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Se han encontrado 16 poemas con la palabra leyendo

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César Vallejo

el libro de la naturaleza

-- de César Vallejo --

Profesor de sollozo he dicho a un árbol
palo de azogue, tilo
rumoreante, a la orilla del mame, un buen alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
entre el agua evidente y el sol falso,
su tres de copas, su caballo de oros.
Rector de los capítulos del cielo,
de la mosca ardiente, de la calma manual que hay en los asnos;
rector de honda ignorancia, un mal alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
el hambre de razón que le enloquece
y la sed de demencia que le aloca. .
Técnico en gritos, árbol consciente, fuerte,
fluvial, doble, solar, doble, fanático,
conocedor de rosas cardinales, totalmente
metido, hasta hacer sangre, en aguijones, un alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
su rey precoz, telúrico, volcánico, de espadas.
¡Oh profesor, de haber tánto ignorado!
¡oh rector, de temblar tánto en el aire!
¡oh técnico, de tánto que te inclinas!
¡oh tilo! ¡oh palo rumoroso junto al marne!

Poema el libro de la naturaleza de César Vallejo con fondo de libro

Hernando de Acuña

En leyendo, señor, vuestro soneto

-- de Hernando de Acuña --

En leyendo, señor, vuestro soneto,
acabé de saber lo que creía
y afirmé la opinión en que os tenía
de honrado, virtuosos y de discreto;

mas he hallado en él sólo un defecto,
que no es por falta vuestra sino mía,
y es que a un alto decir se requería
igual con las palabras el sujeto;

mas tanto más ingenio en vos se muestra,
cuanto cosa más baja habéis alzado
con estilo delgado y elocuente;

y yo a la voluntad y virtud vuestra
quedo de corazón tan obligado
cuanto debo quedarlo justamente.

Poema En leyendo, señor, vuestro soneto de Hernando de Acuña con fondo de libro

Lope de Vega

Así en las olas de la mar feroces

-- de Lope de Vega --

Así en las olas de la mar feroces,
Betis, mil siglos tu cristal escondas,
y otra tanta ciudad sobre tus ondas
de mil navales edificios goces;

así tus cuevas no interrumpan voces,
ni quillas toquen, ni permitan sondas;
y en tus campos tan fértil correspondas,
que rompa el trigo las agudas hoces;

así en tu arena el indio margen rinda,
y al avariento corazón descubras
más barras que en ti mira el cielo estrellas;

que si pusiere en ti sus pies Lucinda,
no por besallos sus estampas cubras:
que estoy celoso, y voy leyendo en ellas.

Poema Así en las olas de la mar feroces de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

La nueva juventud gramaticanda

-- de Lope de Vega --

La nueva juventud gramaticanda
(llena de solecismos y quillotro,
que del Parnaso mal impuestos potros
dice que Apolo en sus borrenes anda)

por escribir como la patria manda
(elementos los unos de los otros),
de la suerte se burlan de nosotros
que suelen de un católico en Holanda.

Vos, que los escribís limpios y tersos
en vuestra docta y cándida poesía,
de toda peregrina voz diversos,

decid (si lo sabéis) ¿qué valentía
puede tener, leyendo ajenos versos,
copiar de noche y murmurar de día?



Lope de Vega

Llevóme Febo a su Parnaso un día

-- de Lope de Vega --

Llevóme Febo a su Parnaso un día,
y vi por el cristal de unos canceles
a Homero y a Virgilio con doseles,
leyendo filosófica poesía.

Vi luego la importuna infantería
de poetas fantásticos noveles,
pidiendo por principios más laureles
que anima Dafnes y que Apolo cría.

Pedíle yo también por estudiante,
y díjome un bedel: «Burguillos, quedo:
que no sois digno de laurel triunfante».

¿Por qué?», le dije; y respondió sin miedo:
Porque los lleva todos un tratante
para hacer escabeches en Laredo.»



Emilio Bobadilla

Leyendo las bajas

-- de Emilio Bobadilla --

Esquelético el campo, muda la aldea;
ni un pájaro en el bosque; de cuando en cuando,
alguna golondrina que zigzaguea,
la tierra con sus alas rauda rozando.

¡Qué silencio, qué calma! ¡Ni un camposanto!
En la guerra los hombres se despedazan
y la mujer derrama copioso llanto,
pensando en las torturas que la amenazan.

De una mezquina choza sale a la puerta
y se sienta en el quicio la labradora;
su cara más que viva parece muerta...

Está leyendo— el ojo, siniestro y fijo—
las bajas en un diario. De pronto llora...
¡Tal vez entre esas bajas está su hijo!



José Ángel Buesa

soneto con sed

-- de José Ángel Buesa --

Leyendo un libro, un día, de repente,
hallé un ejemplo de melancolía:
un hombre que callaba y sonreía,
muriéndose de sed junto a una fuente.
Puede ser que, mirando la corriente,
su sed fuera más triste todavía;
aunque acaso aquel hombre no bebía
por no enturbiar el agua transparente.
Y no sé más. No sé si fue un castigo,
y no recuerdo su final tampoco
aunque quizás lo aprenderé contigo;
yo, enamorado, soñador loco,
que me muero de sed y no lo digo,
que estoy junto a la fuente y no la toco.



José Ángel Buesa

poema del libro

-- de José Ángel Buesa --

Entre todos mis libros, es éste el que prefiero
éste que un día dejé a medio leer
lo cerré de repente, lo puse en el librero,
y ya lo cubre el polvo del ayer.
Recuerdo que era un libro de una belleza
era como si en cada frase floreciera un rosal
pero temí de pronto que me desencantara
si seguía leyendo hasta el final.
Y ahí está en el librero, donde lo puse un día
tal vez un poco triste por lo que no leí,
pues recordé, muchacha, que casi fuiste mía,
y al guardar aquel libro, pensé en ti...



Hernando de Acuña

Huir procuro del encarecimiento

-- de Hernando de Acuña --

Huir procuro del encarecimiento,
no quiero que en mis versos haya engaño,
sino que muestren mi dolor tamaño
cual le siente en efecto el sentimiento.

Que mostrándole tal cual yo le siento
será tan nuevo al mundo y tan extraño,
que la memoria sola de mi daño
a muchos pondrá aviso y escarmiento.

Así, leyendo o siéndoles contadas
mis pasiones, podrán luego apartarse
de seguir el error de mis pisadas.

Y a más seguro puerto enderezarse,
do puedan con sus naves despalmadas
en la tormenta de este mar salvarse.



Andrés Bello

dios me tenga en gloria

-- de Andrés Bello --

A la falsa noticia de la muerte de mac-gregor.

Lleno de susto un pobre cabecilla
leyendo estaba en oficial gaceta,
cómo ya no hay lugar que no someta
el poder invencible de castilla.

De insurgentes no queda ni semilla;
a todos destripó la bayoneta,
y el funesto catálogo completa
su propio nombre en letra bastardilla.

De cómo fue batido, preso y muerto,
y cómo me le hicieron picadillo,
dos y tres veces repasó la historia;

tanto, que, al fin, teniéndolo por cierto,
exclamó compungido el pobrecillo:
-¿conque es así? -pues dios me tenga en gloria.



Antonio Machado

Mis poetas

-- de Antonio Machado --

El primero es Gonzalo de Berceo llamado,
Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,
que yendo en romería acaeció en un prado,
y a quien los sabios pintan copiando un pergamino.
Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María,
y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria
y dijo: Mi dictado non es de juglaría;
escrito lo tenemos; es verdadera historia.
Su verso es dulce y grave: monótonas hileras
de chopos invernales en donde nada brilla;
renglones como surcos en pardas sementeras,
y lejos, las montañas azules de Castilla.
El nos cuenta el repaire del romero cansado;
leyendo en santorales y libros de oración,
copiando historias viejas, nos dice su dictado,
mientras le sale afuera la luz del corazón.



Mario Benedetti

vas y venís

-- de Mario Benedetti --

Epílogos míos
de todas modos, yo soy otro
juan gelman
a luz
de carrasco a aeroparque y viceversa
vas y venís con libros y bufandas
y encargos y propósitos y besos
tenés gusto a paisito en las mejillas
y una fe contagiosa en el augurio
vas y venís como un péndulo cuerdo
como un comisionista de esperanzas
o como una azafata voluntaria
tan habituada estás a los arribos
y a las partidas un poquito menos
quién iba a imaginar cuando empezábamos
la buena historia hace veintiocho años
que en un apartamento camarote
donde no llega el sol pero vos sí
íbamos a canjear noticia por noticia
sin impaciencia ya como quiensuma
y cuando te dormís y yo sigo leyendo
entre cuatro paredes algo ocurre
estás aquí dormida y sin embargo
me siento acompañado como nunca.



Evaristo Carriego

En el patio

-- de Evaristo Carriego --

Me gusta verte así, bajo la parra,
resguardada del sol del medio día,
risueñamente audaz, gentil, bizarra,
como una evocación de Andalucía.

Con olor a salud en tu belleza,
que envuelves en exóticos vestidos,
roja de clavelones la cabeza
y leyendo novelas de bandidos.

— ¡Un carmen andaluz, donde florecen,
en los viejos rincones solitarios,
los rosales que ocultan y ensombrecen
la jaula y el color de tus canarios! —

¡Cuántas veces no creo al acercarme,
todo como en un patio de Sevilla,
que tus más frescas flores vas a darme,
y a ofrecerme después miel con vainilla!



José de Diego

rayos de luna

-- de José de Diego --

Aquí, en el mar insomne, cual mi anhelo,
busco la paz, el sueño busco en vano...
Su fulgor lanza lívido y lejano
a luna muerta... ¡Oh soledad del cielo!

tiembla en la onda, que ilumina, el rielo,
el rielo palpitante, tan humano
que imita la escritura de una mano
el temblor de un adiós en un pañuelo...

No puede ser casualidad... No puede...
Yo estoy leyendo sobre el mar caribe
lo que en mi propio corazón sucede...

Y es que aquel nombre que jamás exhibe,
el dulce nombre, que a mentar no cede,
mi alma de luna sobre el agua escribe...



José Hernández

Cantares (Hernández)

-- de José Hernández --

Yo tengo entre mis libros
Un libro viejo
Que una vieja lo mira
Con espejuelos.
Y tengo un libro
Que lo ve una muchacha:
Con ojos lindos —

La viejita leyendo
Pasa el dia entero,
Y da vueltas las hojas
Con dedos secos;
Pero la otra
Tiene para las suyas
Dedos de rosa.

A las unas les gustan
Crónicas viejas
Y gustan á las niñas
Lindas novelas—
Mas no me asusto
De que tengan entre ellas
Distintos gustos.

Y para que no digan
Que es impolítico.
Después de estas verdades
Haré un cumplido
Las viejas, vivan!
Que son madres ó abuelas
De lindas niñas.



Clemente Althaus

Santa Teresa

-- de Clemente Althaus --

Con voladora pluma que no cesa,
y ardiente estilo que las almas doma,
la divina Teresa
los conceptos altísimos expresa
que le dicta la célica Paloma.
Y sobre los sublimes inflamados
renglones, suspendidos tras la silla,
dos ángeles callados
inclínanse curiosos a ambos lados,
leyendo con placer y maravilla.
Y, cual de aplauso y de contento en muestra,
se miran sonriendo entre sí a veces,
con la inclinada diestra
mostrando de la mística maestra
cada alto rasgo, los divinos jueces.



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