Ejemplos con velos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El viento hacía revolotear sus velos negros.
Las dos señoras iban vestidas de luto, con luengos velos.
Sus ojos acariciaron el volumen vital que se delataba bajo los velos del luto.
Su destino era vivir en un buque, pasar el resto de sus días sobre las olas, como el capitán maldito de la leyenda holandesa, hasta que viniese a redimirle una virgen pálida envuelta en velos negros: la muerte.
Por dos veces anclaron cerca de la isla de Tenedos, viendo los movibles archipiélagos de los acorazados con velos flotantes de humo.
Tropezó con unos brazos desnudos y mórbidos, luego con la frescura suave de una carne envuelta en velos.
Al ver a la de más edad con el rostro libre de velos, no sufrió ninguna decepción.
Al subir en el primer vagón que encontró al paso, le pareció ver los velos de las dos señoras desapareciendo detrás de una portezuela que se cerraba.
Salían a su paso faldas de blanco revoloteo, velos que ondulaban como nubes de colores, risas y trinos parlantes en un español que parecía puesto en música, todo el estrépito juguetón de una jaula de pájaros del Trópico.
Levantáronse, y recogieron aprisa abanicos, sombrillas y velos, precipitándose hacia la puerta.
Le interesaban las matronas envueltas en velos de luto que hacían sonar el piano y el arpa, acompañando la danza con cánticos suspirantes.
El color blanco no existía en este esfumamiento tempestuoso, todo era gris: el cielo, la espuma, las gaviotas, las nieves De tarde en tarde, los velos plomizos de la tormenta se rasgaban para dejar visible una pavorosa aparición.
Las señoras, que en los días anteriores iban por el buque con gruesos paletós hombrunos y envueltas en velos como odaliscas, mostraban ahora la rosada pulpa de su carne a través de los encajes de las blusas.
Eran mantelerías con calados sutiles semejantes a telas de araña, pañuelos de seda de tonos feroces que daban a los ojos una sensación de calor, kimonos con aves y ramajes de oro, leves pijamas que parecían confeccionados con papel de fumar, almohadones multicolores como mosaicos, velos blancos o negros recamados de plata que traían a la memoria las viudas trágicas de la India subiendo al son de una marcha fúnebre a la hoguera conyugal.
Los niños rubios habían desaparecido de las ventanas, los paseantes, cada vez más escasos, transitaban por el exterior con el busto inclinado, llevándose una mano a la gorra y ladeando la cara para defender los ojos y las narices de algo molesto, los velos femeniles crujían lo mismo que banderas o se elevaban en espirales de color, manteniéndose rebeldes a las manos enguantadas que pretendían aprisionarlos.
Y flotando por encima del bosque de chimeneas de ladrillo y de hierro, el eterno dosel de la moderna Bilbao, los velos en que se envuelve como si quisiera ocultar púdicamente su grandeza, los humos multicolores de sus fábricas, negros, de espesos vellones, como rebaños de la noche, blancos, ligeramente dorados por la luz del sol, azules y tenues como la respiración de un hogar campesino, amarillos rabiosos con un chisporroteo de escorias minerales.
Entre estos velos, creyó ver Gabriel el rostro de su hermano, consternado, crispado por el miedo, y los bicornios de la Guardia civil, aquellos sombreros de pesadilla, rodeando al pobre.
La catedral sonreía con su inmaculada blancura, a pesar de los velos negros que cubrían imágenes y altares.
Los siete siglos adheridos a aquellas piedras parecían envolverle como otros tantos velos que le aislaban del resto del mundo.
Las buenas burguesas se habían fijado en la dulce belleza de Tónica, y sin dejar de mover los labios como si rezasen, murmuraron bajo sus velos negros:.
A la mañana siguiente llegaron las visitas: el desfile de levitas negras y tupidos velos, el paso por aquella casa de los amigos y conocidos, todos con la enguantada mano tendida, un gesto de amargura en el rostro y la palabra de resignación guardada cuidadosamente para tales casos.
¡Nada más que allí no se estilan vestiditos blancos, ni velos, ni coronas de azahares.
Sentí anhelo infinito de que aquel amor que llenaba mi alma fuese el último de mi vida, deseo firmísimo de vivir sólo para Angelina, sólo para ella, deseo vehemente de ser bueno para merecer el amor de la modesta niña, para gozar, como de cosa propia, de la hermosura de aquel cielo tachonado de luceros, de las mil y mil bellezas que la noche tenía cubiertas con sus velos, y que dentro de breves horas, al clarear el alba, aparecerían en toda su magnificencia, que sólo a condición de ser bueno me sería dable gozar del supremo espectáculo de la naturaleza, de modo que se me revelaran todos sus encantos, y no fueran arcanos para mí la dulce melancolía de una tarde de otoño, ni la risueña alegría de una alborada de Mayo, ni la serenidad abrasadora de un día canicular, ni la terrífica majestad de la tormenta, cuando, desatada en las alturas, incendia con cárdenos fulgores las cumbres de la sierra.
Los vientos otoñales habían extendido en pocos minutos negro manto de nubes, uniformemente obscuras, y sólo en un punto ralas y tenues, hacia el Oriente, donde a través de blancos velos dejaban adivinar las más altas regiones del éter, los océanos superiores del aire, limpios, surcados por mil celajes voladores.
De un lado las niñas, cubiertas con velos vaporosos, ceñida la sién de rosas blancas, del opuesto nosotros, los varoncitos, de gala, ornado el brazo con un moño de moaré flecado de oro.
Las ocuparon su sitio detrás de las monjas, unas y otras con los velos por la cabeza.
Él no era un granuja, ella se estaba portando bien, y con su conducta echaba velos y más velos sobre lo pasado.
Venían las doce dueñas y la señora a paso de procesión, cubiertos los rostros con unos velos negros y no trasparentes como el de Trifaldín, sino tan apretados que ninguna cosa se traslucían.
Era el carro dos veces, y aun tres, mayor que los pasados, y los lados, y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos como la nieve, todos con sus hachas encendidas, vista que admiraba y espantaba juntamente, y en un levantado trono venía sentada una ninfa, vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos ellos infinitas hojas de argentería de oro, que la hacían, si no rica, a lo menos vistosamente vestida.

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