Ejemplos con trompetería

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Tiene siete calles de tubos y trompetería que cuando suenan llenan por completo el templo adornadas con guirnaldas y medallones de rocalla.
Cuenta con un museo religioso importante y un órgano, de trompetería vertical y horizontal, de mediados del S.
Un rugido de trompetería guerrera saludó desde el antecomedor el final del brindis, y los criados reanudaron apresuradamente el servicio.
Rompía a tocar la banda una Marcha granadera del tiempo de Federico el Grande, con estruendosos alaridos de trompetería, y poco a poco la gente iba poblando el paseo.
Soltaba un rugido la trompetería al terminar su fórmula el escribano, apoyaba sus puños el barbero en el pecho del neófito, tiraban de él los negros, y caía de espaldas en la piscina con un chapoteo que salpicaba a larga distancia.
Ocupaban éstas varias filas de bancos, como en un colegio, y cada vez que se levantaba una para recibir el agua lustral, los músicos lanzaban por sus largos tubos de cobre un rugido de bélica trompetería semejante al de las escenas wagnerianas.
Rompió a tocar la música del trasatlántico una marcha de belicosa trompetería.
No es cosa averiguada enteramente si la fiesta causó en la opinión pública todo el efecto que la marquesa había soñado, pero no tiene duda que concurrieron a su casa aquella noche muchas y muy distinguidas gentes, que bailaron mucho y que devoraron mucho más, que hubo hiperbólicas ponderaciones, en variedad de tonos y estilos, para la casa y para sus moradores, por el buen gusto, por la riqueza, por lo de los salones y por lo del comedor, que al día siguiente soltaron en los papeles públicos los cronistas obligados de fiestas como aquélla, toda la melaza de su trompetería de hojaldre, para declarar, urbi et orbi, que los marqueses de Montálvez eran los más ricos, los más distinguidos, los más amables marqueses de la cristiandad y sus islas adyacentes, y su hija, la joven más bella, más espiritual y más elegante que se había visto ni se vería en los fastos de la humanidad distinguida, es decir, del «buen tono», en virtud de todo lo cual, aquel baile debía repetirse para gloria de la casa, ejemplo de otras por el estilo, y recreo de la encopetada sociedad madrileña, y finalmente, que se contaron por miles los duros que costó aquel elegante jolgorio, y que el marqués tuvo necesidad de meter, por segunda vez, la cuchara en la olla grande para pagarlos, por los consabidos temores a la usura y las propias repugnancias a las deudas.
A más de por hermosa en el grado especial en que lo era, por la historia que tenía, fue su aparición en los salones mucho más notada que otras semejantes: la mordieron las envidiosas con la saña de las grandes ocasiones, la compadecieron a gritos las pecadoras en secreto, los hombres la tuvieron quince días sobre el tapete en sus debates naturalistas, y los revisteros de salones soltaron toda la trompetería más sonora de sus órganos, en honra y gloria de la recién llegada al único mundo en que, según ellos, se podía vivir debajo de la luna.

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