Buscar Poemas con Corteza


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Se han encontrado 33 poemas con la palabra corteza

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Fernando de Herrera

Este lauro que tiene en su corteza

-- de Fernando de Herrera --

Este lauro que tiene en su corteza
verde escrita la honra de mi pena,
y en él el manso céfiro resuena
mi mal, su resplandor y su belleza;

cuando el sol elevado en más alteza
se vio, me dio en sus hojas sombra llena;
fue el calor blando y la congoja buena,
y entonces me alegraba la aspereza.

Ahora, ¡oh triste hado, avaro cielo!
que deja el sol ardiente el paso abierto,
y todo el mal y daño en mi fortuna,

con llanto eterno y falto de consuelo
miro el lauro, y padezco en el desierto,
por su culpa, el calor que me importuna.

Poema Este lauro que tiene en su corteza de Fernando de Herrera con fondo de libro

Alfonsina Storni

Mundo de siete pozos

-- de Alfonsina Storni --

Se balancea
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...

Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Osea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.

Poema Mundo de siete pozos de Alfonsina Storni con fondo de libro

Alfonsina Storni

Mundo de siete pozos (poema)

-- de Alfonsina Storni --

Se balancea
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...

Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Osea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.

Poema Mundo de siete pozos (poema) de Alfonsina Storni con fondo de libro

Lope de Vega

Aquí de Amor, que mata la dureza

-- de Lope de Vega --

Aquí de Amor, que mata la dureza
de Juana, sin respeto de su grado,
el más impertinente licenciado
que en sus leyes formó naturaleza.

Lo de menos valor es la corteza
en cuantas cosas vemos que ha criado,
y a ti, al contrario, el corazón te ha dado
de dura piedra en exterior belleza.

Pues no pueden mis quejas ablandarte,
bien merecieras, Juana rigurosa,
suceder en el mármol de Anaxarte.

Pero ¿en qué piedra, para ser mi losa,
pudiera el dulce Ovidio transformarte,
si ya eres jaspe de azucena y rosa?



Lope de Vega

Cuando por este margen solitario

-- de Lope de Vega --

Cuando por este margen solitario
villano agricultor os trasponía,
verdes olmos, apenas yo sabía
qué fuese honesto bien, ni mal contrario.

Treinta veces el sol al Sagitario,
saliendo de la casa húmeda y fría
del Escorpión, tocó, desde aquel día,
curso inmortal de su camino vario.

Crecisteis y crecí; vuestra belleza
fue mi edad verde, como ya a mis años
espejo vuestra rígida corteza.

Los dos sin frutos vemos sus engaños;
mas ¡ay, que no eran en vos naturaleza!
Perdí mi tiempo, lloraré mis daños.



Lope de Vega

¿En qué bárbara tierra me guardara

-- de Lope de Vega --

¿En qué bárbara tierra me guardara
intricada de peñas y maleza;
o qué abismo formó naturaleza,
a dónde el rayo de tu luz no entrara?
¿Qué mar en sus arenas me librara,
qué concha me prestara su corteza,
en qué región del aire la cabeza
contra tus armas de defensa armara?
Si le tragó la foca al que quería
huir, de ti, más loco fue mi intento,
mayor, mi atrevimiento y rebeldía.
Mas ya vuelvo a buscarte, y tan contento,
que me dan, para hallarte noche y día
mis ojos mar, y mis suspiros viento.



Lope de Vega

Liñan, el pecho noble sólo estima

-- de Lope de Vega --

Liñán, el pecho noble sólo estima
bienes que el alma tiene por nobleza;
que, como vos decís, torpe riqueza
esté muy lejos de comprar su estima.

¿A cuál cobarde ingenio desanima
segura, honesta y liberal pobreza;
ni cual, por ver pintada la corteza,
quiere que otro señor su cuello oprima?

No ha menester fortuna el virtüoso;
la virtud no se da ni se recibe,
ni en naufragio se pierde, ni es impropia.

¡Mal haya quien adula al poderoso,
aunque fortuna humilde le derribe,
pues la verdad es premio de sí propia!



Lope de Vega

Yo pagaré con lágrimas la risa

-- de Lope de Vega --

Yo pagaré con lágrimas la risa
que tuve en la verdura de mis años,
pues con tan declarados desengaños
el tiempo, Elisio, de mi error me avisa.
«Hasta la muerte» en la corteza lisa
de un olmo, a quien dio el Tajo eternos baños,
escribí un tiempo, amando los engaños
que mi temor con pies de nieve pisa.
Mas, ¿qué fuera de mí, si me pidiera
esta cédula Dios, y la cobrara,
y el olmo entonces el testigo fuera?
Pero yo con el llanto de mi cara
haré crecer el Tajo de manera
que sólo quede mi vergüenza clara.



Remataba en los cielos su belleza

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Remataba en los cielos su belleza,
alivio, un alto chopo, a un verde prado,
amante de una vid y de ella amado,
que amor halló aposento en su dureza.

Soberbia, exenta, altiva su cabeza
era lengua de Céfiro enojado;
del verde campo rey, pues coronado
daba leyes de amor en su corteza.

Le robó su corona, airado, el viento;
sintió tanto su mal, que fue tornada
en verde oscura su esperanza verde.

Yo, sin los lazos de mi Celia amada,
¿qué mucho a mal me traiga un pensamiento,
si un árbol me dio Amor que me lo acuerde?



Góngora

En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba

-- de Góngora --

Fragoso monte, en cuyo vasto seno
duras cortezas de robustas plantas
contienen aquel nombre en partes tantas
de quien pagó a la tierra lo terreno:

así cubra de hoy más cielo sereno
la siempre verde cumbre que levantas,
que me escondas aquellas letras santas
de que a pesar del tiempo has de estar lleno.

La corteza do están desnuda, o viste
su villano troncón de hierba verde,
de suerte que mis ojos no las vean.

Quédense en tu arboleda, ella se acuerde
de fin tan tierno, y su memoria triste,
pues en troncos está, troncos la lean.



Góngora

Inscripción para el sepulcro del Greco

-- de Góngora --

Esta, en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave
que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave;
venérale, y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces —si no sombras, Morfeo.—

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.



Josefina Pla

amanecer

-- de Josefina Pla --

A gastón figueira

la mañana irisada, como fino cristal
se curvó sobre el ancho campo reverdeciente.
A la abismal succión del azul transparente,
agriétase la carne de un ansia germinal.

Y a la blondez purísima de su desnudez tierna,
la mísera corteza se nos cuartea en congoja,
y un sollozo nos sube desde la honda cisterna
en sombra donde el párpado su penitencia moja.

El dolor de las alas imposibles
nos curva más bajo el cansancio irredimible
que se adhiere a la carne dolorosa:
y en la punta de una hoja, radiante y temblorosa,
la
gota de rocío
nos finge aquella lágrima inefable
en que, por fin, pudiera el alma miserable
volcar la última gota amarga del hastío.



César Vallejo

Trilce: LXII

-- de César Vallejo --

Alfombra
Cuando vayas al cuarto que tú sabes,
entra en él, pero entorna con tiento la mampara
que tánto se entreabre,
cása bien los cerrojos, para que ya no puedan
volverse otras espaldas.

Corteza
Y cuando salgas, di que no tardarás
a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cojido de un canto de tu suerte,
te soy inseparable,
y me arrastras de borde de tu alma.

Almohada
Y sólo cuando hayamos muerto ¡quién sabe!
Oh nó. Quién sabe!
entonces nos habremos separado.
Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí
la desconocida bandera, te he de esperar allá;
en la confluencia del soplo y el hueso,
como antaño,
como antaño en la esquina de los novios
ponientes de la tierra.

Y desde allí te seguiré a lo largo
de otros mundos, y siquiera podrán
servirte mis nós musgosos y arrecidos,
para que en ellos poses las rodillas
en las siete caídas de esa cuesta infinita,
y así te duelan menos.



César Vallejo

alfombra

-- de César Vallejo --

lxii
alfombra
cuando vayas al cuarto que tú sabes,
entra en él, pero entorna con tiento la mampara
que tánto se entreabre,
cása bien los cerrojos, para que ya no puedan
volverse otras espaldas.
Corteza
y cuando salgas, di que no tardarás
a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cojido de un canto de tu suerte,
te soy inseparable,
y me arrastras de borde de tu alma.
Almohada
y sólo cuando hayamos muerto ¡quién sabe!
oh nó. Quién sabe!
entonces nos habremos separado.
Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí
la desconocida bandera, te he de esperar allá;
en la confluencia del soplo y el hueso,
como antaño,
como antaño en la esquina de los novios
ponientes de la tierra.
Y desde allí te seguiré a lo largo
de otros mundos, y siquiera podrán
servirte mis nós musgosos y arrecidos,
para que en ellos poses las rodillas
en las siete caídas de esa cuesta infinita,
y así te duelan menos.



Dulce María Loynaz

yo te fui desnudando...

-- de Dulce María Loynaz --

Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los tús superpuestos que la vida
te había ceñido...

Te arranqué la corteza-entera y dura-
que se creía fruta, que tenía
la forma de la fruta.

Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aun velados
de tinieblas y asombros...

Surgiste de ti mismo; de tu misma
sombra fecunda-intacto y desgarrado
en alma viva...-



José María Heredia

la cifra. romance

-- de José María Heredia --

La cifra
romance
¿aún guardas, árbol querido
la cifra ingeniosa y bella
con que adornó mi adorada
tu solitaria corteza?
bajo tu plácida sombra
me viste evitar con lesbia
del fiero sol meridiano
el ardor y luz intensa.
Entonces ella sensible
pagaba mi fe sincera
y en ti enlazó nuestros nombres
de inmortal cariño en prenda
su amor pasó, ¡y ellos duran
cual dura mi amarga pena!...
Deja que borre el cuchillo
memorias ¡ay! tan funestas.
No me hables de amor: no juntes
mi nombre con el de lesbia,
cuando la pérfida ríe
de sus mentidas promesas
y de un triste desengaño
al despecho me condena.



José Ángel Buesa

soneto del tiempo

-- de José Ángel Buesa --

Me verás sonreír, amiga mía,
con aquel gesto frívolo de antaño,
y hay un viejo dolor que me hace daño,
un dolor que me duele todavía.
Porque no en vano pasan día y día,
y día a día llegan año y año,
y el júbilo de ayer se queda huraño
de soledad y de melancolía.
No te engañes, amiga, con mi engaño:
la copa en que bebiste está vacía,
y el oro de sus bordes se hizo estaño;
y esta frágil corteza de alegría
cubre un viejo dolor que me hace daño,
un dolor que me duele todavía...



Juan de Arguijo

Apolo a Dafne

-- de Juan de Arguijo --

«Victorioso laurel, Dafnes esquiva,
En cuyas verdes hojas la memoria
De tu rigor y de mi triste historia
Quiere el amor que eternamente viva.

»La antigua palma y abundante oliva
A tí de hoy mas inclinarán su gloria;
Tú ceñirás en premio de vitoria
Del fuerte vencedor la frente altiva.»

Dijo el burlado Cintio, y á la dura
Corteza asido, la contempla, y luego
Repite: «¡Dafne liera! ¡Mármol frio!

»Del rayo ardiente vivirás segura;
Que no es bien que consiente ajeno fuego
Quien pudo resistir al fuego mio.»



Garcilaso de la Vega

SONETO XIII

-- de Garcilaso de la Vega --

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!



Garcilaso de la Vega

A Dafne ya los brazos le crecían

-- de Garcilaso de la Vega --

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado!, ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!



Gutierre de Cetina

en un olmo vandalio escribió un día

-- de Gutierre de Cetina --

Do la corteza estaba menos dura,
el nombre y la ocasión de su tristura;
después, mirando al cielo, así decía:
«tanto crezcas, ¡oh bella planta mía!,
que al más alto ciprés venzas de altura,
y tanta sea mayor tu hermosura
cuanta aquella de dórida sería.
»Crezcan a par del olmo en su grandeza
las letras del amado y dulce nombre,
y en él hagan perpetua su memoria;
»porque los que vendrán sepan que un hombre
levantó el pensamiento a tanta alteza
que es digno al menos de inmortal renombre».



Gutierre de Cetina

como al pastor que en la ardiente hora estiva

-- de Gutierre de Cetina --

La verde sombra, el fresco aire agrada,
y como a la sedienta su manada
alegra alguna fuente de agua viva,
»así a mi árbol do se note o escriba
mi nombre en la corteza delicada
alegra, y ruego a amor que sea guardada
la planta porque el nombre eterno viva.
»Ni menos se deshace el hielo mío,
vandalio, ante tu ardor, cual suele nieve
a la esfera del sol ser derretida».
Así decía dórida en el río
mirando su beldad, y el viento leve
llevó la voz que apenas fue entendida.



El despecho (Estébanez Calderón)

-- de El Solitario --

Ya que no puedo, por desdicha mía,
llamarte dulce esposa en tierno abrazo,
anudando tu talle con el lazo
que teje amor en su feliz porfía,

quieran los cielos, por oculta vía,
en árbol trasformarme a breve plazo
convirtiendo en corteza mi regazo,
y mi cabello en verde lozanía.

Y múdeme también en yedra amante
que ensortije mi tronco de contino,
confundiendo tus hojas con mi rama:

que así mi amor, por fiel y por constante,
al fin conseguirá contra el destino
templar en ti lo ardiente de su llama.



Ventura de la Vega

Las sopas de ajo

-- de Ventura de la Vega --

UANDO el diario suculento plato,
Base de toda mesa castellana,
Gustar me veda el rígido mandato
De la Iglesia Apostólica Romana;
Yo, fiel cristiano, que sumiso acato
Cuanto de aquella potestad emana,
De las viandas animales huyo
Y con esta invención las substituyo.

Ancho y profundo cuenco, fabricado
De barro (como yo) coloco al fuego;
De agua lo lleno: un pan despedazado
En menudos fragmentos le echo luego;
Con sal y pimentón despolvoreado.
De puro aceite tímido lo riego;
Y del ajo español dos cachos mondo
Y en la masa esponjada los escondo.

Todo al calor del fuego hierve junto
Y en brevísimo rato se condensa,
Mientras de aquel suavísimo conjunto
Lanza una parte en gas la llama intensa;
Parda corteza cuando está en su punto
Se advierte en tomo y los sopones prensa,
Y colocado el cuenco en una fuente,
Se sirve así para que esté caliente.



Vicente Aleixandre

a don luis de góngora

-- de Vicente Aleixandre --

A don luis de góngora
¿qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?
las líneas graves van. Mas de su planta
brota la curva, comba su justeza
en la cima, y respeta la corteza
intacta, cárcel para pompa tanta.
El alto cielo luces meditadas
reparte en ritmos de ponientes cultos,
que sumos logran su mandato recto.
Sus matices sin iris las moradas
del aire rinden al vibrar, ocultos,



Antonio Machado

A un olmo seco

-- de Antonio Machado --

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Soria 1912



Fernando de Herrera

Quién debe, sino yo, acabar el llanto

-- de Fernando de Herrera --

¿Quién debe, sino yo, acabar el llanto;
que de mis esperanzas derribado,
me veo en tal miseria y apartado
de aquella luz que ausente alabo y canto?

Mi alma no soporta pesar tanto,
y el nudo que la estrecha desatado,
ligera ira con vuelo acelerado,
sin descansar siguiendo su ardor santo.

Si esta indigna corteza la retarda,
y lenta engaña el gozo de su gloria,
corta, Amor, corta presto el flaco aliento;

que sólo el bien que en mi dolor me guarda,
por la vida que pierdo tal victoria
dará, que en precio exceda a mi tormento.



José Martí

tiene el alma del poeta

-- de José Martí --

Tiene el alma del poeta
extrañeza singular:
si en su paso encuentra al hombre
el poeta da en llorar.
Con la voz de un niño tiembla,
es de amor, y al amor va
un amor que no se estrecha
en un límite carnal.
La corteza corrompida
el fruto corromperá.
Del amor de hembra no fío
si su hoguera han de alumbrar
el quemante sol de estío
o el sol pálido autumnal:
¡primavera primavera,
madre de felicidad!



Clemente Althaus

A la quina

-- de Clemente Althaus --

Febrífuga corteza, de la humana
enferma gente celestial tesoro,
por el que más que por su plata y oro
el mundo debe a la región peruana:

¡Cuántas gracias te rinde el alma ufana!
Por ti se enjuga mi encendido lloro;
tú vuelves la salud a la que adoro,
y a su semblante la nativa grana.

Por ti de nuevo blancos velos viste,
y sus divinas perfecciones muestra
a Lima, con sil ausencia sola y triste;

por ti en el baile alegre con su diestra
mi diestra junto, y venturoso enlazo
su talle estrecho con mi amante brazo.



Clemente Althaus

Al Petrarca

-- de Clemente Althaus --

¡Bendita sea la feliz tibieza
con que, celosa de su pura fama,
pagó tu amor la aviñonense dama
que igualó su virtud con su belleza!

¡Benditos el rigor y la esquiveza
que acrisolaron tu amorosa llama,
y te valieron la gloriosa rama
que hoy enguirnalda tu feliz cabeza!

Así Apolo que a Dafne perseguía,
cuando a abrazarla llega, sus congojas
sienten de un árbol la corteza fría.

Mas en sus ramas la deidad doliente
halla las verdes premiadoras hojas,
digna corona de su altiva frente.



Clemente Althaus

Dafne y Apolo

-- de Clemente Althaus --

Al Céfiro venciendo en ligereza,
del impaciente enamorado Apolo
huye la ninfa con artero dolo.
Para encenderlo más con su esquiveza:

al fin alcanza el dios a la belleza,
que el Amor con sus alas socorriolo;
mas ¡ay! que al abrazarla, abraza sólo
de un árbol la durísima corteza.

Dafne es toda mujer: oh ciego amante,
que ves de Apolo la funesta suerte,
teme, teme desdicha semejante.

¡En huir la hermosura se divierte,
y al abrazarla el pecho palpitante,
en insensible tronco se convierte!



Ramón López Velarde

Como en la salve

-- de Ramón López Velarde --

¡Oh bienaventuranza fértil de los que saben
ir gimiendo y llorando despreciativamente,
como en la Salve, que es un óleo y una fuente!

Yo también supe antaño de la bondad del cielo
que en mis acerbos pésames llovía,
y compuse mi Salve, con la fe de un cruzado
bajo los muros de Antioquía.

Mas hoy es un vinagre
mi alma, y mi ecuménico dolor un holocausto
que en el desierto humea.
Mi Cristo, ante la esponja de las hieles, jadea.
Con la árida agonía de un corazón exhausto.

¡Señor, Tú que colocas
resina en la corteza impenitente
y agua entrañable en las adustas rocas,
hazme casto y humilde para poder llorar
la bienaventuranza de aquel llanto deshecho
que fertiliza lava el pecho,
y verás cómo mi alma se atavía
y trueca su congoja en alborozo
par escalar los muros de Antioquía!



Rosario Castellanos

parábola de la inconstante

-- de Rosario Castellanos --

Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:
si yo soy lo que soy
y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
suceda ese proceso
que la semilla le permite al árbol
y la piedra a la estatua, seré la plenitud.

Y acaso era verdad. Una verdad.

Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
a asirme a una pared como el enamorado
se ase del otro con sus juramentos.

Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
en solidez de roble,
la rumorosa soledad, la sombra
hospitalaria y daba al caminante
- a su cuchillo agudo de memoria -
el testimonio fiel de mi corteza.

Mi actitud era a veces el reposo
y otras el arrebato,
la gracia o el furor, siempre los dos contrarios
prontos a aniquilarse
y a emerger de las ruinas del vencido.

Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
me iba de algún mesón desmantelado
en el que no encontré ni una mala bujía
y en el que no me fue posible dejar nada.

Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
para arrojar después, lejos de mi, el despojo.

Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la muerte.



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Ariiba