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Se han encontrado 92 poemas con la palabra ave

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Alejandro Tapia y Rivera

A una señorita

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

I
El sol de la ventura
no ha dado aún a mis ojos
tu imagen; mis antojos
perciben tu hermosura,
perciben en la altura
de un ángel el destello,
de un hada el rostro bello...
Para llamar feliz mi triste suerte,
ángel, hada o mujer, anhelo verte.

II
Amor me inspira el ave
del aire mensajera,
que lleva al alta esfera
como celeste nave
de amor el canto suave;
también amor me inspira
la flor que aroma espira,
y tal dicha en mi ser tu nombre vierte,
que flor, ave o mujer, muero por verte.

III
No sé si eres lucero
que anuncia alegre día,
o en tempestad umbría
ofrece un derrotero
al triste marinero;
empero ángel o hada,
o ave o flor preciada,
o mágico lucero;
para amar más la vida que la muerte,
es mi anhelo, señora, conocerte.

Poema A una señorita de Alejandro Tapia y Rivera con fondo de libro

Alejandro Tapia y Rivera

Un ave errante

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

¿Hacia dónde tu vuelo
diriges, ave triste?
¿Quizá, ay de ti, perdiste
la prenda de tu amor?
¿O acaso el árbol bello
donde guardaste el nido,
el hacha ha destruido
o el fuego abrasador?

Tu canto que allá un día
sonaba placentero,
su acento hoy lastimero
al bosque llevará;
que solo es el recuerdo
de dicha ya perdida,
que un eco a voz querida
en vano pedirá.

Cual tú, también yo cruzo
los aires con mi vuelo,
cual tú también anhelo
e ignoro lo que soy;
también ha muerto el árbol
de mis queridas glorias,
de lúgubres memorias
huyendo cual tú voy.

También lloran mis ojos,
y mi palabra ansiosa
se pierde dolorosa
las nubes al cruzar,
mi mente en las tinieblas
se pierde del destino,
cual tú, yo sin camino
me entrego al vago azar.

¡Ah! nuestra noche, oh ave,
es triste y solitaria,
¡cuán vaga es la plegaria
de nuestra soledad!
¿Y qué será de entrambos
en nuestra marcha errante,
cuando su voz levante
la negra tempestad?

Poema Un ave errante de Alejandro Tapia y Rivera con fondo de libro

Salvador Díaz Mirón

Mística

-- de Salvador Díaz Mirón --

Si en tus jardines, cuando yo muera,
cuando yo muera, brota una flor;
si en un celaje ves un lucero,
ves un lucero que nadie vio;
y llega un ave que te murmura,
que te murmura con dulce voz,
abriendo el pico sobre tus labios,
lo que en tu tiempo te dije yo:
aquel celaje y el ave aquella,
y aquel lucero y aquella flor
serán mi vida que ha transformado,
que ha transformado la ley de Dios.

Serán mis fibras con otro aspecto,
ala y corola y ascua y vapor;
mis pensamientos transfigurados:
perfume y éter y arrullo y sol.

Soy un cadáver, ¿cuándo me entierran?
Soy un viajero, ¿cuándo me voy?
Soy una larva que se transforma.
¿Cuándo se cumple la ley de Dios,
y soy, entonces, mi blanca niña,
celaje y ave, lucero y flor?

Poema Mística de Salvador Díaz Mirón con fondo de libro

Francisco Sosa Escalante

Darío Mazuera

-- de Francisco Sosa Escalante --

Un ave huyendo la tormenta impía
Que recio rebramaba allí en su suelo,
El nido abandonó, tendiendo el vuelo
A las riberas de mi patria un día.

En sus cantos, raudales de armonía
Dulce vertió con incesante anhelo,
Y en el pensil de Yucatan el cielo
Encontró del amor que apetecía.

¡Mas ay! el ave que del Cauca vino,
Era un ave á morir predestinada
De ardiente juventud en el camino.

Sorda rugió la tempestad airada
Para cumplirse su fatal destino,
Y yace ruiseñor en tumba helada.



Francisco Sosa Escalante

En un álbum (Sosa Escalante IV)

-- de Francisco Sosa Escalante --

No importa que con vívidos colores
La vista halague primorosa y bella
La camelia gentil, si no hay en ella
Un cáliz lleno siu cesar de olores.

No importan los plumajes seductores
En cuyos íris su fulgor destella
La luz del astro rey, preciada aquella
Ave que entona querellar de amores.

Las ricas galas, la belleza suma
En la mujer así que nos cautiva,
Son colores de flor, del ave pluma.

Si quieres, Laura, que tu encanto viva,
Ave canora sé, flor que perfuma,
Modesta cual humilde sensitiva.



A Nuestra Señora de la Aurora

-- de Alfonso Verdugo Castilla --

Ya del eterno Sol, divina Aurora,
a tu Albor matutino, un nuevo día,
renace el pueblo y de la noche fría
huye el horror y el cielo se colora.

Ya te saluda en tu primera hora
tanta ave dulce, dulce Ave María,
compitiendo en tu agrado la armonía
del que himnos canta y del que culpas llora.

Salude alba tan pura húmedo cielo
con fecundo rocío y tu semblante
vivifique uno y otro campo adusto.

Vuelve, Señora, a ser nuestro consuelo;
danos nube de lluvias abundante,
como antes diste de tu seno al «Justo».



Lope de Vega

El ave santa, en cuyo pico asido

-- de Lope de Vega --

El ave santa, en cuyo pico asido
vio el mundo el ramo de la paz humana,
y a cuyos pies el cielo de Diana
sirve de trono, aunque de sol vestido,
con más süave y más sutil sonido
que el aura al alba envuelta en nieve y grana,
batió bañada en dulce tramontana
las alas de oro al Carmelita nido.
Simón, nuevo Eliseo, pastor santo,
adornando la fénix del Carmelo,
«Éstas, dijo, serán la salas mías».
Asió la fimbria del celeste manto,
formando entre los dos escala al cielo,
hasta que vuelva de su carro Elías.



Luis Cañizal de la Fuente

ave de paso

-- de Luis Cañizal de la Fuente --

Ave de paso
no soy yo ni el otro soy,
sino š alguien intermedio:
pilar del puente de tedio
que va del ayer al hoy.



Luis Gonzaga Urbina

metamorfosis

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.



Manuel del Palacio

A una niña

-- de Manuel del Palacio --

Si un ave fuera yo le celebrara
En dulcísimos cantos noche y día:
Si fuera flor colores pediria
A los lindos colores de tu cara.

Si blanda brisa fuera, siempre avara
De tu frente en redor ondularía,
Y si fuera perfume, vertería
Donde pisaras tú mi esencia rara.

Demostrarle pretendo á dónde llega
De mi entusiasmo juvenil el brio
Que en amoroso fuego me consume:

Mas, ¡ay! ¡el brillo de tu luz me ciega!
Y no soy en mi ardiente desvarío
Ni ave, ni flor, ni brisa, ni perfume.



Ignacio María de Acosta

Hay una alondra

-- de Ignacio María de Acosta --

Hay una Alondra en nuestro hermoso valle
que tierno atisba un cazador atento:
Ave divina cuyo dulce acento
al coro manda volador que calle.

Y calla, y se suspende el escuchalle...
Que de la Alondra al divinal concento
plega sus alas de placer el viento,
y no hay ave ni flor que no avasalle.

Triunfante su expresión desde su nido
el valle todo con su voz encanta,
y está el amor ante sus pies rendido.

Nada turba el trinar de su garganta,
y si suena en el bosque algún gemido
es de la voz del cazador que canta.



Salomé Ureña

el ave y el nido

-- de Salomé Ureña --

¿por qué te asustas, ave sencilla?
¿por qué tus ojos fijas en mí?
yo no pretendo, pobre avecilla,
llevar tu nido lejos de aquí.

Aquí, en el hueco de piedra dura,
tranquila y sola te vi al pasar,
y traigo flores de la llanura
para que adornes tu libre hogar.

Pero me miras y te estremeces,
y el ala bates con inquietud,
y te adelantas, resuelta, a veces,
con amorosa solicitud.

Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar.

¡Pobre avecilla! vuelve a tu nido
mientras del prado me alejo yo;
en él mi mano lecho mullido
de hojas y flores te preparó.

Mas si tu tierna prole futura
en duro lecho miro al pasar,
con flores y hojas de la llanura
deja que adorne tu libre hogar.



Olegario Víctor Andrade

El orto

-- de Olegario Víctor Andrade --

(imitación de Longfellow)

Surgió del hondo mar adormecido
un viento vagabundo,
diciendo a las tinieblas: ¡Recogeos,
que ya despierta el mundo!

Pasó sobre los buques que veleros
rompen la onda sonora
gritándoles: ¡arriba, marineros,
que ya viene la aurora!

Se internó por la selva obscura y fría
poblada de visiones,
¡despertad! — murmurando, — ¡viene el día
germinador de frutos y pasiones!

A los añosos troncos de ancha copa
y gigantesca talla:
"De verdes hojas desplegad al aire
el pendón de batalla!"

Al ave que dormita en la espesura
el ala entumecida:
"Batid el vuelo, que se acerca el alba,
el ave de la vida!"

Al gallo vigilante de la choza
perdida en la llanura:
"Cantad, cantad que avanza el enemigo
de la tiniebla obscura!"

A la espiga del campo doblegada
al peso de su grano:
"La aurora, vuestra hermana, se levanta
tras el monte lejano!"

Al viejo campanario de la aldea
con lengua de metal: "Cantad el día"
y a los muertos del triste cementerio:
"Dormid, dormid, no es tiempo todavía!"



José Tomás de Cuellar

Te siento

-- de José Tomás de Cuellar --

YO siento cuando piensas
En mí, como las flores
Sienten la sombra rápida que pasa
Del ave peregrina,
Mientras el sol desde el zenit fulgente
Sus esmaltadas plumas ilumina.

Conozco cuando lloras
En que el azul del cielo se oscurece,
Y hay algo en ciertas horas
Que sin tener motivo me entristece.

Conozco cuando cantas
En que la voz del ave melodiosa.
Mucho más harmoniosa,
Tiene notas tan dulces, prenda mía,



José Ángel Buesa

soneto (de luis de camões)

-- de José Ángel Buesa --

Entre el ramaje en flor del limonero
está un ave dulcísima escondida,
rimando un blando verso sin medida
que fluye de su pico lastimero.
Pero un cruel cazador, desde el sendero,
eleva su ballesta distendida,
y el ave cae, mortalmente herida,
ensartada en el dardo traicionero.
Así, mi corazón, que libre andaba,
se sintió, donde menos lo esperaba
y donde menos lo temía, herido;
que el ciego cazador por mí temido,
para tomarme por sorpresa, estaba
en vuestros claros ojos escondido.



Rosalía de Castro

Aún otra amarga gota en el mar sin orillas

-- de Rosalía de Castro --

Aún otra amarga gota en el mar sin orillas,
Donde lo grande pasa de prisa y lo pequeño
Desaparece o se hunde, como piedra arrojada
De las aguas profundas del estancado légamo.

Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
Débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe corno escriben las olas en la arena,
El viento en la laguna y en la neblina el sol.

Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
Ni que eterna repita sus murmullos el agua;
Canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
Que el ave y el arroyo que en ondas se desata.

En incesante encarnizada lucha,
En pugilato eterno,
Unos tras otros al palenque vienen
Para luchar, seguidos del estruendo



Francisco Sosa Escalante

A un niño (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Mezcla indefinible de tristeza
Y de íntimo placer, al verte, siento
Cuando sigues feliz el movimiento
De ave pintada que á volar empieza.

Si de la flor en la gentil belleza,
¡0h niño! encuentras plácido contento,
Henchido de temor mi pensamiento
Al porvenir oscuro se endereza

En el ave y la flor encantadora
La fiel imagen de tu vida miro
Hoy que disfrutas de la edad temprana:

Artero cazador, mano traidora
La muerte les dará; y á ti en su giro
Las tristes penas de la vida humana.



Francisco Sosa Escalante

La caza (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

¡Cuán alegre y feliz sobre la rama
De roble erguido que respeta el viento,
Gozosa lanza su amoroso acento
Canora el ave que á su dueño llama!

En tanto fiero el hombre que proclama
Ser rey del Universo, y es portento
De bondad y saber y sentimiento,
A quien la sacra inspiración inflama,

Siente envidia tal vez de un sér dichoso,
Su trino placentero le lastima
Y le recuerda de su amor la suerte.

Prepara el arma, y luego, cauteloso,
Oculto entre las hojas, se aproxima
Y al ave encantadora da la muerte.



Francisco Villaespesa

canción del recuerdo II

-- de Francisco Villaespesa --

El alba iluminó la vidriera,
y a su luz angustiosa y azulada,
yerto, sobre el blancor de la almohada,
se destacaba su perfil de cera.
Abrió los ojos, y la vida entera
palpitó en la inquietud de su mirada,
y en mis manos su frágil mano helada
temblaba como un ave prisionera...
Balbució su voz: ¡te adoro tanto!
¡pídele al cielo que mañana viva!
y mis venas heláronse de espanto
al contemplar sobre su faz inerte,
como el vuelo de un ave fugitiva,
aletear las sombras de la muerte.



José de Diego

pájaro verde

-- de José de Diego --

Había en españa un convento rural,
donde un fraile estuvo, en éxtasis santo,
diez años oyendo la gloria del canto
de un ave escondida en un robledal.

Desde que en mis ojos brotó el primer llanto
y en mi alma de niño el primer ideal,
palpita en mi ambiente, me llama a su encanto,
de un ave invisible la onda musical.

Pájaro de ensueño, pájaro divino,
escucho a la vera, por todo el camino
fluir con su timbre diamantino el trino...

Nunca te mostraste, pero te adivino
¡y sé que a la muerte conduce tu canto inmortal!'



José Martí

yo tengo un amigo muerto

-- de José Martí --

viii
yo tengo un amigo muerto
que suele venirme a ver:
mi amigo se sienta y canta;
canta en voz que ha de doler.
«En un ave de dos alas
bogo por el cielo azul:
una ala del ave es negra,
otra de oro caribú.
»El corazón es un loco
que no sabe de un color:
o es su amor de dos colores,
o dice que no es amor.
»Hay una loca más fiera
que el corazón infeliz:
la que le chupó la sangre
y se echó luego a reír.
»Corazón que lleva rota
el ancla fiel del hogar,
va como barca perdida,
que no sabe a dónde va».
En cuanto llega a esta angustia
rompe el muerto a maldecir:
le amanso el cráneo: lo acuesto:
acuesto el muerto a dormir.



Abraham Valdelomar

El árbol del cementerio

-- de Abraham Valdelomar --

EL ÁRBOL DEL CEMENTERIO

No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.

No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda,

dieron a mi niñez ésta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:

fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.



Abraham Valdelomar

En mi dolor pusisteis...

-- de Abraham Valdelomar --

En mi dolor pusisteis vuestro cordial consuelo;
en vuestro hogar mis penas encontraron un nido;
para mi soledad, vuestras almas han sido
como dos alas blancas bajo la paz del cielo.

Dios os pague la sombra que me dio vuestro pecho,
y el vino generoso que me dio vuestra mesa,
y aquella dulce paz de vuestras almas, y esa
serenidad de lago que disteis a mi pecho.

Por el beso de amor, por el pan de cariño,
por el trino del ave, por el llanto del niño,
por los dulces poemas que vuestro hogar me dio,

dirá mi corazón esta prez cotidiana,
al morir el crepúsculo y al nacer la mañana:
que el Señor os bendiga como os bendigo yo...



Abraham Valdelomar

Ofertorio (Valdelomar)

-- de Abraham Valdelomar --

Cuando el rojo crepúsculo en la aldea ponía
la silenciosa nota de su melancolía,
desde la blanca orilla iba a mirar el mar.
Todo lo que él me dijo aún en mi alma persiste:
–«mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar»–

A veces, en la sombra, la vaguedad marina
cruzaba el blanco triángulo de una vela latina
y se esfumaba en el confín;
desgranaba las lágrimas de su espuma una ola
y una ave en el espacio se deslizaba sola
hacia la costa curva y gris.

El faro como un cíclope con el ojo encendido,
buscaba entre las sombras algún buque perdido,
–desnudo y fuerte como un pescador–,
ofreciendo su estela como un pródigo brazo
y sus férreas escalas como un duro regazo:
tal a los reyes magos la estrella del Señor...

Hoy, con mi barca débil navegando en la ignota
inmensidad brumosa, la blanca vela rota,
tu espíritu bueno me sepa guiar.
Tú, blanca, dulce, triste, pensativa, adorada,
recuerda y pon en estas palabras tu mirada
amorosa y profunda como el cielo y el mar...



Agustina Andrade

Lágrima

-- de Agustina Andrade --

Del Uruguay a la orilla
en una noche de estío,
una rosada azucena
vi bordada de rocío.

Que ruborosa inclinaba
su cáliz hacia otra flor,
para dejarle una gota
de rocío temblador.

Ya la flor que había quemado
con su ardiente rayo el sol,
la halló alegre y sonriente
el vespertino arrebol.

Así en las almas que lloran,
tan tristes como esa flor,
suele descender un día
una lágrima de amor.

Y como despierta el ave
cuando ruge el aquilón,
despierta el alma dormida
temblando de inspiración.



Alberti

ELEGÍA A GARCILASO

-- de Alberti --

... antes de tiempo y casi en flor cortada.

G.DE LA V.

Hubierais visto llorar a las yedras cuando el agua más triste se pasó toda una noche velando a un yelmo ya sin alma,
a un yelmo moribundo sobre una rosa nacida en el vaho que duerme los espejos de los castillos
a esa hora en que los nardos más secos se acuerdan de su vida al ver que las violetas difuntas abandonan sus cajas
y los laúdes se ahogan por arrollarse a sí mismos.
Es verdad que los fosos inventaron el sueño y los fantasmas.
Yo no sé lo que mira en las almenas esa inmóvil armarnadura vacía.
¿Cómo hay luces que decretan tan pronto la agonía de las espadas
si piensan en que un lirio es vigilado por hojas que duran mucho más tiempo?
Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta.
En el sur siempre es cortada casi en flor el ave fría.



Alfonsina Storni

Siesta

-- de Alfonsina Storni --

Sobre la tierra seca
EI sol quemando cae:
Zumban los moscardones
Y las grietas se abren...
El viento no se mueve.
Desde la tierra sale
Un vaho como de horno;
Se abochorna la tarde
Y resopla cocida
Bajo el plomo del aire...
Ahogo, pesadez,
Cielo blanco; ni un ave.

Se oye un pequeño ruido:
Entre las pajas mueve
Su cuerpo amosaicado
Una larga serpiente.
Ondula con dulzura.
Por las piedras calientes
Se desliza, pesada,
Después de su banquete
De dulces y pequeños
Pájaros aflautados
Que le abultan el vientre.

Se enrosca poco a poco,
Muy pesada y muy blanda,
Poco a poco se duerme
Bajo la tarde blanca.
¿Hasta cuándo su sueño?
Ya no se escucha nada.
Larga siesta de víbora
Duerme también mi alma.



Alfonsina Storni

Esta tarde

-- de Alfonsina Storni --

Ahora quiero amar algo lejano...
Algún hombre divino
Que sea como un ave por lo dulce,
Que haya habido mujeres infinitas
Y sepa de otras tierras, y florezca
La palabra en sus labios, perfumada:
Suerte de selva virgen bajo el viento...

Y quiero amarlo ahora. Está la tarde
Blanda y tranquila como espeso musgo,
Tiembla mi boca y mis dedos finos,
Se deshacen mis trenzas poco a poco.

Siento un vago rumor... Toda la tierra
Está cantando dulcemente... Lejos
Los bosques se han cargado de corolas,
Desbordan los arroyos de sus cauces
Y las aguas se filtran en la tierra
Así como mis ojos en los ojos
Que estoy sonañdo embelesada...

Pero
Ya está bajando el sol de los montes,
Las aves se acurrucan en sus nidos,
La tarde ha de morir y él está lejos...
Lejos como este sol que para nunca
Se marcha y me abandona, con las manos
Hundidas en las trenzas, con la boca
Húmeda y temblorosa, con el alma
Sutilizada, ardida en la esperanza
De este amor infinito que me vuelve
Dulce y hermosa...



Alfonsina Storni

Siesta (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Sobre la tierra seca
EI sol quemando cae:
Zumban los moscardones
Y las grietas se abren...
El viento no se mueve.
Desde la tierra sale
Un vaho como de horno;
Se abochorna la tarde
Y resopla cocida
Bajo el plomo del aire...
Ahogo, pesadez,
Cielo blanco; ni un ave.

Se oye un pequeño ruido:
Entre las pajas mueve
Su cuerpo amosaicado
Una larga serpiente.
Ondula con dulzura.
Por las piedras calientes
Se desliza, pesada,
Después de su banquete
De dulces y pequeños
Pájaros aflautados
Que le abultan el vientre.

Se enrosca poco a poco,
Muy pesada y muy blanda,
Poco a poco se duerme
Bajo la tarde blanca.
¿Hasta cuándo su sueño?
Ya no se escucha nada.
Larga siesta de víbora
Duerme también mi alma.



Amado Nervo

nadie conoce el bien

-- de Amado Nervo --

Había un ángel cerca de mí,
mas no le vi...
Posó las plantas maravillosas
entre las zarzas de mi erial, y
yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.
Cuando, callado, tendió su vuelo
y quedó al irse torvo mi cielo,
mi vida huérfana, mi alma vacía,
comprendí todo lo que perdía.
Alcé los ojos despavorido,
llamé al ausente con un gemido,
plegó mis labios convulso gesto...
Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
con vuelo de ímpetu soberano,
las lindes negras del mundo arcano,
y todo vano fué... ¡Todo vano!
¡quién del espacio devuelve un ave!
¡qué imán atrae a un dios ya ido!
dice el proloquio que nadie sabe
el bien que tiene... ¡Sino perdido!



Amado Nervo

Esta niña dulce y grave...

-- de Amado Nervo --

Esta niña dulce y grave,
tiene un largo cuello de ave,
cuello lánguido y sutil
cuyo gálibo suave
finge prora de una nave,
de una nave de marfil.

Y hay en ella cuando inclina
la cabeza arcaica y fina,
-que semeja peregrina
flor de oro- al saludar,
cierto ritmo de latina,
cierto porte de menina
y una gracia palatina
muy difícil de explicar...



Amado Nervo

Exhalación

-- de Amado Nervo --

Cayó la tarde y el taimado anhelo
que noche a noche la extensión explora,
busca en vano la estrella donde mora
mi luminoso espíritu gemelo.

Como un ave de luz herida al vuelo,
que al caer bate el ala tembladora,
una blanca fotófuga desflora
la comba lapizlázuli del cielo.

¿Es lágrima de un dios ese astro errante?
¿Es «Ella» que dejó su edén distante
para buscarme en la existencia ingrata?

-Tú lo sabes, ¡oh luna dulce y fría,
que trazas, dividiendo noche y día,
tu divino paréntesis de plata!



Lope de Vega

El sucesor del gótico arrogante

-- de Lope de Vega --

El sucesor del gótico arrogante,
que fulminó dos veces Carlos Quinto,
en blanco armado, aunque de sangre tinto,
del Sacro Imperio presumióse Atlante.

Estaba el mundo en acto circunstante,
si bien el voto universal distinto,
cuando cayó de tanto laberinto,
con breve plomo, el ínclito gigante.

Mesuróse el león de España, el ave
del imperio paró las sacras plumas,
y el gran Melquisedec doró la llave.

Que suelen de olas infinitas sumas,
pensando, altivas, contrastar la nave,
nacer montañas y morir espumas.



Lope de Vega

Entre las soledades, don Francisco

-- de Lope de Vega --

Entre las soledades, don Francisco,
donde el último Nilo se derrama,
ni vive fiera en campo, ni ave en rama,
ni gitano pastor conduce aprisco.

Apenas nace al sol verde lentisco
cuando es ceniza de su ardiente llarna
aquí llorando me llamó una dama
desde la punta de un excelso risco.

Enternecido yo (piedad humana),
mas si queréis que os cuente alguna cosa
sabed que lo soñaba esta mañana,

cuando el rocío del aurora hermosa
en copa de cristal teñida en grana
con brindis al jazmín, bebió la rosa.



Mientras que bebe el regalado aliento

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Mientras que bebe el regalado aliento
de tu divina boca, ¡oh Laura mía!;
mientras asiste al Sol que roba al día,
por más hermosa luz, luz y contento,

tu dueño; o ya repose —¡oh blando asiento!—
su cuello en ése que a la nieve fría
prestar color, prestar beldad podría,
vuelve, si no la vista, el pensamiento.

¡Ay, si acaso, ay de mí, lucha amorosa
la lengua oprime! ¡Oh bien dichoso amante,
si no más, si oprimiere desdeñosa!

No olvides a tu ausente, a tu constante,
que es ave el pensamiento, ¡oh Laura hermosa!
y llegará a tu Fabio en un instante.



Luis Cañizal de la Fuente

definición

-- de Luis Cañizal de la Fuente --

Definición
también hay un silencio enamorado.
Existe entre las cosas. Existe entre nosotros.
En un patio con luz hipnotizada
(las dos del día) yendo hacia septiembre.
En el suspiro misericordioso
del pecho de un enfermo.
En lo que hablan en voz baja los amantes:
cuando callan
y no se oye ni pasar el viento,
silencio enamorado.
Silencio enamorado
el que dejan las horas del reloj
cuando verbera el toque entre suspiros.
Silencio enamorado el que azotan
las alas de un ave pinariega
si entre agüero y agüero de su canto agreste
penetran las aristas resinosas
de callar un perfume.
De callar... Y volver el aroma
como un dicho suertudo.
(Desde el río al pueblo, a pie. 29 De agosto 2001. Las doce



Góngora

Ni en este monte, este aire, ni este río

-- de Góngora --

Ni en este monte, este aire, ni este río
corre fiera, vuela ave, pece nada,
de quien con atención no sea escuchada
la triste voz del triste llanto mío;

y aunque en la fuerza sea, del estío,
al viento mi querella encomendada,
cuando a cada cual dellos más le agrada
fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,

a compasión movidos de mi llanto,
dejan la sombra, el ramo, y la hondura,
cual ya por escuchar el dulce canto

de aquel que, de Estrimón en la espesura,
los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
puede mi mal, y pudo su dulzura!



Luis Gonzaga Urbina

¡ave césat!

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Herido voy, herido; no me alienta
la muchedumbre que en el circo clama,
y entona canto a la verde rama
que allí en la sien del vencedor se ostenta.

La misma multitud es la que afrenta
al que en la lucha desigual, se inflama,
y al fin sucumbe, sin honor ni fama,
la espada rota y la cerviz sangrienta.

Yo entré a la lid intrépido y gozoso.
Los muertos te saludan, dije al mundo.
Miré a las fieras; me sentí coloso:

luché; me hirió la duda en lo profundo,
y entre el polvo del carro victorioso,
ya ruedo por la arena, moribundo.



Luis Muñoz Rivera

parias

-- de Luis Muñoz Rivera --

Allá van, recatando en la sombra
la faz macilenta,
en que el miedo, fantasma impalpable,
grabara sus huellas.

Ellos son: los que ayer, pregonando
con tonos vibrantes su amor a la idea,
nos hablaron de nobles anhelos,
de alientos viriles, de heroicas empresas.

Ora brama sin vallas ni diques
la furia del déspota,
y ellos callan, los fuertes, los puros,
y abaten y rasgan la hermosa bandera
que juraron en días mejores
mantener triunfadora y enhiesta.

¡Patria! ¡patria! tus hijos te olvidan,
tus hijos te niegan,
mientras lloras con llanto de fuego
y claman venganza tus crueles afrentas.

Cuando pasen las horas terribles;
cuando lleguen las horas serenas;
si borinquen soporta la injuria;
si borinquen perdona la ofensa;
los que yen con desprecio profundo
rugir desbordadas las iras del césar,
mirarán a la pobre borinquen
con honda tristeza.

¿Dónde irán los que sienten al rostro
en olas de sangre subir la vergüenza
¿a qué climas remotos y extraños
cual ave que pierde su nido y su selva
llevará, con angustia infinita, su canto el poeta?



Luis Palés Matos

ensoñación

-- de Luis Palés Matos --

Por el cuadrado de una ventana de nuestra escuela
que de soslayo me ríe toda su claridad,
miro el paisaje chillón y viva, de un azul hondo
y una sencilla calma de infante diafanidad.

El cielo limpio, de vez en cuando, se mancha en una
de esas blancuras puras y llenas de santidad,
con que el celaje tiñendo el dombo del firmamento
risueña el éxtasis con su ternura de castidad.

Mientras discurre par la pizarra la geometría
le nacen alas de ibis al ave del alma mía,
y de la escuela me voy muy lejos, a una región

donde es más fresca la gran mejilla de la mañana,
y sollozando sobre las notas de la fontana,
me aguarda inquieta la dulce novia del corazón.



Manuel Bretón de los Herreros

A la pereza

-- de Manuel Bretón de los Herreros --

¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio el que madruga con la aurora
aunque las musas digan que enamora
oír cantar a un ave en la alborada!

¡Oh, qué lindo en poltrona dilatada
reposar una hora y otra hora!
Comer, holgar..., ¡Qué vida encantadora,
sin ser de nadie y sin pensar en nada!

¡Salve, oh, Pereza! En tu macizo templo
ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo

arrastro bostezando: y en tal modo
tu apacible modorra a entrar me empieza
que no acabo el soneto... De per... (Eza)



Manuel de Zequeira

A la brisa

-- de Manuel de Zequeira --

Rompe en oriente sus prisiones Eolo,
Tiende sus alas, y con blando aliento
Bate en la concha del neptúneo carro
Lleno de Pompa.

Siguen su rumbo los tritones, siguen
Cándidas ninfas sus etéreos pasos
Liras templando de cristal sonoro
Dulces sirenas.

Bajo sus alas el campeón ibero
Llega a regiones peregrinas donde
Guarda su gloria y su memoria el ancho
Valle de Otumba.

Sobre tapices de esmeralda Ceres
Dulces placeres con Pomona parte
Cuando reparte la risueña brisa
Gratos aromas.

Puesto a la sombra del abeto, entonces
Oigo los mirtos y laureles santos
Cómo conversan con el aire, y cómo
Flora se anima.

La ave de Venus con amante pico
Llama al consorte de su nido ausente,
Dando al ambiente el parabién, y dando
Tiernos arrullos.

Todo se mueve con festivo enlace,
Driades y Faunos en sus verdes templos
Danzan los unos, y los otros tocan
Rudos silbatos.

Cuando tú soplas oh sagrada brisa,
Todo revive con tu aliento, y cuando
Vienes se alegra la fecunda en oro
Tórrida zona.



Manuel del Cabral

habla compadre mon

-- de Manuel del Cabral --

Lo que ayer dije yo
a gritarlo vuelvo ya:
¿tierra en el mar?
no señor,
aquí la isla soy yo.

Algo yo tengo en el cinto
que estoy como está la isla,
rodeada de peligro.

Sí, señor, mi cinturón:
ola de pólvora y plomo.
Aquí la isla soy yo.

Cabe, lo que dije ya,
siempre aquí, como le cabe
el día en el pico de ave.
¡Qué bien me llevan la voz
las balas que sueño yo!

y no está lejos del hombre
de tierra adentro y dormido
la verde fiera que siempre
nos pone un rabioso anillo...
Estoy hablando del mar
porque en él hay algo mío...

¿Pero estoy hablando yo
de una antilla, tierra en agua?
no señor,
con la cintura entre balas,
al mapa le digo no.
Aquí la isla soy yo.



Manuel del Palacio

Amor oculto

-- de Manuel del Palacio --

Ya de mi amor la confesión sincera
Oyeron tus calladas celosías,
Y fué testigo de las ánsias mias
La luna, de los tristes compañera.

Tu nombre dice el ave placentera
A quien visito yo todos los días,
Y alegran mis soñadas alegrías
El valle, el monte, la comarca entera.

Sólo tú mi secreto no conoces,
Por más que el alma con latido ardiente
Sin yo quererlo te lo diga á voces;

Y acaso has de ignorarlo eternamente,
Como las ondas de la mar veloces
La ofrenda ignoran que les da la fuente.



Manuel del Palacio

Amor oculto (Melodías íntimas)

-- de Manuel del Palacio --

Ya de mi amor la confesión sincera
Oyeron tus calladas celosías,
Y fué testigo de las ánsias mias
La luna, de los tristes compañera.

Tu nombre dice el ave placentera
Á quien visito yo todos los días,
Y alegran mis soñadas alegrías
El valle, el monte, la comarca entera.

Sólo tú mi secreto no conoces,
Por más que el alma con latido ardiente
Sin yo quererlo te lo diga á voces;

Y acaso has de ignorarlo eternamente,
Como las ondas de la mar veloces
La ofrenda ignoran que les da la fuente.



Manuel del Palacio

El fin del pavo

-- de Manuel del Palacio --

¡Pasó! De su hermosura sólo queda
Un pálido recuerdo en la cocina;
Allí su pluma está rizada y fina
Con la que veces mil hizo la rueda.

Su piel rosada y tersa cual la seda
Muy pronto rasgará mano asesina:
¿Por qué no fué al nacer ave dañina
Del bosque secular en la arboleda?

Mártir de sus domésticos deberes
Él al capricho bárbaro se inmola
Del más feroz y torpe de los seres.

Yo ceñiré á su sien una aureola;
Lector, ¿lo dudas? ¿Convencerte quieres?
Regálamelo asado, á la española.



Manuel Gutiérrez Nájera

para el álbum

-- de Manuel Gutiérrez Nájera --

El verso es ave: busca entumecido
follaje espeso y resplandores rojos.
¿Qué nido más caliente que tu nido?
¿qué sol más luminoso que tus ojos?
manuel gutiérrez nájera, 1883



Manuel Gutiérrez Nájera

Para el álbum (Manuel Gutiérrez Nájera)

-- de Manuel Gutiérrez Nájera --

El verso es ave: busca entumecido
follaje espeso y resplandores rojos:
¿Qué nido más caliente que tu nido?
¿Qué sol más luminoso que tus ojos?



Manuel Gutiérrez Nájera

Para Entonces

-- de Manuel Gutiérrez Nájera --

Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo,
donde parezca sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz, triste, retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.



Jaime Sabines

mi corazón emprende...

-- de Jaime Sabines --

Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo
último viaje.
Retoño de la luz,
agua de las edades que en ti, perdida, nace.
Ven a mi sed. Ahora.
Después de todo. Antes.
Ven a mi larga sed entretenida
en bocas, escasos manantiales.
Quiero esa arpa honda que en tu vientre
arrulla niños salvajes,
quiero esa tensa humedad que te palpita ,
esa humedad de agua que te arde.
Mujer, músculo suave.
La piel de un beso entre tus senos
de oscurecido oleaje
me navega en la boca
y mide sangre.
Tú también. Y no es tarde.
Aún podemos morirnos uno en otro:
es tuyo y mío ese lugar de nadie.
Mujer, ternura de odio, antigua madre,
quiero entrar, penetrarte,
veneno, llama, ausencia,
mar amargo y amargo, atravesarte.
Cada célula es hembra, tierra abierta,
agua abierta, cosa que se abre.
Yo nací para entrarte.
Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante.
Por conocerte estoy,
grano de angustia en corazón de ave.
Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres
tendrán un hombre encima en todas partes.



Jaime Torres Bodet

orquídea

-- de Jaime Torres Bodet --

Flor que promete al tacto una caricia
más que el otoño de un perfume, suave
y que, pensada en flor, termina en ave
porque su muerte es vuelo que se inicia.
Párpado con que el trópico precave
de su luz interior la ardua delicia,
música inmóvil, flámula en primicia,
aurora vegetal, estrella grave.
Remordimiento de la primavera,
conciencia del color, pausa del clima,
gracia que en desmentirse persevera,
¿por qué te pido un alma verdadera
si la sola fragancia que te anima
es, orquídea, el temor de ser sincera?



Jorge Luis Borges

parís, 1856

-- de Jorge Luis Borges --

La larga postración lo ha acostumbrado
a anticipar la muerte. Le daría
miedo salir al clamoroso día
y andar entre los hombres. Derribado,
enrique heine piensa en aquel río,
el tiempo, que lo aleja lentamente
de esa larga penumbra y del doliente
destino de ser hombre y ser judío.
Piensa en las delicadas melodías
cuyo instrumento fue, pero bien sabe
que el trino no es del árbol ni del ave
sino del tiempo y de sus vagos días.
No han de salvarte, no, tus ruiseñores,
tus noches de oro y tus cantadas flores.



Josefina Pla

el soneto de tu voz

-- de Josefina Pla --

Blanda en mi entraña, como tibia lluvia,
beso aplastado corazón a vena;
tiembla en mis ojos, como sol en río
tañe en mis pulsos dolorida plata.

Pincel que te dibuja estremecida
rama en el agua azul de mis anhelos
pasa por mí, y se lleva mi dulzura
como un rayo de luz que fuese abeja.

Ave a quien le nací con viento y nido,
su ala sabe el curso de mi arroyo,
y en el ángulo agudo de su vuelo

-punta de corazón hiriendo en flecha-
una gota de sangre nueva siempre
recarmina las rosas del deseo.

1939



César Vallejo

Trilce: XLII

-- de César Vallejo --

Esperaos. Ya os voy a narrar
todo. Esperaos sossiegue
este dolor de cabeza. Esperaos.

¿Dónde os habéis dejado vosotros
que no hacéis falta jamás?

Nadie hace falta! Muy bien.

Rosa, entra del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa:
ni sabes a dónde voy.

¿Aspa la estrella de la muerte?
O son extrañas máquinas cosedoras
dentro del costado izquierdo.
Esperaos otro momento.

No nos ha visto nadie. Pura
búscate el talle.
¡A dónde se han saltado tus ojos!

Penetra reencarnada en los salones
de ponentino cristal. Suena
música exacta casi lástima.

Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! No salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo ay.

Paletada facial, resbala el telón
cabe las conchas.
Acrisis. Tilia, acuéstate.



César Vallejo

esperaos. ya os voy a narrar

-- de César Vallejo --

xlii
esperaos. Ya os voy a narrar
todo. Esperaos sossiegue
este dolor de cabeza. Esperaos.
¿Dónde os habéis dejado vosotros
que no hacéis falta jamás?
nadie hace falta! muy bien.
Rosa, entra del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa:
ni sabes a dónde voy.
¿Aspa la estrella de la muerte?
o son extrañas máquinas cosedoras
dentro del costado izquierdo.
Esperaos otro momento.
No nos ha visto nadie. Pura
búscate el talle.
¡A dónde se han saltado tus ojos!
penetra reencarnada en los salones
de ponentino cristal. Suena
música exacta casi lástima.
Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! no salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo ay.
Paletada facial, resbala el telón
cabe las conchas.
Acrisis. Tilia, acuéstate.



César Vallejo

terremoto

-- de César Vallejo --

Confianza en el anteojo, nó en el ojo;
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, nó en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en la maldad, nó en el malvado;
en el vaso, mas nunca en el licor;
en el cadáver, no en el hombre
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en muchos, pero ya no en uno;
en el cauce, jamás en la corriente;
en los calzones, no en las piernas
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.



César Vallejo

confianza en el anteojo, nó en el ojo

-- de César Vallejo --

Confianza en el anteojo, nó en el ojo;
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, nó en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en la maldad, nó en el malvado;
en el vaso, mas nunca en el licor;
en el cadáver, no en el hombre
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en muchos, pero ya no en uno;
en el cauce, jamás en la corriente;
en los calzones, no en las piernas
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.



Delmira Agustini

Mi aurora

-- de Delmira Agustini --

Como un gran sol naciente iluminó mi vida
y mi alma abrió a beberlo como una flor de aurora;
¡Amor! ¡Amor! bendita la noche salvadora
en que llamó a mi puerta tu mamita florida.

Mi alma vibro en la sombra como arpa sorprendida,
las aguas del silencio ya abiertas, en la aurora
cantó su voz potente misteriosa y sonora.
¡Mi alma lóbrega era una estrella dormida!

Hoy toda la esperanza que yo llorara muerta
surge a la vida alada del ave que despierta
ebria de una alegría fuerte como el dolor;

y todo luce y vibra, todo despierta y canta,
como si el palio rosa de su luz viva y santa
abriera sobre el mundo la aurora de mi amor.



Delmira Agustini

Por campos de ensueño

-- de Delmira Agustini --

Pasó humeante el tropel de los potros salvajes,
feroces los hocicos, hirsutos de pelajes,
las crines extendidas, bravías, tal bordones,
pasaron como 'pasan pamperos y aquilones.

Y luego fueron águilas de esplendidos plumajes
trayendo de sus cumbres magníficas visiones,
con el sereno vuelo de las inspiraciones
augustas, con soberbias de olímpicos linajes.

Cruzaron hacia Oriente la limpidez del cielo,
tras ellas como cándida hostia que alzara el vuelo,
una paloma blanca como la nieve asoma.

Yo olvido el ave egregia y el bruto que foguea
pensando que en los cielos solemnes de la Idea
a veces es muy bella, muy bella una paloma.



Canta blanco palomo

-- de Dionisio de Solís --

Canta blanco palomo, y de la aurora
el róseo carro con ti acento llama;
que atenta escucha en la mullida cama
la esposa a quien tu cántico enamora.

Canta y anuncia la estación de Flora
y el delicioso incendio que te inflama,
mientras sentado en la frontera rama
otro palomo solitario llora.

¡Felice tú que puedes con tu canto
al alma penetrar por el oído
del ave amante en que tu bien se funda!

Y ¡mísero de mí, que la triste llanto
en que a solas me miras consumido,
sin fruto el rostro y sin cesar me inunda!



Dolores Veintimilla

La noche y mi dolor

-- de Dolores Veintimilla --

El negro manto que la noche umbría
Tiende en el mundo a descansar convida,
Su cuerpo extiende ya en la tierra fría
Cansado el pobre y su dolor olvida.

También el rico en su mullida cama
Duerme soñando avaro sus riquezas,
Duerme el guerrero y en su ensueño exclama:
Soy invencible y grandes mis proesas.

Duerme el pastor feliz en su cabaña
Y el marino tranquilo en su bajel;
A éste no altera la ambición ni saña
El mar no inquieta el reposar de aquel.

Duerme la fiera en lóbrega espesura,
Duerme el ave en las ramas guarecida,
Duerme el reptil en su morada impura,
Como el insecto en su mansión florida.

Duerme el viento.... La brisa silenciosa
Gime apenas las flores cariciando;
Todo entre sombras a la par reposa,
Aquí durmiendo más allá soñando.

Tú, dulce amiga, que talvez un día
Al contemplar la luna misteriosa,
Exaltabas tu ardiente fantasía
Derramando una lágrima amorosa.

Duerme también tranquila y descansada
Cual marino calmada la tormenta,
Así olvidando la inquietud pasada
Mientras tu amiga su dolor lamenta.



Emilio Bobadilla

La Alemania de ayer y de hoy

-- de Emilio Bobadilla --

De pensadora y lírica —en claros días serenos—
te convertiste en pérfida, agresiva y furiosa.
Kant vistió el uniforme, y en óperas de truenos
tornóse de Beethoven la música llorosa!

¿Dónde están tus leyendas, tus baladas de ensueño?
¿Dónde tu metafísica enrevesada y honda?
¿Dónde tus Margaritas de candor lugareño,
de pupilas azules y cabellera blonda?

La engañosa paloma era ave de rapiña
que con su corvo pico y sus garras de acero,
asoló los poblados y esquilmó la campiña...!

¡Adiós, romanticismo de errabundos contornos!
¡Adiós, falso idealismo —pájaro pinturero
cuyas alas de talco quemó Krup en sus hornos!



Emilio Bobadilla

Primavera lúgubre

-- de Emilio Bobadilla --

¡Oh mañana de triunfo, de cristalino ambiente!
Las rosas se entreabren como pidiendo besos;
y hay un aroma lúbrico en el aire caliente
y están de gordas frutas los árboles, obesos!

Y a la luz de esta diáfana matinal zambra de oro,
que ensancha de alegría los prietos corazones,
desfilan por las calles con lento andar sonoro,
camino de la muerte, miles de batallones!

Y el cielo es de azurita y la mar corre suave,
y todo está dormido como envuelto en un manto,
y no turba el sosiego de los aires un ave

y el valle está pidiendo caricias de zampoña,
y los hombres se matan sin compasión, en tanto,
cual si la vida fuese un árbol que retoña!



Emilio Bobadilla

Todo igual

-- de Emilio Bobadilla --

¡Qué vértigo en el aire, qué aflicción en las almas!
¡Qué huracán de vesania, qué fiebre, qué delirio!
Aspiran los valientes a batir áureas palmas,
las palmas clandestinas de anónimo martirio!

¿Saldrá más acendrada la moral de esta lucha?
¿Será mejor el hombre venidero? ¡Quién sabe!
No es animal aéreo ni terrestre la trucha;
y, voladora siempre, tendrá plumas el ave...

Habrá nuevas costumbres, el lujo, irá en aumento;
viviendas más higiénicas, más orden en la vida;
tal vez menos ideas y menos sentimiento

y acaso sólo sirva de adorno la palabra...
Pero esta lucha épica, feroz y fratricida,
no hará de un cardo un cedro, ni un toro de una cabra.



Enrique González Martínez

cuando sepas hallar una sonrisa...

-- de Enrique González Martínez --

Cuando sepas hallar una sonrisa
en la gota sutil que se rezuma
de las porosas piedras, en la bruma,
en el sol, en el ave y en la brisa;

cuando nada a tus ojos quede inerte,
ni informe, ni incoloro, ni lejano,
y penetres la vida y el arcano
del silencio, las sombras y la muerte;

cuando tiendas la vista a los diversos
rumbos del cosmos, y tu esfuerzo propio
sea como potente microscopio
que va hallando invisibles universos,

entonces en las flamas de la hoguera
de un amor infinito y sobrehumano,
como el santo de asís, dirás hermano
al árbol, al celaje y a la fiera.

Sentirás en la inmensa muchedumbre
de seres y de cosas tu ser mismo;
serás todo pavor con el abismo
y serás todo orgullo con la cumbre.

Sacudirá tu amor el polvo infecto
que macula el blancor de la azucena,
bendecirás las márgenes de arena
y adorarás el vuelo del insecto;

y besarás el garfio del espino
y el sedeño ropaje de las dalias. . .
Y quitarás piadoso tus sandalias
por no herir a las piedras del camino.



Julián del Casal

salomé

-- de Julián del Casal --

En el palacio hebreo, donde el suave
humo fragante por el sol deshecho,
sube a perderse en el calado techo
o se dilata en la anchurosa nave,
está el tetrarca de mirada grave,
barba canosa y extenuado pecho,
sobre el trono, hierático y derecho,
como dormido por canciones de ave.
Delante de él, con veste de brocado
estrellada de ardiente pedrería,
al dulce son del bandolín sonoro,
salomé baila y, en la diestra alzado,
muestra siempre, radiante de alegría,
un loto blanco de pistilos de oro.



Pablo Neruda

soneto lxiii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina
es como la única rosa, la flor por el mar enterrada,
anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve.
Las amargas alturas de las cordilleras conocen mis pasos.
Enmarañada, silbante región de mi patria salvaje,
lianas cuyo beso mortal se encadena en la selva,
lamento mojado del ave que surge lanzando sus escalofríos,
oh región de perdidos dolores y llanto inclemente!
no sólo son míos la piel venenosa del cobre
o el salitre extendido como estatua yacente y nevada,
sino la viña, el cerezo premiado por la primavera,
son míos, y yo pertenezco como átomo negro
a las áridas tierras y a la luz del otoño en las uvas,
a esta patria metálica elevada por torres de nieve.



Pablo Neruda

el amarillo de los bosques

-- de Pablo Neruda --

El amarillo de los bosques
es el mismo del año ayer?
y se repite el vuelo negro
de la tenaz ave marina?
y donde termina el espacio
se llama muerte o infinito?
qué pesan más en la cintura,
los dolores o los recuerdos?



Pablo Neruda

el pájaro yo

-- de Pablo Neruda --

Me llamo pájaro pablo,
ave de una sola pluma,
volador de sombra clara
y de claridad confusa,
las alas no se me ven,
los oídos me retumban
cuando paso entre los árboles
o debajo de las tumbas
cual un funesto paraguas
o como espada desnuda,
estirado como un arco
o redondo como una uva,
vuelo y vuelo sin saber,
herido en la noche oscura,
quiénes me van a esperar,
quiénes no quieren mi canto,
quiénes me quieren morir,
quiénes no saben que llego
y no vendrán a vencerme,
a sangrarme, a retorcerme
o a besar mi traje roto
por el silbido del viento.
Por eso vuelvo y me voy,
vuelo y no vuelo pero canto:
soy el pájaro furioso
de la tempestad tranquila.



Pedro Bonifacio Palacios

A tus pies

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Nocturno canto de amor
que ondulas en mis pesares,
como en los negros pinares
las notas del ruiseñor.

Blanco jazmín entre tules
y carnes blancas perdido,
por mi pasión circuído
de pensamientos azules.

Coloración singular
que mi tristeza iluminas,
como al desierto y las ruinas
la claridad estelar.

Nube que cruzas callada
la extensión indefinida,
dulcemente perseguida
por la luz de mi mirada.

Ideal deslumbrador
en el espíritu mío,
como el collar del rocío
con que despierta la flor.

Sumisa paloma fiel
dormida sobre mi pecho,
como si fuera en un lecho
de mirtos y de laurel.

Música, nube, ideal,
ave, estrella, blanca flor,
preludio, esbozo, fulgor
de otro mundo espiritual.

Aquí vengo, aquí me ves,
aquí me postro, aquí estoy,
como tu esclavo que soy,
abandonado a tus pies.



Pedro Calderón de la Barca

A un altar de Santa Teresa

-- de Pedro Calderón de la Barca --

La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.

Esta pues que la cumbre del Carmelo
mira fiel, mansa ocupa y surca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.

¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega,
y a más pilotos tu gobierno fía!

Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.



Pedro Soto de Rojas

Fénix, sol de amor

-- de Pedro Soto de Rojas --

Con manos de oro la neutral cortina
corre el gran sumiller del cuarto cielo
y, descubriendo su esplendor al suelo,
las extranjeras formas avecina.

El vulgo todo de la luz se inclina,
cediendo a su mayor con santo celo,
que dar al sol la luz y al ave el vuelo
la justicia constante determina.

Sol es, Fénix, de amor vuestro semblante,
sol que dudas aclara y hermosea,
sol que forma los años del amante;

exhalación mi alma, que os desea
y por derecho natural constante
en vos la luz de vos por vos emplea.



Rafael María Baralt

Al sol (1-Baralt)

-- de Rafael María Baralt --

Mares de luz, ¡oh sol!, en la alta esfera
derrama triunfador tu carro de oro
y la vencida luna con desdoro
su antorcha apaga ante su inmensa hoguera.

Y el águila de rayos altanera
hasta el cielo a buscar va su tesoro;
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

Y la tierra y el mar y el claro cielo
penetrados por ti hierven de amores
cual de su esposo al fecundante anhelo.

¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.



Rafael María Baralt

Al sol (2-Baralt)

-- de Rafael María Baralt --

Mares de luz por la sonante esfera,
triunfador de la noche, el carro de oro
lanza del sol, y su perenne lloro
suspende el mundo y su aflicción severa.

Dichosa al firmamento va ligera,
cual despedida flecha audaz condoro,
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

Y la tierra y el mar y el claro cielo
en alegre bullir hierven de amores,
cuando fecundo el luminar su vuelo.

¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.



Rafael María Baralt

El viajero (Baralt)

-- de Rafael María Baralt --

Ave de paso que vagando gira
de nación en nación, de gente en gente
y de su amor y de su nido ausente
hoy llora aquí, mañana allí suspira.

Rama infeliz que el ábrego en su ira
del almo tronco desgajó inclemente;
pobre arroyuelo que de ignota fuente
fluye gimiendo y en la mar espira.

Ausente así del caro patrio suelo,
afanosa busco mi edad florida
para el alma un amor y mis amores.

Tormentas fueron y furor del cielo.
Gocen otros el bien: que yo en la vida,
abeja de dolor, libo dolores.



José María Eguren

la canción del regreso

-- de José María Eguren --

Mañana violeta.

Voy por la pista alegre
con el suave perfume

del retamal distante.
En el cielo hay una
guirnalda triste.

Lejana duerme
la ciudad encantada
con amarillo sol.

Todavía cantan los grillos
trovadores del campo
tristes y dulces
señales de la noche pasada;

mariposas oscuras
muertas junto a los faroles;

en la reja amable
una cinta celeste;
tal vez caída
en el flirteo de la noche.

Las tórtolas despiertan,
tienden sus alas;
las que entonaron en la tarde
la canción del regreso.

Pasó la velada alegre
con sus danzas

y el campo se despierta
con el candor; un nuevo día.

Los aviones errantes,
las libélulas locas
la esperanza destellan.

Por la quinta amanece
dulce rondó de anhelos.

Voy por la senda blanca
y como el ave entono,

por mi tarde que viene
la canción del regreso.



José Tomás de Cuellar

A Elvira

-- de José Tomás de Cuellar --

¿POR qué doblegas la frente
Con tan hondo sentimiento?
¿Por qué mustio, macilento,
Tiene tu rostro el pesar?
¿Por qué, Elvira, tus miradas
Son de duelo y amargura?
¿Por qué, Elvira, sin ventura,
No sabes más que llorar?

¿En dónde está tu sonrisa
Tan pura y tan hechicera?
¿Dónde van, ave parlera,
Las notas de tu canción?
Elvira, contén el llanto



José Tomás de Cuellar

Ayer

-- de José Tomás de Cuellar --

POR siempre huyó!... Fantasma vaporoso
De mi perdido ayer, adios: tu giro
Sigue doquiera entre tinieblas densas
De mi laúd el fúnebre gemido....
¡Adios! ¡adios!... Hundístete liviano
En las horas que fueron: el abismo
Se presentó ante tí: raudo volaste
Como un ave que cruza en el vacío....



José Tomás de Cuellar

El clarín de la selva

-- de José Tomás de Cuellar --

RASGANDO la tiniebla ya colora
En el Oriente, imperceptible, escasa,
Como cendal de transparente gasa,
La tibia luz de la risueña aurora.

Y apena el viento, que al follage orea,
Comienza fresco á susurrar sonoro,
Y presta al dulce matutino coro
El ave entre las ramas se menea;

Apenas el arroyo cristalino
Murmura entre las guijas mansamente,
Allá, sobre las rocas del torrente
Se escucha un canto de placer divino.



José Tomás de Cuellar

Flores del alma (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

Ave errante, cruzando el infinito
Por este mundo paso.
La ley de la materia me entretiene
Entre el placer y el llanto.
Y al ir desde la cuna hasta el sepulcro
Bien sé que, infortunado.
He de llegar á ser ceniza fría
Para propios y extraños.
Mas por que no se olvide hasta mi nombre
Al disiparse el ruído de mis pasos,
Flores del alma en mis amantes versos
Con júbilo derramo,
Y así las almas puras que me amen
Las cogerán, pensando
Que, mañana, tal vez por esa prenda,
Allá en la eternidad nos conozcamos.



José Tomás de Cuellar

Las golondrinas (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

Cuando veas las pardas golondrinas
Alegres y dispuestas á emigrar,
No pienses que, como ellas, fugitivo
Mi ardiente amor será.
Cuando modulen sus alegres trinos,
Goza de su cadencia celestial;
Pero no pienses que mi amor es eco
De esa ave que se vá.
Medita en que si cruzan revolando.
Es el amor origen de su afán,
Y si cantan y el eco al fin se pierde.
Muy pronto volverán.
Aves y cantos morirán mañana,
Flores, nubes y estrellas pasarán;
Mas la pasión que tu beldad me inspira
No ha de morir jamás.



José Tomás de Cuellar

Lejos

-- de José Tomás de Cuellar --

EN donde estás? Como ave en el espacio
Errante y solitaria en tarde negra
Te pierdes para mí,
Y aún te siento en mi sér, y aún algo tuyo
Hay en cada latido de mi pecho
Cansado de sufrir.
¿Es que toma otro rumbo incierto y vago
Tu alma en la ausencia, y á horizontes nuevos
Que nunca conocí
Vas á buscar mi luz que aquí te sigue,
Y el amor que, cual nadie, dentro el alma
Conservo para tí?



José Tomás de Cuellar

Sin verte

-- de José Tomás de Cuellar --

HUNDIDO en el ocaso
El sol tras de los montes;
No ver sinó tinieblas
Y negros horizontes;
No oír del ave amante
Los tímidos murmullos,
Ni notas, ni armonías,
Ni plácidos arrullos.
Sinó ansias, tedio, enojos,
En malestar atroz,
Eso es no ver tus ojos.
Eso es no oír tu voz.



José Ángel Buesa

madrigal triste

-- de José Ángel Buesa --

¡qué clara la mañana! ¡qué fresco y delicioso
el viento! ¡cuánta luz! ¡cuánta levearmonía!...
Busqué a mi alrededor algo maravilloso...
Y ella, a mi lado, sonreía...
¡Cuánta muda tristeza en el cielo nublado!
¡qué silencio en las frondas donde el ave cantaba!
busqué a mi alrededor algo desconsolado...
Y ella, a mi lado, suspiraba...
¡Qué soledad! ¡qué angustia crispada en ladoliente
neblina! ¡qué vacío en todo!... Desolado
busqué a mi alrededor... Y busqué inútilmente:
ella no estaba ya a mi lado...



Juan de Arguijo

Júpiter a Ganimédes

-- de Juan de Arguijo --

No temas ¡oh bellísimo troyano!
Viendo que, arrebatado en nuevo vuelo,
Con corvas uñas te levanta al cielo
La feroz ave por al aire vano.

¿Nunca has oido el nombre soberano
Del alto olimpo, la piedad y el celo
De Júpiter, que da la pluvia al suelo
Y arma con rayos la tonante mano,

A cuyas sacras aras humillado,
Gruesos toros ofrece el teucro en Ida,
Implorando remedio á sus querellas?

El mismo soy; no al águila eres dado
En despojo; mi amor te trae, olvida
Tu amada Troya y sube á las estrellas.



Gabriela Mistral

amo amor

-- de Gabriela Mistral --

anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrásque escuchar!
habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrásque hospedar!
gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrásque hospedar!
tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrásque creer!
te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso paraen morir!



Salvador Díaz Mirón

in hoc signo...(canción para mi hija rosa)

-- de Salvador Díaz Mirón --

Cautivo un gorrión estaba,
y de un astro se prendó;
y en su música decía:
llegue a ti mi dulce voz.

Por azar, o por astucia,
el pajarillo escapó;
y al cielo se fue trinando
alas tengo y libre soy.

Y el ave a la rica estrella
pudo subir, y cantó:
ni cadenas ni distancias
vedan triunfos al amor.



Salvador Díaz Mirón

El predestinado

-- de Salvador Díaz Mirón --

Bajo el ronco motín que grita muerte,
el sagrado bajel cruje de suerte
que semeja reír - El genio es fuerte;

Y aún ante indicio, de locura o dolo,
no culpa de falaz a Marco Polo,
y se obstina en creer, inmenso y solo.

Su fe suele medrar cuando vacila...
¡Así la llama del hachón oscila
al viento, y es mayor por intranquila!

En el ignoto piélago la nave
sigue al azar el ímpetu de un ave.
¿A dónde va? ¡Ni el Genovés lo sabe!

A la esperanza el mísero se aferra,
como a la tabla el náufrago que yerra
en la furia del mar. La noche cierra.

Bien luego magnífica su corona...
Y es que Dios con su soplo hincha la lona,
¡desde los astros de la nueva zona!

Voz que nace al timón sube a la caña...
¡El Ponto bulle con cadencia extraña
y parece que dice: ¡Viva España!

Colón, en pie sobre la proa mira...
¡Y en el cordaje un hálito respira
Y canta, como un estro en una lira!

Franja de luna por el agua riela...
¡Y al grande hombre simula rica estela,
rastro de victoriosa carabela!



Salvador Díaz Mirón

In hoc signo

-- de Salvador Díaz Mirón --

Cautivo un gorrión estaba,
Y de un astro se prendó;
Y en su música decía:
"Llegue a ti mi dulce voz."

Por azar, o por astucia,
El pajarillo escapó;
Y al cielo se fue trinando
"Alas tengo y libre soy."

Y el ave a la rica estrella
Pudo subir, y cantó:
"Ni cadenas ni distancias
vedan triunfos al amor."



Salvador Novo

mi vida es como un lago

-- de Salvador Novo --

Mi vida es como un lago taciturno.
Si una nube lejana me saluda,
si hay un ave que canta, si una muda
y recóndita brisa
inmola el desaliento de las rosas,
si hay un rubor de sangre en la imprecisa
hora crepuscular,
yo me conturbo y tiendo mi sonrisa.
¡Mi vida es como un lago taciturno!
yo he sabido formar, gota por gota,
mi fondo azul de ver el universo.
Cada nuevo rumor me dio su nota,
cada matiz diverso
me dio su ritmo y me enseñó su verso.
Mi vida es como un lago taciturno....



Salvador Rueda

sonetos VII

-- de Salvador Rueda --

Ved el ave inmortal, es su figura;
la antigüedad un silfo la creía,
y la vio su extasiada fantasía
cual hada, genio, flor o llama pura.

Su plumaje es la luz hecha locura,
un brillante hervidero de alegría
donde tiembla 1a ardiente sinfonía
de cuantos tonos casa la hermosura.

Su cola real, colgando en catarata;
y dirigida al sol, haz que desata
vivo penacho de arcos cimbradores.

Curvas suelta la cola sorprende,
y al aire lanza cual tazón de fuente
un surtidor de palmas de colores.

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Salvador Rueda

sonetos X

-- de Salvador Rueda --

Tiene la mariposa cuatro alas;
tú tienes cuatro versos voladores;
ella, al girar, resbala por las flores;
tú por los labios, al girar, resbalas.

Como luces su túnica, tú exhalas
de tu forma divinos resplandores,
y fingen ocho vuelos tembladores
tus cuatro remos y sus cuatro palas.

Ya te enredas del alma en una queja,
ya en la azul campanilla de una reja,
ya de un mantón en el airoso fleco.

En el pueblo, andaluz, copla, has nacido,
y tienes --¡ave musical!-- tu nido
de la guitarra en el sonoro hueco.

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