Buscar Poemas con Golpes


  ·En el buscador de poemas puedes encontrar entre más de doce mil poemas todos aquellos que contienen las palabras de búsqueda. Los poemas forman parte de la antología poética de los 344 poetas más importantes en lengua Española de todos los tiempo. Puedes elegir entre dos tipos de búsqueda:
  ·Buscar entre todos los poemas los que contienen las palabras de la búsqueda.
  ·Buscar sólo los poemas cortos -aquellos que tienen 8 versos o menos- que coinciden con el criterio de búsqueda.

Se han encontrado 25 poemas con la palabra golpes

Si lo prefieres puedes ver sólo los poemas cortos, aquellos que tienen ocho versos o menos aquí

César Vallejo

Los heraldos negros

-- de César Vallejo --

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!.

Son pocos; pero son Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... ¡Pobre... Pobre!. Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Poema siguiente: Deshojacion sagrada

Poema Los heraldos negros de César Vallejo con fondo de libro

Antonio Machado

Amada, el aura dice...

-- de Antonio Machado --

Amada, el aura dice
tu pura veste blanca...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
El viento me ha traído
tu nombre en la mañana;
el eco de tus pasos
repite la montaña...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
En las sombrías torres
repican las campanas...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
Los golpes del martillo
dicen la negra caja;
y el sitio de la fosa,
los golpes de la azada...
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!

Poema Amada, el aura dice... de Antonio Machado con fondo de libro

Lope de Vega

Que otras veces amé negar no puedo

-- de Lope de Vega --

Que otras veces amé negar no puedo,
pero entonces Amor tomó conmigo
la espada negra, como diestro amigo,
señalando los golpes en el miedo.
Mas esta vez que batallando quedo,
blanca la espada y cierto el enemigo,
no os espantéis que llore su castigo,
pues al pasado amor amando excedo.
Cuando con armas falsas esgremía,
de las heridas truje en el vestido
(sin tocarme en el pecho) las señales;
mas en el alma ya, Lucinda mía,
donde mortales en dolor han sido,
y en el remedio heridas inmortales.

Poema Que otras veces amé negar no puedo de Lope de Vega con fondo de libro

Luis Cañizal de la Fuente

landre coma [a] landrú

-- de Luis Cañizal de la Fuente --

Landre coma landrú
quién esconde palabras, quién escatima honra,
quién calla como losa la condición del leño;
y por culpa de todos hay mendigos de almendra,
hay bocados de adán que
piden misericordia de un ladrido
a las luces en forma de bombilla en bodega.
Mas por detrás del mundo hay otras veces
en que ingresan miradas inocentes como manos de pez,
desplazan en dos golpes de aleta dos nadas laterales,
lo ignoran todo generosamente
con el gesto fraterno del jabón,
y así se desgañitan en continuum.
Por el camino manso de naturalidad
protenden su natura de ladrillo;
si el reloj de ataúd da manchas de fatiga,
ostentan más y más que son de arcilla
y de curiosidad truncada a medio asombro.
Por fin, contentos, se
vuelven atrás de su propósito,
hacen el águila imperial a levante y poniente,
suben el abrigado cuello de la indiferencia
y profieren joviales sin desplegar los labios:
landre, coma, landrú.
Yo soy todo inocente. Mira si lo eres tú.



Jorge Guillén

tarde mayor

-- de Jorge Guillén --

Libre nací y en libertad me fundo.
Cervantes
tostada cima de una madurez,
esplendiendo la tarde con su espíritu
visible nos envuelve en mocedad.
Así te yergues tú, para mis ojos
forma en sosiego de ese resplandor,
trasluz seguro de la luz versátil.
Si aquellas nubes tiemblan a merced,
un día, de un estrépito enemigo,
mescolanza de súbito voraz,
oscurecidos y desordenados
penaremos también. Y no habrá alud
que nos alcance en la ternura nuestra.
Esos árboles próceres se ahíncan
dedicando sus troncos al cénit,
a un cielo sin crepúsculos de crimen.
Si tal fronda perece fulminada,
rumoroso otra vez igual verdor
se alzará en el olvido del tirano.
Y pasará el camión de los feroces.
Castaños sin historia arrojarán
su florecilla al suelo blanquecino.
Un ámbito de tarde en perfección
tan desarmada humildemente opone,
por fin venciendo, su fragilidad
a ese desbarajuste sólo humano
que a golpes lucha contra el mismo azul
impasible, feroz también, profundo.
Fugaz la historia, vano el destructor.
Resplandece la tarde. Yo contigo.
Eterna al sol la brisa juvenil.



Jorge Riechmann

15

-- de Jorge Riechmann --

He perdido la partida.
Me confié, subestimé las fuerzas
de mi adversario. ¿Cómo no hacerlo?
grande era cual fronda de destrucción, profundas
sus raíces invisibles; pero tamaño goce en la muerte
desafiaba la imaginación.
Los primeros intercambios de golpes
fueron casi un juego, un modo apenas hostil del conocimiento.
¿Queríamos estrangularnos o abrazarnos?
la situación parecía abierta y los momentos decisivos
aún por venir. No me daba cuenta
de que habían pasado ya y cada minuto perdido
redundaba en beneficio suyo
sumaba hierro y cieno a mi derrota.
Mi implacable adversario
economista del tiempo
feroz equilibrista de lo irreversible.
Estoy perdido.
La falta de imaginación me condenó.
Ya todo el tiempo restante se lo descuento a la muerte.



Delmira Agustini

La estatua (Agustini)

-- de Delmira Agustini --

Miradla, así, sobre el follaje oscuro
recortar la silueta soberana...
¡No parece el retoño prematuro
de una gran raza que será mañana?

¡Así una raza inconmovible, sana,
tallada a golpes sobre mármol duro,
de las vastas campañas del futuro
desalojará a la familia humana.

¡Miradla así -¡de hinojos!- en augusta
calma imponer la desnudez que asusta!...
¡Dios!... ¡Moved ese cuerpo, dadle un alma!

ved la grandeza que en su forma duerme...
¡Vedlo allá arriba, miserable, inerme.
Más pobre que un gusano, siempre en calma!



Julián del Casal

a los estudiantes

-- de Julián del Casal --

Víctimas de cruenta alevosía,
doblasteis en la tierra vuestras frentes,
como en los campos llenos de simientes
palmas que troncha tempestad bravía.
Aún vagan en la atmósfera sombría
vuestros últimos gritos inocentes,
mezclados a los golpes estridentes
del látigo que suena todavía.
¡Dormid en paz los sueños postrimeros
en el seno profundo de la nada,
que nadie ha de venir a perturbaros;
los que ayer no supieron defenderos
sólo pueden, con alma resignada,
soportar la vergüenza de lloraros!



Pedro Salinas

afán

-- de Pedro Salinas --

No, no me basta, no.
Ni ese azul en delirio
celeste sobre mí,
cúspide de lo azul.
Ni esa reiteración
cantante de la ola,
espumas afirmando,
síes, síes sin fin.
Ni tantos irisados
primeros de las nubes
ópalo, blanco y rosa,
tan cansadas de cielo
que duermen en las conchas.
No, no me bastan, no.
Colmo, tensión extrema,
suma de la belleza
el mundo, ya no más.
Y yo más.
Más azul que el azul
alto. Más afirmar
amor, querer, que el sí
y el sí y el sí.
La tarde, ya en el límite
de dar, de ser,
agota sus reservas:
gozos, colores, triunfos;
me descubre los fondos
de mares y de glorias,
se estira, vibra, tiembla,
no puede más.
Lo sé, se va a romper
si yo le grito esto
que ya le estoy gritando
irremisiblemente
a golpes:
«tú, ya no más; yo, más.»



Pedro Soto de Rojas

Ausencia triste

-- de Pedro Soto de Rojas --

¿De qué te quejas, corazón? Resiste
los golpes duros de la ausencia fuerte,
pues dejaste la vida por la muerte,
cuyo triunfo en tu dolor consiste.

Mas, ay, que tanto la memoria asiste
-guerrero vigilante- en ofenderte,
que es fuerza que mi amor para valerte
en llanto te desate, en llanto triste.

Muda ya en mares, pues, los ojos míos
y este mi pecho en fuego: fuertes luchen
el agua y fuego con mi pecho roto;

viva muriendo en abrasados fríos,
donde los ecos de su voz escuchen
ausente Fénix y presente Cloto.



Juan Bautista Arriaza

La crueldad de la muerte

-- de Juan Bautista Arriaza --

Envuelta en sombras, alta la guadaña,
trazando golpes de dolor profundo,
iba la muerte recorriendo el mundo
desde el alcázar regio a la cabaña.

Cuando en aquel que Manzanares baña
fijando el ceño torvo y furibundo,
miró a la Esposa Real, de su fecundo
seno mil glorias prometiendo a España.

¡Dos víctimas! Gritó el espectro fiero:
¡Llanto de Reyes! ¡Pueblos afligidos!
¡Oh qué deleite! Y descargó el acero;

y dejando en un féretro tendidos
ambos despojos, se encumbró altanero,
triunfando entre lamentos y gemidos.



Salvador Díaz Mirón

A mis versos

-- de Salvador Díaz Mirón --

Insensibles a fiestas y grimas
y con alas de luz de centellas,
pero esquivos a cautas doncellas,
difundíos por gentes y climas.

No sois gemas inmunes a limas
y con lampos de fijas estrellas,
sino chispas de golpes y mellas
y ardéis lascas de piedras de simas.

Pero hay siempre valer en las rimas.
Por que duran refranes? Por ellas,
y no suelen llevarlas opimas.

Id, las mías, deformes o bellas:
inspirad repugnancias o estimas,
pero no sin dejar hondas huellas.



Tatata

-- de Vicenta Castro Cambón --

TATATA es feo nombre que al oído
recuerda el golpe seco de un martillo,
pero al oído de mi alma suena
como trino de alegre pajarillo.

Si cien nombres me dieran, entre todos
pareciérame siempre el més bonito
el nombre extraño y feo de Tatata:
se lo debo a la jerga de un rubito.

Tatata, nombre extraño, nombre ingrato,
que recuerdas tres golpes de martillo:
de labios infantiles te oiré siempre
como a alegre trinar de pajarillo.



Antonio Machado

Daba el reloj las doce... y eran doce

-- de Antonio Machado --

Daba el reloj las doce... Y eran doce
golpes de azada en tierra...
— ¡Mi hora! ...—Grité. El silencio
me respondió: —No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.



Numa Pompilio Llona

Los arqueros negros

-- de Numa Pompilio Llona --

Tras el hombro el carcaj: un pie adelante;
con el brazo fortísimo membrudo
tendiendo el arco; y, con mirar sañudo,
inclinado el etiópico semblante,

así, en hilera, el batallón gigante
de dolores me acecha torvo y mudo;
y sus saetas clava en mi desnudo
ensangrentado pecho palpitante!...

¡Mas no de tus flecheros me acobardo
ante el airado ejército sombrío;
sus golpes todos desdeñoso aguardo!...

¡Manda a tu hueste herirme, oh Hado impío,
hasta que lancen su postrero dardo!
Hasta que se halle su carcaj vacío.



Julio Zaldumbide Gangotena

Al dolor (Zaldumbide)

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He, aquí desnudo
mi inerme pecho: el protector escudo
que en otro tiempo rechazó tus dardos,
roto en pedazos estalló a tus golpes,
y contra ti ya nada me defiende.
¡A ti me entrego en mi fatal despecho!
Hiere, pues, rompe, hiende,
destroza sin piedad mi inerme pecho.
Pero sabe, oh Dolor, que, aunque rendido,
a ti me doy perdida la esperanza;
no me verás doblar la erguida frente
y el rudo bote de tu ardiente lanza
del corazón herido
no arrancará ni queja ni gemido
ni de su llanto hará correr la fuente.
Y acaso el solo ruego
que escuchen de mis labios tus oídos,
será que de tu brazo formidable
en mí descargues tan tremendo y fuerte
que con sólo ese golpe me des muerte,
dando fin a esta vida miserable.



Evaristo Ribera Chevremont

baila manuel

-- de Evaristo Ribera Chevremont --

Un farol y dos velas. Baila manuel. La bomba.
Se voltea en el fondo su tostada figura;
y, a los golpes del cuero primitivo, se comba.
Ardor de animal joven descubre su cintura.

Resalta su finura de estilo en el conjunto
de ágiles bailadores. Vigor el de su traza.
Su piel oscura y lisa tiene brillos de unto.
Cuanto hay en él, denuncia su calidad de raza.

Surge canto de niñas tras el brusco sonido
de la bomba. Hervorean de etíopes los senderos.
El cielo, de azul puro, fieramente mordido
de soles. En los campos, cocales, limoneros.

El aire está cargado dcl aroma caliente
de la tierra y los hombres. Baila manuel. Sus manos,
sus pies dicen todo lo que es él. Raudamente,
cruzan en la noche sombras de cuadrumanos.



Federico García Lorca

Nacimiento de Cristo

-- de Federico García Lorca --

Un pastor pide teta por la nieve que ondula
blancos perros tendidos entre linternas sordas.
El Cristito de barro se ha partido los dedos
en los tilos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes
coronadas por vivos hormigueros del alba.
La luna tiene un sueño de grandes abanicos
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente,
San José ve en el heno tres espinas de bronce.
Los pañales exhalan un rumor de desierto
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma
van detrás de Lutero por las altas esquinas.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 80

-- de Francisco de Quevedo --

Señor, si es el reinar se escupido,
y en tu cara lo muestran los escribas,
¿qué rey se librará de las salivas,
si las padece el hombre y dios ungido?
tan coronado estás como herido,
pues que tu frente suda venas vivas;
golpes y afrentas quieren que recibas,
y que des gloria al pueblo endurecido.
Llámante rey, y véndante los ojos,
hieren tu faz, y dicen que adivines,
y en tu sangre descansan sus enojos.
Si tal hacen con dios vasallos ruines,
¿en cuál corona faltarán abrojos?
¿qué cetro habrá seguro de estos fines?



Francisco Villaespesa

lucha

-- de Francisco Villaespesa --

A emilio fernández vaamonde
de la vida me lanzo en el combate
sin que me selle filiación alguna,
y atrás no he de volver, hasta que ate
a mi triunfante carro la fortuna!
contra mis enemigos, terco y rudo,
esgrimiré en la lid, que no me apoca,
por lanza mi razón y como escudo
mi carácter más firme que una roca!
ni el desengaño pertinaz me arredra,
ni ante los golpes del dolor me humillo:
¡la estatua surge de la tosca piedra
a fuerza de cincel y de martillo!
¡combatir es vivir!... La luz sublime
entre las sombras de la noche crece:
¡espada que en la lucha no se esgrime,
colgada en la panoplia se enmohece!
mi razón en peligros no repara.
O subir a la cúspide consigo,
o muero, sin volver atrás la cara,
despreciando, al caer, a mi enemigo!
ni la derrota en mi valor rehuyo...
Mas, antes de rendirme fatigado,
me encerraré en la torre de mi orgullo,
y en sus escombros moriré aplastado!...



José Cadalso

oda sáfico adónica. a la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra

-- de José Cadalso --

A la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra
ya deja ortelio la paterna casa,
ya le recibes, navecilla humilde,
ya queda lejos la jamás domada
cántabra gente.
Nave que llevas tan amable vida,
céfiro grato llévete sereno,
hasta que pongas a la amiga costa
áncora firme.
Alce neptuno el húmido tridente,
abra las ondas para darte paso,
salgan en coros ninfas y tritones
para guiarte.
Ni toques costa, ni movible arena,
ni sople hinchado contra tu velamen,
gúmena y jarcia, desde el alto polo
hórrido norte.
Las naves altas de cañón tremendo,
con la bandera del amado carlos,
no te abandonen al atroz pirata
que áfrica cría.
Ni temas golpes de la suerte aleve.
Yo pido al cielo para ti bonanza,
y al que le ruega por su dulce amigo,
júpiter oye.



José Lezama Lima

son diurno

-- de José Lezama Lima --

Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura,
como el órgano que se rodea de un fuego
húmedo y redondo hasta el amanecer
y hasta un ancho volumen de fuego respetado.
Ahora que tu voz no es la importuna caricia
que presume o desordena la fijeza de un estío
reclinado en la hoja breve y difícil
o en un sueño que la memoria feliz
combaba exactamente en sus recuerdos,
en sus últimas playas desoídas.

¿Dónde está lo que tu mano prevenía
y tu respiración aconsejaba?
huida en sus desdenes calcinados
son ya otra concha,
otra palabra de difícil sombra.
Una oscuridad suave pervierte
aquella luna prolongada en sesgo
de la gaviota y de la línea errante.

Ya en tus oídos y en sus golpes duros
golpea de nuevo una larga playa
que va a sus recuerdos y a la feliz
cita de apolo y la memoria mustia.
Una memoria que enconaba el fuego
y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas
el discurso del fuego acariciado.



Blanca Andreu

vendrá sin las estrellas lácteas

-- de Blanca Andreu --

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
C. Pavese
vendrá sin las estrellas lácteas
y sin tiranosaurios de luz,
maroma umbilical para niños marítimos
que se ahorcaron con algas y cabellos oceánicos
huyendo en hipocampos de sueño de aquel parto, en la columna vertical mayor,
entre jarcias y vértebras.
Pues somos una saga.
Oleaje escarlata en delito, y cimas de cianuro,
y golpes de cerezo.
Pues somos, en mi cuerpo, una saga con luna abdicante,
que recuerda colegios, mapas del mundo en otoño,
complicadísimas hidrólisis,
pero nunca marfil y mediodía.
Colegio: niña que bebía los pomelos
directamente en labios de la noche,
que juraba acostarse con el miedo en la cama de nadie,
que juraba que el miedo
la había violado hasta doscientos hijos.
Amor, la niña rusa
que comulgaba reno asado
y bebía liquen.
Amor, la niña rusa que leía tom wolfe.



Cristóbal de Castillejo

a una guarnición de terciopelo

-- de Cristóbal de Castillejo --

En cuero me la envió
con mil golpes por la cara;
si el pelo no le faltara,
el tercio bien acudió;

pues viene sobrerraída,
señal es que fué borrón,
porque para guarnición
viene muy desguarnecida.



Ricardo Güiraldes

Mi caballo

-- de Ricardo Güiraldes --

Es un flete criollo, violento y amontonado.

Vive para el llano.

Sus vasos son ebrios de verde y la tarde, en crepúsculo orificado, se enamoró de sus ojos.

Comió pampa, en gramilla y trébol, y su hocico resopla vastos golpes, en sed de horizonte.

La línea, la eterna línea, allá, en que se acuesta el cielo.

Contra el amanecer, cuando la noche olvida sus estrellas, golpeose el pecho de oro, y en la tarde, enancó chapas de luz.

Iluso, la tierra rodó al empuje de sus cascos; fue ritmador del mundo.

¿Realidad? ¡Qué importa si vivió de inalcanzable!...

«La Porteña», 1914.



© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba