cerros llenos de triunfo.
Y el mes y medio transcurrido alcanza
para una mortaja, hasta demás.
Salón de cuatro entradas y sin una salida,
hoy que has honda murria, te hablo
por tus seis dialectos enteros.
Ya ni he de violentarte a que me seas,
de para nunca; ya no saltaremos
ningún otro portillo querido.
Julio estaba entonces de nueve. Amor
contó en sonido impar. Y la dulzura
dió para toda la mortaja, hasta demás.



Diego de Torres Villarroel

a filis

-- de Diego de Torres Villarroel --

No encubras filis mía tus facciones
tus ojos apacibles y serenos,
solo en tus perfecciones se echa menos
el no comunicar tus perfecciones
no ves en las floridas estaciones
las flores en los cuadros más amenos
derramar su hermosura y dejar llenos
los sentidos rompiendo sus botones
tú eres un cuadro que el autor divino
plantó del mundo en el jardín hermoso
dando al sentido gloria en su pintura
no escondas, no, tu rostro peregrino
que le robas al mundo un bien precioso
mira que es bien ajeno la hermosura.



Diego Hurtado de Mendoza

Aquestos vientos ásperos y claros

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Aquestos vientos ásperos y claros,
De espesas nubes y tinieblas llenos.
De ardientes rayos y terribles truenos
Con súbitos relámpagos rasgados,

Aunque en mi daño siempre conjurados,
Ya fueron tiempos claros y serenos,
De mi dudoso bien terceros buenos,
Y en esperar mi gloria prosperados.

¡Cuán presto pasa un temple del verano,
Y cuán despacio destemplados tiempos,
Y cuánto cuesta un bien no conocido!

¡Ay buena suerte y venturoso! en vano
Triste la larga en breves pasatiempos
Del tiempo bien llorado y mal perdido.



Emilio Bobadilla

Cosecha de cabezas

-- de Emilio Bobadilla --

Suena el clarín de guerra, y el labriego
por el fusil traidor trueca el arado,
y jura, por el odio exasperado,
la patria defender a sangre y fuego.

Pasan los trenes llenos de forraje,
de cañones, de víveres y balas,
y de su ardor la soldadesca en alas
ni siquiera se fija en el paisaje.

Huyen al bosque bueyes y caballos
revueltos con las locas muchedumbres;
hace callar la pólvora a los gallos;

hacínanse en los huertos las malezas,
y a la verde cosecha de legumbres
sucede la cosecha de cabezas...



Emilio Bobadilla

Después del bombardeo

-- de Emilio Bobadilla --

En la ruta revuelta como el cauce de un río
los árboles deshechos se pudren a montones;
la iglesia en esqueleto, ruinoso el caserío...
Por doquiera dejaron su huella los cañones.

Caballos sin cabeza; muros llenos de balas,
sin puertas ni ventanas, con la techumbre solo;
aeroplanos en cada una de cuyas alas
los plomos imprimieron su mortífero alvéolo.

Un gato por el lírico silencio de la aldea
—fosforescencia irónica— tranquilo se pasea
y entre la hierba roja por la sangre aún caliente

—democrática mezcla de bruto y combatiente-
unos soldados muertos con los ojos abiertos.
¡Qué tristes son los ojos abiertos de los muertos!



Emilio Bobadilla

La hierba mala

-- de Emilio Bobadilla --

Bajo el agua y la nieve gimen en las trincheras
de reúma y de anquilosis los míseros soldados;
y con graznido lúgubre las aves agoreras
promulgan el fin hórrido de dramas ignorados.

Solitarios los pueblos, llenos los hospitales
—amputación de piernas y brazos a porrillo—;
en los campos miseria, luto en las capitales;
las iglesias en llamas y saqueado el castillo.

Ni la nieve, ni el agua, ni el dolor, ni la ruina
a tu ambición y tu odio, hombre cruel, ponen freno;
que en ti demoledora propensión predomina.

Exterminar al hombre tu sevicia no espere.
¿A la verdad acaso eres, di, tan ajeno
que no ves que eres malo y lo malo no muere?



Ernesto Cardenal

epigrama VI

-- de Ernesto Cardenal --

En costa rica
cantan los carreteros
caminan con
mandolinas en los caminos
y las carreteras
van pintadas como lapas,
y los bueyes van
con cintas de colores
y campanitas
y flores en los cuernos.
Cuando es el corte
del café en costa rica,
y las carretas van
cargadas de café.
Y hay bandas
en las plazas de los pueblos,
y en san josé
los balcones y ventanas
están llenos de muchachas y de flores
y las muchachas
dan vueltas en el parque.
Y el presidente
camina a pie



Ernesto Cardenal

epigrama XXXIX

-- de Ernesto Cardenal --

Todas las tardes paseaba
con su madre por la landetrasse
y en la esquina
de la schmiedtor
todas las tardes
estaba hitler
esperándola para verla pasar
los taxis y los omnibus
iban llenos de besos
y los novios alquilaban botes
en el danubio.
Pero él no sabía
bailar. Nunca se atrevió
a hablarte
después pasaba sin su madre
con un cadete.
Y después
no volvió a pasar.
De ahí más tarde
la gestapo
la anexión de australia,
la guerra mundial.



Julián del Casal

a los estudiantes

-- de Julián del Casal --

Víctimas de cruenta alevosía,
doblasteis en la tierra vuestras frentes,
como en los campos llenos de simientes
palmas que troncha tempestad bravía.
Aún vagan en la atmósfera sombría
vuestros últimos gritos inocentes,
mezclados a los golpes estridentes
del látigo que suena todavía.
¡Dormid en paz los sueños postrimeros
en el seno profundo de la nada,
que nadie ha de venir a perturbaros;
los que ayer no supieron defenderos
sólo pueden, con alma resignada,
soportar la vergüenza de lloraros!



José María Hinojosa

ya no me besas

-- de José María Hinojosa --

Un viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.
El fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.
Aquella fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.
El rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.
Aquella fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.



José Ángel Buesa

elegía iv

-- de José Ángel Buesa --

Me llegas en la brisa y en la espuma,
tú, la perdida para siempre...
Tú, la que ennoblecías el sabor del recuerdo,
que ahora llegas más casta y más ausente...
Me llegas en el viento que huele a lejanía,
me llegas en la sal que sabe a muerte,
tú, sombra arrinconada en un silencio;
tú, la perdida para siempre...
Ya no sé por qué sordo camino de la ausencia,
bajo qué estrellas moribundas vienes,
con los pies inseguros llenos de polvo y de rocío,
tú, la perdida para siempre...



José Ángel Buesa

las dos muñecas

-- de José Ángel Buesa --

i
la nieta del mendigo suspira amargamente,
mojando con sus lágrimas la muñeca de trapo:
sobre la falda humilde, como una cosa ausente,
la muñeca es ahora solamente un guiñapo.
Porque aquella mañana cruzo frente a su choza
un brillante cortejo, rumbo al palacio real,
y vio a una niña triste, que, en una áurea carroza,
llevaba una muñeca de marfil y cristal.
Ii
y, en tanto, en el palacio del benévolo abuelo,
donde su ruego es orden y su capricho es ley,
con los húmedos ojos llenos de desconsuelo,
también llora la rubia nietecita del rey.
Y también su muñeca sin par es un harapo,
ya sin traje de oro ni cabellos de trigo,
pues la princesa ansía la muñeca de trapo
que tenía en su falda la nieta del mendigo.



José Ángel Buesa

me llegabas en la brisa y en la espuma

-- de José Ángel Buesa --

Me llegabas en la brisa y en la espuma,
tú, la perdida para siempre...
Tú, la que ennoblecías el sabor del recuerdo,
que ahora llegas más casta y más ausente...
Me llegas en el viento que huele a lejanía,
me llegas en la sal que sabe a muerte,
tú, sombra arrinconada en un silencio;
tú, la perdida para siempre...
Ya no sé por qué sordo camino de la ausencia
bajo que estrellas moribundas vienes,
con los pies inseguros llenos de polvo y de rocío,
tú, la perdida para siempre...



José Ángel Buesa

tercer poema del río

-- de José Ángel Buesa --

El agua del río pasaba indolente,
reflejando noches y arrastrando días
tú, desnuda en la fresca corriente,
reías
yo te contemplaba desde la ribera,
tendido a la sombra de un árbol sonoro;
y resplandecía tu áurea cabellera,
desatada en el agua ligera,
como un remolino de espuma de oro
y pasaban las nubes errantes,
mientras tú te erguías bajo el sol de estío,
con los blancos hombros llenos de diamantes,
en la rumorosa caricia del río.
Y tú te reías
y mirando mis manos vacías,
pensé en tantas cosas que ya fueron mías,
y que se me han ido, como tú te irás
y tendí mis brazos hacia la corriente,
hacia la corriente cantarina y clara,
porque tuve miedo, repentinamente,
de que el agua feliz te arrastrara
y ya no reías
bajo el sol de estío,
ni resplandecías de oro y de rocío.
Y saliste corriendo del río,
y llenaste mis manos vacías
y al sentir tu cuerpo tan cerca y tan mío,
al vivir en tu amor un instante
más allá del placer y del hastío,
vi pasar la sombra de una nube errante,
de una nube fugaz sobre el río



Gabriela Mistral

tres árboles

-- de Gabriela Mistral --

Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.
El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!
uno torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia el otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.
El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas. Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!



Gabriela Mistral

manitas

-- de Gabriela Mistral --

Manitas de los niños,
manitas pedigüeñas,
de los valles del mundo
sois dueñas.
Manitas de los niños
que al granado se tienden,
por vosotros las frutas
se encienden.
Y los panales llenos
de su carga se ofenden.
¡Y los hombres que pasan
no entienden!
manitas blancas, hechas
como de suave harina,
la espiga por tocaros
se inclina.
Manitas extendidas,
piñón, caracolitos,
bendito quien os colme,
¡bendito!
benditos los que oyendo
que parecéis un grito,
os devuelvan al mundo:
¡benditos!



Gabriela Mistral

el establo

-- de Gabriela Mistral --

Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando,
y alargaron hasta el niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos
como llenos de rocío.
Una oveja lo frotaba,
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos...
Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes, y de ocas,
y de gallos, y de mirlos.
Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el niño
la gran cola de colores;
y las ocas de anchos picos,
arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un velo palpitante
sobre del recién nacido...
Y la virgen, entre cuernos
y resuellos blanquecinos,
trastocada iba y venía
sin poder coger al niño.
Y josé llegaba riendo
a acudir a la sin tino.
Y era como bosque al viento
el establo conmovido...



Gutierre de Cetina

de las doce a las cuatro había pasado

-- de Gutierre de Cetina --

Por la quinta carrera el sol corría,
sin que del resplandor que dar solía
muestra de su beldad, luz haya dado.
O escondido o traspuesto o de un nublado
negro, lleno de horror, se le cubría
al mísero vandalio, el cual no vía
sin él por dó seguir con su ganado.
Llenos de un triste humor tenía los ojos
el cuitado pastor mirando al cielo,
mostrando sin hablar su desventura.
Cuando, por renovar viejos enojos,
quitándose y poniendo el sol un velo,
mostró y tornó a esconder su hermosura.



Teófilo V. Méndez Ramos

Los libros

-- de Teófilo V. Méndez Ramos --

Libros devorados llenos de ansia
allá por los años ya corridos.
¡Tomos diminutos por siempre idos!
¡Páginas dilectas de mi infancia!

Libros predilectos. Libros viejos.
Libros delirantes de ternura.
Páginas henchidas de locura
de interrogaciones y consejos.

Sangran todavía las heridas
viejas, que dejara el libro triste;
siguen nuestras almas doloridas,

viendo que el infolio grave, serio,
lleno de tristeza se resiste
a desencantarnos del misterio.



Vicente Huidobro

noche

-- de Vicente Huidobro --

Sobre la nieve se oye resbalar la noche
la canción caía de los árboles
y tras la niebla daban voces

de una mirada encendí mi cigarro

cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío

en el puerto
los mástiles están llenos de nidos
y el viento

gime entre las alas de los pájaros

las olas mecen el navío muerto

yo en la orilla silbando

miro la estrella que humea entre mis dedos



Vicente Huidobro

Noche (Huidobro)

-- de Vicente Huidobro --

Sobre la nieve se oye resbalar la noche.

La canción caía de los árboles,
y tras la niebla daban voces.

De una mirada encendí mi cigarro.

Cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío.
En el puerto,
los mástiles están llenos de nidos,
y el viento
gime entre las alas de los pájaros.



Antonio Machado

Mi corazón se ha dormido...

-- de Antonio Machado --

¿Mí corazón se ha dormido?
Colmenares de mis sueños,
¿ya no labráis? ¿Está seca
la noria del pensamiento,
los cangilones vacíos,
girando, de sombra llenos?
No; mi corazón no duerme.
Está despierto, despierto.
Ni duerme ni sueña; mira,
los claros ojos abiertos,
señas lejanas y escucha
a orillas del gran silencio.



Marilina Rébora

multiplicación de los panes

-- de Marilina Rébora --

Multiplicación de los panes
tan sólo cinco panes, tenemos, y dos peces
exclaman los discípulos mientras jesús observa,
son cinco mil las gentes, hasta más que otras veces.
No importa, que se sienten allí, sobre la hierba;
y ya panes y peces multiplica su arte.
Y son peces y panes lo que se distribuye
para que cada uno saboree su parte,
que el refrigerio al fin en saciedad concluye.
Después que se recogen con prontitud los restos,
en verdad, esparcidos, no parecían tanto;
llenos hasta los bordes se colman doce cestos
y al obrar diligentes al maestro recuerdan,
que cauto les ha dicho, previsor entretanto:
recoged los pedazos, cuidad que no se pierdan,
el pan de dios por siempre será alimento santo.
Juan 6, 6-15.



Marilina Rébora

a mi hijo

-- de Marilina Rébora --

Alguien dijo que recuerdas
un niñito de murillo,
y en verdad que lo pareces
por tu gracia y por tus rizos.
Tienes cabellos castaños,
ensortijados y finos
con algo de oro en las sienes,
como si fuera rocío.
La tez pálida y morena,
negros ojos expresivos
que miran llenos de asombro,
como miran los del niño.
Estabas con tus juguetes,
de pie sobre el ancho piso,
cuando te vi de repente
junto al blanco corderillo;
y al mismo tiempo la imagen
que tuviera en el olvido
apareció viva y fuerte,
tan clara como un prodigio.
Sin perder un solo instante,
entré de un salto al recinto
y trepando como pude
saqué el cristo de su sitio,
colocándolo a tu lado
según era mi designio.
Y después, en un arranque
de ternura y de cariño,
orgullosa más que nunca
de mi hijo y de mi niño,
exclamé dándote un beso
en ese rostro tan lindo:
«¡eres el san juan bautista
más delicioso que he visto!»



Rosalía de Castro

Viendo que, semejantes a las flores

-- de Rosalía de Castro --

Viendo que, semejantes a las flores
Que el huracán en su furor deshace,
Éstos, después de aquéllos,
Llenos de vida y de esperanzas caen
Al entrar en la lid donde con gloria
Por la patria combaten,

Tal como el pobre abuelo que contempla
Del nietezuelo amado los despojos,
Exclamó alzando la mirada al cielo
De angustia lleno y doloroso asombro:
— ¡Pero es verdad, Dios mío, que ellos mueren
Y quedamos nosotros!

En la Corona fúnebre de Andrés Muñíais, 1883.



Nicolás Guillén

rosa tú melancolía

-- de Nicolás Guillén --

El alma vuela y vuela
buscándote a lo lejos,
rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo.
Cuando la madrugada
va el campo humedeciendo,
y el día es como un niño
que despierta en el cielo,
rosa tú, melancólica,
ojos de sombra llenos,
desde mi estrecha sábana
toco tu firme cuerpo.
Cuando ya el alto sol
ardió con su alto fuego,
cuando la tarde cae
del ocaso deshecho,
yo en mi lejana mesa
tu oscuro pan contemplo.
Y en la noche cargada
de ardoroso silencio,
rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo,
dorada, viva y húmeda,
bajando vas del techo,
tomas mi mano fría
y te me quedas viendo.
Cierro entonces los ojos,
pero siempre te veo
clavada allí, clavando
tu mirada en mi pecho,
larga mirada fija,
como un puñal de sueño.



Juan Ruiz Arcipreste de Hita

libro de buen amor 76

-- de Juan Ruiz Arcipreste de Hita --

Día de quasimodo iglesias et altares
vi llenos de alegrías, de bodas e cantares,
todos avíen grand' fiesta, fasíen grandes yantares,
andan de boda en boda clérigos e juglares.
Los que antes son solos, desque eran casados
veíalos de dueñas estar acompañados,
pensé cómo oviese de tales gasajados,
ca omen que es solo siempre piensa coydados.
Fis' llamar trotaconventos la mi vieja sabida,
presta e plasentera de grado fue venida,
roguel' que me catase alguna tal garrida,
ca solo, sin compaña, era penada vida.
Díxome, que conosçía una viuda loçana,
muy rica, e bien moça, e con mucha ufana:
dis': «arçipreste, amad ésta, yo iré allá mañana,
et si esta recabdamos, nuestra obra non es vana.»
Con la mi vejesuela enviele ya qué
con ella estas cántigas que vos aquí trobé,
ella non la erró, e yo non le pequé,
si poco ende trabajé, muy poco ende saqué.
Asás fiso mi vieja quanto ella faser pudo,
mas non pudo trabar, atar, nin dar nudo,
tornó a mí muy triste e con corazón agudo;
dis': «do non te quieren mucho, non vayas a menudo.»
Lt;lt;lt;
índice de la obra
gt;gt;gt;



Julio Flórez

Castigo (Flórez)

-- de Julio Flórez --

Poem

Dos puñales agudos templados al fuego, yo quisiera clavarte en los ojos, azules y grandes rincones de cielo; sacar los puñales después, los terribles puñales de acero, ver en tus cuencas vacías y oscuras resbalar dos raudales sangrientos Y ver los abismos helados y negros, que a través del cristal de esos ojos (extintos a tiempo) volcaron desdenes y rayos de ira en estos los míos de lágrimas llenos! Ventanas oscuras en donde se asoma mi espíritu enfermo.

Quiero castigarlos con castigo eterno, solo por haberle negado a mi noche su luz, siendo limpios y ardientes luceros!

Quiero ver tu alma entonces en esos rincones azules, de pronto trocados en dos agujeros!

Pero más quisiera clavarte esos ojos puñales de fuego, por ver un eclipse, ¡qué trágico eclipse un eclipse de cielo!



Julio Herrera Reissig

la violeta

-- de Julio Herrera Reissig --

Y una violeta llenó
el alma de la tarde.

Morían llenos de clamor los sotos,
y érase en aquel rincón exiguo,
un misterioso malestar ambiguo
de dichas y de ayes muy remotos.

¡Oh, cartas!..., En el cenador contiguo
las dalias recordaron nuestros votos
cual si se condolieran de los rotos
castillos blancos de papel antiguo...

La tarde saturóse en la glorieta,
de tu pañuelo suave de violeta;
al par que sugiriendo tus agravios,

veló el cielo, como alma de reproche,
la violeta cordial que aquella noche
suspendí de la gracia de tus labios.



Evaristo Carriego

La viejecita

-- de Evaristo Carriego --

Sobre la acera, que el sol escalda,
doblado el cuerpo — la cruz obliga —
lomo imposible, que es una espalda
desprecio y sobra de la fatiga,
pasa la vieja, la inconsolable,
la que es, apenas, un desperdicio
del infortunio, la lamentable
carne cansada de sacrificio.
La viejecita, la que se siente
un sedimento de la materia,
deshecho inútil, salmo doliente
del Evangelio de la Miseria.
Luz de pesares, propios o ajenos,
sobre la pena de su faz mustia
dejan estigmas, de dolor llenos,
entristeciendo su misma angustia;
su misma angustia que ha compartido,
como el mendrugo que no la sacia,
con esa niña que ha recogido,



Fernando de Herrera

Largos, sutiles lazos esparcidos

-- de Fernando de Herrera --

Largos, sutiles lazos esparcidos
por el rosado cuello y blanca frente;
dorada diadema, ardor luciente,
llenos de mis despojos ofrecidos;

tiernos y bellos ojos encendidos,
rayos de amor, por quien mi pecho siente
la herida inmortal que llevo ausente
abrasada mi fuerza y mis sentidos;

dichoso yo, que merecí cadena
de vuestras ricas hebras, y la llama
que de voz procedió en estos mis ojos.

¡Oh, si pudiera acrecentar la pena
y avivar más el fuego que me inflama,
para daros debidos los despojos!



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 78

-- de Francisco de Quevedo --

¿no ves a behemoth, cuyas costillas
son láminas finísimas de acero,
cuya boca al jordán presume entero
con un sorbo enjugar fondo y orillas?
¿por dientes no le ves blandir cuchillas,
morder hambriento y quebrantar guerrero;
que tiene por garganta y tragadero
del infierno las puertas amarillas?
¿no ves arder la tierra que pasea,
y que, como a caduco, tiene en menos
el abismo que en torno le rodea?
sus fuerzas sobre todos son venenos:
él es el rey que contra dios pelea,
rey de los hijos de soberbia llenos.



Francisco Villaespesa

balada

-- de Francisco Villaespesa --

Llamaron quedo, muy quedo
a las puertas de la casa.
¿Será algún sueño? le dije
que viene a alegrar tu alma?
¡quizás! contestó riendo.
Su risa y su voz soñaban.
Volvieron a llamar quedo
a las puertas de la casa...
¿Será el amor? grité pálido,
llenos los ojos de lágrimas...
Acaso dijo mirándome...
Su voz de pasión temblaba...
Llamaron quedo, muy quedo
a las puertas de la casa...
¿Será la muerte? yo dije.
Ella no me dijo nada...
Y se quedó inmóvil, rígida,
sobre la blanca almohada,
las manos como la cera
y las mejillas muy pálidas.



José Asunción Silva

nocturno

-- de José Asunción Silva --

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los másaudaces, en locos devaneos
jamás se hanacercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulceslabios abiertos sólo al rezo
jamás se habráposado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras ensueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas debaile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus plieguesde tibio aroma llenos
y las rígidaspuntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quieneres todas las alegrías,
¡oh dulce niñapálida!, di, ¿te resistirías?...



José Asunción Silva

Las noches del hogar

-- de José Asunción Silva --

Regresar fatigado del trabajo
de la diaria faena
e ir a mirarse en lo hondo retratado
de sus pupilas negras
cerca del rico piano —mientras vaga
sobre las blancas teclas
su mano de marfil— soñar despierto
felicidad eterna.
A la luz de la lámpara brillante
ver las rubias cabezas
de los risueños niños— de infantiles
ilusiones llenos.
¡La mirada tender sobre la cuna
que cual flor entreabierta
entre sus hojas perfumadas guarda
una existencia nueva!
¡Oh cuadro del hogar! oh perspectiva
cariñosa y risueña,
cuando en el paso por el falso mundo
ancha herida sangrienta,
el desengaño abrió, cuando sentimos
caer mustias y secas
de la primera juventud las rosas,
qué mortal no desea
dejar en tu silencio venturoso
deslizar la existencia
y guardar lo divino y delicado
que el alma herida encierra
en tu seno feliz —¡como la concha
lejos de las tormentas
guarda en el fondo del movible océano
las nacaradas perlas!



José Asunción Silva

Nocturno 1 (Silva)

-- de José Asunción Silva --

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?...



José Cadalso

unos pasan, amigo

-- de José Cadalso --

Unos pasan, amigo,
estas noches de enero
junto al balcón de cloris,
con lluvia, nieve y hielo;
otros la pica al hombro,
sobre murallas puestos,
hambrientos y desnudos,
pero de gloria llenos;
otros al campo raso,
las distancias midiendo
que hay de venus a marte,
que hay de mercurio a venus;
otros en el recinto
del lúgubre aposento,
de newton o descartes
los libros revolviendo;
otros contando ansiosos
sus mal habidos pesos,
atando y desatando
los antiguos talegos.
Pero acá lo pasamos
junto al rincón del fuego,
asando unas castañas,
ardiendo un tronco entero,
hablando de las viñas,
contando alegres cuentos,
bebiendo grandes copas,
comiendo buenos quesos;
y a fe que de este modo
no nos importa un bledo
cuanto enloquece a muchos,
que serían muy cuerdos
si hicieran en la corte
lo que en la aldea hacemos.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



José Cadalso

anacreóntica II

-- de José Cadalso --

Unos pasan, amigo,
estas noches de enero
junto al balcón de cloris,
con lluvia, nieve y hielo;
otros la pica al hombro,
sobre murallas puestos,
hambrientos y desnudos,
pero de gloria llenos;
otros al campo raso,
las distancias midiendo
que hay de venus a marte,
que hay de mercurio a venus;
otros en el recinto
del lúgubre aposento,
de newton o descartes
los libros revolviendo;
otros contando ansiosos
sus mal habidos pesos,
atando y desatando
los antiguos talegos.
Pero acá lo pasamos
junto al rincón del fuego,
asando unas castañas,
ardiendo un tronco entero,
hablando de las viñas,
contando alegres cuentos,
bebiendo grandes copas,
comiendo buenos quesos;
y a fe que de este modo
no nos importa un bledo
cuanto enloquece a muchos,
que serían muy cuerdos
si hicieran en la corte
lo que en la aldea hacemos.



Carlos Pellicer

recinto II

-- de Carlos Pellicer --

xvii
las palabras emigran
y en la huida
los plurales abandonan las eses
y queda así un rumor de viento manso,
de despueses y adioses,
de la actitud actriz que en nuestras manos
nos convence de ausencias.
Las palabras emigran y abandonan
el buen surco del verso que ya estaba
sembrado y las estrofas
revestidas de oro y las imágenes
frescas aún en el espejo igual
de donde tan difícil es sacarlas.
En todas las ventanas
cuelga el ojo su fuego simultáneo
sobre cuatro horizontes silenciosos,
llenos aún de huellas de la huida
de las palabras que te prefirieron
porque tú eres la causa de su suerte,
tú, poema, mejor que poesía.



Clemente Althaus

Castigo (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

«¿No oyes? la aguda cántiga temprana
del ave conocida en la ventana,
oh amado, nos avisa
que torna la mañana
con importuna desusada prisa.
»¡Ay! ya de tu partir llegó la hora:
¡Cuán presurosa fue de la traidora
breve noche la fuga!
La diligente aurora
Hoy ¡qué temprano en nuestro mal madruga!
»Mas deja el lecho, y tus disfraces viste;
y, aunque me miras congojada y triste,
parte ya, dulce amigo,
secreto cual viniste:
nadie de tu salir sea testigo.
»Mas ni hablas, ni respiras» ¡ay! que nada,
nada responde el joven; espantada,
ella le toca y mueve,
e inmoble inanimada
masa siente, más fría que la nieve.
¡Ay! ¡qué gritos arroja de hondo espanto!
¡Qué alaridos! ¡qué voces! ¡y qué llanto!
La familia despierta
y acude a rumor tanto,
y es de todos su infamia descubierta.
Y la culpada que a sus padres mira
llenos de asombro y de vergüenza y de ira,
y al que amaba difunto,
solo a morir aspira,
que honra, dicha y amor perdió en un punto.



Ramón de Campoamor

Las buenas pecadoras

-- de Ramón de Campoamor --

Después de días de tormentas llenos

te vi en misa rezar con santa calma,

y dije para mí:-¡Del mal el menos:

da el cuerpo al diablo, pero a Dios el alma!



Ramón María del Valle Inclán

rosa del caminante

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Álamos fríos en un claro cielo azul,
con timideces de cristal
sobre el río la bruma como un velo,
y las dos torres de la catedral.

Los hombres secos y reconcentrados
las mujeres deshechas de parir,
rostros obscuros llenos de cuidados,
todas las bocas clásico el decir.

La fuente se seca, en torno el vocerío,
los odres a la puerta del mesón,
y las recuas que bajan hacia el río....

Y las niñas que acuden al sermón.
¡Mejillas sonrosadas por el frío,
de astorga, de zamora, de león!



Roberto Juarroz

hay pocas muertes enteras

-- de Roberto Juarroz --

Hay pocas muertes enteras.
Los cementerios están llenos de fraudes.
Las calles están llenas de fantasmas.
Hay pocas muertes enteras.
Pero el pájaro sabe en qué rama última se posa
y el árbol sabe dónde termina el pájaro.
Hay pocas muertes enteras.
La muerte es cada vez más insegura.
La muertes es una experiencia de la vida.
Y a veces se necesitan dos vidas
para poder completar una muerte.
Hay pocas muertes enteras.
Las campanas doblan siempre lo mismo.
Pero la realidad ya no ofrece garantías
y no basta vivir para morir.



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