Buscar Poemas con Gemidos


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Se han encontrado 18 poemas con la palabra gemidos

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Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxix

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Flores tronchadas, marchitas hojas
arrastra el viento;
en los espacios tristes gemidos
repite el eco.
................................
Entre las nieblas de lo pasado,
en las regiones del pensamiento,
gemidos tristes, marchitas galas
son mis recuerdos.

Poema rima lxxix de Gustavo Adolfo Bécquer con fondo de libro

Gutierre de Cetina

ay, qué contraste fiero

-- de Gutierre de Cetina --

Señora, hay entre el alma y los sentidos,
por decir que os doláis de los gemidos!
ninguno dellos osa:
cada cual se acobarda y se le excusa
al alma deseosa,
que de su turbación la lengua acusa.
Ella dice confusa
que os dirá el dolor mío,
si la deja el temor de algún desvío;
pero de un miedo frío
la cansa el corazón, y de turbada,
cuando algo os va a decir, no dice nada.
Al corazón no agrada
la excusa, y dice que es della la mengua,
que el quejarse es efecto de la lengua.
El uno al otro amengua;
el vano pensamiento
no sabe dar consejo al desatiento.
La razón sierva siento,
que sabía un tiempo entre ellos ser señora,
y el esfuerzo enflaquece de hora en hora.
La mano no usa agora
del medio que solía;
que el temor la acobarda y la desvía.
La sangre corre fría
a la parte más flaca, y de turbado,
el triste cuerpo tiembla y suda helado.
¡Ay, rabioso cuidado!
pues si el alma contrasta a los sentidos,
¿quién dirá que os doláis de mis gemidos?

Poema ay, qué contraste fiero de Gutierre de Cetina con fondo de libro

Carolina Coronado

la alegría del poeta escribiendo en un álbum

-- de Carolina Coronado --

Levanta lira caída;
ven, que el dolor te convida
con mil tonos acordados
tengan también en la vida
su fiesta los desdichados.
No temas ¡oh!que en tu acento
vaya el mundo a sorprender
vuestro ignorado tormento...
Lo mismo ha de comprender
tu canción que mi lamento.
¿Qué sabe si son gemidos,
canto risa, imprecaciones
lo que en mis trovas he oído?
la turba escucha el sonido
sin sentir sus vibraciones.
Y si al fin para ella iguales
son mis dichas y mis males,
alégrala con gemidos,
y broten en cien raudales
mis pesares comprimidos.
El mundo, arpa mía, en tanto
torpe nos envidiará
el ignorado quebranto:
¡y en cambio de nuestro canto
sus aplausos nos dará!
así el ciego musiquillo
discorde violín pulsando,
con monótono estribillo,
marcha su infantil corrillo
por las calles alegrando.
Canta, y su voz tembladora
el pecho anciano quebranta;
el niño que aplaude, ignora
que es más grande que el que llora
¡el infortunio que canta!

Poema la alegría del poeta escribiendo en un álbum de Carolina Coronado con fondo de libro

Manuel de Zequeira

a la misma

-- de Manuel de Zequeira --

Entre un coro de ninfas
retozaba contento
cupidillo desnudo
de su carcax funesto:

dulcemente las unas
le estrechan en su seno,
imprimiendo las otras
en sus mejillas besos.

Cada cual a porfía
celebra al rapazuelo,
llenándole de flores
y cintas el cabello:

pasaba por acaso
carmelina a este tiempo
con inocentes risas
hechizando los cielos:

sus labios de corales,
sus dulces movimientos,
sus rosas, y sus lises,
sus mejillas y cuello.

Todo brillaba en ella
con más puros reflejos,
que febo cuando opaca
los astros y luceros.

Cupido avergonzado
batió veloz su vuelo,
al ver que carmelina
triunfaba en los afectos;

legó donde su madre,
lloroso del desprecio,
llenando de gemidos
el templo citereo:

mas venus al mirarle
con tan tristes lamentos,
tomándole en sus brazos
le consoló diciendo:

no llores, hijo mío,
serena el rostro bello,
¿no sabes que es tu hermana
la que causo tus celos?



César Vallejo

los mendigos pelean por españa

-- de César Vallejo --

Los mendigos pelean por españa
mendigando en parís, en roma, en praga
y refrendando así, con mano gótica, rogante,
los pies de los apóstoles, en londres, en new york, enméjico.
Los pordioseros luchan suplicando infernalmente
a dios por santander,
la lid en que ya nadie es derrotado.
A1 sufrimiento antiguo
danse, encarnízanse en llorar plomo social
al pie del individuo,
y atacan a gemidos, los mendigos,
matando con tan solo ser mendigos.
Ruegos de infantería,
en que el arma ruega del metal para arriba,
y ruega la ira, más acá de la pólvora iracunda.
Tácitos escuadrones que disparan,
con cadencia mortal, su mansedumbre,
desde un umbral, desde sí mismos, ¡ay! desde símismos.
Potenciales guerreros
sin calcetines al calzar el trueno,
satánicos, numéricos,
arrastrando sus títulos de fuerza,
migaja al cinto,
fusil doble calibre: sangre y sangre.
¡El poeta saluda al sufrimiento armado!



César Vallejo

Los mendigos pelean por España ...

-- de César Vallejo --

Los mendigos pelean por España,
mendigando en París, en Roma, en Praga
y refrendando así, con mano gótica, rogante,
los pies de los Apóstoles, en Londres, en New York, en Méjico.
Los pordioseros luchan suplicando infernalmente
a Dios Por Santander,
la lid en que ya nadie es derrotado.
Al sufrimiento antiguo
danse, encarnízanse en llorar plomo social
al pie del individuo,
y atacan a gemidos, los mendigos,
matando con tan solo ser mendigos.

Ruegos de infantería,
en que el arma ruega del metal para arriba,
y ruega la ira, más acá de la pólvora iracunda.
Tácitos escuadrones que disparan,
con cadencia mortal, su mansedumbre,
desde un umbral, desde sí mismos, ¡ay! desde sí mismos.
Potenciales guerreros
sin calcetines al calzar el trueno,
satánicos, numéricos,
arrastrando sus títulos de fuerza,
migaja al cinto,
fusil doble calibre: sangre y sangre.
¡El poeta saluda al sufrimiento armado!



Julián del Casal

el eco

-- de Julián del Casal --

imitación de coppée
yo en la soledad he dicho:
¿cuándo cesará el dolor
que me oprime noche y día?
¡nunca!el eco respondió.
¿Cómo viviré más tiempo,
en tan cruel opresión,
cual un muerto en su sudario?
¡solo!el eco respondió.
¡Gracias, oh suerte severa!
¿cómo de mi corazón
acallaré los gemidos?
¡muere!el eco respondió.



Pablo Neruda

soneto lii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Soneto lii
cantas y a sol y a cielo con tu canto
tu voz desgrana el cereal del día,
hablan los pinos con su lengua verde:
trinan todas las aves del invierno.
El mar llena sus sótanos de pasos,
de campanas, cadenas y gemidos,
tintinean metales y utensilios,
suenan las ruedas de la caravana.
Pero sólo tu voz escucho y sube
tu voz con vuelo y precisión de flecha,
baja tu voz con gravedad de lluvia,
tu voz esparce altísimas espadas,
vuelve tu voz cargada de violetas
y luego me acompaña por el cielo.



Juan Bautista Arriaza

La crueldad de la muerte

-- de Juan Bautista Arriaza --

Envuelta en sombras, alta la guadaña,
trazando golpes de dolor profundo,
iba la muerte recorriendo el mundo
desde el alcázar regio a la cabaña.

Cuando en aquel que Manzanares baña
fijando el ceño torvo y furibundo,
miró a la Esposa Real, de su fecundo
seno mil glorias prometiendo a España.

¡Dos víctimas! Gritó el espectro fiero:
¡Llanto de Reyes! ¡Pueblos afligidos!
¡Oh qué deleite! Y descargó el acero;

y dejando en un féretro tendidos
ambos despojos, se encumbró altanero,
triunfando entre lamentos y gemidos.



El huracán

-- de Vicenta Castro Cambón --

DERRIBAR, deshacer: ¡ese es mi afán!
No sin razón se teme al huracán.
Más de un ave, su nido y su polluelo,
a mi paso ha rodado por el suelo.
¡Ah! cerréis las ventanas y las puertas?
Cerrad no más: me ensañaré en las huertas.
Del árbol más coposo y más gigante
yo abato la arrogancia en un instante.
¡Mirad, los que cuidáis de los frutales,
cómo trato a la vid y a los perales!
De mi saña no escapa ni un arbusto.
Deshacer... Derribar... ¡Ese es mi gusto!
Infeliz del transefinte retrasado:
¡qué cara su demora habrá pagado!
A muchos he dejado sin vivienda,
y he causado de estragos en la hacienda...!
Interrumpo trabajos y placeres...
¡Como lloran de miedo las mujeres!...
Y cómo las asustan mis zumbidos!...
Me divierto imitando sus gemidos...
Me voy apacigüando: estoy cansado.
Es tanta la extensión que he azotado...
Es suerte no sentir remordimiento
ante el mal que he causado en un momento.
Bien puedo mi obra contemplar con calma:
yo no soy como el hombre, no tengo alma.
¡Bah! más mal hace un alma sin conciencia
y se pasa tan calma la existencia...!



Manuel María de Arjona

A Albino

-- de Manuel María de Arjona --

Hallar piedad con llantos lastimeros
entre los hombres Arión intenta,
y le es más fácil que un delfín la sienta,
que no los despiadados marineros.

Pues rendido a sus trinos lisonjeros
Benigno el pez al joven se presenta,
y en su espalda la noble carga ostenta
que arrojaron sus necios compañeros.

¡Ay, Albino! Conócelo algún día,
ni más el plectro con gemidos vanos
intente ya domar la turba impía.

No se vencen así pechos humanos:
busquemos en los tigres compañía,
y verás que nos son menos tiranos.



Manuel Reina

La lira rota

-- de Manuel Reina --

En el verde jardín, al pie de un árbol,
hallé una lira rota y destemplada:
y en tal estado al verla
sentí rota mi alma.
Las cristalinas gotas de rocío
que en sus hilos metálicos brillaban,
no sé por qué misterio
me parecieron lágrimas.
Al ver a un ruiseñor triste y callado
que en ella se posaba,
dije: el ave es el alma de su dueño
que viene a visitarla.
¡Ay! en aquellas cuerdas yo veía
de un corazón las fibras delicadas
heridas mortalmente
por sin igual desgracia.
Cuando el viento al pasar, aquellas cuerdas
con invisibles dedos agitaba,
gemidos y lamentos
de la lira brotaban.



Mariano Melgar

Yaraví VIII

-- de Mariano Melgar --

Ya mi triste desventura
No deja
Esperanza de tener
Alivio;
Y el buscarlo solo sirve
De darme
El tormento de mirarlo
Perdido.

En vano huiré buscando
Regiones
Donde olvidar á mi dueño
Querido:
Con la distancia tendrá
Mi pecho
Sus recelos y su amor
Más fijos.

Lloraré cuando estes lejos
Mis males;
Y emitiré los más tristes
Gemidos;
Y ya no tendré el consuelo
De verte,
Ni que sepas mis crueles
Martirios.

Ay! Dime, querido dueño:
¿Que causa
Pudo mudar ese pecho
Tan fino?
No te mueve á compasión
El verme
Que huyendo de tus crueldades
Espiro?

¿Con qué corazón oirás
Decir
Que por tí murió quien firme
Te quiso?
No seas, amada prenda,
No seas
De mi desdichada vida
Martirio.



Rosalía de Castro

En la altura los cuervos graznaban

-- de Rosalía de Castro --

En la altura los cuervos graznaban,
Los deudos gemían en torno del muerto,
Y las ondas airadas mezclaban
Sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo
En los ecos de tal sinfonía,
Algo negro, fantástico y mudo
Que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos;
Esparcióse la turba curiosa;
Acabaron gemidos y llantos
Y dejaron al muerto en su fosa.

Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
Del negro estandarte las orlas flotaron,
Como flota en el aire la pluma
Que al ave nocturna los vientos robaron.



Juan Nicasio Gallego

A una señorita que me pidió versos

-- de Juan Nicasio Gallego --

Del padre Tajo el agua cristalina
con su puñal sacrílego ensangrienta,
de estragos siempre y lágrimas sedienta,
civil discordia en la nación vecina.

La ambición, que a dos príncipes fascina,
de Montiel los escándalos ostenta
a la asombrada Europa; y muda y lenta
peste voraz sus pueblos extermina.

¡Ay, que ya el monstruo la comarca huella
de los hijos del Betis, que a millares
abandonan su hogar despavoridos!

¿No escuchas sus lamentos, Dina bella?
¡Y ahora me pides himnos y cantares!
Pídeme llanto, indignación, gemidos.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 36

-- de Francisco de Quevedo --

Amor me ocupa el seso y los sentidos;
absorto estoy en éxtasi amoroso;
no me concede tregua ni reposo
esta guerra civil de los nacidos.
Explayose el raudal de mis gemidos
por el grande distrito y doloroso
del corazón, en su penar dichoso,
y mis memorias anegó en olvidos.
Todo soy ruinas, todo soy destrozos,
escándalo funesto a los amantes,
que fabrican de lástimas sus gozos.
Los que han de ser, y los que fueron antes,
estudien su salud en mis sollozos,
y envidien mi dolor, si son constantes.



Clemente Althaus

A media noche en chorrillos

-- de Clemente Althaus --

En hondo sueño reposa
la vasta mortal familia:
yo sólo gimo en vigilia
sempiterna y dolorosa.
Y escucho desde mi lecho
el ronco son con que el mar
no cesa de acompañar
los suspiros de mi pecho.
Somos, oh mar, parecidos:
tú de sonar nunca dejas,
ni yo de exhalar mis quejas
y mis profundos gemidos.



Clemente Althaus

Sueño de un malvado

-- de Clemente Althaus --

Durmiose; y al profundo abismo luego
le parece que baja despeñado,
donde castiga inextinguible fuego
a cuantos mueren en mortal pecado,
y donde son las penas tan atroces,
que las mayores penas terrenales
son ilusiones y parecen goces
junto a aquellos tormentos inmortales.
Él, a quien enseñó Filosofía
que mueren alma y cuerpo juntamente,
él, que del fuego eterno se reía,
ya, ya se mira en la ciudad doliente.
¡Ay! ¡qué voces extrañas! ¡ay! ¡qué lloro
desesperado hiere sus oídos!
¡Ay! ¡qué confuso ensordeciente coro
de gritos, de blasfemias y gemidos!
De hirsuta cola y retorcido cuerno,
ya lo circunda enjambre numeroso
de los feos señores del Infierno,
más feroces que toros en el coso.
Prueba de ellos a huir; y a cualquier lado
un furioso demonio ve delante;
crudos hieren su cuerpo desdichado
con saetas de fuego penetrante,
cuyo incendio con tal viveza siente,
que súbito del sueño se recuerda,
dando por el terror diente con diente,
temblando todo cual vibrada cuerda.



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