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Se han encontrado 21 poemas con la palabra escuela

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Lope de Vega

Pedro, una vez que de la escuela vino

-- de Lope de Vega --

Pedro, una vez que de la escuela vino,
como tierno David, tejió de suerte
la honda de su fe divina y fuerte,
que hizo de tres lazos y de un lino,
qe cuando Goliat en el camino
pensó rendirle con violenta muerte,
de los rubíes, que en la tierra vierte,
honró su frente círculo divino.
Al paso de Milán salió el gigante
contra el pastor, que sin tenerle miedo,
le puso el pecho y la verdad delante.
Bajó la sangre a confesar el ''Credo'',
y fue Pedro escribiendo tan constante,
que pudo derribarle con un dedo.

Poema Pedro, una vez que de la escuela vino de Lope de Vega con fondo de libro

Luis Palés Matos

ensoñación

-- de Luis Palés Matos --

Por el cuadrado de una ventana de nuestra escuela
que de soslayo me ríe toda su claridad,
miro el paisaje chillón y viva, de un azul hondo
y una sencilla calma de infante diafanidad.

El cielo limpio, de vez en cuando, se mancha en una
de esas blancuras puras y llenas de santidad,
con que el celaje tiñendo el dombo del firmamento
risueña el éxtasis con su ternura de castidad.

Mientras discurre par la pizarra la geometría
le nacen alas de ibis al ave del alma mía,
y de la escuela me voy muy lejos, a una región

donde es más fresca la gran mejilla de la mañana,
y sollozando sobre las notas de la fontana,
me aguarda inquieta la dulce novia del corazón.

Poema ensoñación de Luis Palés Matos con fondo de libro

Julio Herrera Reissig

La escuela (Reissig)

-- de Julio Herrera Reissig --

Bajo su banderola pertinente, la escuela
bate con aleluyas de gorrión lugareño;
y chatos de modorra, endosados a un leño,
unos tristes jamelgos dicen de la clientela...

Desde el pupitre, rígido el preceptor recela
por el decoro unánime... Mas, estéril empeño,
amasando el «morrongo» cabecea su sueño,
lo que escurre conatos sordos de francachela.

Entona su didáctica de espesas digestiones,
a cada rato un riego enorme de oraciones...
Aunque, a decir lo justo, su ciencia es harto exigua;

la palmeta y la barba le hacen expeditivo...
Y entre la grey atónita, dómine equitativo,
rebaña su mirada llena de luz antigua.

Poema La escuela (Reissig) de Julio Herrera Reissig con fondo de libro

Julio Herrera Reissig

la escuela

-- de Julio Herrera Reissig --

Bajo su banderola pertinente, la escuela
bate con aleluyas de gorrión lugareño;
y chatos de modorra, endosados a un leño,
unos tristes jamelgos dicen de la clientela...

Desde el pupitre, rígido el preceptor recela
por el decoro unánime... Mas, estéril empeño,
amasando el «morrongo» cabecea su sueño,
lo que escurre conatos sordos de francachela.

Entona su didáctica de espesas digestiones,
a cada rato un riego enorme de oraciones...
Aunque, a decir lo justo, su ciencia es harto exigua;

la palmeta y la barba le hacen expeditivo...
Y entre la grey atónita, dómine equitativo,
rebaña su mirada llena de luz antigua.



Francisco Sosa Escalante

La escuela (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Oid! en dulce y argentino coro
Parece que se elevan á la altura
Palabras mil y mil que el onda pura
Lleva en sus alas con rumor sonoro.

Los niños allí están; allí el tesoro
Se encierra ¡oh patria! que en edad futura
Formará tu grandeza y tu ventura
Y la prenda será de tu decoro,

¡Bendito el templo do la Ciencia ofrece
Al niño, con amor, sus ricos dones,
Y la razón sublime resplandece!

Funda en la Escuela, Anáhuac, tus blasones,
Que solo al pueblo do el saber florece
Contemplan con respeto las naciones.



Leopoldo Lugones

Al jorobado

-- de Leopoldo Lugones --

Sabio jorobado, pide a la taberna,
Comadre del diablo, su teta de loba.
El vino te enciende como una linterna
Y en turris ebúrnea trueca tu joroba,
Porque de nodriza tuviste una loba
Como los gemelos de Roma la Eterna.

Sabio jorobado, tu pálida mueca
Tiene óxidos de odio como los puñales,
Y los dados sueltos de tu risa seca
Con los cascabeles disuenan rivales.
Tu risa amenaza como los puñales,
Como un moribundo se tuerce tu mueca.

Sabio jorobado, la pálida estrella
Que tú enamorabas desde una cornisa,
Como blanca novia, como astral doncella,
Del balcón del cielo cuelga su camisa.
Un gato me ha dicho desde la cornisa,
Sabio jorobado, que duermes con ella.

Demanda a la luna tu disfraz de boda
Y en íntimo lance finge a Pulcinela.
Pulula en el río tanta lentejuela
Para esos brocatos a la última moda,
Que en su fondo debes celebrar tu boda
Tal como un lunólogo dandy a la alta escuela.



Lope de Vega

Hermosa Babilonia en que he nacido

-- de Lope de Vega --

Hermosa Babilonia, en que he nacido
para fábula tuya tantos años,
sepultura de propios y de extraños,
centro apacible, dulce y patrio nido;

cárcel de la razón y del sentido,
escuela de lisonjas y de engaños,
campo de Alarbes con diversos paños,
Elisio entre las aguas del olvido;

cueva de la ignorancia y de la ira,
de la murmuración y de la injuria,
donde es la lengua espada de la ira;

a lavarme de ti me parto al Turia,
que reír el loco lo que el sabio admira,
mi ofendida paciencia vuelve en furia.



Manuel del Palacio

Semblanzas: XVIII

-- de Manuel del Palacio --

Aunque no lo parece fué civil,
Dejó de serlo por favor real,
Y educado en la escuela liberal,
Como estudió al revés se hizo servil.

Maneja al par la pluma y el fusil,
Habla á menudo y con frecuencia mal,
Y brilla en el Congreso nacional
Como brilla en un sótano un candil.

Dice una desvergüenza al mismo Sol,
Tiene el orgullo necio de Luzbel,
Y en arrastrarse imita al caracol:

Sus mismos partidarios huyen de él,
Y aunque por lo elegante es un farol,
Siempre me huele á rancho y á cuartel.



Jaime Sabines

el mediodía en la calle, atropellando ángeles

-- de Jaime Sabines --

Violento, desgarbado;
gentes envenenadas lentamente
por el trabajo, el aire, los motores;
árboles empeñados en recoger su sombra,
ríos domesticados, panteones y jardines
transmitiendo programas musicales.
¿Cuál hormiga soy yo de estas que piso?
¿qué palabras en vuelo me levantan?
«lo mejor de la escuela es el recreo»,
dice judit, y pienso:
¿cuándo la vida me dará un recreo?
¡carajo! estoy cansado. Necesito
morirme siquiera una semana.



Idea Vilariño

el encuentro

-- de Idea Vilariño --

Todo es tuyo
por ti
va a tu mano tu oído tu mirada
iba
fue
siempre fue
te busca te buscaba
te buscó antes
siempre
desde la misma noche
en que fui concebida.

Te lloraba al nacer
te aprendía en la escuela
te amaba en los amores de entonces
y en los otros.

Después
todas las cosas
los amigos los libros los fracasos
la angustia los veranos las tareas
enfermedades ocios confidencias
todo estaba marcado
todo iba
encaminado
ciego
rendido
hacia el lugar
donde ibas a pasar
para que lo encontraras
para que lo pisaras.



Antonio Machado

La plaza y los naranjos encendidos

-- de Antonio Machado --

La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas.
Tumulto de pequeños colegiales
que, al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
¡Alegría infantil en los rincones
de las ciudades muertas!...
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas!



Antonio Machado

Las moscas

-- de Antonio Machado --

Vosotras, las familiares,
inevitables golosas;
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela
—que todo es volar—, sonoras,
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada;
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.



Marilina Rébora

el niño dormido

-- de Marilina Rébora --

El niño dormido
no levantes la voz; el niño está dormido.
Contén el paso, espera, aguarda en cauto acecho;
que no se mueva el aire, ni se oiga el menor ruido,
para que en tierna paz, te aproximes al lecho.
Mírale sonriente al almohadón asido,
el oso de su vida apretándole el pecho,
en la mano, seguro, tiene un hilo prendido
del globo de colores que oscila bajo el techo.
Alrededor su mundo juegos de construcciones,
trompos, libros, muñecos, autos, trenes, camiones;
todo goza en el cuarto sueño de maravilla
salvo el tic-tac cadente del reloj de la abuela.
Déjale que descanse: mañana irá a la escuela;
cuanto más, con los labios rózale la mejilla.



Miguel Unamuno

Al Dios de España

-- de Miguel Unamuno --

Sólo las patrias son la gran escuela
del ideal de la hermandad humana
pues de las patrias es de donde emana
la fe en nnestro destino, la que apela

al Dios de todos. Aunque su faz vela
del Sinaí en las nubes, Él se allana
á dar sus tablas á Moisés y arcana
antes su ley en patria se revela.



Julio Herrera Reissig

La casa de Dios

-- de Julio Herrera Reissig --

Flamante con sus gafas sin muchos retintines,
ataca a sus enfermos el médico cazurro:
al bien forrado —es lógico— lo cura con latines,
y en cuanto al pobre —rápido— receta desde el burro...

Como antes, la acequia comenta en parlanchines
borbollones el mismo confidencial susurro;
la orquesta del Casino, de un arpa y tres flautines,
descerraja una polca contra el coro baturro.

El pueblo ronca viejas credenciales de gloria:
bastiones y acueductos con sus barbas de historia,
una escuela sin bancos y un hospicio en la cumbre,

criptas y humilladeros con medrosos retablos...
Y en los mismos dinteles, bajo un fanal sin lumbre,
una gran cruz de fierro para ahuyentar los diablos.



Evaristo Carriego

El aniversario

-- de Evaristo Carriego --

La casa amaneció triste, callada.
Un aire melancólico se advierte
en los rostros: la pena es resignada.
No se oye reir ni se habla fuerte.
Los muchachos faltaron a la escuela,
y desde muy temprano, con incierto
y sombrío fulgor, arde la vela
en la que fuera habitación del muerto.
El recuerdo luctuoso les alcanza
a todos por igual.
Durante el día
unas cuantas visitas de confianza
estuvieron a hacerles compañía;
pero, entrada la noche, los amigos
al fin se despidieron, y la pena
contenida en presencia de testigos
extraños, fué a la hora de la cena



Evaristo Carriego

El nene esta enfermo

-- de Evaristo Carriego --

Hoy el hogar no tiene la habitual alegría
de los días hermosos, y eso que hoy es un día
suavemente asoleado. En el patio no hay ruidos,
ni se escuchan las risas sonando en los dormidos
rincones de la antigua casa. La regalona
y traviesa hermanita de siete años no entona
las canciones ingenuas que aprendiera en la escuela,
ni riñe a su muñeca mutilada. La abuela
— ¡ah, la pobre abuelita casi nunca está sana! —
olvida su dolencia que lleva una semana
de no darla un momento de reposo. Una incierta
amenaza inquietante ha violado la puerta
del hogar. Bajo el techo
de la casa modesta se presiente en acecho
al dolor. Repentina, melancólicamente,
ha pasado una sombra como por una frente,
como por una frente que fué siempre serena



Evaristo Carriego

Por la ausente

-- de Evaristo Carriego --

Fuma de nuevo el viejo su trabajosa
pipa y la madre escucha con indulgencia
el sabido proceso de la dolencia
que aflige a una pariente poco animosa.

El muchacho concluye la fastidiosa
composición, que sobre la negligencia
en la escuela le dieron de penitencia,
por haber olvidado no sé qué cosa...

Y en el hondo silencio que de repente
como una obsesión mala llena el ambiente,
muy quedo la hermanita va a comenzar

la oración, noche a noche tartamudeada,
por aquella perdida, desamorada,
que hace ya cinco meses dejó el hogar.



Federico García Lorca

Canción primaveral

-- de Federico García Lorca --

I

Salen los niños alegres
De la escuela,
Poniendo en el aire tibio
Del abril, canciones tiernas.
¡Que alegría tiene el hondo
Silencio de la calleja!
Un silencio hecho pedazos
por risas de plata nueva.

II

Voy camino de la tarde
Entre flores de la huerta,
Dejando sobre el camino
El agua de mi tristeza.
En el monte solitario
Un cementerio de aldea
Parece un campo sembrado
Con granos de calaveras.
Y han florecido cipreses
Como gigantes cabezas
Que con órbitas vacías
Y verdosas cabelleras
Pensativos y dolientes
El horizonte contemplan.

¡Abril divino, que vienes
Cargado de sol y esencias
Llena con nidos de oro
Las floridas calaveras!



Carolina Coronado

oración a la virgen que cantan los niños en una escuela

-- de Carolina Coronado --

Hazme buena, madre mía,
dame paciencia y virtud,
porque tú santa maría
has de ser la mejor guía
que tenga mi juventud.
Del corazón inocente
protege tú los amores,
y antes que empañen mi frente,
que me cieguen de repente
tus divinos resplandores.
Consuélame, madre mía,
cuando a tus plantas me veas,
porque yo no dejo un día
de decir «santa maría»
«¡bendita en el cielo seas!»



Ramón López Velarde

Una viajera

-- de Ramón López Velarde --

En mi ostracismo acerbo me alegré esta mañana
con el encuentro súbito de una hermosa paisana
que tiene un largo nombre de remota novela:
la hija del enjuto médico del lugar.
Antaño íbamos juntos de la casa a la escuela;
las tardes de los sábados, en infantil asueto,
por las calles del pueblo solíamos vagar,
y jugando aprendimos los dos el alfabeto.

Me saludó, y en medio de graciosos cumplidos,
su armonioso lenguaje me hizo reconocer
en ella a la cuentista de las horas de ayer
en la Plaza de Armas de musicales nidos.

¡Pobre amiga de entonces, pobre flor provinciana
que en metrópolis andas en ruidoso paseo;
pobre flor casadera, rosa que eres hermana
de las que se desmayan en humilde cacharro
esperando que vuelvas del viaje de recreo!

Para que no se manche tu ropa con el barro
de ciudades impuras, a tu pueblo regresa;
y sólo pido, en nombre de mi tristeza extática
que oyó tu voz ingenua, que en la nocturna plática
hagas de mí un recuerdo jovial de sobremesa.



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