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Salvador Díaz Mirón

Confidencias

-- de Salvador Díaz Mirón --

Una flor por el suelo,
un cielo de hojas empapado en lloro
y encima de ese cielo, el otro cielo
lleno de luna y de brillantes y oro...
Un arroyo que el aura acariciaba;
un banco... Sobre el banco
así, como quien flota, se sentaba;
y vestida de blanco,
bella como un arcángel, me esperaba.
Aún flotan en mis noches de desvelo
con la luz de una luna como aquélla,
el verde y el azul de cielo y cielo,
y aura y arroyo y flor y banco y ella.

¿No te acuerdas, mujer, cuántos delirios
yo me forjaba, junto a ti de hinojos,
al resplandor de los celestes cirios,
al resplandor de tus celestes ojos?
¿Te acuerdas, alma mía?
¡Entonces inocente
me jurabas amor y yo podía
besar tu corazón sobre tu frente!

¡Ayer, unos tras otros,
mil delirios así pude fingirme;
hoy no puede haber nada entre nosotros,
hoy tú vas a casarte... Y yo a morirme!
¡Y tanto sol y porvenir dorado,
tanto cielo soñado,
en una inmensa noche se derrumba!
¡Hoy me dijiste tú: no hay esperanza;
hoy te digo: en paz goza; y, en mi tumba,
mañana me dirás: en paz descansa!

Poema Confidencias de Salvador Díaz Mirón con fondo de libro

Góngora

amarrado al duro banco

-- de Góngora --

Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de dragut
en la playa de marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
«¡oh sagrado mar de españa,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!,
»pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
»tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras;
»porque si es verdad que llora
mi captiverio en tu arena,
bien puedes al mar del sur
vencer en lucientes perlas.
»Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua,
»pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
»¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado
a nadie matarán penas!»
en esto se descubrieron
de la religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.

Poema amarrado al duro banco de Góngora con fondo de libro

Ernesto Cardenal

epigrama XXXII

-- de Ernesto Cardenal --

Hay un lugar junto
a la laguna de tiscapa
un barco debajo
de un árbol de quelite
que tu conoces
(aquella a quien escribo
estos versos, sabrá
que son para ella)
y tu recuerdas
aquel banco y
aquel quelite;
la luna reflejada
en la laguna de tiscapa,
las luces del palacio
del dictador
las ranas cantando
abajo en la laguna
todavía está aquel
árbol de quelite
todavía brillan
las mismas luces;
en la laguna de tiscapa
se refleja la luna;
pero aquel banco
esta noche estará vacío
o con otra pareja

Poema epigrama XXXII de Ernesto Cardenal con fondo de libro

Antonio Machado

Húmedo está, bajo el laurel, el banco

-- de Antonio Machado --

Húmedo está, bajo el laurel, el banco
de verdinosa piedra;
lavó la lluvia, sobre el muro blanco,
las empolvadas hojas de la hiedra.
Del viento del otoño el tibio aliento
los céspedes undula, y la alameda
conversa con el viento...
¡El viento de la tarde en la arboleda!
Mientras el sol en el ocaso esplende
que los racimos de la vid orea,
y el buen burgués, en su balcón enciende
la estoica pipa en que el tabaco humea,
voy recordando versos juveniles...
¿Qué fue de aquel mi corazón sonoro?
¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,
huyendo entre los árboles de oro?



Julio Herrera Reissig

el banco del suplicio

-- de Julio Herrera Reissig --

Eufocordias

... Et puis je suis parti, pleurant comme un enfant!
musset

a punto de dormirte bajo el ledo
suspiro del arcángel que te guía,
hirióme el corazón tu analogía
con una ingrata que olvidar no puedo.

Reclinada en el banco del viñedo,
junto al tilo de exánime apatía,
al iluso terror de que eras mía
me arrodillé con tembloroso miedo.

Partido por antiguo sufrimiento,
sobre tu frente agonicé un momento...
Y cuando el sueño te aquietó en el blando

tul irreal de los deliquios suyos,
uniéronse mis labios a los tuyos,
y como un niño me alejé llorando.



César Vallejo

parís, octubre 1936

-- de César Vallejo --

París, octubre 1936
de todo esto yo soy el único que parte.
De este banco me voy, de mis calzones,
de mi gran situación, de mis acciones,
de mi número hendido parte a parte,
de todo esto yo soy el único que parte.
De los campos elíseos o al dar vuelta
la extraña callejuela de la luna,
mi defunción se va, parte mi cuna,
y, rodeada de gente, sola, suelta,
mi semejanza humana dase vuelta
y despacha sus sombras una a una.
Y me alejo de todo, porque todo
se queda para hacer la coartada:
mi zapato, su ojal, también su lodo
y hasta el doblez del codo
de mi propia camisa abotonada.



Gabino Alejandro Carriedo

sonetos al bies

-- de Gabino Alejandro Carriedo --

1. Todos los días nace un muerto
y en todo huerto habita un manco
y en todo banco duerme un tuerto.
En todo puerto hay un estanco
y en todo embuste hay algo cierto
y en todo negro hay mucho blanco.
Esto decía el rey arturo
dándoles de comer a sus prebostes
pasta de alpiste del mejor que había.
Y les decía que fumarse un puro
después de ese comer equivaldría
a un alza innecesaria de los costes.
2. Todos los días muere un poco
el fontanero de la esquina.
Todos los días sale un loco
de algún rincón de la cocina.
Esta es la realidad que toco
cuando trabajo en la oficina
viendo en la acera al que camina
sacándose y comiendo un moco.
Y es el misterio que yo invoco
que nadie ve ni lo adivina
ni lo resuelvo yo tampoco.
¡Así es la gente de cretina!



Gabriel Celaya

una pareja perdida

-- de Gabriel Celaya --

Una pareja perdida
iban los dos vestidos con descaro
minifalda, melenas
cogidos de la mano,
tan jóvenes que casi daban miedo,
tan absortos en un cero
que, aunque no se veían, les unía absolutos
algo fieramente puro.
Iban a cualquier parte cogidos de la mano.
Se amaban sin tristeza,
ni alegría, ni nada.
Y a veces se miraban, pero no se veían.
Y luego se sentaban en un banco cualquiera.
Pero no se veían.
Ella era muy bonita; parecía aturdida;
él, feroz y esmirriado.
No hablaban. No tenían ya nada que decirse.
Ya no se deseaban.
Pero seguían juntos, cogidos de la mano,
frente a algo que espantaba.
Mientras el transistor seguía sonando.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxvi

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Voy contra mi interés al confesarlo;
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
mujer al fin del siglo diez y nueve
material y prosaica... ¡Boberías!
¡voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡ladridos de los perros a la luna!
tú sabes y yo se que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía.



Julio Herrera Reissig

Bostezo de luz

-- de Julio Herrera Reissig --

Cien fugas de agua viva rezan a la discreta
ventura de los campos sin lábaro y sin tronos.
El incienso sulfúrico que arde por los abonos,
se hermana a los salobres yodos de la caleta...

Con sus densos perfiles y sus abruptos conos,
a lo lejos, la abstracta serranía concreta
una como dormida tormenta violeta
que el crepúsculo prisma de enigmáticos tonos.

Silencio. Un gran silencio que anestesia y que embruja,
y una supersticiosa soledad de Cartuja.
Ripian en la plazuela, sobre el único banco,

el señor del Castillo con su galgo y su rifle...
Y allá en la carretera, que abre un bostezo blanco,
se duerme la tartana lerda del mercachifle.



Francisco Villaespesa

el jardín de lindaraja

-- de Francisco Villaespesa --

De la tarde de octubre bajo la luz gloriosa,
en la fuente de mármol que el arrayán orilla,
diluyen los cipreses su esmeralda herrumbrosa
y la arcada del fondo su tristeza amarilla.
Rosales y naranjos... Mustio el jardín reposa
en un verdor que el oro del otoño apolilla...
¡Sólo, a veces, se enciende la llama de una rosa,
o el oro polvoriento de una naranja brilla!
mas, dentro de este otoño, hay tanta primavera
en gérmenes; y es todo tan dulce y apacible,
que antes de abandonarlo, mi corazón quisiera,
oyendo el melodioso suspirar de la fuente
y soñando con una lindaraja imposible,
sobre este viejo banco dormir eternamente...



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