Ejemplos con seminarista

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Lo demás lo regalaba a Pep y la escopeta a su hijo, riendo del gesto del pequeño seminarista ante este presente, que llegaba algo tarde Ya cazaría, con ella cuando fuese cura de uno de los de la isla.
El seminarista no podía permanecer quieto teniendo un cuchillo al alcance de su mano.
El hablaba del baile de la tarde, olvidado totalmente de su vida de seminarista y osando arrostrar los ojos de Pep.
Era su hermano Pepet Pepet, que vivía en Ibiza desde un mes antes, preparándose para seminarista, y al que la gente había dado por esto el apodo de el.
Después de un rato, el seminarista, a medio vestir, salió a la puerta, a fin de despedir airadamente a la criada.
El seminarista peca por otro concepto: es real, pero con realidad bestial y grosera, que el autor marca y acentúa con verdadero encarnizamiento y saña.
No era cura todavía, seminarista nada más.
La duquesa hizo encerrar al seminarista, diciéndole previamente con cierto dejo irónico:.
El anónimo era creación literaria de Felicita, pintaba, con recargada sensiblería, los amores desgraciados de don Pedrito y Angustias, hasta el instante en que la pasión avasalladora les arrebataba en un torbellino y les impelía al rapto, refería que unos perseguidores desalmados iban a los alcances de los amantes evadidos, con propósito de destruir su felicidad, esbozaba, con trazos al carbón, el cuadro venidero de una doncella sin honor, de todos despreciada, y de un sacerdote indigno, caso que no se les permitiese casarse, y, por epílogo, suplicaba de los Padre dominicos y de los marqueses de San Madrigal que intercediesen con el obispo, con el cual tenían notorio metimiento, para que obligase al descarriado seminarista a cumplir como hombre cabal con la chica.
De común acuerdo, el matrimonio y el fraile determinaron pedir al obispo, con humildad, pero con energía, que obligase al seminarista a cumplir la ley de Dios y la ley de los hombres.
Lo más débil de es, a mi juicio, la historia de Inés, del seminarista y del indiano.
En los momentos de penuria le salvaba su amistad con una condesa vieja y legitimista que le invitaba a pasar algunos días en su castillo, presentando el seminarista belicoso a su tertulia de gentes graves y piadosas como si fuese un cruzado de regreso de Palestina.
Pero el antiguo seminarista no era capaz de permanecer inactivo con su bagaje de nuevas ideas.
El seminarista español se indignaba contra su antigua fe con toda la fogosidad de un temperamento vehemente.
La Mimí de Murger pasó varias veces ante él menos melancólica que en la obra del poeta, y el ex seminarista tuvo sus idilios de una tarde de domingo en los bosques inmediatos a París.
Aquellos estudiantes que le prestaban volúmenes o le indicaban los autores que debía buscar en sus horas libres en la biblioteca de la montaña de Santa Genoveva, reían como paganos ante sus exaltadas afirmaciones de antiguo seminarista.
Y el antiguo seminarista, que despreciaba el progreso humano desde niño, como una ridícula mentira, quedó estupefacto viendo con qué solemnidad hablaba de él el catolicismo francés.
El barrio de San Sulpicio, con sus calles tranquilas y silenciosas a la española y sus beatas de velo negro que pasan rozando los muros del Seminario, atraídas por el toque de las campanas, fue para el seminarista español lo que el camino de Damasco para el apóstol.
El seminarista contemplaba satisfecho esta destrucción.
Los antiguos escrúpulos de seminarista desaparecían ahogados bajo la corteza de hombre de horda con que la guerra le endurecía.
Desgracias de mayor gravedad traían preocupado al seminarista.
Mariano, el hijo del campanero, un muchacho de la misma edad del seminarista, unido a él por el respeto que le inspiraba su sabiduría, lo guiaba en sus excursiones por las alturas del templo.
El irresistible encanto que el hombre de guerra ejerce sobre el débil sentíalo el seminarista ante el cardenal Albornoz, aumentándose aún con la consideración de que tanta bravura y altivez se habían juntado en un servidor de la Iglesia.
El seminarista, a pesar de que su familia consideraba la capilla como suya, sentíase más atraído por la inmediata de San Ildefonso, que guardaba la tumba del cardenal Albornoz.
En ella encontraba el seminarista muestras de todas las arquitecturas que han florecido en la Península.
El seminarista admiraba a estos hombres, agigantados por la nebulosidad de la historia antigua y las alabanzas de la Iglesia.
Gabriel alababa al leer esto la prudencia y la tolerancia del buen moro Abu-Walid, pero aún admiraba más, con entusiasmo de seminarista, a aquellos prelados fieros, intransigentes y batalladores, que atrepellaban leyes y pueblos para mayor gloria de Dios.
Parecía imposible que un mocetón con unas barbas que causaban espanto fuese tímido como un seminarista.
El médico montaba en Júpiter, sacaba a relucir sus argumentos en forma, su ciencia de seminarista, y, por último, a los desahogos de Sarmiento contestaba con dicterios.
Julián, por su compostura y hábitos de pulcritud-aprendidos de su madre, que le sahumaba toda la ropa con espliego y le ponía entre cada par de calcetines una manzana camuesacogió fama de seminarista , máxime cuando averiguaron que se lavaba mucho manos y cara.

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