Ejemplos con toneta

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La Toneta y la Donata irán si quieren, las demás a la obligación, que es primero que nada.
Conmigo y el señor, vendrán Toneta y Olegaria.
Por ejemplo, Carmeta, ya madura, era sobrina efectiva, hija de una hermana de don Juan, Toneta, la , era hija de , una de las más viejas amas, prima hermana de don Juan.
Se acostará como siempre en el cuartito alto, donde también duerme Toneta.
En un momento en que solas conmigo quedaron en el comedor la y Donata, ésta, con sólo medias palabras, el mirar revelador y el gesto expresivo, me hizo saber que me daría su carta en cuanto Toneta saliera.
Ya tenía entre los dientes mi amigo algún discreto comentario sobre su semejanza con el de Hita, glorioso poeta, cura, gastrónomo y mujeriego del siglo XIII, cuando su atención fue repentinamente sustraída por Olegaria y Toneta, que de puntillas a la puerta llegaron, queriendo ver si había pasado la nube.
Al siguiente día, realizado el plan presupuesto, entregada la carta en la obscuridad junto a la pila, oída la misa, salimos todos con don Juan, pero éste, en vez de dejarme ir a la casa con Donata y la otra, que no era Toneta, sino Olegaria, me llevó consigo por el pueblo.
Cuando avanzamos por las primeras salas de la mansión laberíntica sin encontrar a nadie, Toneta se adelantó rápidamente, escabullose por un pasillo con recodo, y solos nos quedamos Donata y yo en una pieza, que era el obligado paso para mi habitación.
Toneta me habló con desahogo, Donata, cohibida y medrosa, no echaba de su linda boca más que los mugiditos de la timidez: Sí.
Con ella entró también Toneta, de mustia cara, parecida a una Dolorosa retirada del culto.
Eran los rojos labios de la buena hermana, de Toneta, que rozaban su epidermis, mientras que sus negros ojos se clavaban en él con forzada gravedad, como si tras ellos culebrease la carcajada inocente de la compañera de juegos protestando contra tanta ceremonia.
Seria humilde, aprovecharia su elevación para el bien, y envolvia en una mirada de inmenso cariño a todas las caras conocidas que estaban abajo, veladas por el intenso vaho de la fiesta, su madrina, el tio Bollo y la siñá Pascuala, que gimoteaban como unos niños con la nariz entre las manos, y aquella Toneta, la florista, su compañera de infancia, excelente muchacha que erguia con asombro la soberbia cabeza de beldad rifeña, como si no pudiera acostumbrarse a la idea de que Visantet, aquel mozo al que trataba como un hermano, se habia convertido en grave sacerdote con derecho a conocer sus pecadillos y a absolverla.
¿A qué? A decirle que Toneta quena que fuese él quien la casase.
No era sacrilegio ni mundana pasión, Toneta resultaba para él una hermana, una amiga, un afecto espiritual que le acompañaba desde su infancia, todo, menos una mujer.
Y apenas terminaba su comida en las alamedas de Serranos, en cualquier banco compartido con las familias de los albañiles, que hundian sus cucharas en la humeante cazuela de mediodia, Visantet, insensiblemente, se entraba en la ciudad, no parando hasta el mercadillo de las flores, donde encontraba a Toneta atando los últimos ramos y a su madre ocupada en recontar la calderilla del dia.
El matinal viaje era un baño diario de fortaleza para el pobre seminarista que, oyendo los buenos consejos de Toneta, tenia ánimos para sufrir las largas clases, aquella inercia contra la que se rebelaba su robustez, su sangre hirviente de hijo del campo y las pesadas explicaciones, en cuyo laberinto penetraba a cabezadas.
Asi equipado pasaba por frente al huerto de la siñá Tona, aquella pequeña alqueria blanca con las ventanas azules, siempre en el mismo momento que se abria su puerta para dar paso a Toneta, fresca, recién levantada, con el peinado aceitoso y llevando con garbo las dos enormes cestas en que yacian revueltas las flores mezclando la humedad de sus pétalos.
Recordaba a Toneta, greñuda, tostada, traviesa como un chico, haciéndola sufrir con sus juegos, que eran verdaderas diabluras, y después el rápido crecimiento y el cambio de suerte, ella a Valencia todos los dias, con sus cestos de flores, y él al Seminario, protegido por doña Ramona, que en vista de su afición a la lectura y de cierta viveza de ingenio, quena hacer un sacerdote de aquel retoño de la miseria rural.
La presencia de Toneta, aquel moreno y gracioso rostro que se destacaba al extremo de la mesa, evocaba en el cura recuerdos más gratos.
Y después, aquel Chimo, con su salvaje ingenuidad, creyendo que tras la misa de por la mañana todo era ya legitimo, corroido por la impaciencia, tomando con sus dedos romos la redonda barbilla de Toneta, entre la algazara de los convidados, y hundiendo las manos bajo la mesa, mientras miraba a lo alto con la expresión inocente del que no ha roto un plato en su vida.
Y después, seguian los tormentos, las intimidades fraternales, que resultaban para él terribles latigazos, aquel bruto de Moreno que no se recataba de hablar en su presencia, bromeando con sus amigotes sobre lo que ocurriria por la noche, con comentarios tales, que las mujeres chillaban como ratas, y sofocadas de risa le llamaban ¡porc! Y ¡animal!, y Toneta, que en traje de casa, al aire sus morenos y redondos brazos, se aproximaba a él rozando su sotana con la epidermis fina y caliente, preguntándole qué pensaba de su casamiento y acompañando sus palabras con fijas miradas de aquellos ojos que parecian registrarle hasta las entrañas.
¿Se enteraba Visantet? Aquel estudi era el dormitorio de los novios y aquella cama seria la del matrimonio, con su colcha de azulada blancura y complicados arabescos, que a Toneta le habian costado todo un invierno de trabajo.
Él, que jamás habia descendido con su vista más allá de la fresca boca siempre sonriente, y que miraba a Toneta como a esas imágenes de lindo rostro que bajo las vestiduras de oro sólo guardan los tres puntales que sostienen el busto, pensaba ahora, con misteriosos estremecimientos, que habia algo más, y veia con los ojos de la imaginación el terrible enemigo en todas sus redondeces rosadas y sus graciosos hoyuelos: la carne, arma poderosa del Malo con que bate las más fuetes virtudes.
Podia decirse que el cura acababa de ver por primera vez a Toneta.
Nunca habia visto tan hermosa a Toneta, pálida por la emoción y con un brillo extraño en los ojos cada vez que miraba al Moreno, que estaba soberbio con su traje nuevo y su ringlot azul de larga esclavina.
El sacerdote desligado de las miserias humanas, sentia un sordo malestar después de bendecir la eterna unión de Toneta y Chimo, experimentaba idéntica impresión que si le acabasen de arrebatar algo que era muy suyo.
Lo que sentia era arrepentimiento de haber accedido a celebrar la boda de Toneta.
El dia en que se casó Toneta fué de los peores para el nuevo adjunto de la parroquia de Benimaclet.
El cura gimió con desesperación, sintiendo en torno de él el vacio y la frialdad, pensando que si sus manos, ahora consagradas, hubiesen seguido porteando el mismo capazo, estaria en tal instante arrebujado en aquella blanda cama del estudio nupcial, viendo cómo Toneta, al aire sus hermosos brazos y marcada bajo el fino lienzo su rebustez armoniosa, se contemplaba en el espejo, sonriendo ruborizada con los recuerdos de la noche de bodas.
Tal vez a aquella hora, Toneta, recogiéndose el cabello y cubriendo púdicamente con el blanco lienzo los encantos que sólo un hombre habia de conocer, saltaba de la cama y abria el ventanillo de su estudi para que la fresca aurora purificase el ambiente de pasión y voluptuosidad.

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