Ejemplos con sargento

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Un sargento de Sóller, heroico veterano de los ejércitos de Carlos V en las guerras de Alemania y el Gran Turco, los decide a todos por el ataque contra el enemigo inmediato.
Una vez cayó una bomba, así, a dos pasos de él se la quedó mirando, esperando sin duda a que reventase, y si no lo coge de un brazo el sargento Urrea, que estaba allí cerquita.
¿Cómo podía reconocer a Julio en este sargento cuyos pies era dos bolas de tierra mojada, con un capote descolorido y de bordes deshilachados, lleno de barro hasta los hombros, oliendo a paño húmedo y a correa? Después del primer abrazo, echó la cabeza atrás para contemplarle, sin desprenderse de él.
Se acordó de las hazañas del sargento.
Cuando sus jefes necesitaban un hombre de confianza, decían invariablemente: Que llamen al sargento Desnoyers.
Julio era sargento a los dos meses de estar en campaña.
Nuevos grupos de soldados entraban en el parque: unos con su sargento al frente, otros seguidos por un oficial que llevaba el revólver apoyado en el pecho, como si con él guiase a los hombres.
La persistencia con que le acosaban sus guardianes y la sonrisa marrullera del sargento le hicieron adivinar el.
Un gigante con galones de sargento le puso una pala en la mano, empujándole rudamente.
Al frente del rebaño humano iba un sargento y a retaguardia varios soldados con el fusil al hombro.
Le unía a Ferragut una admiración familiar, igual a la del antiguo escudero por su paladín, a la de un sargento viejo por un oficial de genio.
Fue su padre don Mariano, español, y Sargento cumplido del Ejército, y su madre, doña Leonor Pérez, hija de Canarias.
¡Quia, no señor! Yo estaba con los otros: era sargento en un tercio vizcaíno y llevaba la contabilidad Cosas de muchachos, don Luis: calaveradas.
Tía Tomasa se acuerda de haberle visto en el claustro con casco de crines, charreteras de sargento y un chafarote que armaba gran estrépito.
Era su gesto favorito, y levantaba con satisfacción la manga, adornada con galones de sargento.
Vi entrar en el cenador un hermoso soldadote, un sargento, con gran ruido de espuelas, el chafarote al brazo y un casco con rabo, como el de los judíos del Monumento.
Era, según su expresión, un soldado raso de la Iglesia, que en fuerza de años y servicios había llegado a sargento, para no pasar de ahí.
Fue una locura de la juventuddijo el cardenal, que sonreía con orgullo recordando al arrogante sargento de dragones.
Y mientras Gorito le daba un veguero, capaz de tumbar de espaldas a un sargento de caballería, y lo encendía ella pulcramente con una prosaica cerilla, le dijo la duquesa:.
—No podían empero llamarse a engaño los padres de los chicos, puesto que también habían logrado que estos les dejasen dormir, y no para otra cosa obligaban tiránicamente al sargento Clavijo a que tuviese escuela las tardes de Canícula, contra la antigua y buena práctica andaluza.
Su delito consistía en haber dado un ligero golpe a su sargento, en ocasión que éste lo insultaba por cuestión de amores!!!.
—Constaban documentalmente su nacimiento, bautismo y confirmación, verificados en no sé qué villa de Asturias, así como que había hecho toda la guerra de la Independencia, y llegado, desde humilde ranchero, a sargento segundo de caballería.
—No fumaba el antiguo sargento, pero sí tomaba mucho polvo, y, cuando se sonaba las narices, parecía que se hundía el mundo, y todos los muchachos quedábamos inmóviles como soldados que oyen la voz de : ¡tal estruendo hacía el santo varón! Su voz era también estentórea, aunque descubría, en los raptos de furia, alguna que otra nota de vieja.
¡Mucho más lo era el pasante! El antiguo sargento distinguíase, por el contrario, como hombre sensible y cariñoso, y recuerdo innumerables rasgos suyos de ternura.
Salí yo, pues, de manos del sargento Clavijo con una Europa casi fantástica dentro de la cabeza, y sin conocer las reglas de mi lengua patria, y, cual si ya no necesitara estudiar más acerca de lo presente, pasé a una clase de latín a estudiar lo pasado, a aprender una lengua muerta, a enterarme de las guerras púnicas o de las maldades de Catilina, y a divertirme traduciendo liviandades de la poesía romana.
Entonces haciamos todos como si cabalgáramos en un corcel a galope, principiábamos a mecernos de atras para adelante, golpeando la mesa con las posaderas, y manoteando como si blandiésemos espadas o lanzas, y excusado es decir que libros, papeles, plumas, tinteros, todo rodaba o saltaba que era una bendición de Dios, hasta que el sargento Clavijo, asustado de su propio triunfo, daba la orden de.
Ni una palabra más acerca del sargento Clavijo, considerado como profesor de primeras letras, y ¡bien sabe Dios que no ha sido mi ánimo zaherirlo en estos renglones, sino hacer su elogio hasta cierto punto!—¿Tenía él la culpa de no ser un sabio? Y ¿podía enseñarse más y mejor, sabiendo menos? ¿Llegaría nadie a ser maestro de escuela con tan cortas luces y pocas humanidades?—¿Qué digo pocas? ¡Él no tenía más que una, la que manda Cristo, la que también se llama !—Y ¿cabe negar mérito a la hercúlea tarea de meterse a enseñar sin saber nada? ¿No revela esto, cuando menos, grandísima fuerza de voluntad, conocimiento del corazón humano, o profundo y filosófico desdén a la sabiduría? ¿Desconocerá alguien que Sócrates, el ilustre, el insigne, el incomparable maestro de Platón y Antisthenes, por donde el sargento Clavijo, esto es, reconociendo que , ó, por mejor decir, que en el mundo ?.
ª, que, en cambio, existían en Europa, aunque no en la del sargento Clavijo, un reino de Piamonte, otro de Grecia y otro de Bélgica, dignos ciertamente de ser mencionados en las clases de Geografía de las escuelas públicas!.
Es pues el caso, que el atambor, por tener con que mostrar mas sus chocarrerías, comenzó a enseñarme a bailar al son del atambor, y hacer otras monerías tan ajenas de poder aprenderlas otro perro que no fuera yo, como las oirás cuando te las diga: por acabarse el distrito de la comision se marchaba poco a poco: no habia comisario que nos limitase: el capitan era mozo, pero muy buen caballero y gran cristiano: el alférez no habia muchos meses que habia dejado la corte y el tinelo: el sargento era matrero y sagaz, y grande arriero de compañías, desde donde se levantan hasta el embarcadero: iba la compañía llena de rufianes churrulleros, los cuales hacian algunas insolencias por los lugares do pasábamos, que redundaban en maldecir a quien no lo merecia: ¡infelicidad del buen príncipe! ser culpado de sus súbditos por la culpa de sus súbditos, a causa que los unos son verdugos de los otros, sin culpa del señor, pues aunque quiera y lo procure, no puede remediar estos daños, porque todas o las mas cosas de la guerra traen consigo aspereza, riguridad y desconveniencia.

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