Buscar Poemas con Diadema


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Se han encontrado 18 poemas con la palabra diadema

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Manuel Reina

La catarata y el ruiseñor

-- de Manuel Reina --

I
Desplómase la rauda catarata
envuelta en luz y plata,
rompiendo en mil pedazos su diadema;
al abismo se lanza y precipita,
y ruge, canta, grita,
formando con sus ritmos un poema.

Al ver sus vestiduras y cendales
cubiertos de cristales
y de resplandeciente pedrería,
un ruiseñor contémplala extasiado,
y canta entusiasmado
sublime y amorosa melodía.

Y en torno del torrente que flamea
el pájaro aletea;
moja en el agua límpida su pluma,
y por la catarata arrebatado
el pájaro, asfixiado,
en el abismo rueda entre la espuma.

II
El vicio es una hirviente catarata
que rauda se desata
y en el oscuro abismo se despeña;
y al mirar su diadema de brillantes,
su luz y sus cambiantes,
el alma, alguna vez, suspira y sueña.

Poema La catarata y el ruiseñor de Manuel Reina con fondo de libro

Alejandro Tapia y Rivera

El ángel del amor

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

Dios hizo el mundo; con su voz divina
del caos lo sacó,
y admirando su obra peregrina
se dice que la amó.

Su grandioso querer cumplido estaba
magnífico, inmortal;
pero amante, colmar aun le faltaba
su afecto celestial.

Y ante el dulce mirar de su ternura
la esfera se extasió,
y el ángel de la luz y la hermosura
en luna se trocó.

Y el grato aroma de su noble aliento
lanzó sobre el Abril,
y el ángel del perfume en el momento
fue rosa del pensil.

Y emanando su labio regalado
al ángel de la miel,
fue emblema de su néctar delicado
la dulce abeja fiel.

Y formó de su voz la simpatía,
un eco seductor,
y el ángel de la plácida armonía
trocose en ruiseñor.

Empero deseaba el Dios potente
formar un nuevo ser;
y un ángel de su Edén trajo clemente
y fuiste tú, mujer.

Y te ornó con diadema de hermosura,
te alzó como deidad;
dio a tus ojos mil perlas de ternura,
de gozo y de piedad.

Y emblema, oh Celia, del amor divino
te quiso el Hacedor
consagrar al benéfico destino
del ángel del amor.

Poema El ángel del amor de Alejandro Tapia y Rivera con fondo de libro

Manuel de Zequeira

La Ilusión

-- de Manuel de Zequeira --

OÑÉ que la fortuna en lo eminente
Del más brillante trono me ofrecía
El imperio del orbe, y que ceñía
Con diadema inmortal mi augusta frente.

Soñé que hasta el Ocaso desde Oriente
Mí formidable nombre discurría,
Y que del Septentrión al Mediodía
Mi poder se adoraba humildemente.

De triunfantes despojos revestido,
Soñé que de mi carro rubicundo
Tiraba César con Pompeyo uncido.

Despertóme el estruendo furibundo,
Solté la risa y dije en mi sentido:
«Así pasan las glorias de este mundo.»

Poema La Ilusión de Manuel de Zequeira con fondo de libro

Jorge Isaacs

LA CORONA DEL BARDO

-- de Jorge Isaacs --

Desata de mi frente esta diadema
De rojos mirtos y lujosas flores,
Que ya mis sienes fatigadas quema
Y emponzoñan el alma sus olores:

De fugitiva gloria vano emblema,
Valiome de la envidia los furores;
De los del oro vil adoradores,
El rencor y sacrílego anatema.

¿Mas, por qué tristes a la tierra inclinas,
Muda ante mí, los ojos virginales
Inundados de lágrimas divinas?

El amor inmortal, hace inmortales;
y al llegar del sepulcro a los umbrales,
Coronas, ¡ay!. .. Me sobrarán de espinas.



Pablo Neruda

soneto lvi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lvi
acostúmbrate a ver detrás de mí la sombra
y que tus manos salgan del rencor, transparentes,
como si en la mañana del mar fueran creadas:
la sal te dio, amor mío, proporción cristalina.
La envidia sufre, muere, se agota con mi canto.
Uno a uno agonizan sus tristes capitanes.
Yo digo amor, y el mundo se puebla de palomas.
Cada sílaba mía trae la primavera.
Entonces tú, florida, corazón, bienamada,
sobre mis ojos como los follajes del cielo
eres, y yo te miro recostada en la tierra.
Veo el sol trasmigrar racimos a tu rostro,
mirando hacia la altura reconozco tus pasos.
Matilde, bienamada, diadema, bienvenida!



Pedro Antonio de Alarcón

En la tumba de un asesinado

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

No lágrimas merece la memoria
del que justo vivió y honrado muere,
ni gritos de venganza el alma quiere,
si escucha ya los cánticos de gloria.

Quien al caer, cual víctima expiatoria,
perdona generoso al que le hiere,
cándidas flores del amor espere,
sacras, más que le laurel de la victoria.

Hoy esas flores tejen tu diadema
y adornan tu callada sepultura,
como ayer adornaban tu camino:

Ellas de tu virtud son el emblema...
¡Así dejaran su semilla pura
en el alma del bárbaro asesino!



Gertrudis Gómez de Avellaneda

En la muerte del laureado poeta señor don Manuel José Quintana

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

Cantos de regocijo y de victoria
Nuestras voces alzaron aquel día
Que regia mortal mano te ceñía
Mezquino lauro de terrestre gloria:

Y hoy que a la voz de tu Hacedor acudes,
A recibir la fúlgida diadema
Que la inmutable Majestad Suprema
Guarda en la eterna patria a las virtudes

Hoy nuestra flaca condición humana
Su aliento en vano a remontar aspira
¡No le es dado arrancar, noble Quintana,
Ni un tierno adiós de la enlutada ¡ira!

Que aunque la Fe con resplandor divino
La densa noche del sepulcro alumbre,
Y la Esperanza hasta la excelsa cumbre
Vuele, mostrando tu triunfal camino;

Aquí -al mirar tus fúnebres despojos
A la tierra volver- sólo nos queda,
Con tu corona, que la España hereda,
¡Duelo en el corazón llanto en los ojos!



Manuel Reina

El pañuelo

-- de Manuel Reina --

(ORIENTAL)
La sultana Amina llora,
llena de horror y tristeza,
porque en una pica mora
ve clavada la cabeza
del hombre a quien ella adora.
Sus sedas, gasas y tul,
rasga, iracunda y furiosa;
tira su turbante azul
y su diadema preciosa
que vale más que Stambul.
Pisa joyas y diamantes,
destroza su rico velo,
y las de color de cielo
telas, que adornan brillantes,
su lecho de terciopelo.
Llega Mahomet ultrajado;
a la llorosa sultana
mira con rostro irritado,
y echa en su falda de grana
un pañuelo ensangrentado.
«¡Es su sangre!», dice Amina;
y con una damasquina
daga, su garganta hiere;
la hermosa cabeza inclina,
nombra a su amador... Y muere.



Manuel Reina

La estatua (Reina)

-- de Manuel Reina --

En medio del jardín yérguese altiva,
en riquísimo mármol cincelada,
la figura de un dios de ojos serenos,
cabeza varonil y formas clásicas.
En el invierno, la punzante nieve
y el viento azotan la soberbia estatua;
pero ésta, en su actitud noble y severa,
sigue en el pedestal, augusta, impávida.
En primavera, el aureo sol le ofrece
un manto de brocado; las arpadas
aves con sus endechas la saludan;
los árboles le tejen con sus ramas
verde dosel; el cristalino estanque
la refleja en sus ondas azuladas,
y los astros colocan en su frente
una diadema de bruñida plata.
Mas la estatua impasible está en su puesto
sin cambiar la actitud ni la mirada.
¡Así el genio inmortal, dios de la tierra,
siempre blanco de envidias o alabanzas,
impávido, sereno y arrogante,
sobre las muchedumbres se levanta!



Miguel Ángel Corral

La mañana (Corral)

-- de Miguel Ángel Corral --

El tenue resplandor del sol naciente
poco a poco los cielos ilumina,
y al fresco soplo de vital ambiente
va huyendo presurosa la neblina.

En los árboles húmedos resbalan
trémulos visos de carmín y de oro,
y aleteando los pájaros exhalan
en trino alegre su cantar sonoro.

La flor, que el aura revolando toca,
entreabre su pétalo fragante,
como una virgen su olorosa boca
al casto beso de su tierno amante.

Y mil murmullos pueblan armoniosos
de músicas errantes el espacio,
mientras el sol en rayos luminosos
ostenta ya su disco de topacio.

Y en medio de tan plácido concierto,
lleno de pena, y de ilusión desnudo,
en mi pecho infeliz ¡ay! casi muerto
sólo mi corazón palpita mudo.

Y ya el sol despejado se levante
por entre un cielo de purpúreo raso,
o luzca su diadema vacilante,
suspenso en los abismos del ocaso,

¡nada me importa a mí! Su rayo ardiente
que el sauce tiñe y dora la arirumba,
viene a quebrarse, pálido, en mi frente
como en la triste piedra de una tumba.



Fernando de Herrera

Largos, sutiles lazos esparcidos

-- de Fernando de Herrera --

Largos, sutiles lazos esparcidos
por el rosado cuello y blanca frente;
dorada diadema, ardor luciente,
llenos de mis despojos ofrecidos;

tiernos y bellos ojos encendidos,
rayos de amor, por quien mi pecho siente
la herida inmortal que llevo ausente
abrasada mi fuerza y mis sentidos;

dichoso yo, que merecí cadena
de vuestras ricas hebras, y la llama
que de voz procedió en estos mis ojos.

¡Oh, si pudiera acrecentar la pena
y avivar más el fuego que me inflama,
para daros debidos los despojos!



Francisco Sosa Escalante

En el álbum de la Sra. R. B. de H.

-- de Francisco Sosa Escalante --

Yo ví correr de tu niñez florida
A la sombra del bien las gratas horas,
Y ví cómo, despues, tus seductoras
Gracias, crecieron con tu dulce vida.

Te ví al amparo de celeste egida
Aprender las virtudes que atesoras,
Y ví tu puro amor en sus auroras
Cuando eras solo hermosa prometida.

Hoy que contemplo en tu serena frente
Que nunca el tiempo marchitó en su giro,
De esposa la diadema refulgente,

¡Oh Rosa amiga! con placer te miro,
Ensalzo tus bondades reverente,
Te doy mi canto y tu virtud admiro.



Francisco Sosa Escalante

En un abanico (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Por más que seas de cariño ofrenda
Y admire tus primores soberanos,
De tu dueño gentil entre las manos
Rica te juzgo pero inútil prenda.

La que ha perdido del pudor la venda,
Necesita de tí, y alardes vanos
Ofrece de candor, miéntras livianos
Sus pensamientos hacen que se encienda.

No así la niña encantadora y pura
A quien mi canto brindo reverente
Y en cuyos ojos la pasion fulgura.

No así tu dueño, no; brilla en su frente
Diadema de virtud y de hermosura,
Como rayo de sol, resplandeciente.



Francisco Sosa Escalante

Epitalamio (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Luce en tu frente la corona diva,
Nieve que en oro tu cabello engasta,
La corona nupcial, enseña casta
Que en tí el fulgor de la hermosura aviva.

Con hojas de la verde siempreviva
Permite que la adorne; pues no basta
Tanta dicha gozar, si al fín se gasta,
Si no es eterna, si en el bien no estriba.

Hoy que en tu sien alabastrina pone
Esa diadema Amor, á mi terneza
Este recuerdo tu bondad perdone:

Es un cielo el hogar, si la belleza
Dulce y amante su dintel traspone
Llevando por tesoro la pureza.



Carolina Coronado

en el álbum de tomasa bretón de los herreros

-- de Carolina Coronado --

¡una corona y de laurel, señora!
no fue contigo la fortuna avara
cuando te adorna la preciosa cara
con diadema tan rica y seductora.
¡Por dios que risa te darán ahora
la pluma y cinta y flor y piedra rara!
¿mas quién ha de ostentar igual prendido
si no hay más que un bretón y es tu marido?



Clemente Althaus

A Clorinda

-- de Clemente Althaus --

Siempre que miro, Clorinda,
tu hermosura, te cotejo
con el indio tominejo,
por lo pequeña y lo linda:
por su pequeñez graciosa,
entre las flores semeja,
aún más que pájaro, abeja
o brillante mariposa.
Es su pico fina aguja,
dos puntos sus ojos son;
mas con tanta perfección
el Creador la dibuja,
que en hermosura rival
no conoce esta avecilla,
y a su plumaje se humilla
el soberbio pavo real.
Hermosura tan extrema
adorna al pájaro mosca,
que fuera sin lustre y tosca
joya de imperial diadema,
que innumerable caudal
a su noble dueño cuesta,
comparada con aquesta
viva joya natural,
do las plumas verdes, gualdas,
azules y carmesíes,
topacios son y rubíes
y zafiros y esmeraldas.
Se esmeró Natura en ella,
y juzgar así se debe
que sólo la hizo tan breve
para formarla, más bella.
Pues, si en el ave menor
ostentó su mejor obra,
a la que en belleza sobra
lo que le falta en grandor,
no te pese no ser alta,
oh graciosa criatura,
si te sobra en hermosura
lo que en tamaño te falta.



Clemente Althaus

A Martín de Porres

-- de Clemente Althaus --

En vano, gran Martín, la Noche fría
vistió tu rostro con su sombra oscura;
mas que la nieve era tu alma pura,
y más clara que sol de mediodía.
Y hoy en la gloria perennal te alegras,
mientras gimen sin tregua en el profundo
mil y mil que tuvieron en el mundo
los rostros blancos y las almas negras.
Si, como vil, el orgulloso suelo
y como infame, tu color rechaza,
igual es en honores cada raza
en la feliz república del cielo.
Y hasta permiten las divinas leyes
que aquellos cuya vida más se humilla
allá reciban más augusta silla,
del mundo esclavos y del cielo reyes.
¿Qué corona de sol resplandeciente
hay que perder su resplandor no tema,
ante la luz de la inmortal diadema
que hoy enguirnalda tu gloriosa frente?
Y son nuestras mas fúlgidas estrellas
bosquejo apenas y confusa sombra
de esas que tú, como brillante alfombra,
o cual dorado pavimento, huellas.



Rubén Darío

cantos de vida y esperanza iv

-- de Rubén Darío --

- yo soy gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: la vida es pura y bella.
Existe dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina estrella!
- yo soy melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!
- soy baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe dios. Él es grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la muerte.
- Gaspar, melchor y baltasar, callaos.
Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la vida!
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