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Se han encontrado 29 poemas con la palabra desata

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Adelardo López de Ayala

La rosa de la aldeana

-- de Adelardo López de Ayala --

Donosa aldeana
de negro cabello,
de rostro más bello
que fresca mañana:
detente; te llamo
temblando de amor;
desata ese ramo
y dame una flor.

Marchito y sin vida
tu ramo, aldeana,
acaso mañana
ninguno lo pida;
mas hoy que lo pinta
la luz del amor,
desata esa cinta
y dame una flor.

No llores, amada,
no muestres despecho;
que llevo en el pecho
tu imagen grabada.
¡Dichosa mañana!
¡Dichoso mi amor!
Me dio la aldeana
la rosa mejor.

Poema La rosa de la aldeana de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Lope de Vega

Desata el capirote, y las pigüelas

-- de Lope de Vega --

Desata el capirote y las pigüelas,
águila de Filipo soberano,
verá el antiguo y nuevo mundo hispano
que al sol te acercas y a su lado vuelas.

El aire dejen, cuando el aire impelas,
el pardo azor, belígero otomano,
y aquel sacre o sacrílego cristiano
que tiembla ya de que su nombre celas.

Muestra, subido al cielo, al bajo mundo
las nuevas uñas con que alzarle puedes,
ahora asidas a una débil caña.

Porque, tercero de tan gran segundo,
podrás, como su espada y cetro heredes,
vencer al mundo y gobernar España.

Poema Desata el capirote, y las pigüelas de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

Sulca del mar de Amor las rubias onda

-- de Lope de Vega --

Sulca del mar de Amor las rubias onda;
barco de Barcelona y por los bellos
lazos navega altivo, aunque por ellos,
tal vez te muestres y tal vez te escondas.

Ya no flechas, Amor, doradas ondas
teje de sus espléndidos cabellos;
tú con los dientes no le quites dellos,
para que a tanta dicha correspondas.

Desenvuelve los rizos con decoro,
los paralelos de mi sol desata,
boj o colmillo de elefante moro,

y en tanto que, esparcidos, los dilata,
forma por la madeja sendas de oro,
antes que el tiempo los convierta en plata.

Poema Sulca del mar de Amor las rubias onda de Lope de Vega con fondo de libro

Despídese de su musa amor

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Ya no compuesto hablar, ya no que aspire
a laurel docto o a sagrada musa;
mándalo, ¡oh Musa!, Amor, que en mí rehúsa
menos que el pecho su rigor suspire.
Ya va fuera de mí verso que admire
en pulido decir; mi llama excusa,
¡oh, sagrados despojos de Medusa!
que en vuestras aguas este ardor respire.
Otro alentad en el licor dichoso,
que ya, ausente de voz, al mal presente,
desata el pecho un río caudaloso.
Adiós, pues trueca Amor por vuestra fuente,
(mirad cual cantaré) de mi lloroso
pecho, en su ausencia larga, la corriente



Luis Rosales

la transfiguración

-- de Luis Rosales --

Siento tu cuerpo entero junto al mío;
tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un solo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su trasfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega,
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
¡al fin!
esa frescura súbita
como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede interminable-
mente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido
un pasmo, un rebrillar y luego nada.



Manuel del Palacio

Semblanzas: XIX

-- de Manuel del Palacio --

Cuando su arpada lengua se desata
Y brota de su labio la armonía,
Yo, que jamás contengo mi alegría,
Esto se llama, digo, hablar en plata.

Viene después la reflexión ingrata
Que de la mente el entusiasmo enfria,
Y encuentro en su brillante algarabía
Junto al águila real la garrapata.

Sensible corazón, gallardo estilo,
Arte, elegancia, erudición, dulzura,
De todo tiene cuando suelta el hilo.

Oyéndole se goza la ventura,
Y dice mi compadre don Camilo
Que no le falta nada... Para cura.



Jaime Torres Bodet

baño

-- de Jaime Torres Bodet --

Mujer mirada en el espejo umbrío
del baño que entre pausas te presenta,
con sólo detenerte, una tormenta
de colores aplacas en el río...
Sales al fin, con el escalofrío
de una piel recobrada sin afrenta,
y gozas de sentirte menos lenta
que en el agua en el aire del estío.
Desde la sien hasta el talón de plata
única línea de tu cuerpo, dura
tu doncellez en lirios se desata.
Pero ¡con qué pudor de veste pura,
recoges del cristal que te retrata
al salir de tu sombra tu figura!



Jorge Cuesta

rema en una agua espesa y vaga el brazo

-- de Jorge Cuesta --

Rema en agua espesa y vaga el brazo,
pero indeciso su ademán suspende,
y aislado del impulso que lo tiende
la mano ignora que lo dé al acaso.

La suya inútil flota con retraso,
pero ningún fugaz apoyo aprehende
en el vacío, de que se desprende
lo mismo que del yugo de su paso.

Oscila sin esfuerzo, consumido
el mundo en torno, y como del olvido
una memoria mutilada emana

que ya no habita el alma que la mira,
aun muerto se desata y se retira
del brazo inerte la presencia vana.



Jorge Isaacs

LA CORONA DEL BARDO

-- de Jorge Isaacs --

Desata de mi frente esta diadema
De rojos mirtos y lujosas flores,
Que ya mis sienes fatigadas quema
Y emponzoñan el alma sus olores:

De fugitiva gloria vano emblema,
Valiome de la envidia los furores;
De los del oro vil adoradores,
El rencor y sacrílego anatema.

¿Mas, por qué tristes a la tierra inclinas,
Muda ante mí, los ojos virginales
Inundados de lágrimas divinas?

El amor inmortal, hace inmortales;
y al llegar del sepulcro a los umbrales,
Coronas, ¡ay!. .. Me sobrarán de espinas.



Emilio Bobadilla

El emperador: 1

-- de Emilio Bobadilla --

Como un histrión, en multiformes trajes,
imitando a Nerón, se pavonea,
y en sus continuos y pomposos viajes
de su poder omnímodo alardea.

Sobre Europa, de pronto, la borrasca
desata de sus iras imperiales
y pueblos heteróclitos enfrasca
en contiendas terrestres y navales.

De victoria en victoria, va al fracaso,
—paradoja que puede traducirse:
es ley que el sol camine hacia el ocaso—;

huye perdida, al cabo, la entereza,
y a la patada que le dan al irse,
¡en vez de sangre vomitó... Cerveza!



Manuel José Othón

el ruiseñor

-- de Manuel José Othón --

Oid la campanita, cómo suena,
el toque del clarín, cómo arrebata,
las quejas en que el viento se desata
y del agua el rodar sobre la arena.

Escuchad la amorosa cantilena
de favonio rendido a flora ingrata
y la inmensa y divina serenata
que pan modula en la silvestre avena.

Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y entre los árboles cubierto,

sólo yo alcé mi voz consoladora,
como una blanda y celestial caricia,
cuando jesús agonizó en el huerto.



Octavio Paz

la llama, el habla

-- de Octavio Paz --

En un poema leo:
conversar es divino.
Pero los diosa no hablan:
hacen, deshacen mundos
mientras los hombres hablan.
Los dioses, sin palabras,
juegan juegos terribles.
El espíritu baja
y desata las lenguas
pero no habla palabras:
habla lumbre. El lenguaje,
por el dios encendido,
es una profecía
de llamas y una torre
de humo y un desplome
de sílabas quemadas:
ceniza sin sentido.
La palabra del hombre
es hija de la muerte.
Hablamos porque somos
mortales: las palabras
no son signos, son años.
Al decir lo que dicen
los nombres que decimos
dicen tiempo: nos dicen.
Somos nombres del tiempo.
Mudos, también los muertos
pronuncian las palabras
que decimos los vivos.
El lenguaje es la casa
de todos en el flanco
del abismo colgada.
Conversar es humano.



Octavio Paz

sonetos i

-- de Octavio Paz --

Sonetos - i
inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud que cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante,
fija en la rotación del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y llama equidistante.
Tu salto es un segundo congelado
que ni apresura el tiempo ni lo mata:
preso en su movimiento ensimismado
tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra oscura.



Octavio Paz

conversar

-- de Octavio Paz --

En un poema leo:
conversar es divino.
Pero los diosa no hablan:
hacen, deshacen mundos
mientras los hombres hablan.
Los dioses, sin palabras,
juegan juegos terribles.
El espíritu baja
y desata las lenguas
pero no habla palabras:
habla lumbre. El lenguaje,
por el dios encendido,
es una profecía
de llamas y una torre
de humo y un desplome
de sílabas quemadas:
ceniza sin sentido.
La palabra del hombre
es hija de la muerte.
Hablamos porque somos
mortales: las palabras
no son signos, son años.
Al decir lo que dicen
los nombres que decimos
dicen tiempo: nos dicen.
Somos nombres del tiempo.
Conversar es humano.



José Tomás de Cuellar

La muerte del redentor

-- de José Tomás de Cuellar --

AQUÉL que con su aliento poderoso
Puede apagar del sol la viva llama,
El que en la eterea bóveda derrama
Astros sin fin de brillo esplendoroso:

El que desata al huracán furioso,
El que detiene el rayo que se inflama,
AQUÉL á quien el orbe entero aclama
Sumo Hacedor y Todopoderoso;

Hoy bajo el negro velo funerario
En que el azul del cielo desparece,
En una cruz, humilde, solitario.

Por el dolor rendido desfallece,
Y el pueblo por quien muere en el Calvario
Lo hiere y lo atormenta y lo escarnece.



Salvador Rueda

sonetos V

-- de Salvador Rueda --

Tíñese el mar de azul y de escarlata;
el sol alumbra su cristal sereno,
y circulan los peces por su seno
como ligeras góndolas de plata.

La multitud que alegre se desata
corre a la playa de las ondas freno,
y el musculoso pescador moreno
la malla coge que cautiva y mata.

En torno de él la muchedumbre grita,
que alborozada sin cesar se agita
doquier fijando la insegura huella.

Y son portento de belleza suma:
la red, que sale de la blanca espuma:
y el pez, que tiembla prisionero en ella.

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Salvador Rueda

sonetos VII

-- de Salvador Rueda --

Ved el ave inmortal, es su figura;
la antigüedad un silfo la creía,
y la vio su extasiada fantasía
cual hada, genio, flor o llama pura.

Su plumaje es la luz hecha locura,
un brillante hervidero de alegría
donde tiembla 1a ardiente sinfonía
de cuantos tonos casa la hermosura.

Su cola real, colgando en catarata;
y dirigida al sol, haz que desata
vivo penacho de arcos cimbradores.

Curvas suelta la cola sorprende,
y al aire lanza cual tazón de fuente
un surtidor de palmas de colores.

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Teófilo V. Méndez Ramos

Enciende tu lámpara

-- de Teófilo V. Méndez Ramos --

Enciende tu lámpara, alma mía,
que la noche ha llegado
pensativa y sombría,
y al borde de la vida se ha sentado.

Tiene el rostro cansado y ruinoso,
fue largo el sendero recorrido;
Sendero pavoroso
que dejara el corazón estremecido

La mirada enturbiada,
huellas crispantes en las manos...
Es que dejó sembrada
la muerte, en millones de hermanos.

¡Cuántas vidas segadas en la tierra!
¡Cuánto horror en la vida!
¡El extraño temblor, cuando la guerra
se desata ululante, enfurecida!

Enciende tu lámpara, alma mía,
que la noche ha llegado
pensativa y sombría
y al borde de la vida sé ha sentado.



Vicente Wenceslao Querol

A un filósofo cristiano

-- de Vicente Wenceslao Querol --

Ni el bien pasado ni el dolor presente
nunca turbaron tu impasible calma,
y, en excelsa región puesta la mente,
no hay una sombra en tu serena frente
ni hay una duda que te angustie el alma.

Tal, de las nubes traspasando el velo,
para bañarse en la perpetua lumbre
del sol, huyendo del rumor del suelo,
alzan los Alpes la nevada cumbre
triste, infecunda y solitaria, al cielo.

Mas de la cima estéril se desata
el agua en hilos de bruñida plata,
para ser luego- fecundante río,
lago que el cielo espléndido retrata,
fuente que llora en ángulo sombrío.

Tal de tus labios la verdad ignota
desde tu augusta soledad desciende
sobre los pueblos que el error azota,
y el sacro fuego de la fe se enciende
y el santo amor entre los hombres brota.



Manuel Reina

A su almohada

-- de Manuel Reina --

Eres feliz, nevada consejera:
tú conoces sus gracias virginales,
y en tu seno amoroso
se desata su rubia cabellera.
Tú, que de sus pupilas celestiales
bebes perlas tan claras como el día,
y el néctar delicioso
apuras de sus labios de ambrosía;
tú, que velas su pecho enamorado,
tú, que aspiras su aliento embalsamado,
y sabes su pesar y su alegría,
dime por qué ha apurado
en la pasada noche
el cáliz del dolor y la agonía.
Mas no, no me lo digas, consejera;
pues de dolor, tal vez, me moriría,
si yo la causa fuera.



Manuel Reina

La catarata y el ruiseñor

-- de Manuel Reina --

I
Desplómase la rauda catarata
envuelta en luz y plata,
rompiendo en mil pedazos su diadema;
al abismo se lanza y precipita,
y ruge, canta, grita,
formando con sus ritmos un poema.

Al ver sus vestiduras y cendales
cubiertos de cristales
y de resplandeciente pedrería,
un ruiseñor contémplala extasiado,
y canta entusiasmado
sublime y amorosa melodía.

Y en torno del torrente que flamea
el pájaro aletea;
moja en el agua límpida su pluma,
y por la catarata arrebatado
el pájaro, asfixiado,
en el abismo rueda entre la espuma.

II
El vicio es una hirviente catarata
que rauda se desata
y en el oscuro abismo se despeña;
y al mirar su diadema de brillantes,
su luz y sus cambiantes,
el alma, alguna vez, suspira y sueña.



Rosalía de Castro

Aún otra amarga gota en el mar sin orillas

-- de Rosalía de Castro --

Aún otra amarga gota en el mar sin orillas,
Donde lo grande pasa de prisa y lo pequeño
Desaparece o se hunde, como piedra arrojada
De las aguas profundas del estancado légamo.

Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
Débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe corno escriben las olas en la arena,
El viento en la laguna y en la neblina el sol.

Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
Ni que eterna repita sus murmullos el agua;
Canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
Que el ave y el arroyo que en ondas se desata.

En incesante encarnizada lucha,
En pugilato eterno,
Unos tras otros al palenque vienen
Para luchar, seguidos del estruendo



Juan Ruiz Arcipreste de Hita

libro de buen amor 25

-- de Juan Ruiz Arcipreste de Hita --

El águila cabdal canta sobre la faya,
todas las otras aves de allí las atalaya,
non ay péndola d'ella, que en tierra caya,
si ballestero la falla, préçiala más que saya.
Saetas e quadrillos, que trae amolados,
con péndolas de águila los ha empendolados,
fue como había usado a ferir los venados,
al águila cabdal diole por los costados.
Cató contra sus pechos el águila ferida,
e vido, que sus péndolas la habían escarnida,
dixo contra sí misma una raçón temida:
'de mí salió quien me mató, et me tiró la vida.'
El loco, el mesquino que su alma non cata,
usando tu locura e tu mala barata,
destruye a su cuerpo e a su alma mata,
que de sí mesmo sale quien su vida desata.
Omen, ave, o bestia, a que amor retiente,
desque cumple loxuria, luego se arrepiente,
entristese en punto, luego flaquesa siente,
acórtase la vida: quien lo dixo non miente.
¿Quién podríe desir quántos tu loxuria mata?
¿quién diríe tu forniçio et tu mala barata?
al que tu entendimiento e tu locura cata
el diablo lo lieva, quando non se recata.
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índice de la obra
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Julio Flórez

soneto rondel

-- de Julio Flórez --

Cantaba el ruiseñor su serenata.
En el nocturno piélago se hundía
detrás de la imponente serranía
la luna como góndola de plata.
Cantaba el ruiseñor su melodía.
En mi mente el recuerdo de la ingrata
mujer que en llanto mi dolor desata,
como un rayo de sol resplandecía.
Cantaba el ruiseñor bajo la umbría.
Así como la niebla se delata
se dilataba mi melancolía.
Y en tanto que por la mujer ingrata
en llanto mi dolor se deshacía,
cantaba el ruiseñor su serenata.
Julio flórez



Julio Zaldumbide Gangotena

Las estaciones. A Laura

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Cuatro estaciones hay en nuestra vida
como en el año, Laura:
Una en que el cielo es puro, mansa el aura,
que corre entre las flores adormida:
ésta es aquella dulce edad primera,
de nuestra vida alegre primavera.

Tras ésta viene aquella que aquilones
tan furiosos desata,
que nuestras ilusiones arrebata,
y nos deja por fin sin ilusiones;
como el ventoso otoño que despoja
de su verdor el bosque hoja por hoja.

Después, muerta la fe, la ilusión ida,
y en su lugar la duda,
nuestra existencia en soledad se muda,
se esteriliza el campo de la vida
al abrasado soplo del hastío;
ésta es la edad sin flor, es el estío.

Y viene en fin aquella edad sombría
de miserias cargada,
que ya se hunde en las sombras de la nada,
la escuálida vejez, la vejez fría,
envuelta de dolor en las tinieblas:
invierno triste de ateridas nieblas.

Y estas cuatro estaciones de la vida,
una tras otra vienen,
y pasan ¡ay! y nunca se detienen
del raudo tiempo en la veloz corrida,
que sacando a los hombres de la nada
los lleva de la muerte a la morada.



Francisco Acuña de Figueroa

He aquí nuestra vida

-- de Francisco Acuña de Figueroa --

He aquí nuestra vida: ¡de arena un reló!
En polvo sus horas se ven deslizar,
Leves ondas que el río conmueve
Y una a una desata en el mar,
Que entre dos eternidades,
Del pasado al porvenir,
Punto imperceptible
Marca su existir:
Tal del joven
Que brillo
La vida
Voló;
Si,
Cayó,
¡Oh Pena
Como arena,
Cual río pasó
Hijos y consorte
Dejas, caro amigo, si,
En una patria adoptiva
Que ora gime en pos de ti.
Mil honores debidos viviendo
En este recuerdo amor te dejó,
Ora que no vives, te deja un genido;
He aquí nuestra vida: ¡de arena un reló!



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 55

-- de Francisco de Quevedo --

¿qué imagen de la muerte rigurosa,
qué sombra del infierno me maltrata?
¿qué tirano cruel me sigue y mata
con vengativa mano licenciosa?
¿qué fantasma, en la noche temerosa,
el corazón del sueño me desata?
¿quién te vengó de mí, divina ingrata,
mas por mi mal que por tu bien hermosa?
¿quién, cuando, con dudoso pie y incierto,
piso la soledad de aquesta arena,
me puebla de cuidados el desierto?
¿quién el antiguo son de mi cadena
a mis orejas vuelve, si están cierto,
que aun no te acuerdas tú de darme pena?



Francisco Sosa Escalante

¿Por qué? (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

La gloria, y el poder, y la grandeza,
Todo pasa veloz, y todo en suma
No es sino pompa de argentada espuma
Que pierde en un instante su belleza.

Tras los halagos del placer, tristeza;
En pos del fausto la miseria abruma
Cual tras radiante sol llega la bruma;
Lo prescribe en su ley Naturaleza.

Si nadie vence al implacable olvido
Cuando desata su tormenta insana
Y al hombre envuelve en su tiniebla fria,

¿Por qué de orgullo y vanidad henchido
En ostentar el hombre así se afana
Poder y gloria y esplendor de un dia?



José Manuel de Navarrete

La triste ausencia

-- de José Manuel de Navarrete --

Su manto recogió la noche oscura
que cobija al mundo tristemente,
y abriéndose las puertas del oriente
se asoma a su balcón la aurora pura.

De la fresca arboleda en la espesura
los céfiros susurran blandamente;
desata el arroyuelo su corriente,
y por márgenes verdes se apresura.

Sus fragancias respiran flores suaves,
y llenando los vientos de armonía
requiebros trinan las parleras aves.

Todo el mundo se llena de alegría,
menos yo, que en mis penas siempre graves,
ausente estoy de la zagala mía.



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