Ejemplos con salvador

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En las epístolas de San Pablo vemos, sin posible interpretación en contrario, que el apóstol se creía inmortal, que cuantos profesasen en la fe de Cristo se harían inmortales, y que el Salvador volvería a establecer el reinado de la felicidad sobre la tierra para sus fieles, lo que él llamaba la , y como lo predicaba el apóstol así lo creían los secuaces.
¡Ay, Miranda! usted es mi ángel salvador.
Y luego, a la voz del celebrante, que se elevaba sonora entre los devotos murmullos del concurso, cuando comenzaban a ascender las primeras columnas de incienso, de aquel incienso recogido en los hermosos árboles de mis bosques nativos, y que me traía con su perfume algo como el perfume de la infancia, resonaban todavía en mis oídos los alegrísimos sones populares con que los tañedores de arpas, de bandolinas y de flautas, saludaban el nacimiento del Salvador.
No tenía amigos, todos eran unos ingratos, iguales al avaro don Salvador.
Desde que un ladrón muerto de hambre había logrado imponerse a todos ellos, los propietarios se reían, y para vengarse de diez años de forzada mansedumbre, se hacían más malos que el famoso don Salvador.
Tenía que visitar a los amos, los hijos de don Salvador, y pedirles a préstamo un piquillo para completar la cantidad que iba a costarle la compra de un rocín que sustituyese al.
Quedaba la chica, una mocetona que, terminado el arreglo de la barraca, no servía para gran cosa, y gracias a la protección de los hijos de don Salvador, que se mostraban contentísimos con el nuevo arrendatario, acababa de conseguir que la admitiesen en una fábrica de sedas.
¿Qué le importaban las historias viejas de don Salvador y el tío ?.
La huerta estremecíase de orgullo viendo cómo se perdía aquella riqueza y los herederos de don Salvador se hacían la santísima.
Había que oir a los hijos de don Salvador.
Los hijos de don Salvador, unos ricachos tan avaros como su padre, creyéronse sumidos en la miseria porque el pedazo de tierra permanecía improductivo.
¿Habéis visto el gesto hipócrita, el regocijado silencio con que acoge un pueblo la muerte del gobernante que le oprime? Así lloró la huerta la desaparición de don Salvador.
Cayó don Salvador en la acequia, sus piernas quedaron en el ribazo, agitadas por un pataleo fúnebre de res degollada.
Don Salvador se mostró inflexible.
De todo tenía la culpa el amo de la tierra, aquel don Salvador, que de seguro ardía en los infiernos.
¿Y su barraca? ¿Y las tierras? Seguían abandonadas, ¿verdad? Esto le gustaba: ¡que reventasen, que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador! Era lo único que podía consolarla.
Los campos del tío , o mejor dicho para ella, del judío don Salvador y sus descomulgados herederos , eran una mancha de miseria en medio de la huerta fecunda, trabajada y sonriente.
Antes, mucho antes, había sido el propietario de todo aquello un gran señor, que al morir depositó sus pecados y sus fincas en el seno de la comunidad, y ahora ¡ay! pertenecían a don Salvador, un vejete de Valencia, que era el tormento del tío , pues hasta en sueños se le aparecía.
Los perros ladraban al verle de lejos, como si se aproximase la muerte, los niños le miraban enfurruñados, los hombres se escondían para evitar penosas excusas y las mujeres salían a la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira a punto para rogar a don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas a sus bufidos y amenazas.
, que en su calidad de valentón se interesaba por las desdichas de sus convecinos y era el caballero andante de la huerta, prometía entre dientes algo así como pegarle una paliza y refrescarlo después en una acequia, pero las mismas víctimas del avaro le disuadían hablando de la importancia de don Salvador, hombre que se pasaba las mañanas en los Juzgados y tenía amigos de muchas campanillas.
Pero don Salvador se mostró inflexible.
Pero la Providencia, que nunca abandona al pobre, le habló por boca de don Salvador.
La mayor parte de lo que cosechaba en sus campos se lo comía la familia, y los puñados de cobre que sacaba de la venta del resto en el Mercado de Valencia desparramábanse, sin llegar a formar nunca el montón necesario para acallar a don Salvador.
Del semestre de Navidad no pudo entregar a don Salvador mas que una pequeña parte.
Y al mismo tiempo los negros pajarracos escribían papeles y más papeles en la barraca de , revolviendo impasibles los muebles y las ropas, inventariando hasta el corral y el establo, mientras la esposa y las hijas gemían desesperadamente y la multitud agolpada a la puerta seguía con terror todos los detalles del embargo, intentando consolar a las pobres mujeres, prorrumpiendo a la sordina en maldiciones contra el judío don Salvador y aquellos tíos que se prestaban a obedecer a semejante perro.
Doña Luz, sin darse bien cuenta de ello, por instinto salvador, trataba de arrancar aquella semilla, de ahogar aquel germen, a fin de que no brotase de él la hierba ponzoñosa.
Conservo íntegras las creencias en que fuí criado, guardo incólume la fe de mis padres, y ella ha sido para mí, en mis horas negras, en mis días tristes, fuente de consuelo, faro salvador, ella alivió mis dolores y restañó siempre las heridas más hondas de mi corazón con el bálsamo de las eternas esperanzas.
Angelina ha sido para mí como un ángel salvador.
¡Vanos propósitos! ¡Empeño inútil! Me refugiaba yo en el recuerdo de Angelina, como en un puerto salvador, me repetía una y mil veces cuanto ella me había dicho, sus palabras más tiernas, sus frases más doloridas, las expresiones que más hondamente habían penetrado en mi corazón, y cuando me creía victorioso y alardeaba de haber triunfado en mí mismo, la voz de Gabriela, el eco de su piano, el ruido de su falda, el aroma de sus vestidos, cualquiera cosa suya me hacía estremecer, y me sentía débil como un niño, impotente para resistir una mirada, la más indiferente, de sus ojos azules.
—La palmeta, primorosamente tallada y torneada en madera de álamo negro, que es de las más fibrosas y menos quebradizas, ostentaba los cinco agujeros de rigor, en recuerdo de las cinco llagas del Salvador del mundo, y su manejo correspondía exclusivamente al Jefe de la clase.

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