Buscar Poemas con Asusta


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Se han encontrado 12 poemas con la palabra asusta

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Adelardo López de Ayala

A Antonio

-- de Adelardo López de Ayala --

Grande llaman, Antonio, -¡qué simpleza!-
a los que mueren por la patria cara...
¿Ves qué manera tan inculta y rara
tiene la plebe de adquirir grandeza?

Mete por esos hierros la cabeza;
derriba la columna, rompe el ara;
si te falta valor, vuelve la cara;
que, de espaldas, asusta tu fiereza.

¡Murieron de arrojados e inexpertos!...
Y ¿han de estar por tan fútiles motivos,
de grandeza y honor siempre cubiertos?

¡Acaben los recuerdos aflictivos!
¿Qué importan las cenizas de los muertos
a quien vende la sangre de los vivos?

Poema A Antonio de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Alfonsina Storni

Melancolía

-- de Alfonsina Storni --

Oh muerte, Yo te amo, pero te adoro, vida...
Cuando vaya en mi caja para siempre dormida,
Haz que por vez postrera
Penetre mis pupilas el sol de primavera.

Déjame algún momento bajo el calor del cielo,
Deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo...
Era tan bueno el astro que en la aurora salía
A decirme: buen día.

No me asusta el descanso, hace bien el reposo,
Pero antes que me bese el viajero piadoso
Que todas las mañanas,
Alegre como un niño, llegaba a mis ventanas.

Poema Melancolía de Alfonsina Storni con fondo de libro

Alfonsina Storni

Melancolía (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Oh muerte, Yo te amo, pero te adoro, vida...
Cuando vaya en mi caja para siempre dormida,
Haz que por vez postrera
Penetre mis pupilas el sol de primavera.

Déjame algún momento bajo el calor del cielo,
Deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo...
Era tan bueno el astro que en la aurora salía
A decirme: buen día.

No me asusta el descanso, hace bien el reposo,
Pero antes que me bese el viajero piadoso
Que todas las mañanas,
Alegre como un niño, llegaba a mis ventanas.

Poema Melancolía (Storni) de Alfonsina Storni con fondo de libro

Jorge Isaacs

Inocencia

-- de Jorge Isaacs --

– Niña, ¿de las bellas flores
Que tu delantal oculta
Permites a este viajero
Llevar una... Sólo una?
– Son de la Virgen, Señor,
Pero en las selvas abundan.
– Alza los púdicos ojos
Que en vano mis ojos buscan;
Deben tener de tu acento
La gratísima dulzura.
¿Las espinas de los bosques
Tus desnudos pies no punzan?
¿De tus cabellos, las zarzas
No dañan las ondas rubias?
– Yo busco los alfombrados
Con yerbecillas menudas,
Y los zarzales no crecen
Bajo las bóvedas húmedas.
– ¿Sola vas por estos montes,
La soledad no te asusta?
– Cantando se espanta el miedo,
Pero no hay duendes ni brujas.
– ¿Quieres llevarme a la umbría
Donde esas aguas murmuran
Y cantarás las canciones
Que las palomas te escuchan?
– He aquí la senda.
– ¡ Detente!
Ángel de las crenchas rubias,
Llévale al templo tus flores,
Su altar con ellas perfuma...
Y huye de los caballeros
Que tu verde valle cruzan.



Delmira Agustini

La estatua (Agustini)

-- de Delmira Agustini --

Miradla, así, sobre el follaje oscuro
recortar la silueta soberana...
¡No parece el retoño prematuro
de una gran raza que será mañana?

¡Así una raza inconmovible, sana,
tallada a golpes sobre mármol duro,
de las vastas campañas del futuro
desalojará a la familia humana.

¡Miradla así -¡de hinojos!- en augusta
calma imponer la desnudez que asusta!...
¡Dios!... ¡Moved ese cuerpo, dadle un alma!

ved la grandeza que en su forma duerme...
¡Vedlo allá arriba, miserable, inerme.
Más pobre que un gusano, siempre en calma!



Diego de Torres Villarroel

vida bribona

-- de Diego de Torres Villarroel --

En una cuna pobre fui metido,
entre bayetas burdas mal fajado,
donde salí robusto y bien templado,
y el rústico pellejo muy curtido.
A la naturaleza le he debido
más que el señor, el rico y potentado,
pues le hizo sin sosiego delicado,
y a mí con desahogo bien fornido.
Él se cubre de seda, que no abriga,
yo resisto con lana a la inclemencia;
él por comer se asusta y se fatiga,
yo soy feliz, si halago a mi conciencia,
pues lleno a todas horas la barriga,
fiado de que hay dios y providencia.



Pablo Neruda

la pobreza

-- de Pablo Neruda --

La pobreza
ay no quieres,
te asusta
la pobreza,
no quieres
ir con zapatos rotos al mercado
y volver con el viejo vestido.
Amor, no amamos,
como quieren los ricos,
la miseria. Nosotros
la extirparemos como diente maligno
que hasta ahora ha mordido el corazón del hombre.
Pero no quiero
que la temas.
Si llega por mi culpa a tu morada,
si la pobreza expulsa
tus zapatos dorados,
que no expulse tu risa que es el pan de mi vida.
Si no puedes pagar el alquiler
sal al trabajo con paso orgulloso,
y piensa, amor, que yo te estoy mirando
y somos juntos la mayor riqueza
que jamás se reunió sobre la tierra.



Gaspar Melchor de Jovellanos

de agudo mal el golpe no esperado

-- de Gaspar Melchor de Jovellanos --

De agudo mal el golpe no esperado
asusta, clori, tu preciosa vida;
y al mirarte doliente y afligida
mi enfermo corazón tiembla asustado.
Dos veces con influjo porfiado
ejerce el mal su saña enfurecida,
una turbando mi alma dolorida,
otra afligiendo tu ánimo angustiado.
¿Cuál, clori, de las dos, pues la inclemencia
del mal sentimos ambos de consuno,
cuál, dime, sufrirá mayor martirio?
¿tú, en quien se ceba la cruel dolencia,
o yo que todo el mal siento importuno
de tu misma dolencia y mi delirio?



Salvador Díaz Mirón

Lance

-- de Salvador Díaz Mirón --

Es un viejo borracho que me provoca,
que me cierra el camino y al diablo evoca,
recio, locuaz, inmundo, descalzo y fiero,
con terribles ojazos de un gris de acero
y con una calvicie de yerma roca.
-La testa perdió greña, razón y toca.

Hasta el pecho la barba se le desliza,
como espuma de arroyo por cana y riza.
La diestra dura y fuerte, como una marra,
enseña entre uñas corvas, como de garra,
pipa roja con aire de cruenta triza.
-La mano es tan aleve como maciza.

Paro el corcel fogoso y alzo la fusta...
-Occiduo el Sol corona cúspide augusta,
y el ebrio tiene al rubro y oblicuo rayo
sangre a linfas rebelde que aun pinta el sayo-.
Y me afirmo en el potro, y él se me asusta,
y el anciano derriba y en lodo incrusta.



Vicente García de la Huerta

Esperanza fundada

-- de Vicente García de la Huerta --

En el tropel de males que padezco,
de la común envidia combatido,
nuevos tormentos a mi suerte pido
y más gustoso cada vez me ofrezco.

Al odio, a las venganzas agradezco
los duros trances a que me han traído;
pues los medios, mi bien, ellos han sido
de lograr galardón que no merezco.

Muerda la envidia pues, el odio invente
calumnias nuevas, no me asusta nada,
ni haber mal puede que mi gloria impida.

Pues todo es fuerza que tu amor aumente,
pues quien así me quiere enamorada
me ha de amar mucho más compadecida.



Antonio Ros de Olano

Recordando el entierro de Espronceda

-- de Antonio Ros de Olano --

¡Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida!...
¡Ya no asusta el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la carrera!

Y este llanto que moja mi severa,
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última lágrima exprimida
de una fuente de amor que amor no espera.

¡Poeta del pesar!... De la clemente
tumba que de los vivos te separa,
rompe la losa con tu férrea mano...

Canta el himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.



Ramón López Velarde

A una ausente seráfica

-- de Ramón López Velarde --

Estos, amada, son sitios vulgares
en que en el ruido mundanal se asusta
el alma fidelísima, que gusta
de evocar tus encantos familiares.

Añoro dulcemente los lugares
en donde imperas cual señora justa,
tu voz real y tu mirada augusta
que ungieron con su gracia mis pesares.

Y recuerdo que en época lejana,
por tus raras virtudes milagrosas
y tu amable modestia provinciana,

ebrio de amor te comparó el poeta
con la mejor de las piedras preciosas
oculta en pobres hojas de violeta.

Tuviste, en la delicia de mi sueño,
fuerza de mano que se da al caído
y la piedad de un pájaro agoreño
que en la rama caduca pone el nido.

De tu falda al seráfico pergeño
cual párvulo medroso estoy asido,
que en la infantil iglesia de mi ensueño
las imágenes rotas han caído.

Yo sé que en mis catástrofes internas
no más quedas tú en pie, señora alta,
de frente noble y de miradas tiernas.

Condúceme en las noches inclementes
porque sin ti, para marchar, me falta
el óleo de las vírgenes prudentes.



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