Buscar Poemas con Arboleda


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Se han encontrado 25 poemas con la palabra arboleda

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Tomás de Iriarte

Fresca arboleda del jardín sombrío

-- de Tomás de Iriarte --

¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
clara fuente, sonoras avecillas,
verde prado que esmaltas las orillas
del celebrado y anchuroso río!

¡Grata aurora que viertes el rocío
por entre nubes rojas y amarillas,
bello horizonte de lejanas villas,
aura blanca, que templas el estío!

¡Oh soledad!, quien puede te posea;
que yo gozara en tu apacible seno
el placer que otros ánimos recrea,

si tu silencio y tu retiro ameno
más viva no ofrecieran a mi idea
la imagen de la ingrata por quien peno.

Poema Fresca arboleda del jardín sombrío de Tomás de Iriarte con fondo de libro

Abraham Valdelomar

El árbol del cementerio

-- de Abraham Valdelomar --

EL ÁRBOL DEL CEMENTERIO

No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.

No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda,

dieron a mi niñez ésta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:

fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.

Poema El árbol del cementerio de Abraham Valdelomar con fondo de libro

Alberti

LO QUE DEJÉ POR TI

-- de Alberti --

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

Poema LO QUE DEJÉ POR TI de Alberti con fondo de libro

Leopoldo Lugones

El nido ausente

-- de Leopoldo Lugones --

Sólo ha quedado en la rama
un poco de paja mustia
y, en la arboleda, la angustia
de un pájaro fiel que llama.
Cielo arriba y senda abajo,
no halla tregua a su dolor,
y se para en cada gajo
preguntando por su amor.
Ya remonta con su queja,
ya pía por el camino
donde deja en el espino
su blanda lana la oveja.
Pobre pájaro afligido
que sólo sabe cantar
y, cantando, llora el nido
que ya nunca ha de encontrar.



Góngora

En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba

-- de Góngora --

Fragoso monte, en cuyo vasto seno
duras cortezas de robustas plantas
contienen aquel nombre en partes tantas
de quien pagó a la tierra lo terreno:

así cubra de hoy más cielo sereno
la siempre verde cumbre que levantas,
que me escondas aquellas letras santas
de que a pesar del tiempo has de estar lleno.

La corteza do están desnuda, o viste
su villano troncón de hierba verde,
de suerte que mis ojos no las vean.

Quédense en tu arboleda, ella se acuerde
de fin tan tierno, y su memoria triste,
pues en troncos está, troncos la lean.



Manuel del Palacio

El fin del pavo

-- de Manuel del Palacio --

¡Pasó! De su hermosura sólo queda
Un pálido recuerdo en la cocina;
Allí su pluma está rizada y fina
Con la que veces mil hizo la rueda.

Su piel rosada y tersa cual la seda
Muy pronto rasgará mano asesina:
¿Por qué no fué al nacer ave dañina
Del bosque secular en la arboleda?

Mártir de sus domésticos deberes
Él al capricho bárbaro se inmola
Del más feroz y torpe de los seres.

Yo ceñiré á su sien una aureola;
Lector, ¿lo dudas? ¿Convencerte quieres?
Regálamelo asado, á la española.



Jorge Luis Borges

barrio reconquistado

-- de Jorge Luis Borges --

Nadie percibió la belleza
de los habituales caminos
hasta que pavoroso en clamor
y dolorido en contorsión de mártir,
se derrumbó el complejo cielo verdoso,
en desaforado abatimiento de agua y de sombra
el temporal unánime
golpeó la humillación de las casas
y aborrecible fue a las miradas el mundo,
pero cuando un arco benigno
alumbró con sus colores el cielo
y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes que ilustran la arboleda
dijo su trémula inmortalidad el estío.



Delmira Agustini

Una viñeta

-- de Delmira Agustini --

Tarde sucia de invierno. El caserío,
como si fuera un croquis al creyón,
se hunde en la noche. El humo de un bohío,
que sube en forma de tirabuzón;

mancha el paisaje que produce frío,
y debajo de la genuflexión
de la arboleda, somormuja el río
su canción, su somnífera canción.

Los labradores, camellón abajo,
retornan fatigosos del trabajo,
como un problema sin definición.

Y el dueño del terruño, indiferente,
rápidamente, muy rápidamente,
baja en su coche por el camellón.



Emilio Bobadilla

¡Es la guerra!

-- de Emilio Bobadilla --

Un cielo heterodermo, álgido el aire;
los campos dormilentos y vacíos;
una luna tamaña de un albaire,
sin labriegos los tristes caseríos.

La noche, como un tigre, paso a paso
se acerca; ya la luna se perfila
y la arboleda, a su fulgor escaso,
la ruta melancólica vigila.

¡Ni un canto, ni una risa, ni un ladrido...!
De la aldea, del pueblo y las montañas,
los hombres y las bestias han huído...

Reina una paz de cementerio agreste.
¡Es la guerra, la guerra sin entrañas,
hermana del incendio y de la peste!



Julián del Casal

tristissima nox

-- de Julián del Casal --

Noche de soledad. Rumor confuso
hace el viento surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas puso.
Del horizonte hasta el confín difuso
la onda marina sollozando rueda
y, con su forma insólita, remeda
tritón cansado ante el cerebro iluso.
Mientras del sueño bajo el firme amparo
todo yace dormido en la penumbra,
sólo mi pensamiento vela en calma,
como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos alumbra
el vacío profundo de mi alma.



Pablo Neruda

por qué para esperar la nieve

-- de Pablo Neruda --

Por qué para esperar la nieve
se ha desvestido la arboleda?
y cómo saber cual es dios
entre los dioses de calcuta?
por qué viven tan harapientos
todos los gusanos de seda?
por qué es tan dura la dulzura
del corazón de la cereza?
es porque tiene que morir
o porque tiene que seguir?



José Tomás de Cuellar

El otoño (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

¿OYES silbar el viento proceloso
Entre los secos troncos, y en las peñas
No ves cual troza las marchitas breñas?
¿No miras en los tristes arenales
Las pardas espirales
Del fugaz remolino vagaroso?
Mira el bosque desnudo
De sus pomposas galas:
Oye cual lanza su graznido rudo
El cuervo que se aleja
Hendiendo el aire con sus negras alas.

Contempla la arboleda, hermosa mía;
Ya no verdean las copas arrogantes



José Tomás de Cuellar

Meditación (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

ERA la tarde, y entre nubes rojas
El sol con lento paso descendía;
El aura mansa en la arboleda umbría
Agitaba las hojas.
Sobre el mullido cesped reclinado,
Á la orilla de límpido arroyuelo,
Lejos del vano mundo, sosegado,
Fijaba mis miradas extasiado
En el cóncavo azul del claro cielo.

Blando susurro, plácida armonía
Se escucha por doquier: la noche en tanto



Vicente Huidobro

Horas

-- de Vicente Huidobro --

El villorrio.
Un tren detenido sobre el llanto.

En cada charco
duermen las estrellas sordas,

y el agua tiembla.
Cortinaje al viento,
la noche cuelga en la arboleda.

En el campanario florecido
una gotera viva
desangra las estrellas.

De cuando en cuando
las horas maduras
caen sobre la vida.



Andrés Bello

Mis deseos (Bello)

-- de Andrés Bello --

Sabes, rubia, ¿qué gracia solicito
cuando de ofrenda cubro los altares?
No ricos muebles, no soberbios lares,
ni una mesa que adule al apetito.

De Aragua a las orillas un distrito
que me tribute fáciles manjares,
do vecino a mis rústicos hogares
entre peñascos corra un arroyito.

Para acogerme en el calor estivo,
que tenga un arboleda también quiero,
do crezca junto al sauce el coco altivo.

¡Felice yo si en este albergue muero,
y al exhalar mi aliento fugitivo,
sello en tus labios el adiós postrero!



Antonio Machado

Húmedo está, bajo el laurel, el banco

-- de Antonio Machado --

Húmedo está, bajo el laurel, el banco
de verdinosa piedra;
lavó la lluvia, sobre el muro blanco,
las empolvadas hojas de la hiedra.
Del viento del otoño el tibio aliento
los céspedes undula, y la alameda
conversa con el viento...
¡El viento de la tarde en la arboleda!
Mientras el sol en el ocaso esplende
que los racimos de la vid orea,
y el buen burgués, en su balcón enciende
la estoica pipa en que el tabaco humea,
voy recordando versos juveniles...
¿Qué fue de aquel mi corazón sonoro?
¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,
huyendo entre los árboles de oro?



Antonio Machado

La primavera besaba

-- de Antonio Machado --

La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!



Medardo Ángel Silva

A una triste

-- de Medardo Ángel Silva --

A Sor María de la Consolación

Al vago de las celestes liras
del viento que divaga en la arboleda
cantas, y no se sabe si suspiras
o si es el ruiseñor que te remeda.

Tus negros ojos de mirar doliente
no sé en qué cuadro de Rosetti he visto,
y me recuerdan inconscientemente
los ojos melancólicos de Cristo.

Amo por dolorosa tu belleza:
tu dulce faz de virgen mártir viene
coronada de mística tristeza.

Y vale más que todo lo que existe
tu romántico espíritu, que tiene
la suprema elegancia de lo triste.



Julio Herrera Reissig

la flauta

-- de Julio Herrera Reissig --

Tirita entre algodones húmedos la arboleda...
La cumbre está en un blanco éxtasis idealista;
y en brutos sobresaltos, como ante una imprevista
emboscada, el torrente relinchando rueda.

Todo es grave... En las cañas sopla el viento flautista.
Mas súbito, rompiendo la invernal humareda,
el sol, tras de los montes, abre un telón de seda,
y ríe la mañana de mirada amatista.

Cien iluminaciones, en fluidos estambres,
perlan de rama en rama, lloran de los alambres...
Descuidando el rebaño, junto al cauce parlero,

upilio se confía dulcemente a su flauta,
sin saber que de amores, tras un álamo, incauta,
contemplándole filida muere como un cordero.



Evaristo Ribera Chevremont

sinfonía en azul

-- de Evaristo Ribera Chevremont --

Voy cosechando azules en el azul escueto
de la zona del trópico. Los campos, invadidos
por vegetales masas, denuncian el secreto
de abril, el de los fuertes y lúbricos sentidos.

Por tanto azul, los aires se muestran exaltados;
palpita, en expansiones gozosas, la arboleda;
y revélanse lúcidos e hirvientes los poblados,
de los que se desprende brillante polvareda.

Vibra el azul, nutrido de fuerzas y alborozos,
sobre la verde isla; refulgen escarlatas.
Esplenden amarillos y azules. Toques mozos
tienen en los jardines las resurrectas matas.

Algunas flores, túmidas y azules sus corolas,
se inmergen en las luces magnéticas del día.
En las riberas cálidas su azul curvan las olas.
Dice el azul su aérea, compleja sinfonía.



Francisco Sosa Escalante

A una artista (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

No canta el ave así; no así del viento
El suspirar se escucha en la arboleda,
Ni el manso arroyo que entre guijas rueda
El són iguala de tu dulce acento.

Ya revele tu voz del pensamiento
Amargura tenaz ó dicha leda,
Es nota de arpa celestial; remeda
Alegre risa ó funeral lamento.

Mas ay! si á influjo de tu dulce canto
Olvida el triste corazón sus penas
Tambien es causa de dolor y llanto.

Infundes el amor cual las sirenas,
Y á aquel que admira tu hechicero encanto
A eterno vasallaje le condenas!



Francisco Villaespesa

a rogelio buendía manzano. poeta joven II

-- de Francisco Villaespesa --

Un «¡espera!», un «¡recuerda!» es cuanto queda
de tu voz en mi oído... ¡Todo es eso!
¡nunca en tus labios floreció mi beso!
¡jamás mis sueños perfumó la seda
de tus cabellos..! Bajo la arboleda
nos dijimos ¡adiós..! Y en un exceso
de orgullo y de rencor, quitose el preso
sus cadenas de rosas... ¡Dios conceda
a tu alma la dicha ambicionada!
yo, en las frías tinieblas de la nada
con pasos de sonámbulo me pierdo...
¡Y aullando de dolor, sobre la arena
del pasado, mi vida es una hiena
devorando el cadáver de un recuerdo!



Francisco Villaespesa

los jardines de afrodita V

-- de Francisco Villaespesa --

El cisne se acercó. Trémula leda
la mano hunde en la nieve del plumaje,
y se adormece el alma del paisaje
de un rojo crepúsculo de seda.
La onda azul, al morir, suspira queda;
gorjea un ruiseñor entre el ramaje,
y un toro, ebrio de amor, muge salvaje
en la sombra nupcial de la arboleda.
Tendió el cisne la curva de su cuello,
y con el ala cándido abanico,
acarició los senos y el cabello.
Leda dio un grito y se quedó extasiada...
Y el cisne levantó, rojo, su pico
como triunfal insignia ensangrentada.



José Manuel de Navarrete

La triste ausencia

-- de José Manuel de Navarrete --

Su manto recogió la noche oscura
que cobija al mundo tristemente,
y abriéndose las puertas del oriente
se asoma a su balcón la aurora pura.

De la fresca arboleda en la espesura
los céfiros susurran blandamente;
desata el arroyuelo su corriente,
y por márgenes verdes se apresura.

Sus fragancias respiran flores suaves,
y llenando los vientos de armonía
requiebros trinan las parleras aves.

Todo el mundo se llena de alegría,
menos yo, que en mis penas siempre graves,
ausente estoy de la zagala mía.



Carolina Coronado

canción III

-- de Carolina Coronado --

Cuando la luz de la tarde
en occidente se apaga,
y la reina de las sombras
con ligero paso avanza;
en esas horas tranquilas,
inspiradoras del alma;
cuando en las alas del viento
el silencio se derrama;
cuando la tórtola dulce
lánguido suspiro exhala
con acento lastimero
recogida entre las ramas.
A aliviar voy mis cuidados
a la orilla solitaria
de un pacífico arroyuelo,
que entre fresnos se dilata.
Y vagando pensativa
por la arboleda callada,
sueño dichas venideras,
o canto las ya pasadas.
Y comparo al manso río
mi existencia sosegada.
Él rueda blando entre flores;
ella entre ilusiones blanda.



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