Ejemplos con soltaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Originariamente se bailaba en parejas que, en ocasiones, se soltaban para realizar una serie de pasos por separado.
Venían a buscarme a casa unos días antes y me soltaban luego.
Entonces yo me sumía en el mutismo, ¿para qué hablar, si por cada palabra mía ellos soltaban diez o doce?.
Las manos ateridas y ganchudas se soltaban del madero, volviendo a agarrarse a él con esfuerzos supremos de voluntad.
Los automóviles seguían llegando del frente, soltaban su cargamento de carne destrozada y volvían a partir.
Las tribus, una vez instaladas en una isla, soltaban fragmentos de su propia vida, que iban a colonizar, a través de las olas, otras tierras cercanas.
Navegó en barcos sucios, viejos y alegres, donde los tripulantes soltaban todas las velas al temporal y luego de embriagarse se dormían confiados en el diablo, amigo de los bravos, que los despertaría a la mañana siguiente.
Los dos extremos de la nave soltaban por sus caños la mugre líquida del populacho.
Los tenderos, los pocos transeuntes que cruzaban por la calle y alguna señora que se asomaba al balcón con el ruido, soltaban a reir alegremente.
Al llegar a sus casas se soltaban murmurando con torpe lengua buenas noches.
A la caída del sol soltaban los muchachos su último cántico, dando gracias al Señor porque les había asistido con sus luces , y recogía cada cual el saquillo de la comida, pues como las distancias en la huerta no eran poca cosa, los chicos salían por la mañana de sus barracas con provisiones para pasar el día en la escuela.
Los diarios oposicionistas, por el contrario, soltaban, ocupándose del suceso, todos los registros de sus respectivas trompeterías, prorrumpiendo en gemidos o gritos de horror, según les soplaba el viento, a la elegía o al ditirambo.
Cuando se agitaba mucho trabajando, las melenas se le soltaban, llegándole hasta los hombros, y entonces la semejanza con el precoz caudillo de Italia y Egipto era perfecta.
Los dos bandos que habían nacido años antes y crecían lentamente, aunque todavía débiles, torpes y sin brío, iban sacudiendo los andadores, soltaban el pecho y la papilla y se llevaban las manos a la boca, sintiendo que les nacían los dientes.
Miramos en ello, y uno de los que conmigo estaban fue a ponerse debajo de la caña, por ver si la soltaban, o lo que hacían, pero, así como llegó, alzaron la caña y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza.
Para ellos solos era el calorcillo de la chimenea en los días invernizos, para ellos la frescura del salino ambiente que inundaba en verano aquellos ámbitos desocupados, para ellos el recreo del holgado mirador a las horas convenientes, para que ellos descabezaran el sueño después de la bazofia del mediodía, los cómodos sillones, para que desentumecieran las piernas sin la molestia del ruido de las pisadas, el alfombrado pavimento, y para ellos, en fin, antes que para nadie, la servidumbre de la casa, que les limpiaba el polvo de las botas cuando llegaban del paseo, iba a los respectivos domicilios a buscarles los paraguas o los abrigos, según los casos, les abría o les cerraba las vidrieras, aumentaba o disminuía la luz de los mecheros, les llevaba los recados para este amigo o para el otro pariente que estaban en el gabinete de lectura, o en la sala de tresillo, o en los claustros de la Catedral, o sufría pacientísimamente la catilinaria que le soltaban, porque habían hallado papeles rotos en el suelo, o sabían que los gemelos marinos se habían sacado de allí para hacer uso de ellos «los mequetrefes de la otra sala,» y así por este arte, y hasta para traerles, en casos muy singulares, el vaso de agua limpia, único regalo que se permitían dar al estómago durante sus largos solaces, y ese porque no costaba dinero.
Mareaba verlos girar en torno del mogote, agitando la cabeza a derecha e izquierda, de arriba abajo, para atrás, para adelante, se ponían unos a otros las manos en los hombros excepto el que hacía cabeza, que batía los brazos, se soltaban, se volvían a unir formando una cadena, se atropellaban, quedando pegados como una rosca, se dislocaban, pataleaban, sudaban a mares, hedían a potro, hacían mil muecas, se besaban, se mordían, se tiraban manotones obscenos, se hacían colita, en fin, parecían cinco sátiros beodos, ostentando cínicos la resistencia del cuerpo y la lubricidad de sus pasiones.

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