¿Lleva tilde rebuscadamente?

Hay una infinidad de palabras que se acentúan en Español, en concreto en nuestra base de datos tenemos 255.832 palabras que deben llevar tilde. Las reglas generales de acentuación son las siguientes:
  • Palabras agudas: son aquellas cuya última sílaba es tónica, deben llevar tilde aquellas que acaben en vocal, ene o ese.
  • Palabras llanas: son aquellas cuya sílaba tónica es la penúltima y llevan acento las que no terminan en vocal, ene o ese
  • Palabras esdrújulas: son aquellas cuya sílaba tónica es la antepenúltima, se acentúan siempre
Con las reglas anteriores puede parecer fácil saber cuando lleva tilde una palabra, no obstante en ocasiones saber separar una palabra en sílabas no es sencillo y pueden aparecer otros factores como los hiatos, las palabras compuestas o los acentos diacríticos que fácilmente inducen a equivocación. Por ello te ayudamos no sólo mostrandote cual es la forma correcta de escribir la palabra pero además te decimos por qué es así.

Rebuscadamente no lleva tilde

El motivo por el que no ha de llevar acento REBUSCADAMENTE es que se trata de un adverbio que se ha construido al añadir el sufijo -mente al adjetivo rebuscada, en estos casos si el adjetivo original no lleva tilde, tampoco lo lleva el adverbio derivado.

Ejemplos con la palabra Rebuscadamente

Como la primera vez, después de «despuntar el vicio», concurriendo a teatros y otras diversiones menos inocentes, visité a mis amigos y parentela, y por último fui a reanudar mis útiles relaciones oficiales, y a anudar otras nuevas, sobre todo la del Presidente de la República. Tratábase esta vez de un hombre joven aún, muy criollo y socarrón epigramático, que guiñaba siempre imperceptiblemente un ojo, y que, gran conocedor del corazón humano y sus flaquezas, no dejaba ver nunca, en la intimidad, si hablaba en serio o si estaba «gozando» a su interlocutor. Nadie le hubiera reconocido diez o veinte años más tarde, pero entonces era, no sé si instintiva o rebuscadamente, el tipo del gaucho refinado hasta el extremo de ocultar casi completamente su procedencia, que apenas se revelaba -pero se revelaba al fin-, entre otras cosas, en su afán de contar y escuchar anécdotas, así como sus antepasados se complacían en las interminables «payadas» y en los cuentos del fogón. Ahora que lo pienso mejor, creo que lo hacía de propósito, para demostrar más a los porteños su carácter genuino de «hijo del país», y hasta sentiría ganas de agradecérselo. Me sorprendió que me conociera de nombre -sin caer en la cuenta de que todos estos personajes tienen quienes los informen momentos antes de recibir una nueva pero anunciada visita-, de que supiera lo poco que había hecho yo hasta entonces, y de que me hablara de Tatita como de un viejo amigo con quien había hecho no sé qué campaña, creo que la del Paraguay, cuando él era simple teniente. Su acogida me llenó de satisfacción: no me había recibido como a un cualquiera, sino demostrándome un grande aprecio y una gran confianza en mi porvenir, casi prometiéndome toda suerte de distinciones. Creí tener el mundo en la mano, pero no tardaron en decirme que el Presidente era igual con todo el mundo y que lo mismo hubiera tratado a su peor enemigo. No lo quise creer. ¿Cómo, entonces, tenía tantos amigos y tan decididos partidarios, en un país que, si ha heredado mucha parte de la hidalguía española, ha heredado o ha aprendido también, de los indios, la sagrada fórmula de «dando, hermano, dando», traducción bárbara del latino do ut des?
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