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Se han encontrado 22 poemas con la palabra horrenda

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Alberto Lista

La envidia

-- de Alberto Lista --

Dulce es a la codicia cuanto alcanza
doblar el oro inútil, que ha escondido;
sin tener otro afán, ni por sentido,
meditar ya el placer, ya la esperanza.

Dulce es también a la feroz venganza,
que no obedece al tiempo ni al olvido,
los sedientos rencores que ha sufrido
apagar entre el fuego y la matanza.

A un bien aspira todo vicio humano;
teñida en sangre, la ambición impía
sueña en el mando y el laurel glorioso.

Sola tú, envidia horrenda, monstruo insano,
ni conoces ni esperas la alegría;
que ¿dónde irás que no haya un venturoso?

Poema La envidia de Alberto Lista con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

soneto. la noche de montiel

-- de Leandro Fernández de Moratín --

¿adónde adónde está, dice el infante,
ese feroz tirano de castilla?
pedro al verle, desnuda la cuchilla,
y se presenta a su rival delante.
Cierra con él, y en lucha vacilante
le postra, y pone al pecho la rodilla
beltrán (aunque sus glorias amancilla)
trueca a los hados el temido instante.
Herido el rey por la fraterna mano,
joven espira con horrenda muerte,
y el trono y los rencores abandona.
No aguarde premios en el mundo vano
la inocente virtud; si da la suerte
por un delito atroz, una corona.

Poema soneto. la noche de montiel de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

La noche de Montiel

-- de Leandro Fernández de Moratín --

¿Adónde, adónde está, dice el Infante
ese feroz tirano de Castilla?
Pedro al verle, desnuda la cuchilla,
y se presenta a su rival delante.

Cierra con él, y en lucha vacilante
le postra, y pone al pecho la rodilla:
Beltrán (aunque sus glorias amancilla)
trueca a los hados del temido instante.

Herido el rey por la fraterna mano,
joven expira con horrenda muerte,
y el trono y los rencores abandona.

No aguardes premios en el Mundo vano
la inocente virtud; si das la suerte
por un delito atroz, una corona.

Poema La noche de Montiel de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

César Vallejo

romería

-- de César Vallejo --

Romería
pasamos juntos. El sueño
lame nuestros pies qué dulce;
y todo se desplaza en pálidas
renunciaciones sin dulce.
Pasamos juntos. Las muertas
almas, las que, cual nosotros,
cruzaron por el amor,
con enfermos pasos ópalos,
salen en sus lutos rígidos
y se ondulan en nosotros.
Amada, vamos al borde
frágil de un montón de tierra.
Va en aceite ungida el ala,
y en pureza. Pero un golpe,
al caer yo no sé dónde,
afila de cada lágrima
un diente hostil.
Y un soldado, un gran soldado,
heridas por charreteras,
se anima en la tarde heroica,
y a sus pies muestra entre risas,
como una gualdrapa horrenda,
el cerebro de la vida.
Pasamos juntos, muy juntos,
invicta luz, paso enfermo;
pasamos juntos las lilas
mostazas de un cementerio.



César Vallejo

Romeria

-- de César Vallejo --

Pasamos juntos. El sueño
lame nuestros pies qué dulce;
y todo se desplaza en pálidas
renunciaciones sin dulce.

Pasamos juntos. Las muertas
almas, las que, cual nosotros,
cruzaron por el amor,
con enfermos pasos ópalos,
salen en sus lutos rígidos
y se ondulan en nosotros.
Amada, vamos al borde
frágil de un montón de tierra.
Va en aceite ungida el ala,
y en pureza. Pero un golpe,
al caer yo no sé dónde,
afila de cada lágrima
un diente hostil.

Y un soldado, un gran soldado,
heridas por charreteras,
se anima en la tarde heroica,
y a sus pies muestra entre risas,
como una gualdrapa horrenda,
el cerebro de la Vida.

Pasamos juntos, muy juntos,
invicta Luz, paso enfermo;
pasamos juntos las lilas
mostazas de un cementerio.



Emilio Bobadilla

Después de la batalla (Bobadilla)

-- de Emilio Bobadilla --

La batalla ha cesado; la noche hospitalaria
al través de la lluvia isócrona se alonga,
sobre la inmensa mancha de tierra visionaria
que el fúnebre silencio con su ritmo prolonga.

La luna va saliendo y en la ruta desierta
traza sobre los charcos trémulos arabescos
y como estatuas rotas, en un jardín, abierta
la boca, vénse mútilos cadáveres grotescos.

Los árboles proyectan siluetas inquietantes;
el camino se alarga reluciente, aguanoso,
con reflejos sutiles; lucecillas distantes,

y a lo lejos —muy lejos— resuena todavía,
escondido en el bosque el cañón fragoroso,
—estertor del combate en su horrenda agonía—.



Emilio Bobadilla

La paloma de la paz

-- de Emilio Bobadilla --

Pasan los batallones escuálidos, rendidos,
por valles y por bosques de rescoldos y mudos
y los cuervos, en torno de los muertos podridos,
giran crispando el viento con sus ayes agudos.

La aldea despoblada, sin puntales, humea,
y las rutas fangosas, en éxodo doliente,
va llenando la gente que sale de la aldea,
de la horda invasora huyendo. ¡Pobre gente!

Ni lágrimas, ni quejas, ni súplicas de hinojos,
hallan eco en la horrenda, criminal baraúnda;
que están secas las almas, que están secos los ojos,

y se ve, del crepúsculo a las luces inciertas,
una paloma blanca, sangrando moribunda,
sobre un montón de ruinas, con las alas abiertas!



Rafael María Baralt

A la Santa Cruz (1)

-- de Rafael María Baralt --

Fuiste suplicio en que a morir de horrenda
muerte de oprobio y de dolor profundo
el hombre a sus esclavos, iracundo,
en su justicia condenó tremenda.

Y ora, contrito, religiosa ofrenda
de amores rinde ante tus pies el mundo
y de ti brota en manantial fecundo
consuelo al justo, al pecador enmienda.

¿Por qué trocado tu baldón en gloria,
y en júbilo por qué tu pesadumbre,
y en santo libro tu infernal historia?

Porque el Venido de la excelsa cumbre
dejó en tus brazos su feliz memoria,
y de su amor inextinguible lumbre.



Rafael María Baralt

A la Santa Cruz (2)

-- de Rafael María Baralt --

Suplicio fuiste en que a morir de horrenda
muerte afrentosa y con valor profundo
el hombre a sus esclavos, iracundo,
en su justicia condenó tremenda.

Purificada por Jesús, ofrenda
de amor y cultos te consagra el mundo;
y hallan en ti consuelo el moribundo,
el justo premio, el pecador enmienda.

¿Por qué trocados tu baldón en gloria,
en dulce libertad tu servidumbre,
en santo libro tu infernal historia?

Porque el Venido de la excelsa cumbre
dejó en tus brazos su feliz memoria,
y de su empírea majestad vislumbre.



Juan Cruz Varela

A don Mariano Moreno

-- de Juan Cruz Varela --

Arrebató la Parca... (¡Parca fiera,
del joven más cabal vil homicida!)
Cortó el hilo dorado de una vida,
que su guadaña respetar debiera.

La negra envidia ¡cielo quien pudiera
una mano cortar tan fementida!
A la patria a inferido horrenda herida
que el rival más rival no la infiriera.

¡Oh tú! que amante de tu patria, aspiras
a hacer faustos sus hados, rinde honores
al joven héroe que ya el orbe aclama.

Si la espada le ha dado defensores
del cañón de su pluma ¡oh pluma!, admiras
vivo fuego brotar que los inflama.



Gutierre de Cetina

siendo de vuestro bien, ojos ausentes

-- de Gutierre de Cetina --

¿qué veréis donde vais que no os ofenda?»
«oscuro sol, monstruosa luna horrenda,
tigres, osos, leones y serpientes».
«Oídos, ¿qué oiréis entre las gentes?»
«llanto, suspiros, lágrimas, contienda».
«Por el cuál camino iréis o por cuál senda
que espinas no piséis, pies diligentes?»
«boca, ¿qué gustarás?» «mortal veneno».
«Manos, ¿qué haréis» «cruel oficio».
«¿Y tú, mi corazón?» «dolor sin alma».
«Alma, ¿qué haréis vos?» «penar cual peno».
«Pues, ¡sus!, aparejaos al sacrificio,
oídos, ojos, pies, manos, boca, alma».



Mariano Melgar

Yaraví IX

-- de Mariano Melgar --

¿Con que al fin habeis tomado
La fatal resolucion
De abandonarme?
¿Al rigor de tus crueldades
Al tormento más atroz
Quieres matarme?

Habeis, pues, firmado al fin
La sentencia de mi muerte,
Dueño tirano;
Y yo tendré que beber
El veneno que tus manos
Me han preparado!

Venga el tósigo fatal
Y acabe con mi existencia
Tan miserable
Has logrado ya tu intento,
Pues me ves yerto cadáver,
Y sin aliento.

Cubre, pues, mi amante cuerpo
Con la gala que le es propia
Á aquel que ha muerto;
Pero, cruel, téme á mi sombra
Que con voz horrenda y triste
Siempre te nombra.



Medardo Ángel Silva

El viajero y la sombra

-- de Medardo Ángel Silva --

A los que hemos mirado –en una noche horrenda
a nuestra cabecera la faz de la Ignorancia,
puesto que comprendimos, se nos cayó la venda
y tenemos la ciencia de la sonrisa helada.

Y vimos –presentimos más– la cosa estupenda
y la tiniebla en que se hundirá nuestra nada
y la noche absoluta en la perdida senda
sin amores, sin albas, sin fin de la jornada.

No obstante, cautelosos, en nuestra ceguedad,
vamos hacia la fuente de Piedad y Verdad...
¡Pero el mayor suplicio es ignorar el puerto

y, en la tormenta hostil que nuestro sueño enluta,
al ser como un navío, cuyo piloto muerto
y aferrado al timón, no puede darle ruta!



Juan Pablo Forner

El año de 1793

-- de Juan Pablo Forner --

Cruje feroz el carro furibundo
del implacable Marte, y desquiciada
la tierra, en sangre y en sudor bañada,
puebla de horror los ámbitos del mundo.

Impía la Parca con aspecto inmundo,
no en los campos de Marte fatigada,
destroza en prado y monte, encarnizada,
greyes sin fin con ímpetu iracundo.

Cadáveres son hoy de hombres y brutos
cosecha horrenda de la tierra, males
con que esta edad su mérito señala.

Niéganse al hombre hasta los rudos frutos;
¡ay! según lo merecen los mortales,
así el cielo, Teodoro, los regala.



Juan Pablo Forner

Ves, Lauso, desalado un vulgo impío

-- de Juan Pablo Forner --

¡Ves, Lauso, desalado un vulgo impío
correr furioso a la batalla horrenda,
desnudo, hambriento, y sin que el alma venda
a esperazas del propio poderío?

¿Ves tolerar del fatigado estío
la ardiente lumbre al recoger la ofrenda
de las espigas con audaz contienda
tostada plebe en mísero atavío?

¿Ves arados los mares al arrojo
de duras almas, que salvar presumen
vida y tesoro en frágiles maderos?

Pues si no lo has, mi Lauso, por enojo,
tanto afán, tantas vidas se consumen
para que engorden fatuos altaneros.



Julio Zaldumbide Gangotena

América y Bolívar - de primer centenario de Simón Bolívar

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Himnos no canta América este día
a un crudo engendro de la horrenda guerra,
en quien no tiene qué admirar la tierra,
sino la ira de Dios, que se lo envía.

Sea en buena hora pasmo y ufanía
de un mundo siervo aquel que al orbe aterra
con su ambición, hasta que el Cielo atierra
en él de otro Luzbel la alta osadía.

Que la América libre es templo inmenso
que sólo al alma Libertad endiosa,
purgada el ara de servil incienso.

Hoy de la ardiente llama esplendorosa
perfume eleva, de loores denso,
al mayor hijo de la altiva Diosa.



Julio Zaldumbide Gangotena

A mis lágrimas

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Corred, lágrimas tristes,
que es dulce al alma mía
sentiros a raudales
del corazón manar;
corred, que los suspiros
que exhalo en todo el día
las ansias de mi pecho
no bastan a calmar.

Triste, férvido llanto,
tus gotas de amargura
mitigan celestiales
la sed del corazón;
y sólo tú suavizas
mi horrenda desventura,
y sólo tú consuelas
mi lúgubre aflicción.

Que cuando de la cima
de dulce venturanza
desciende el alma al golpe
del dardo del pesar,
si entonces con la dicha
perdemos la esperanza,
nos queda sólo el triste
consuelo de llorar.

Y así la flor marchita
revive del consuelo
con lágrimas regadas
por lóbrego dolor,
como al nocturno llanto
de tenebroso cielo
cobran las flores secas
su aroma y su color.

Corred, lágrimas mías,
consuelo a mis dolores;
en férvidos raudales
del corazón manad;
y así, de mis ensueños
revivan ¡ay! las flores
que ha marchitado el rayo
del sol de la verdad.



Francisco Martínez de la Rosa

La muerte (Martínez de la Rosa)

-- de Francisco Martínez de la Rosa --

Al borde está de una tumba
La inexorable deidad,
Mal ceñido el negro manto,
Lívida la horrenda faz,
Y la planta descarnada
Sobre una corona real:
En tablas de bronce y mármol,
Carcomidas por la edad,
Apoya el brazo siniestro
Con terrible majestad,
Y la historia de cien siglos
Debajo borrada está.
Reina en torno hondo silencio,
Destrucción y soledad,
Como en el Averno lago
En que hasta el aire es letal;
Ni alrededor nace yerba,
Ni osan las aves volar.
Ante sus ojos perenne
Arde una luz funeral,
Cual si la densa tiniebla
Luchase por disipar;
Mas apenas la vislumbra
Entre sombras el mortal,
Cuando su débil reflejo
¡Se pierde en la eternidad!



Francisco Sosa Escalante

A Carmen (Sosa Escalante II)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Sin freno ni pudor, encenegada
Allí en las ondas del deleite impuro,
Tú vives sin pensar en lo futuro,
De tus deberes santos olvidada.

¿Quién puede contener la arrebatada
Corriente que te arrastra á un mal seguro?
Para volverte al bien ya no hay conjuro,
Y ruedas al abismo, despeñada.

¡Qué horrible despertar el que te espera
Tras ese sueño del amor insano!
¡Qué horrenda realidad tras la quimera

Del goce que imaginas soberano,
Al llegar la vejez adusta y fiera
Con sus arrugas y cabello cano....!



Francisco Sosa Escalante

Desolación (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Rugió la tempestad, cubrióse el cielo
Con negro manto funeral, sombrío,
Y al triste navegante el mar bravío
Hundió en abismo de profundo duelo.

Al ave incauta que tendiera el vuelo
Hácia ignota region por el vacío,
Allí la sorprendió; cadáver frío
Era al tocar con su plumaje el suelo.

Las verdes ondas del sereno lago
Que el cielo azul y las pintadas flores
Ayer copiaban con amante halago,

Hoy agitan los vientos bramadores,
Y siembra por doquier luto y estrago
La horrenda tempestad en sus furores!



José Joaquín de Olmedo

Al general Lamar

-- de José Joaquín de Olmedo --

No fue tu gloria el combatir valiente,
ni el derrotar las huestes castellanas;
otros también con lanzas inhumanas
anegaron en sangre el continente.

Gloria fue tuya el levantar la frente
en el solio sin crimen, las peruanas
layes santificar, y en las lejanas
playas morir proscrito o inocente.

Surjan del sucio polvo héroes de un día,
y tiemble el mundo a sus feroces hechos:
pasará al fin su horrenda nombradía.

A la tuya los siglos son estrechos,
Lamar, porque el poder que te dio el cielo
sólo sirvió a la tierra de consuelo.



Rafael Pombo

Cutufato y su gato

-- de Rafael Pombo --

Cutufato y su gato

Quiso el niño Cutufato
Divertirse con un gato;
Le ató piedras al pescuezo,
Y riéndose el impío
Desde lo alto de un cerezo
Lo echó al río.

Por la noche se acostó;
Todo el mundo se durmió,
Y entró a verlo un visitante
El espectro de un amigo,
Que le dijo: ¡Hola! al instante
¡Ven conmigo!

Perdió el habla; ni un saludo
Cutufato hacerle pudo.
Tiritando y sin resuello
Se ocultó bajo la almohada;
Mas salió, de una tirada
Del cabello

Resistido estaba el chico;
Pero el otro callandico,
Con la cola haciendo un nudo
De una pierna lo amarró,
Y, ¡qué horror! casi desnudo
Lo arrastró.

Y voló con él al río,
Con un tiempo oscuro y frío,
Y colgándolo a manera
De un ramito de cereza
Lo echó al agua horrenda y fiera
De cabeza

¡Oh! ¡qué grande se hizo el gato!
¡qué chiquito el Cutufato!
¡Y qué caro al bribonzuelo
su barbarie le costó!
Más fue un sueño, y en el suelo
Despertó.



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