Ejemplos con verónicas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Fue capellán de la cárcel y del hospital de Regio de Calabria, y director espiritual del Seminario Diocesano de dicha ciudad, fundó la Congregación Hermanas Verónicas del Santo Rostro de Jesús, con el fin de promover y sostener iniciativas para las vocaciones eclesiásticas, y ayudar a los párrocos de Italia, y en diversas partes del mundo.
Las producciones más destacadas de su época juvenil, en la que le tocó hacerse cargo del taller de su padre, fueron la Dolorosa de la parroquia de Santa Catalina, el San José de Santa Clara, la Sagrada Familia de San Miguel y la Inmaculada del convento de Verónicas, todas ellas presentes en la ciudad de Murcia.
En Murcia fue quemada la Iglesia de la Purísima y fueron asaltados los conventos de las Isabelas y de las Verónicas.
Esta imagen ha sido recientemente restaurada en el Centro de Restauración de Verónicas, Murcia.
Además de Mercado de Verónicas, se le conoció también como Mercado del Oeste o Mercado de la Verdura.
Se encuentra en el Plano de San Francisco, junto al antiguo Convento de Verónicas y muy cercano al Palacio del Almudí, el Paseo del Malecón y el cauce del río Segura.
El Mercado de Verónicas es una de las principales plazas de abastos de la ciudad española de Murcia.
Su gaonera honda y mayestática, graciosa y serena, asumía las cualidades del más reconocido temple y cargaba la suerte en cada uno de los lances resultando ser verdaderas verónicas al revés.
Sus verónicas y desplantes tuvieron el máximo seguimiento y reconocimiento del público, mientras que su control de la muleta logró, al fin, convencer incluso a los aficionados más exigentes.
Los peones acudieron a resguardar al centauro, pero fue inútil, pues ya el toro se alejaba atraído por el rojo capote que le brindaba el Niño de las Verónicas.
Allí tenían, a su vez, cabida los Cúchares modernos, y era de ver y oír cómo los jóvenes entendidos en achaques de tauromaquia, adoptaban graciosas actitudes de toreros, según el diálogo de arranques, pases, arrastres, quites y verónicas que caía sobre la mesa.
En el centro del bosquecillo había una glorieta, a la que rodeaban espesos matorrales hechos de evónymus, retamas olorosas, tamarindos, verónicas, adelfas y otros arbustos, combinados con primoroso arte.
Tomaba, la alternativa el Niño de las Verónicas de manos del Jerezanito, y ante un acontecimiento de tal magnitud, María había suplicado, rogado, alegando el cariño, la amistad y hasta los favores hechos y los gorros aguantados, y por fin Lina había cedido, y de ahí el motivo por que entre flores y encajes arrastraba la Monreal sus tristezas camino de la Plaza.
Así, saludada por las sordas imprecaciones, vencida, humillada, escoltada, por el Niño de las Verónicas, salió la condesa de Monreal.
A la luz tristona de una bombilla eléctrica, Willy y la gitana se murmuraban endechas, la Gioconda bebía como un carretero, el Niño de las Verónicas fumaba incesantemente, y el Cantares había echado mano de la guitarra y templaba sus cuerdas, arrancándoles notas graves que iban a perderse en el general estruendo.
La Cotufera, toda de azul eléctrico, con un pañolón florido de claveles gualdos, enorme ramo de las mismas flores junto al moño, que le acariciaba la nuca, la mata enorme de pelo sombreando el rostro, más embadurnado de cold cream y polvos baratos que nunca, cimbreábase en el centro del palco, bebiendo sin tasa el champaña que el Niño de las Verónicas le escanciaba con un ademán lento, de reposada chulería.
El general se comía con los ojos a una jamona que, dejando admirar bajo el traje de mora que lucía morbideces apetitosas, acababa de entrar, la zurcidora de gustos asentía bondadosa a todo, el Niño de las Verónicas, con reserva espartana, contentábase con monosilabear de vez en cuando, Willy contemplaba codicioso el nevado cuello de la Soler, y la Gioconda hacía con Julito el gasto de la conversación.
-Mi amigo Esteban, el Niño de las Verónicas, émulo de Costillares, Willy Martínez, escultor -y con fina ironía-: los dos artistas.
Bulliciosos, se agrupaban en torno a dos veladores cuatro o cinco cadetes y otros tantos mozos imberbes que reían y gritaban en compañía de algunas prójimas cosmopolitas -Margaritas de Tolón, Lucrecias napolitanas-, y por fin, casi junto a la puerta del escenario, Lucerito Soler, una dama de venerable aspecto que vestía negro traje y peinaba en cocas los argentados cabellos, la Gioconda y el Niño de las Verónicas departían amigablemente.
Algunos golfos comentadores les contemplaban con impertinente curiosidad, a unos cuantos pasos de ellos, el Niño de las Verónicas ponía varas a María Montaraz, que reía escandalosamente y se timaba con una desvergüenza admirable.
En primer término, María Montaraz, vistiendo roja falda, blusa blanca con almidonado cuello y sangriento corbatín torero, coronados los rizos, negros como el azabache, por ladeado sombrerillo del mismo color que la corbata, adornado con enorme pluma, se abanicaba escandalosamente con el «perico» de taurómaco país, y flechaba con sus ojos de sacerdotisa de Osiris al Niño de las Verónicas, que tres filas más atrás lucía su empaque torero.
Una tarde, en Aravaca había toreado por verónicas, que ni los mismos ángeles, otro día, en Talavera de la Reina, puso un par de banderillas al quiebro, que los reyes del toreo no hubiesen desdeñado en su haber, otro aún, y aquel en la plaza vieja de Barcelona, toreó de muleta admirablemente y remató de una estocada hasta la cruz, que hizo a los entusiastas proclamar su aparición como la de un nuevo Rafael Guerra.

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