Ejemplos con vaguedades

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La identidad de Angelita fue más difícil de concretar por las vaguedades de las primeras declaraciones de Enriqueta.
Él, que al principio no deseaba saber y olvidaba voluntariamente el pasado con todas las vaguedades calumniosas que había oído acerca de Teri, sentíase poseído de pronto por una curiosidad dolorosa y malsana, un deseo de gozar cruelmente haciéndose daño, y aprovechaba los momentos de abandono para hacerla hablar, queriendo conocer sus amores antiguos.
En música, mucho hablar de gravedad , de unción , de tradiciones gregorianas , palabras huecas, sin sentido exacto, vaguedades que ocultan la falta de criterio artístico.
La veía y no la veía, y sólo confusamente y con vaguedades de pesadilla, se hacía cargo de la actitud de la señorita aquella, retratada sobre un fondo marino y figurando que estaba en una barca.
La mente de la viuda, en la cual hasta entonces todo era confusión y vaguedades, empezó a dar de sí los juicios más extraños, ideas de atrevido alcance y de un pesimismo aterrador.
Los tonos del crepúsculo pintaban los celajes de incopiables irisaciones, de opalinas transparencias, tras las enhiestas cumbres habíase hundido el sol dejando a su paso los últimos vaporosos pliegues de oro de su esplendorosa clámide, el valle adormecíase al conjuro de las primeras vaguedades precursoras de la noche, empezaban a esfumarse los contornos de los caseríos y de la arboleda, de vez en cuando turbaba el silencio la voz de alguno de los campesinos, que hablaba a distancia, o el rumoroso tintineo de las esquilas del ganado conducido a los apriscos por los pastores, algo dulce y sedante iba adueñándose del panorama, y allá en lo más hondo de etéreos abismos iban apareciendo los luceros y las estrellas, que parecían parpadear rutilantes y misteriosos.
Por eso, en el principio de las más grandes pasiones, y de los empeños más heroicos, no se suele encontrar sino esas indefinibles vaguedades, esos tímidos amagos, esos pálidos vislumbres, esos perezosos movimientos que aun cuando no los ponga bajo su amparo la atención, ni vengan a excitarlos nuevas provocaciones de las cosas, toman por sí mismos portentoso vuelo con sólo el calor y la humedad de la tierra pródiga y salvaje que se dilata bajo la raíz de nuestra vida consciente.
León se sintió contemplado desde el fondo de aquella cavidad fúnebre, ahondada por las vaguedades de la gasa, y reconoció la mirada última, ya menos amorosa que irónica.
Mas cuando sentía estas vaguedades, sintió también una grandísima patada que uno de los fieles le aplicaba al cuarto trasero para arrojarlo del recinto.
Suspenso y aturdido dejaron a Ibero estas declaraciones, que tan alto sentido de la vida entrañaban, y no supo por el pronto contestar más que con vaguedades y protestas de amorosa constancia.
¿Quién era, o quiénes eran los magnates del dinero que la solicitaban? Esto se decía, mirando a los surcos, y relacionando las indicaciones de Tarfe con las vaguedades de Manolita Pez, y todo esto con la indirecta que le soltó Serafina días antes.
Así, con marcha espectral, con vaguedades de fantasma, llegó hasta el cenador donde fue el hijo concebido.
-¡Matarme! -exclamó la Perita en dulce abstrayéndose, balanceando su pensamiento en vaguedades recónditas, lejanas-.
No mas teorías, no más vaguedades, no más majaderías, los hombres se hicieron para las mujeres, y las mujeres para los hombres, aquí hablo en castellano macizo para que me entiendan.
Las vaguedades del libro titulado «Mundo Ardiente», no le sirven a nadie.
Pero: ¡Qué vaguedades!.
Hay que ser práctico, querido lector, no mas teorías, no más vaguedades.
Nada de vaguedades, nada de variedad de ensayos sin contar con las salidas probables, esto otro era.
Carlos -a quien nadie volvió a molestar, ni se hubiera consentido que le molestara- se encaminó, con su amigo el pintor, al caserón de los Peñalbas, donde los curiosos, fingiendo amables solicitudes, le asediaron a indiscretas preguntas, rehuidas con discretas vaguedades.
De este hechizo carecen las composiciones de Menéndez y Pelayo, quien siempre sabe lo que quiere decir, y lo dice, pero, en cambio, tampoco hay en sus versos las vaguedades e incertidumbres en que abundan hasta nuestros más egregios poetas.
No renunciaba a subir, a llegar cuanto más arriba pudiese, pero cada día pensaba menos en estas vaguedades de la ambición a largo plazo, propias de la juventud.
¿De qué hablaban? Vaguedades que a ellos solamente les interesaba y comprendían.
El dolor de ocasión les traía confusos recuerdos de infinitas necesidades, que no pueden ser satisfechas, porque nacen de un extravío de criterio, y estas verdaderas asfixias del alma hacían crisis en vaguedades de sonámbulo y en opresiones de pecho como si faltara aire a sus pulmones.
Pensó en los jóvenes que la cortejaban, luego no quiso seguir este orden de ideas y se refugió en dulces vaguedades imaginativas.
¿Cuándo? Aquí empezaban las vaguedades y hasta las contradicciones de una historia que nadie sabía bien, porque nunca se cuidó nadie de averiguarla con puntualidad.
Faltábanme a mí los sofismas científicos con que Neluco, por ejemplo, hubiera podido aclarar aparentemente aquellas complejas oscuridades que me consultaba mi pobre tío, y despaché la consulta con cuatro vaguedades muy recalcadas y encarecidas sobre el influjo que ejercen en la máquina de los pensamientos los largos insomnios, la soledad de la noche, los fríos estacionales.
Sentámonos frente a frente en cómodos, aunque no ricos ni elegantes sillones, con una mesita entre los dos, cargada de papelejos, una plegadera, cajas de fósforos llenas y desocupadas, cenicero con colillas, una petaca de suela y una bolsa abierta de cirugía, y hubo primeramente las vaguedades acostumbradas en toda visita, después fumamos, sin dejar de hablar del tiempo, por lo inusitado de su relativa templanza, ni del juicio que iba formando yo de aquella tierra, para mí desconocida hasta entonces, luego tocamos el punto de las condiciones higiénicas del valle, y por este resquicio salió a relucir la quebrantada salud de mi tío Celso, sobre la cual tenía yo muchos deseos de hablar con el mediquillo aquél.
No tenía yo, descuidado madrileño, juicio formado sobre esos males nuevos y esas nubes negras, a pesar de haber soñado con la mitad de ello la noche antes como en profecía de lo que había de pintarme Neluco al día siguiente, pero recordando vaguedades y lugares comunes que a propósito de tan delicada materia había leído muchas veces maquinalmente en los periódicos u oído sin atención en conversaciones de café, y uniéndolo todo a lo dicho por Neluco y a lo que, durante un buen rato, continuó diciéndome todavía, y, sobre todo, por la complacencia que yo sentía en engrandecer más y más la idea que me había formado del caballero de la torre, acepté de buena gana todos los pareceres del médico, y así fuimos entreteniendo la subida de la sierra, primera parte de nuestra larga jornada.
Por mi parte, y «para ir tirando de la conversación» tuve que suministrar, a instancias del Cura y de don Pedro Nolasco, cuatro vaguedades sobre «esos mundos de Dios», por los que tanto había rodado, al decir de los mismos señores, y menos interesado ya que al principio en lo que allí se trataba, y pudiendo llevar mi atención a otros términos del cuadro, observé, entre otras cosas, que Tona y Chisco no tomaban parte en ello más que con los ojos y alguna que otra exclamación o risotada, y que la tal sirvienta, por su cara y por su talle, de pies a cabeza, en fin, era lo que se llamaba una buena moza.
Fernando, no poco ni desagradablemente sorprendido con tan hábil modo de plantear la cuestión, quiso responder con vaguedades y subterfugios.

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