Ejemplos con salpicaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se consideraba que la sangre contenía poderes especiales y se salpicaba con ella las estatuas de los dioses, las paredes y los participantes.
La aristocracia levantó en esos muros palacios sontuosos, la Iglesia de la Contrarreforma numerosas iglesias y monasterios, mientras que el campo, en los alrededores del Vesubio, se salpicaba de residencias veraniegas.
La tertulia de la sala continuaba amenizada por la conversación de Pablito, que la salpicaba a cada instante con donaires, no de concepto, sino de acción, como convenía a su naturaleza plástica.
La nieve pisoteada era fango y sangre, y nos hundíamos en aquel mar de espuma, que nos salpicaba al rostro.
Aunque el cura decía que era ese hombre un bote de malicias, la verdad es que Pepete no pasaba de ser un pobre diablo, que hablaba mucho y mal y que, sin respetos por nadie, salpicaba la conversación con dicharachos tabernarios y tacos más redondos que una bola.
Los m'hijo con que la mujer salpicaba la conversación, le producían un placer extraño.
La ola de su cólera, estrellándose en sus morados labios, salpicaba al oyente.
La lluvia le envolvía sin que él pareciera notarlo, el oleaje salpicaba su rostro sin que á tales salpicaduras prestara atención.
Dolores tiraba, al río con distracción los pétalos de un ramo de flores que llevaba en la mano, y mientras que el agua salpicaba la dorada arena a sus pies, ambos miraban con interés la suerte de aquellas florecillas en la espumosa corriente.
Ana corría, corría sin poder avanzar cuanto anhelaba, buscando el agujero angosto, queriendo antes destrozar en él sus carnes que sufrir el olor y el contacto de las asquerosas carátulas, pero al llegar a la salida, unos la pedían besos, otros oro, y ella ocultaba el rostro y repartía monedas de plata y cobre, mientras oía cantar responsos a carcajadas y le salpicaba el rostro el agua sucia de los hisopos que bebían en los charcos.
Ahora, mientras Ana y Álvaro hablaban asomados a la galería, sin miedo al agua que les salpicaba el rostro ni a los relámpagos que rasgaban el horizonte negro enfrente de sus ojos, los demás, en la obscuridad del corredor estrecho jugaban a un juego de niños que se llamaba en Vetusta el cachipote, y que consiste en esconder un pañuelo convertido en látigo y buscarlo por las señas conocidas de: frío y caliente.

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