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Se han encontrado 10 poemas con la palabra declinar

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Alfonso Reyes

el llanto

-- de Alfonso Reyes --

Al declinar la tarde, se acercan los amigos;
pero la vocecita no deja de llorar.
Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos,
pero sigue cayendo la gota de pesar.
No sabemos de donde viene la vocecita;
registramos la granja, el establo, el pajar.
El campo en la tibieza del blando sol dormita,
pero la vocecita no deja de llorar.
¡La noria que chirría! dicen los más agudos
pero ¡si aquí no hay norias! ¡que cosa tan singular!
se contemplan atónitos, se van quedando mudos
porque la vocecita no deja de llorar.
Ya es franca desazón lo que antes era risa
y se adueña de todos un vago malestar,
y todos se despiden y se escapan de prisa,
porque la vocecita no deja de llorar.
Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo
y hasta finge un sollozo la leña del hogar.
A solas, sin hablarnos, lloramos un embozo,
pero la vocecita no deja de llorar.

Poema el llanto de Alfonso Reyes con fondo de libro

Leopoldo Lugones

El nido (Lugones)

-- de Leopoldo Lugones --

Una arista, una cerda, un hilo, un copo
De lana ocasional, y mucha espina.
Una honda suavidad de pluma fina,
Y un triple gajo de cimbreño chopo.

Y al declinar la vespertina hora,
En la puerta del tálamo sencillo,
Dorándose de sol, el pajarillo
Con gorjeo más suave se enamora.

Poema El nido (Lugones) de Leopoldo Lugones con fondo de libro

Jaime Torres Bodet

bajamar

-- de Jaime Torres Bodet --

Conforme va la vida descendiendo
bajamar de los últimos ocasos
se distinguen mejor sombras y pasos
sobre esta playa en que a morir aprendo.
Acaba el sol por declinar. Los rasos
de la luz se desgarran sin estruendo
y del azul que ha ido enmudeciendo
afloran ruinas de horas en pedazos.
Ese que toco, desmembrado leño,
un día fue timón del barco erguido.
Que por piélagos diáfanos conduje.
En aquel mástil desplegué un ensueño.
Y en estas velas, ay, siento que cruje
todavía la sal de lo vivido.

Poema bajamar de Jaime Torres Bodet con fondo de libro

Jorge Luis Borges

una llave en salónica

-- de Jorge Luis Borges --

Abarbanel, farías o pinedo,
arrojados de españa por impía
persecución, conservan todavía
la llave de una casa de toledo.
Libres ahora de esperanza y miedo,
miran la llave al declinar el día;
en el bronce hay ayeres, lejanía,
cansado brillo y sufrimiento quedo.
Hoy que su puerta es polvo, el instrumento
es cifra de la diáspora y del viento,
afín a esa otra llave del santuario
que alguien lanzó al azul cuando el romano
acometió con fuego temerario,
y que en el cielo recibió una mano.



Jorge Luis Borges

el ápice

-- de Jorge Luis Borges --

No te habrá de salvar lo que dejaron
escrito aquellos que tu miedo implora;
no eres los otros y te ves ahora
centro del laberinto que tramaron
tus pasos. No te salva la agonía
de jesús o de sócrates ni el fuerte
siddharta de oro que aceptó la muerte
en un jardín, al declinar el día.
Polvo también es la palabra escrita
por tu mano o el verbo pronunciado
por tu boca. No hay lástima en el hado
y la noche de dios es infinita.
Tu materia es el tiempo, el incesante
tiempo. Eres cada solitario instante.



Jorge Luis Borges

buenos aires

-- de Jorge Luis Borges --

Antes yo te buscaba en tus confines
que lindan con la tarde y la llanura
y en la verja que guarda una frescura
antigua de cedrones y jazmines.
En la memoria de palermo estabas,
en su mitología de un pasado
de baraja y puñal y en el dorado
bronce de las inútiles aldabas,
con su mano y sortija. Te sentía
en los patios del sur y en la creciente
sombra que desdibuja lentamente
su larga recta, al declinar el día.
Ahora estás en mí. Eres mi vaga
suerte, esas cosas que la muerte apaga.



Emilio Bobadilla

La paz de la aldea

-- de Emilio Bobadilla --

En la paz virgiliana de la aldea
corre el arroyo silenciosamente;
en el ramaje el pájaro gorjea,
y pasa la carreta lentamente.

El gallo da la hora; la campana
de la iglesia minúscula solloza
al declinar la tarde, y una anciana
a la puerta se sienta de su choza.

El trueno del cañón súbito suena
y la calma bucólica importuna
y al campesino de temores llena,

que ya presiente el próximo saqueo,
y sobre el ronco estrépito la luna
brilla ungiendo de paz el bombardeo...!



Arturo Borja

Bajo la tarde

-- de Arturo Borja --

¡Oh! tarde dolorosa que con tu cielo de oro
finges las alegrías de un declinar de estío.
¡Tarde! Las hojas secas en su doliente coro
van llenando mi alma de un angustioso frío.

La risa de la fuente me parece ser lloro;
el aire perfumado tiene aliento de lirios;
añoranzas me llegan de unos viejos martirios
y a mi mente se asoman unos ojos que adoro...

Negros ojos que surgen como lagos de muerte
bajo la sombra trágica de un cabello obsidiano,
¿Por qué esa obstinación en dejar mi alma inerte,

turbando mis deliquios con su mirar lejano?
... Sigue fluyendo pena de la fuente sonora...
Ha llegado la noche... Pobre alma mía, ¡llora!



Antonio Machado

El hospicio

-- de Antonio Machado --

Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,
el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas
en donde los vencejos anidan en verano
y graznan en las noches de invierno las cornejas.
Con su frontón al Norte, entre los dos torreones
de antigua fortaleza, el sórdido edificio
de agrietados muros y sucios paredones
es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!
Mientras el sol de enero su débil luz envía,
su triste luz velada sobre los campos yermos,
a un ventanuco asoman, al declinar el día,
algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,
a contemplar los montes azules de la sierra;
o, de los cielos blancos, como sobre una fosa,
caer la blanca nieve sobre la fría tierra,
sobre la tierra fría la nieve silenciosa...



Antonio Machado

Esta leyenda en sabio romance campesino

-- de Antonio Machado --

Esta leyenda en sabio romance campesino,
ni arcaico ni moderno, por Valle-Inclán escrita,
revela en los halagos de un viento vespertino
la santa flor de alma que nunca se marchita.
Es la leyenda campo y campo. Un peregrino
que vuelve solitario de la sagrada tierra
donde Jesús morara, camina sin camino,
entre los agrios montes de la galaica sierra.
Hilando silenciosa, la rueca a la cintura,
Adega, en cuyos ojos la llama azul fulgura
de la piedad humilde, en el romero ha visto,
al declinar la tarde, la pálida figura,
la frente gloriosa de luz y la amargura
de amor que tuvo un día el SALVADOR DOM. CRISTO.



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