Ejemplos con vehículos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Algunas subían en automóviles cuyos llevaban uniforme de soldado por ser vehículos ministeriales.
Todos los vehículos, hasta las carretas de bueyes, iban guiados por un soldado.
Todos los automóviles de alquiler, unos dos mil vehículos, cargando batallones de zuavos, a ocho hombres por carruaje, y saliendo a toda velocidad, erizados de fusiles y gorros rojos.
Vehículos de artillería con las maderas consumidas y el armazón de hierro retorcido revelaban el trágico momento de la voladura.
El día anterior los había que cantaban al bajar de los vehículos, engañando su dolor con risas y bravatas.
Pasó toda la mañana con el codo en una mesa y la mandíbula apoyada en la mano, lo mismo que el día anterior, dejando que las horas se desgranasen lentamente, no queriendo oir el sordo rodar de los vehículos que se llevaban las muestras de su opulencia.
Los arriates de su jardín, las plantas exóticas, las avenidas cuidadosamente enarenadas y barridas, todo roto y ajado por la avalancha de hombres, bestias y vehículos.
A los lados del camino habían hecho alto varios batallones con su acompañamiento de vehículos y bestias de tiro.
Detrás sonaron las bocinas de otros vehículos, que se avisaban al detenerse con seco tirón de frenos.
A continuación, otros vehículos blindados se habían detenido en la plaza, y tras de ellos, grupos de jinetes, batallones a pie, numerosos batallones, que llegaban por todas partes.
Y en los ruidos que persistieron durante toda la noche sólo quiso adivinar el paso de vehículos llenos de heridos, de municiones, de víveres, iguales a los que habían desfilado por la tarde.
Y tuvo que permanecer al borde del camino, impotente y triste, siguiendo con ojos sombríos el convoy doloroso Al cerrar la noche ya no fueron vehículos cargados de hombres enfermos los que desfilaban.
Y en todos estos vehículos, que únicamente conservaban nuevos y vigorosos sus motores, vió soldados, muchos soldados, pero todos heridos, con la cabeza y las piernas entrapajadas, rostros pálidos que una barba crecida hacía aún más trágicos, ojos de fiebre que miraban fijamente, bocas dilatadas como si se hubiese solidificado en ellas el gemido del dolor.
Eran ómnibus de París que aún mantenían en su parte alta los nombres indicadores de sus antiguos trayectos: Tal vez había viajado él muchas veces en estos mismos vehículos, despintados, aviejados por veinte días de actividad intensa, con las planchas abolladas, los hierros torcidos, sonando a desvencijamiento y perforados como cribas.
Y juntos con estos vehículos industriales requisados por la movilización pasaron otros procedentes del servicio público, que causaban en Desnoyers el mismo efecto que unos rostros amigos entrevistos en una muchedumbre desconocida.
¡Ay, no poder hacer más! El gobierno, al movilizar los vehículos, le había tomado tres de sus automóviles monumentales.
Chocaban los vehículos, y cuando los conductores, a impulsos de la costumbre, iban a injuriarse, intervenía el gentío y acababan por darse las manos.
Nunca se había visto en las calles de París tantos vehículos.
Ella en uno de sus vehículos monumentales, pues no gustaba de andar, acostumbrada al quietismo de la estancia o a correr el campo a caballo.
El tránsito en las calles, el movimiento general de la ciudad, era lo mismo que en los otros días, pero a Julio le pareció que los vehículos iban más aprisa, que había en el aire un estremecimiento de fiebre, que las gentes hablaban y sonreían de un modo distinto.
Otros vehículos habían llegado antes.
Otros vehículos marchaban delante y detrás del suyo.
Al marchar por la calle de Saint-Ferreol, mirando los escaparates de las tiendas, los gritos de varios conductores de coches y automóviles que no acertaban a hacer pasar sus vehículos en la angosta y repleta vía llamaron su atención.
Al juntarse y lanzar una mirada hacia el inmediato puesto de coches, cuatro vehículos avanzaron a la vez, como una fila de carros romanos ansiosos de obtener el premio del circo, con estrepitoso pataleo de bestias, crujidos de tralla y gesticulaciones rabiosas de los cocheros, que se amenazaban apelando a la Madona.
Los vehículos rodaban en dos filas, en opuestas direcciones, cabeceando lentamente como bueyes sumisos, siguiendo su camino en línea recta, encontrando un puente sobre cada abismo y atravesando las alturas por túneles pendientes que los devoraban.
Veíanse grandes plataformas de madera, planos inclinados por los cuales resbalaban los vehículos amarrados a una cadena sin fin.
Los que no cupieron en los vehículos de ruedas, fueron a caballo o en burro.
No sonaba como los otros vehículos de Villaverde, como carro viejo o diligencia desvencijada.
Caminando junto a la carretera polvorienta, sin ver otras caras que las de los carreteros que marchaban perezosamente tras sus vehículos, o las de los guardias de Consumos sentados ante sus garitas, Juanito se encontraba mejor.
En la larga fila de vehículos estaba el antiguo faetón, balanceándose sobre sus muelles como una enorme caja fúnebre y encerrando en su acolchado interior toda una familia, incluso la nodriza, la ligera berlina, con sus ruedas rojas o amarillas, la carretela, como una góndola, meciéndose a la menor desigualdad del suelo, y la galerita indígena, transformación elegante de la tartana y símbolo de la pequeña burguesía, que, detenida en mitad de su metamorfosis social, tiene un pie en el pueblo, de donde procede, y otro en la aristocracia, hacia donde va.

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