Buscar Poemas con Diminuta


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Se han encontrado 6 poemas con la palabra diminuta

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Leopoldo Lugones

¿por qué, señor

-- de Leopoldo Lugones --

Señor, si llenas cada hora
de fresca vida renovada;
si vistes de rosa la aurora
y de púrpura la granada;

y en estéril vida senil
dejas la savia que florezca;
que aliente el tigre en su cubil
y en su red la araña se mezca:

¿por qué no diste la ventura
a su pecho lleno de amor?
¿por qué la divina escultura
tan presto se rompe, señor?
¿era ella menos tu criatura
que la más diminuta flor?

Poema ¿por qué, señor de Leopoldo Lugones con fondo de libro

Jorge Luis Borges

en memoria de angélica

-- de Jorge Luis Borges --

¡cuántas posibles vidas se habrán ido
en esta pobre y diminuta muerte,
cuántas posibles vidas que la suerte
daría a la memoria o al olvido!
cuando yo muera morirá un pasado;
con esta flor un porvenir ha muerto
en las aguas que ignoran, un abierto
porvenir por los astros arrasado.
Yo, como ella, muero de infinitos
destinos que el azar no me depara;
busca mi sombra los gastados mitos
de una patria que siempre dio la cara.
Un breve mármol cuida su memoria;
sobre nosotros crece, atroz, la historia.

Poema en memoria de angélica de Jorge Luis Borges con fondo de libro

Pablo Neruda

en ti la tierra

-- de Pablo Neruda --

Pequeña
rosa,
rosa pequeña,
a veces,
diminuta y desnuda,
parece que en una mano mía
cabes,
que así voy a cerrarte
y a llevarte a mi boca,
pero
de pronto
mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,
has crecido,
suben tus hombros como dos colinas,
tus pechos se pasean por mi pecho,
mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada
línea de luna nueva que tiene tu cintura:
en el amor como agua de mar te has desatado:
mido apenas los ojos más extensos del cielo
y me inclino a tu boca para besar la tierra.

Poema en ti la tierra de Pablo Neruda con fondo de libro

Vicente Gallego

octubre, 16

-- de Vicente Gallego --

Despierto. Pesa el sol sobre mi rostro
y la arena ha tomado mi forma levemente.
Incorporo un momento la cabeza
y el cielo es todo mi horizonte,
un cielo de ningún color sino de cielo,
de cielo que yo veo en una vela,
la vela diminuta que recorta
y fija el universo en su contraste.
Y luego el mar,
el mar bajo la vela, ese mar que es inmenso
pues llega hasta mi vientre y no concluye.
Entre el cielo y el agua me detengo un instante,
y después me acomodo hasta quedar
sentado por completo.
El mar entonces me abandona, se retira,
y la arena se moja, avanza, se seca y se calienta
confluyendo en un punto y acercándose a mí,
pero un cangrejo cruza en ese instante
y mis ojos se van con el cangrejo,
y el cielo se hace rojo en su coraza,
y el mar se pierde y nada pesa.
Y al fijar la mirada atrapo el universo,
completo y detenido en su pasar efímero
a lomos de un cangrejo que lo arrastra,
sin saberlo, un segundo.
Y pienso que en las grandes creaciones
vida y arte no alientan en lo extenso,
sino en ese detalle que despierta
nuestro asombro.
El crustáceo se oculta
y nos apaga el mundo.



Medardo Ángel Silva

Reminiscencia siglo XVIII

-- de Medardo Ángel Silva --

Vaga el olor por la antigua vereda,
donde marmóreo Sileno retoza,
del dieciochesco vestido de seda
en la ducal y dorada carroza.

Erán Trianón y la Arcadia —artificio
que hizo más suaves las ásperas horas—
el pastorial y bucólico vicio
de las divinas marquesas pastoras.

Eran los iris, las joyas temblantes
y las espumas de los surtidores:
la sombra azul en los kioskos galantes
y el sonreír de los lindos Amores.

Eran los mórbidos brazos de lira,
inclinaciones de blancas pelucas
y Pompadour y la cruel Lindamira
y los lunares en las rubias nucas.

Ardiente roce de la mano cauta
y acariciante boca diminuta...
Era el idilio al sonar de la flauta
del verde fauno de la barba hirsuta...

¡Oh, siglo lindo! —amarilla viñeta,
rasos, perfumes, risas, terciopelos,—
que tuvo un viejo y galante poeta:
Pablo Verlaine que se encuentra en los cielos.



Francisco Sosa Escalante

A la srita. M.....

-- de Francisco Sosa Escalante --

En tu edad infantil, amiga mía,
Con intensa emoción te contemplaba,
Si tu planta gentil se deslizaba
En las riberas de la mar bravía.

Tu mano diminuta recogia
Conchas de nácar que la mar lanzaba,
Y la ola blanca que tu pié besaba
Temerosa á mis brazos te traia.

Entónces se fijaba con anhelo
En el oscuro porvenir mi mente,
Pensando en sus borrascas y su duelo;

Y al ver hoy tu beldad resplandeciente
Tiemblo al mirarte y le demando al cielo
Que jamás el dolor nuble tu frente.



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