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Se han encontrado 28 poemas con la palabra enemiga

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Diego Hurtado de Mendoza

Planta enemiga al mundo, y aun al cielo

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Planta enemiga al mundo, y aun al cielo,
Que nos encubres tanta hermosura,
Véate yo perdida la verdura
Y esparcidas las hojas por el suelo.

Si la escondes movida con buen celo,
Porque no pueda verse tal figura
Sin muerte y conocida sepultura,
Aunque en miralla no falta consuelo.

El ser della vencido es la vitoria,
Y la muerte peor es el no vella;
Mas ya que porque no mueran los vivos

Acuerdas de engañarnos y escondella,
A los que somos muertos y cautivos
¿Por qué quieres quitarnos esta gloria?

Poema Planta enemiga al mundo, y aun al cielo de Diego Hurtado de Mendoza con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

soneto. el rey d. sebastián

-- de Leandro Fernández de Moratín --

el rey d. Sebastián
cede al temor el luso fugitivo,
y el rey cercado de enemiga gente,
desnuda ya la coronada frente,
resiste y lidia con esfuerzo altivo.
Los que le quieren prisionero y vivo
(aunque solo morir matando intente)
discordes en su cólera insolente,
sangre derraman por el gran cautivo.
Amor, que visto el mal partió derecho
con treinta lanzas de gomeles bravos,
para estorbar el bélicoso trance:
«qué importa», dijo (y le atraviesa el pecho)
«un hombre más al número de esclavos?
muera... Toca añadir: siga el alcance».

Poema soneto. el rey d. sebastián de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

Lope de Vega

Cuando pensé que mi tormento esquivo

-- de Lope de Vega --

Cuando pensé que mi tormento esquivo
hiciera fin, comienza mi tormento,
y allí donde pensé tener contento,
allí sin él, desesperado vivo.

Donde enviaba por el verde olivo,
me trujo sangre el triste pensamiento;
los bienes que pensé gozar de asiento
huyeron más que el aire fugitivo.

Cuitado yo, que la enemiga mía,
ya de tibieza en hielo se deshace,
ya de mi fuego se consume y arde.

Yo he de morir, y ya se acerca el día:
que el mal en mi salud su curso hace,
y, cuando llega el bien, es poco y tarde.

Poema Cuando pensé que mi tormento esquivo de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

Estas postreras lágrimas te ofrezco

-- de Lope de Vega --

Estas postreras lágrimas te ofrezco,
ídolo de metal, imagen dura,
por diezmo de mis penas y locura,
si recibirlas tu piedad merezco.

Con este don tus aras enriquezco
de la cosecha de mi desventura,
que en sacrificio de mi sangre pura,
como en el falso dios, indio parezco.

Responde como Oráculo, enemiga,
pues eres piedra, y diosa, y adorada,
¿dime si es bien que esta jornada siga?

Mas, ¿que responderás estando airada,
si fuiste cuando más, mi dulce amiga,
alma de fuego en una piedra helada?



Góngora

¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro...?

-- de Góngora --

¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro
blanco mármol, cuál ébano luciente,
cuál ámbar rubio o cuál oro excelente,
cuál fina plata o cuál cristal tan claro,

cuál tan menudo aljófar, cuál tan caro
orïental safir, cuál rubí ardiente,
o cuál, en la dichosa edad presente,
mano tan docta de escultor tan raro

vulto dellos formara, aunque hiciera
ultraje milagroso a la hermosura
su labor bella, su gentil fatiga,

que no fuera figura, al sol, de cera,
delante de tus ojos, su figura,
oh bella Clori, oh dulce mi enemiga?



Manuel del Palacio

Tristeza

-- de Manuel del Palacio --

Dentro de mí te escondes enemiga
Y mi aliento envenenas con tu aliento;
Tú conviertes en pena mi contento
Y mi reposo cambias en fatiga.

Cual madre que rencor tan sólo abriga
Nutres mi corazón de sentimiento;
Pero mi voluntad vence tu intento
Y tu constancia mi dolor mitiga.

Cruel eres conmigo y yo te amo;
Soy de tí tan celoso, que quisiera
Del mundo á las miradas esconderte;

Cuando de mí te ausentas yo te llamo,
Sin tí mi vida el ocio consumiera,
Por tí pienso en la gloria y en la muerte.



Manuel del Palacio

Tristeza (Melodías íntimas)

-- de Manuel del Palacio --

Dentro de mí te escondes enemiga
Y mi aliento envenenas con tu aliento;
Tú conviertes en pena mi contento
Y mi reposo cambias en faliga.

Cual madre que rencor tan sólo abriga
Nutres mi corazón de sentimiento;
Pero mi voluntad vence tu intento
Y tu constancia mi dolor mitiga.

Cruel eres conmigo y yo te amo;
Soy de tí tan celoso, que quisiera
Del mundo á las miradas esconderte;

Cuando de mí te ausentas yo te llamo,
Sin tí mi vida el ocio consumiera,
Por tí pienso en la gloria y en la muerte.



Jaime Torres Bodet

túnel

-- de Jaime Torres Bodet --

Una antorcha enemiga
alumbra mientras duermes el profundo
túnel que de mi amor a tu alma lleva.
Con invisibles puños
¿qué taciturno guardia la sustenta?
quiero avanzar... Y me detiene un muro
de colérico sol. Pretendo entonces
retroceder y siento que una puerta
se cierra tras de mí siempre que dudo...
En plena luz me quedo
trémulo, terco, ciego imaginando
no más el golpe brusco
con que, al cortar tu sueño,
me arrojará a la aurora, sin antorchas,
otro invisible centinela mudo.



Josefina Pla

invención de la muerte

-- de Josefina Pla --

Esa sombra
la veréis alargarse cada vez como un agua vertida
sin remedio
como un manto cayendo despacio de sus hombros
como si fuese él mismo arrepentido que quisiera
volver sobre sus pasos
-reptil de limpia muerte sin cadáver-

la veréis ahilar su arroyo
sobre un suelo
por siempre horizontal a la aventura

y será también la única10
que dormirá con él reconciliada
con la sombra total
de que se desgajó
enemiga de todos los espejos un día.



Pablo Neruda

la pródiga

-- de Pablo Neruda --

Yo te escogí entre todas las mujeres
para que repitieras
sobre la tierra
mi corazón que baila con espigas
o lucha sin cuartel cuando hace falta.
Yo te pregunto, dónde está mi hijo?
no me esperaba en ti, reconociéndome,
y diciéndome: «llámame para salir sobre la tierra
a continuar tus luchas y tus cantos»?
devuélveme a mi hijo!
lo has olvidado en las puertas
del placer, oh pródiga
enemiga,
has olvidado que viniste a esta cita,
la más profunda, aquella
en que los dos, unidos, seguiremos hablando
por tu boca, amor mío,
ay todo aquello
que no alcanzamos a decirnos?
cuando yo te levanto en una ola
de fuego y sangre, y se duplica
la vida entre nosotros,
acuérdate
que alguien nos llama
como nadie jamás nos ha llamado,
y que no respondemos
y nos quedamos solos y cobardes
ante la vida que negamos.
Pródiga,
abre las puertas,
y que en tu corazón
el nudo ciego
se desenlace y vuele
con tu sangre y la mía
por el mundo!



Juan de Arguijo

Horacio Cocles

-- de Juan de Arguijo --

Con prodigioso ejemplo de osadía
Un hombre miro en la romana puente
Resistir solo de la etrusca gente
El grueso campo que pasar porfia.

Ni la enemiga fuerza le desvia,
Ni de su vida el cierto fin presente;
Que su valor dejar no lo consiente
La difícil empresa en que insistía.

Oigo del roto puente el son fragoso
Cuando al Tibre el varon se precipita
Armado, y sale de él con nueva gloria;

Y al mismo punto escucho del gozoso
Pueblo las voces, que aclamando grita:
«¡Viva Horacio; de Horacio es la vitoria!»



Juan de Arguijo

Narciso

-- de Juan de Arguijo --

Crece el insano amor, crece el engaño
Del que en las aguas vió su imágen bella;
Y él, sola causa en su mortal querella,
Busca el remedio y acrecienta el daño.

Vuelve á ver en la fuente ¡caso extraño!
Que della sale el fuego; mas en ella
Templario piensa, y la enemiga estrella
Sus ojos cierra al fácil desengaño.

Fallecieron las fuerzas y el sentido
Al ciego amante amado; que á su suerte
La belleza fatal cayó rendida;

Y ahora, en flor purpúrea convertido,
La agua, que fué principio de su muerte,
Hace que crezca, y prueba á darle vida.



Juan de Arguijo

Sísifo

-- de Juan de Arguijo --

Sube gimiendo con mortal fatiga
El grave peso que en sus hombros lleva
Sisifo al alto monte, y cuando prueba
Pisar la cumbre, á mayor mal se obliga.

Cae el fiero peñasco, y la enemiga
Suerte cruel su nuevo afan renueva;
Vuelve otra vez á la difícil prueba,
Sin que de su trabajo el fin consiga.

No iguala aquella á la desdicha mía,
Pues algun tiempo alivia en su tormento
Los hombres, áa tal carga desiguales.

Sufro peso mayor con tal porfía;
Que un punto no perdona al pensamiento
La importuna memoria de mis males.



Gutierre de Cetina

mientra el fiero león, fogoso, ardiente,

-- de Gutierre de Cetina --

Con furioso calor nos mueve guerra,
mientra la madre de aristeo atierra
los árboles, las plantas, la simiente,
entre altos montes de soberbia gente,
que al helvecio feroz el paso cierra,
me hallo en otra clima, en otra tierra
de la mi cara patria diferente.
Allá febo no tiene hora reparo;
acá muestra mudar orden el cielo,
y con helada nieve nos castiga.
Entre estas diferencias se ve claro
cuál es mi mal, pues ardo en medio el hielo
y en el fuego se hiela mi enemiga.



Gutierre de Cetina

dulce enemiga mía, hermosa fiera

-- de Gutierre de Cetina --

Si las obras de amor mirar queremos,
iguales con el sol las hallaremos
una regla guardar y una manera.
Cerca la tierra el sol dentro y de fuera,
y la cera derrite como vemos.
¿De dónde vienen, pues, tales extremos?
¿los rayos no son todos de una esfera?
amor os hiela a vos y a mí me enciende,
en mí acrecienta ardor y en vos desvío,
yo soy un fuego ya, vos toda un hielo.
¿Pues cómo puede ser? ¿hay quién loentiende?
si procede de amor el ardor mío,
¿el hielo vuestro es permisión del cielo?



Gutierre de Cetina

crüel y venturosa gelosía

-- de Gutierre de Cetina --

Si de humano sentido alcanzas parte,
¿por qué enemiga así quieres mostrarte
al mundo, a mí y a la señora mía?
cuanta el mundo beldad mirar podría,
celas con importuna e invidiosa arte;
a mí causas dolor con tu cerrarte
y a mi señora ofende tu porfía.
Ella quiere ser vista porque vea
la tierra el mayor bien que puede verse,
y el cielo la beldad que allá desea.
¡Aquel fuego que en mí pudo encenderse
te abrase! pero no, porque no sea
tu encenderte ocasión de su esconderse.



Gutierre de Cetina

llorando vivo y si en el fiero pecho

-- de Gutierre de Cetina --

De la enemiga mía pudiese el llanto
cuanto pudo en su tiempo el dulce canto,
seríame el llorar honra y provecho.
Mas quien me tiene ya casi deshecho,
de mi bien o mi mal no cura tanto,
y así conviene a mi pesar que cuanto
fue el bien, sea ahora el mal de que sospecho.
Y porque en mi llorar más dolor halle,
quiso ordenar amor, que era enemigo,
que lo que más querría decir, más calle.
Ved cuál estoy, qué extremo es el que sigo:
que llorando mi mal, para contalle,
la causa callo y los efectos digo.



Medardo Ángel Silva

El ingrato (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Tú, que en la universal carnestolenda
ostentas, bajo el rostro sonreído,
mal pensamiento y corazón podrido:
ven, descansa a la sombra de mi tienda;

alégrate, sonríe, ten mi ofrenda
de frescas pomas; sacia en mi florido
huerto la sed del labio consumido
por el cansancio de la dura senda.

Bien sé que reposada tu fatiga
en silencio te irás, y tu enemiga
mano mi copa colmará de hieles.

Mas, a despecho de iras envidiosas,
siempre tendrán mi pensamiento, rosas;
mis labios, rimas, y mis rimas, mieles.



Miguel Unamuno

Dama de ensueño

-- de Miguel Unamuno --

Dama de ensueño es más terrible dama
que la de carne; el pobre anacoreta
rendido, al alba, encuéntrase en la cama
solo, sin el amor y el alma inquieta.

Cuando enemiga soledad le aprieta
triste consúmese en la fría llama
de infecundo deseo, amor no enceta
y está gastado por que sueña que ama



Juan Meléndez Valdés

a dorila oda vi

-- de Juan Meléndez Valdés --

¡cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!
la vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
que, escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.
El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.
Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?
para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las gracias los destinan.
Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?
ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do lene el viento aspira;
y entre brindis süaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.



Juan Meléndez Valdés

A Dorila: Oda VI

-- de Juan Meléndez Valdés --

¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!

La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,

que, escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.

Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?

Para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.

Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do lene el viento aspira;

y entre brindis süaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.



Federico García Lorca

Gacela del amor imprevisto

-- de Federico García Lorca --

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.



Fernando de Herrera

La púrpura en la nieve desteñida

-- de Fernando de Herrera --

La púrpura en la nieve desteñida,
el dulce ardor con tibia luz perdía,
y en los cercos y oro parecía
Venus desfallecer con voz vencida.

La enemiga cruel de humana vida
su niebla alegremente esclarecía,
y mi alma el fin último traía
en vuestros graves ojos escondida.

Mas aspirando amor suave y tierno
en el hielo y las rosas, la victoria
porfió y consiguió en dichosa suerte.

Centelló en vuestra faz su fuego eterno,
y a la belleza ufano dio la gloria
que en vida volvió leda la impía muerte.



Sigo, silencio, tu estrellado manto

-- de Francisco de la Torre --

Sigo, silencio, tu estrellado manto
de transparentes lumbres guarnecido,
enemiga del sol esclarecido,
ave nocturna de agorero canto.

El falso mago amor con el encanto
de palabras quebradas por olvido
convirtió mi razón y mi sentido;
mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.

Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
la ocasión principal de mi tormento,
por quien fui venturoso y desdichado,

oye tú solo mi dolor, que al triste
a quien persigue cielo vïolento,
no le está bien que sepa su cuidado.



José Lezama Lima

ah, que tú escapes

-- de José Lezama Lima --

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.

Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.



José Martí

isla famosa

-- de José Martí --

Isla famosa
aquí estoy, solo estoy, despedazado.
Ruge el cielo: las nubes se aglomeran,
y aprietan, y ennegrecen, y desgajan:
los vapores del mar la roca ciñen:
sacra angustia y horror mis ojos comen:
a qué, naturaleza embravecida,
a qué la estéril soledad en torno
¿de quién de ansia de amor rebosa y muere?
¿dónde, cristo sin cruz, los ojos pones?
¿dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara
digna por fin de recibir mi frente?
¿en pro de quién derramaré mi vida?
rasgóse el velo; por un tajo ameno
de claro azul, como en sus lienzos abre
entre mazos de sombra díaz famoso,
el hombre triste de la roca mira
en lindo campo tropical, galanes
blancos, y venus negras, de unas flores
fétidas y fangosas coronados:
¡danzando van: a cada giro nuevo
bajo los muelles pies la tierra cede!
y cuando en ancho beso los gastados
labios sin lustre ya, trémulos juntan,
sáltanles de los labios agoreras
aves tintas en hiel, aves de muerte.



Baltasar del Alcázar

Yo acuerdo revelaros un secreto

-- de Baltasar del Alcázar --

Yo acuerdo revelaros un secreto
en un soneto, Inés, bella enemiga;
mas, por buen orden que yo en éste siga,
no podrá ser en el primer cuarteto.

Venidos al segundo, yo os prometo
que no se ha de pasar sin que os lo diga;
mas estoy hecho, Inés, una hormiga,
que van fuera ocho versos del soneto.

Pues ved, Inés, qué ordena el duro hado,
que teniendo el soneto ya en la boca
y el orden de decillo ya estudiado,

conté los versos todos y he hallado
que, por la cuenta que a un soneto toca,
ya este soneto, Inés es acabado.



Clemente Althaus

A los peruanos (2 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

«Con temeroso son la fiera trompa»
los espacios asorda nuevamente:
¿A dónde corre esa confusa gente?
¿A quién amaga esa guerrera pompa?
¿Quizá con triple fulminante flota
España torna, de vengar sedienta
en vuestra ruina la insufrible afrenta
de su reciente rota?
Mas ¡ay! vana la vuelta vengadora
fuera ya de esa gente embravecida,
pues con insana lucha fratricida
vosotros mismos la vengáis ahora.
No su enemiga y envidiosa diestra
arranca a vuestras frentes, oh crüeles,
de Mayo los espléndidos laureles,
sino la propia vuestra.
Y de la patria que os implora en vano
despedazáis el delicado seno,
cual la crudeza del encono ajeno,
cual la barbarie del furor hispano.
Y va la Fama y su pregón avisa
a España ya vuestra discordia loca,
y ella su mengua olvida, y en su boca
brilla feroz sonrisa.



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