Ejemplos con sosegadas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En una época en la que tienden a desaparecer las partidas muy lentas y con aplazamiento, las partidas con tiempo añadido permiten reflexiones más sosegadas, y por lo tanto un mejor ajedrez.
Tiene una agilidad extraordinaria, demostrable por su musculatura, mucho más firme que otras razas de gatos más sosegadas.
Sosegadas ya las olas, el orador continúa.
Aquel puñado de personas sosegadas, en medio de la lucha feroz con que se agitaba la villa, semejaría el coro de las tragedias griegas, si no fuese porque éste sentíase conmovido por las desgracias o prosperidades de los héroes, se alegraba y se entristecía.
Sosegadas tía y sobrina, entraron los tres en conversación de cosas positivas y tocantes a intereses, y el alavés pudo enterarse de que el bienestar de ambas señoras dependía de una resolución del Consejo de Estado.
Agregado a la compañía, habló con sosegadas amistosas razones, pues a las trataba con ancha confianza, y de Gamoneda había sido socio en la magna explotación de , y , instalada en Cuchilleros.
Sosegadas al cabo aquellas avenidas, quedaron silenciosos y embarazados, no sabiendo qué decirse.
Aquellos días fueron una segunda vida para la desdichada mártir, porque se regeneró materialmente, adquiriendo lozanía, frescura y vigor: sus ojos, acostumbrados a la obscuridad de cuatro paredes, recorrían ya un largo horizonte, sus pasos la llevaban a grandes distancias, su voz era escuchada por amigas joviales y francas, por jóvenes sencillos, por viejos cariñosos, su alegría era comprendida y compartida por otros, sus inocentes deseos satisfechos, conocía la amistad, la vida familiar, la confianza, gozaba de un cielo hermoso, de un aire puro, de un bienestar sobrio y tranquilo, de felices y no monótonos días, de sosegadas y apacibles noches.
Contra lo que Salvador esperaba y temía, Navarro se dejó llevar, y después de instalado en vivienda tan distinta del lóbrego y tristísimo hospital en que antes moraba, su exaltación se trocó en abatimiento y su aspereza en indiferencia, no exenta en algunos instantes de suavidad y aun de discretas y sosegadas razones.
Comenzaron a moverse y a hacer modo de escaramuza por las sosegadas aguas, correspondiéndoles casi al mismo modo infinitos caballeros que de la ciudad sobre hermosos caballos y con vistosas libreas salían.
Sosegadas, pues, estas dos pendencias, que eran las más principales y de más tomo, restaba que los criados de don Luis se contentasen de volver los tres, y que el uno quedase para acompañarle donde don Fernando le quería llevar, y, como ya la buena suerte y mejor fortuna había comenzado a romper lanzas y a facilitar dificultades en favor de los amantes de la venta y de los valientes della, quiso llevarlo al cabo y dar a todo felice suceso, porque los criados se contentaron de cuanto don Luis quería, de que recibió tanto contento doña Clara, que ninguno en aquella sazón la mirara al rostro que no conociera el regocijo de su alma.
Con todo, no le parecía del caso enviar allá un ejército para acometerle declaradamente desde luego, parte por verse en el principio del mando, no bien sosegadas las inquietudes públicas del imperio, parte por considerar cuán prevenido y pertrechado estaría Oretes, manteniendo por un lado cerca de su persona un cuerpo de mil persas, sus alabarderos, y teniendo por otro en su provincia y bajo su dominio a los frigios, a los lidios y a los jonios.
Llamábase Sicino este enviado, y era siervo y ayo de los, hijos de Temístocles, quien, después de sosegadas ya las cosas, hízolo inscribir entre los ciudadanos de Tespias, en la ocasión en que éstos admitían nuevos vecinos, colmándole de bienes y de riquezas.
Aviniéronse después entre sí los generales, sosegadas que fueron aquellas primeras discordias, y repartiéndose las satrapías y comandancias, a Éumenes le tocaron la Capadocia y la Paflagonía, por donde confina con el mar Póntico, hasta Trapezunte, que todavía no pertenecía a los Macedonios, reinando Ariarates en aquella región, por tanto, era necesario que Leonato y Antígono acompañasen a Éumenes con poderosas fuerzas, para darlo a reconocer por sátrapa de ella.
Sosegadas y arregladas de este modo las cosas de Sicilia, recibió un decreto del Senado y cartas de Sila en que le mandaba navegar al África y hacer poderosamente la guerra a Domicio, que había allegado mayores fuerzas que aquellas con que poco antes había pasado Mario del África a Italia y, convertido de desterrado en tirano, había puesto en confusión a la república.
Haced como si nada ocurriera, ni nada temierais, y que vuestros corazones estén alegres como vuestras conciencias sosegadas.
Agregado a la compañía, habló con sosegadas amistosas razones, pues a las Zorreras trataba con ancha confianza, y de Gamoneda había sido socio en la magna explotación de Obleas, lacre y fósforos, instalada en Cuchilleros.
Aquellos días fueron una segunda vida para la desdichada mártir, porque se regeneró materialmente, adquiriendo lozanía, frescura y vigor: sus ojos, acostumbrados a la obscuridad de cuatro paredes, recorrían ya un largo horizonte, sus pasos la llevaban a grandes distancias, su voz era escuchada por amigas joviales y francas, por jóvenes sencillos, por viejos cariñosos, su alegría era comprendida y compartida por otros, sus inocentes deseos satisfechos, conocía la amistad, la vida familiar, la confianza, gozaba de un cielo hermoso, de un aire puro, de un bienestar sobrio y tranquilo, de felices y no monótonos días, de sosegadas y apacibles noches.
Cuando esto se lee acuden involuntariamente a la memoria aquellas graves y sosegadas razones de Celestina.
Presumo yo que al llegar aquí quien estos apuntes acertara a leer, había de asombrarse de que pretenda yo, en estos tiempos en que la curiosidad necesita, para ser excitada, muchísima sal y pimienta, entretenerle con inocentadas que desdeñan los precoces galanes al uso, que se levantan la tapa de los sesos antes de apuntarles el bozo, y aunque pudiera disculparme con el ejemplo de tal cual relato novelesco contemporáneo, no mucho más interesante, reconozco humildemente la increpada delincuencia, y digo que incurro en ella arrastrado por mi inquebrantable propósito de apuntar aquí cuantos acontecimientos dejaron alguna impresión en el fondo de mi alma, como éste que voy refiriendo, no seguramente por su magnitud absoluta, sino por mi pequeñez y blandura en aquella edad y en medio de las condiciones apacibles y sosegadas de mi existencia.
Avanza, avanza, sobre las ondas sosegadas.
Por los alrededores todo estaba en armonía con las bellezas de esta soledad majestuosa: bancos de césped colocados en el hueco cóncavo de las peñas, húmedas y sosegadas cuevas como practicadas en la vertiente misma de las colinas, sombrías arboledas inspirando silencioso temor cual si fuesen habitadas por las rústicas deidades, aumentaban el efecto de aquel plácido recinto, verdaderamente romántico y solitario.
No hay que verle recostado en la basura de Tánger, vestido de andrajos, mísero y envilecido, aunque guardando incólume el depósito de su fe y el depósito de sus costumbres, hay que recordarle reclinado melancólicamente sobre doradas plumas en los jardines de la prestigiosa Alhambra, nido amoroso de inacabables tristezas, bajo los artesonados techos del Alcázar de Sevilla, a lo largo de las naves de ese portento artístico que se llama Mezquita de Córdoba, en el anchuroso patio de la casa de Pilatos, con la mente fija en Alah y en las mujeres durante las sosegadas horas del reposo, y viendo elevarse en espirales de azuladas ondas el enervante opio caer al suelo mansamente, y como medrosas de enturbiar el silencio, las temblorosas gotas del surtidor de agua.
Sentada horas y horas, pues, experta en pastos, sabía aprovechar el tiempo, meditaba más que comía, gozaba del placer de vivir en paz, bajo el cielo gris y tranquilo de su tierra, como quien alimenta el alma, que también tienen los brutos, y si no fuera profanación, podría decirse que los pensamientos de la vaca matrona, llena de experiencia, debían de parecerse todo lo posible a las más sosegadas y doctrinales odas de Horacio.
Cuando, después de este triunfo, logró algún dominio sobre sus nervios desconcertados en la batalla, arrojó por la ventana la plegadera hecha una pelota, se enjugó el sudor con el pañuelo, dio algunas vueltas, relativamente sosegadas, en el gabinete, y, por último, se dejó caer en el sillón, apoyando los codos sobre la mesa y la cabeza entre las manos.
Cuando estas y otras y otras ideas, no más risueñas ni sosegadas, han batido con furia todos los rincones de su cráneo, después que de aquella tempestad bravía sólo queda la espuma de sus amarguras sobrenadando, señal de que las ideas han vuelto a su nivel acostumbrado, la razón comienza a ver alguna claridad por las rendijas de la bruma que se rasga y va desapareciendo en jirones por el horizonte.

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