Ejemplos con travesaña

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Salté del coche para abrazarle, y una vez en tierra, hice mi entrada a pie, llegando a la calle de Travesaña, donde está mi casa, con mediano séquito de amigos, y de pobres de ambos sexos, ciegos, mancos y cojos, que sabedores de mi llegada querían darme la bienvenida.
Vivimos en la calle de Travesaña, angosta y feísima, pero muy importante, porque en ella, según dicen aquí ampulosamente, La casa es de mi padre, tan antigua, que la tengo por del tiempo de la guerra de los Turdetanos con Roma, cuando Catón el Censor puso sitio a esta noble ciudad.
Sigüenza, Noviembre. Al amanecer de hoy, bajando de Barbatona, vi a la gran Sigüenza que me abría sus brazos para recibirme. ¡Oh alegría del ambiente patrio, oh encanto de las cosas inherentes a nuestra cuna! Vi la catedral de almenadas torres, vi San Bartolomé, y el apiñado caserío formando un rimero chato de tejas, en cuya cima se alza el alcázar, vi los negrillos que empezaban a desnudarse, y los chopos escuetos con todo el follaje amarillo, vi en torno el paño pardo de las tierras onduladas, como capas puestas al sol, vi, por fin, a mi padre que a recibirme salía con cara doble, mejor dicho, partida en dos, media cara severa, la otra media cariñosa. Salté del coche para abrazarle, y una vez en tierra, hice mi entrada a pie, llegando a la calle de Travesaña, donde está mi casa, con mediano séquito de amigos, y de pobres de ambos sexos, ciegos, mancos y cojos, que sabedores de mi llegada querían darme la bienvenida... La severidad de más cuidado para mí, que era la de mi padre, se disolvió en tiernas palabras. Verdad que de mis horrendas travesuras en Roma no le habían contado sino parte mínima. Seguía, pues, creyendo con fe ciega en mi glorioso destino eclesiástico, y suponía que, al regresar a la patria, almacenadas traía en mi cerebro todas las bibliotecas de Italia. Mi hermano Ramón fue quien más displicente y jaquecoso estuvo conmigo, anunciándome que si no me determinaba a recibir las órdenes en España, aspirando a un curato de aldea, o cuando más a una media ración en aquella Santa Catedral, la familia tendría que abandonarme, dejándome correr por los caminos más de mi gusto, ora fuesen derechos, ora torcidos... De todo esto hablaré más oportunamente, pues anhelo proseguir lo que dejé pendiente de mi romana historia.
Vivimos en la calle de Travesaña, angosta y feísima, pero muy importante, porque en ella, según dicen aquí ampulosamente, está todo el comercio.
Don Antonio desolló el animal, con cuidado, tiró las tripas a la perrada, después de sacarles el sebo, colgó del gañote, los bofes, en un clavo de la costanera, para repartirlos despacio a los gatos, que esperaban, sentados, en paciente rueda, que los perros se hubieran saciado, arregló la carne en dos medias reses, en el cuartito que servía de fiambrera, llevó a la cocina las achuras y la cabeza, y volvió a tender a la sombra, con todo cuidado, para que no se resecara, el cuero del capón, en una travesaña clavada en dos postes altos, colocándolo a lo ancho, y no a lo largo, lo que le hubiera hecho perder su flexibilidad.
«Más bien arrear que tirar», pensó en seguida José, y como era medio filósofo, se acordó que mucha gente había como el rosillo, que, a las buenas, se empaca, y sólo cede a palos, y desarrollando la huasca lo más que pudo, corrió detrás del mancarrón trompeta, pegándole unos chirlos cada vez que lo podía alcanzar, haciéndolo disparar como desesperado y siguiéndolo al galope, dándole, de vez en cuando, unas sacudidas que le hacían entrar la travesaña del bozal en el hocico, hasta que el caballo ya tomó el trote y empezó a comprender que mejor era sujetarse.

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