Ejemplos con tierras

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Durante aquellos tres años, después de muerto mi abuelo, el conde no se dió instante de reposo, visitando tierras, apuntando lindes, recontando ganado, recorriendo la casa, embalando vajillas y cubiertos de plata, escribiendo horas y horas en su despacho.
Dondequiera que voy, no digo ya por las ciudades de estos reinos, sino a otras naciones, pues que he viajado largas tierras, Inglaterra, Rusia, Francia, Alemania, Italia y no digo ya estas naciones europeas, sino otros continentes, África, Asia, América, Australia, dondequiera que voy tengo una casa mía, ¡y qué casas!, mayores que un palacio, y mesa puesta, y lecho apercibido, y jamás me falta dinero para ir hasta el fin del mundo.
A mí me gusta hablar con usted, que es persona ilustrada y sabe de tierras lueñes, sobre todo, que viene usted de una república de estranjis.
Tomó entonces unas tierras cerca de Sagunto: campos de secano, rojos y eternamente sedientos, en los cuales retorcían sus troncos huecos algarrobos centenarios o alzaban los olivos sus redondas y empolvadas cabezas.
Batiste, al inspeccionar las incultas tierras, se dijo que había allí trabajo para largo rato.
De aquí las exclamaciones de asombro y el gesto de rabia de toda la huerta cuando , de campo en campo y barraca en barraca, fué haciendo saber que las tierras de tenían ya arrendatario, un desconocido, y que él ¡él! fuese quien fueseestaba allí con toda su familia, instalándose sin reparo ¡como si aquello fuese suyo!.
Los desolados campos eran el talismán que mantenía íntimamente unidos a los huertanos, en continuo tacto de codos: un monumento que proclamaba su poder sobre los dueños, el milagro de la solidaridad de la miseria contra las leyes y la riqueza de los que son señores de las tierras sin trabajarlas ni sudar sobre sus terrones.
Pero los del gremio no se fiaban, ningún labrador quería las tierras ni aun gratuitamente, y al fin los amos tuvieron que desistir de su empeño, dejando que se cubriesen de maleza y que la barraca se viniera abajo, mientras esperaban la llegada de un hombre de buena voluntad capaz de comprarlas o trabajarlas.
Los dueños de las tierras pidieron protección hasta en los papeles públicos.
Y el resultado era que los dóciles , al día siguiente, en vez de ir al campo, presentábanse en masa a los dueños de las tierras.
Ya estaba hecha la prueba: todos sabrían en adelante que el cultivo de aquellas tierras se pagaba con la piel.
¡A ver quién era el guapo que se atrevía a meterse en aquellas tierras!.
Un día le avisaron que por la tarde iría el Juzgado a proceder contra él, a expulsarlo de las tierras, embargando además para pago de sus deudas todo cuanto tenía en la barraca.
Fué varias veces a Valencia a la casa del amo para hablarle de sus antepasados, de los derechos morales que tenía sobre aquellas tierras, a pedirle un poco de paciencia, afirmando con loca esperanza que él pagaría, y al fin el avaro acabó por no abrirle su puerta.
El pobre labrador ni se fijó en los miles de reales a que subía su deuda con los dichosos réditos: tan turbado y confuso le dejó la orden de abandonar sus tierras.
Y el pobre hombre, que consideraba el no pagar como la mayor de las deshonras, volvía a sus faenas cada vez más débil, más extenuado, sintiendo en su interior el lento desplome de su energía, convencido de que no podía prolongar esta lucha, pero indignado ante la posibilidad tan sólo de abandonar un palmo de las tierras de sus ascendientes.
¿Por qué no eran suyos los campos? Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones, estaban regados con el sudor da la familia, si no fuese por ellos, por los , estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar.
Parecíale que sus hortalizas crecían con menos rapidez que las de los vecinos, quiso él solo cultivar todas las tierras, trabajaba de noche a tientas, el menor nubarrón de granizo le ponía fuera de sí, trémulo de miedo, y él, tan bondadoso, tan honrado, hasta se aprovechaba de los descuidos de los labradores colindantes para robarles una parte de riego.
La sangre daría él antes que abandonar estas tierras que poco a poco absorbían su vida.
Aumentó, por fin, el precio del arrendamiento de las tierras.
Gozaba en toda la huerta una fama detestable, pues rara era la partida de ella donde no tuviese tierras.
Trabajaba de noche a noche, cuando toda la huerta dormía aún, ya estaba él, a la indecisa claridad del amanecer, arañando sus tierras, cada vez más convencido de que no podría con ellas.
Hacía muchos años, muchosen los tiempos que el tío , un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alboraya, iba por el mundo, en la partida del , disparando trabucazos contra los franceses, estas tierras fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes, unos buenos señores, gordos, lustrosos, dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, les recibiera la abuela, que era entonces una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de los frutales.
Mucho quería el labrador a su mujer, y hasta le perdonaba la tontería de haberle dado cuatro hijas y ningún hijo que le ayudase en sus tareas, no amaba menos a las cuatro muchachas, unos ángeles de Dios, que se pasaban el día cantando y cosiendo a la puerta de la barraca, y algunas veces se metían en los campos para descansar un poco a su pobre padre, pero la pasión suprema del tío , el amor de sus amores, eran aquellas tierras, sobre las cuales había pasado monótona y silenciosa la historia de su familia.
Cuando en época de cosecha contemplaba el tío los cuadros de distinto cultivo en que estaban divididas sus tierras, no podía contener un sentimiento de orgullo, y mirando los altos trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda, los melones asomando el verde lomo a flor de tierra o los pimientos y tomates medio ocultos por el follaje, alababa la bondad de sus campos y los esfuerzos de todos sus antecesores al trabajarlos mejor que los demás de la huerta.
Su mujer vió cómo corría a campo traviesa hasta un cañar inmediato a las tierras malditas.
¡Virgen Santísima! El carro se salía del camino, atravesaba el ruinoso puente de troncos y tierra que daba acceso a las tierras malditas, y se metía por los campos del tío , aplastando con sus ruedas la maleza respetada.
Imágenes horribles era lo que inspiraba la contemplación de estos campos abandonados, y su tétrica miseria aún resaltaba más al contrastar con las tierras próximas, rojas, bien cuidadas, llenas de correctas filas de hortalizas y de arbolillos, a cuyas hojas daba el otoño una transparencia acaramelada.
Como las tierras del tío no serían nunca para los hombres, debían anidar en ellas los bicharracos asquerosos, y cuantos más, mejor.
¿Y su barraca? ¿Y las tierras? Seguían abandonadas, ¿verdad? Esto le gustaba: ¡que reventasen, que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador! Era lo único que podía consolarla.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba