Ejemplos con tosiendo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¿En qué momento se desmayó? ¿Qué estaba haciendo antes de que esto ocurriera? Por ejemplo, iba hacia el baño, estaba tosiendo o parado durante mucho tiempo? ,.
Otros, negros y sucios, con pegotes de apresurada reparación y una chimenea tísica sobre su casco enorme, avanzaban tosiendo humo, escupiendo ceniza, jadeando con ruidos de hierro viejo.
En este momento pasó Isidro junto a ellos por cuarta o quinta vez, mirando, tosiendo, haciendo esfuerzos para que Ojeda reparase en él y le diese motivo de intervenir en la conversación.
Y luego se lo pone con las dos manos y se aleja un poco inclinado, tosiendo, pasándose suavemente la mano por su barba blanca.
¿Pero qué importaba? Con tal de ver a España tosiendo fuerte, escupiendo por el colmillo en el ruedo de las naciones europeas, nos allanaríamos a sustentarnos con piruétanos y tagarninas.
¿Qué iba a hacer, tosiendo y ahogándose a cada instante, en aquella tarea pesadísima de transportar maderos y acoplarlos? El enfermo le tranquilizó.
Le dolía verle inmóvil, a corta distancia de ella, tosiendo dolorosamente, contemplándola como si hubiese hecho de ella un objeto de adoración.
Muchas noches, Gabriel, al revolverse en su lecho sin poder dormir, tosiendo y bañado en frío sudor el pecho y la cabeza, oía en el cuarto inmediato los quejidos de su sobrina, tímidos, sofocados, para que en la casa no se enterasen de sus dolores.
Hízolo así el tío Frasquito, lleno de miedo, y creyendo ya poder aventurarse a salir con algunas precauciones, presentóse aquella noche en casa de Currita, en el taller de las hilas, tosiendo lastimosamente y ofreciendo a todas las damas caramelitos de rosa, único remedio para la tos que le había dejado el pertinaz.
Levantábase mal arropado, tosiendo y tembloroso, a abrir la puerta, pues era preciso dejar, dormir a las criadas, para que al día siguiente el cansancio no las entorpeciera en sus trabajos.
Unos veréis que vienen llorando, otros tosiendo, y todos en un continuo ¡ay! Ni hay que.
vuelven tosiendo a la hora que conciertan,.
Más vale el campo, por fiero que sea, que estar tosiendo a la orilla del fuego como vieja rezadora.
Apenas el ascensor se hundía en el pique algunos metros, los que iban en él se ponían a gritar que los izaran sin demora y salían medio ahogados, tosiendo desesperadamente.
Corrido don Lesmes abandonó el terreno, tosiendo gordo y refunfuñando, y en dos zancajadas colose en el primer garito que encontró al paso.
¿Pero qué importaba? Con tal de ver a España tosiendo fuerte, escupiendo por el colmillo en el ruedo de las naciones europeas, nos allanaríamos a sustentarnos con piruétanos y tagarninas.
Arias aparecía también tosiendo.
Pito, el cual, desde la puerta, se anunció con un «¡ah de abordo!» y avanzó por el pasillo renqueando y tosiendo.
En ciertos instantes se detenía, sollozando, tosiendo y balbuceando con la voz de la agonía.
Podrán ir tosiendo,.
Algunos rayos de ella nos vendrían bien ahora para examinar las cataduras de la gente que se vislumbra bajo los arcos, pero yo supliré esa falta con mi práctica en el terreno, diciéndote, desde luego, que los que están sentados en los poyos del soportal son señores que han venido a menos, comadres que no se conforman con la sentencia dada contra ellas en otros tantos juicios celebrados arriba por la tarde, y ciudadanos sin profesión ni rentas conocidas que, fumando, tosiendo, suspirando, maldiciendo o meditando, esperan la hora de ir a acostarse.
tosiendo, que lo que en la juventud se suda, en la vejez se tose.
Pareciole al Alguacil Mayor, que no era lerdo y tenía su punta de hacer jácaras y entremeses, que hacían burla de ellos, y quiso agarrarlos para dar con ellos en la trena, y después sacudirles el polvo y batanarles el cordobán, por embelecadores, embusteros y alguaciles chanflones, y levantando el Cojuelo una polvareda de piedra azufre y asiendo a don Cleofás por la mano, se desaparecieron, entre la cólera y la resolución de los ministros ecijanos, dejándolos tosiendo y estornudando, dándose de cabezadas unos a otros sin entenderse, haciendo los neblíes de la más oscura Noruega puntas a diferentes partes, y dejando a la derecha a Palma, donde se junta Genil con Guadalquivir por el vicario de las aguas, villa antigua de los Bocanegras y Portocarreros, y de quien fue dueño aquel gran cortesano y valiente caballero don Luis Portocarrero, cuyo corazón excedió muchas varas a su estatura, y luego a la Monclova, bosque deliciosísimo y monte de Clovio, valeroso capitán romano, y posesión hoy de otro Portocarrero y Enríquez, no menos gran caballero que el pasado, y a la hermosa villa de Fuentes, de quien fue marqués el bizarro y no vencido don Juan Claros de Guzmán el Bueno, que, después de muchos servicios a su rey, murió en Flandes con lástima de todos y envidia de más, hijo de la gran casa de Medina-Sidonia, donde todos sus Guzmanes son Buenos por apellido, por sangre y por sus personas esclarecidas, sin tocar el pelo de la ropa a Marchena, habitación noble de los duques de Arcos, marqueses que fueron de Cádiz, de quien hoy es meritísimo señor el excelentísimo duque don Rodrigo Ponce de León, en quien se cifran todas las proezas y grandezas heroicas de sus antepasados, columbrando desde más lejos a Villanueva del Río, de los marqueses de Villanueva, Enríquez y Riberas, y hoy de don Antonio Álvarez de Toledo y Beamonte, marqués suyo y duque de Huesca, heredero ilustre del gran Duque de Alba, Condestable de Navarra, llegaron de un vuelo los dos pajarotes de camarada, no siendo esta la mayor pareja que habían corrido, al pie de la cuesta de Carmona, en su dilatada, fértil y celebrada vega, donde les anocheció, diciéndole don Cleofás al amigo:.
-Sí, que tengo, poique hier tarde estuve platicando con Sebastián el Cachete, que me ijo qué no está ni peor ni mejor, sino que sigue tosiendo y con su miajica de destemplanza.
Durmiendo en alegre sueño, veyéndome en deleitoso vergel por alcançar de un fermoso fructo -tengo que fuese spiritual-, teniendo con la una mano la rama baxada a mí, queriendo ya tomar con la otra, el cual sueño entiendo de cabo demandar, fui yo despertado a desora, ca sentí entrar una vieja tosiendo e muy de vieja hedat, la cual en el tosido se me recordó que en la mi niñez la avía conosçido.
La Marquesa, viendo incorregible a su hijo, tomó el partido de subir siempre al segundo piso tosiendo y hablando a gritos.
Mi tío, entre tanto, jadeando y tosiendo y pasando entre los dedos sarmentosos de su diestra cuentas y más cuentas del rosario, y reza que reza entre dientes, sin darse por enterado de lo que ocurría en su derredor, ni contestar más que con un gesto avinagrado a la menor pregunta que se le hiciera.
No vacilé más: busqué a mi tío, le hallé en su cuarto cerca de un brasero, hojeando unos papeles, tosiendo mucho y moviéndose mal debajo de la espesa ropa que le abrumaba, a la tétrica luz de la media tarde y al ruido ingrato de las celliscas y de los truenos que no cesaban afuera.
Y se fue, zarandeando el farol en una mano y requiriendo con la otra el abrigo que se le deslizaba de los hombros, pero tosiendo mucho y muy anheloso de respiración.
Un silbido muy original de Chisco, el latir de un perrazo poco después, una luz tenue y errabunda aparecida de pronto, la detención repentina de mi caballo, tras el último par de resbalones con las cuatro patas sobre los lastrales «pendíos» de la vereda, bultos negros en derredor de la luz y rumor de voces ásperas y de distintas «cuerdas», mi descenso dificultoso del caballo, al cual parecía adherido mi cuerpo por los quebrantos de la jornada y los rigores de la intemperie, mi caída sobre un pecho y entre unos brazos envueltos en tosco ropaje que olía a humo de cocina, y la sensación de unas manazas que me golpeaban cariñosamente las costillas, al mismo tiempo que los brazos me oprimían contra el pecho, mi nombre repetido muchas veces, junto a una de mis orejas, por una boca desportillada, mi entrada después, y casi a remolque, en un estragal o vestíbulo muy obscuro, mi subida por una escalera algo esponjosa de peldaños y trémula de zancas, mi ingreso, al remate de ella, en otro abismo tenebroso, mi tránsito por él llevado de la mano, como un ciego, por una persona que no cesaba de decirme, entre jadeos del resuello y fuertes amagos de tos, cosas que creería agradables y desde luego le saldrían del corazón, advirtiéndome de paso hacia dónde había de dirigir los míos, o dónde convenía levantar un pie o pisar con determinadas precauciones, sin dejar por ello de pedir a gritos y con interjecciones de lo más crudo, una luz que jamás aparecía, porque, como supe después, toda la servidumbre andaba en el soportal bregando con los equipajes y las cabalgaduras, de pronto un poco de claridad por la derecha, y la entrada en otro páramo de fondos negrísimos con una lumbre en uno de sus testeros, después, el acomodarme, a instancias muy repetidas de mi conductor, en el mejor asiento de los que había alrededor de la lumbre, y el ponerse él, pujando y tosiendo, a amontonar los tizones esparcidos, y a recebarlos con dos grandes, resecas y copudas matas de escajo.

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