Ejemplos con zaino

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

José se marchó del pueblo montado en un zaino que galopeaba en el aire, señal de su condición angelical.
Atento, galante, asiduo con las compañeras así conquistadas, las rondaba el zaino cuidadosamente, para que no se las volvieran a arrebatar, y buscaba para ellas los mejores retazos de campo, la mejor aguada, los cañadores más pastosos.
Pasarán algunos años más, el zaino andará tirando agua en el jahuel, bichoco, flaco, con la cola en porra, y con abrojos en la crin, haciéndose el sordo cuando oiga sonar el maíz en el morral, y el ciego al ver otro caballo en el pesebre, bien cepillado y rasqueteado, lustroso y demasiado gordo para ser guapo como ha sido él.
Al zaino lo cuidan más y no le piden mucha elegancia, es un poco bajo, más fácil para montar.
Y esto último es ya de alguna importancia: no es el zaino el primer crédito que el patrón haya tenido, pasan los años y con ellos la robusta juventud, la flexibilidad del cuerpo.
Algo petizón, con la cabeza un poco fuerte, la oreja pequeña y bien formada, el ojo negro y vivo, la crin y la cola negras, abundantes y gallardamente atadas, de pecho ancho y hondo, zaino colorado de pelo, con la punta de las patas negra, por cierto no era, con todo, ningún animal de valor, y no hubieran dado por él muchas libras esterlinas en Londres.
Al oír sonar el maíz en el morral, el zaino levantó la cabeza, y, sin dejar de mascar la gramilla verde que estaba saboreando cerca de la tranquera, echó una miradita hacia el pesebre.
A los dos días, ensilló y puso en las varas de un carrito prestado el overo negro, caballo de confianza, viejo compañero de muchos años y, muy capaz de comprender todo lo serio de su misión, el picazo en la cadena y el petizo zaino de ladero.
La alegría iba subiendo de tono, las conversaciones se hacían más bulliciosas, las ponderaciones al picazo o al zaino se exageraban, y ya, sólo a gritos, se podía imponer al prójimo la convicción de que ese o el otro iba a ganar.
Tampoco podía sufrir el zaino, en los primeros días, que se vinieran a juntar con su manada, potros, redomones y caballos, y por sus malos modos para con esa gente trabajadora y discreta, tuvo que penar con zapatillas toda una semana más.
El zaino salió despacio del corral, como buen guardián, después de haber dejado pasar por delante toda la manada, pero apenas en el campo, vio la potranca zaina, ya le entró el furor y la quiso correr, pero, a cada rato, se pisaba la huasca, casi se venía de hocico al suelo, y pronto tuvo que renunciar.
Y fue por esto que don Hortensio resolvió ponerle al zaino zapatillas.
Con todo, don Hortensio quiso imponerle al zaino una yegua elegida por él, y trató de incorporar a la manada recién formada una potranca, zaina también, de hermosas formas y buena alzada.
Pero mirándolo bien, le parecía a don Hortensio que el zaino había elegido a las compañeras como potrillo, no más, que era, sin experiencia.
Así se formó el potrillo una familia a su gusto y pronto se pudo dar por entablada del todo la «manada del zaino».
-Mañana, en cuanto salga el lucero, ensillas mi zaino grande, empujas la puerta de mi cuarto, entras despacio, te acercas a mi cama, me llamas, y si no me despierto, me mueves.
Era un precioso animal, zaino de pelo, elegante, alto, magníficamente clinudo, con la cola tupida y larga, y que parecía nacido, de veras, para fundador de dinastía.
Hizo carrera otra vez con el vasco, por quinientos pesos, pero jugó de afuera, con todo sigilo, contra su propio caballo, por más de dos mil, lo que fue fácil, pues muchos conservaban su confianza al zaino.
Las vacas de don Braulio, a elección, bien valían veintidós, pero él no dudaba por un momento de la victoria del zaino.
Las vacas que, antes, daban poco trabajo, ya casi no dieron ninguno, pero el zaino empezó a ser cuidado en forma, y como verdadero parejero, tanto que fue criando fama.
En vez de soltar el zaino, lo ató a la soga y le dio pasto, y desde el día siguiente, empezó a enseñarle a comer grano, cosa que ignoraban por completo, hasta entonces, todos sus caballos, y a hacerlo varear a la madrugada por Braulito.
-¿Está? ¡Lindo, entonces! Hágame ensillar el zaino.
Entró Juanita Breña, en un zaino manchado, raza de Chile, y le dio tres suertes, sentando el caballo en la última para esperar nueva embestida.
Fidel Gomensoro, uno de los paisanos que me habían acompañado, oyendo que el zaino de Tatita resollaba y se quejaba casi como una persona, se acercó a examinarlo.
Pero el zaino habría tenido también su momento de distracción, bastante para meter las manos en una cueva de vizcacha, «bolearse» y proyectar a su jinete a varios metros de distancia.
¡Qué espectáculo! Primero entreví, lleno de susto, la masa del zaino que, con las patas rotas, resollaba y resoplaba lastimosamente.
No oí nada más, ni siquiera el galope del zaino de Tatita, cuyas herraduras debían resonar, sin embargo, en la tierra del bañado, dura entonces, por la sequía, como un pavimento de asfalto.
Florentino oyó ese «tus yeguas» sin chistar y montando en el zaino malacara, se fue a juntar con su tío.
-Mira, Florentino -le dijo al joven-, toma del palenque ese zaino malacara que hice ensillar para ti, y vamos hasta el corral a ver cerdear tus yeguas.
-Ensíllame el zaino -dijo en seguida.

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