Ejemplos con rostro

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Tenía el rostro enjuto, extático, de infantil dulcedumbre, estrecho en la mandíbula, elevado y espacioso en la frente, los ojos negros, húmedos y llameantes: dos lenguas de fuego flotando en óleo.
Era don Recaredo hombre que pasaba ya de los sesenta, alto, musculoso, de rostro atezado, medio cubierto por una barba muy cerrada y fuerte, pero casi blanca, o más bien amarillenta, el pelo, que conservaba tan espeso como en su juventud, era mucho más blanco que la barba, así como las pestañas y las cejas.
Oía los mugidos del río que pasaba a su izquierda, tocaba los jaramagos que brotaban entre las rendijas a su derecha, y sentía en el rostro el fango con que le salpicaban los caballos que le precedían, y el aire sutil y nauseabundo, como el de una caverna, que silbaba al pasar por aquel tubo retorcido y caprichoso.
Era hombre joven todavía y de rostro desengañado.
Ya irá comprendiendo el lector por qué al decir que los vecinos del consabido pueblo comían el pan amasado con el sudor de su rostro, exceptuamos a Simón Cerojo.
¡Oh terrible combate! Gozo o peno, ya miro al lado ardiente, ya al sereno, y mirando a tu rostro, noche y día, pasan las horas de la vida mía.
Y tú, hermana míaprosiguió, tomando en sus manos el joyel con el retrato y mirándolo con el rostro descompuesto por la piedad y la amargura, ¿dónde estás, en qué oscura mazmorra te encerré, a ciegas, que no doy con la entrada, aunque sangran mis pies de tanto caminar y mis manos de tanto tropezar a tientas?.
Su rostro no se había despojado aún de la persona o máscara trágica.
Antes, cuando se veía a Belarmino, había que pensar: San Francisco, el de Asís, debía de ser una persona semejante, en el rostro.
Y en este momento, los estudiantes dieron suelta a las repulsivas aves nocturnas, las cuales, deslumbradas con la luz del petróleo, revoloteaban de uno a otro lado, chocando en el rostro de los espectadores.
La sotana de merino lustroso, como barnizado, el vivo del alzacuello, una pinceladita de morado ardiente, casi carmín, el afeitado de bigote y barba, color violeta y azulenco pálidos, el resto del rostro, rojo vehemente y bruñido, los ojos, profundos y negros.
Pues no se las arregles si no las paga por adelantado, es un hambrón, que no tiene ni para sardinasrezongó Xuantipa, recobrando su habitual rostro torvo, de Euménide.
El anverso de la medalla no se correspondía con el dorso, pecho alisado con rasero, rostro acecinado y de ojos conspicuos, una faz del todo masculina.
Como su corazón estaba purificado de pasiones torpes, no se le distendió el rostro en gesto ninguno, lastimado o feo, antes sonreía, sonreía con expresión inocente y delicadamente irónica.
Una mañana, Felicita entró en la zapatería de Apolonio, cosa acostumbrada, pero aquel día, la solterona llevaba desencajado el rostro, con expresión que pretendía ser colérica, y, sin embargo, dejaba recelar un placer oscuro.
De buena gana Apolonio hubiera dado unos cuantos azotes a la vieja vestal, que así venía a turbarle y ponerle ante sí mismo en ridículo, obligándole a descomponer la majestad de la figura, corriendo azariento a entornar la puerta, porque los transeuntes no se percatasen del lance, trayendo un vaso de agua a través de las frívolas oficialas, que sonreían al verle en guisa de camarero: salpicando el rostro de la desmayada e intentando desabrocharle el corsé.
Y en el rostro de aquella mole ingente, que era el Padre Alesón, se difundía una ternura húmeda, lacrimosa, así como el sol derrite la nieve en la cima de las altas montañas.
¡A trabajar! Los campos estaban perdidos, había allí mucho que hacer, pero ¡cuando se tiene buena voluntad! Y desperezándose, este hombretón recio, musculoso, de espaldas de gigante, redonda cabeza trasquilada y rostro bondadoso sostenido por un grueso cuello de fraile, extendía sus poderosos brazos, habituados a levantar en vilo los sacos de harina y los pesados pellejos de la carretería.
Y sin saber por qué, se deleitaba contemplando sus ojos de un verde claro, las mejillas moteadas de esas pecas que el sol hace surgir de la piel tostada, el pelo rubio blanquecino, con la finura flácida de la seda, la naricita de alas palpitantes cobijando una boca sombreada por el vello de un fruto sazonado, y que al entreabrirse mostraba una dentadura fuerte é igual, de blancura de leche, cuyo brillo parecía iluminar su rostro: una dentadura de pobre.
Pero de cintura arriba mostrábase el señorío, la dignidad del sacerdote de la instrucción , como él afirmaba, lo que le distinguía de toda la gente de las barracas, gusarapos pegados al surco: una corbata de colores chillones sobre la sucia pechera, bigote cano y cerdoso partiendo su rostro mofletudo y arrebolado, y una gorra azul con visera de hule, recuerdo de uno de los muchos empleos que había desempeñado en su accidentada vida.
Al extremo del puente, en una planicie entre dos jardines, frente a las ochavadas torres que asomaban sobre la arboleda sus arcadas ojivales, sus barbacanas y la corona de sus almenas, se detuvo Batiste, pasándose las manos por el rostro.
Teresa, mientras tanto, examinaba con rostro grave la compra de su marido, calculando detenidamente si aquello valía treinta duros, la hija buscaba diferencias entre la nueva bestia y el , de feliz memoria, y los dos pequeños, con repentina confianza, tirábanle de la cola y le acariciaban el vientre, rogando en vano al hermano mayor que los subiera sobre su blanco lomo.
La vega tenía el aspecto de siempre, pero a él le parecía más hermosa, más tranquilizadora , como un rostro ceñudo que se desarruga y sonríe.
Batiste, escudriñando la taberna, se fijó en el dueño, hombrón despechugado, pero con una gorra de orejeras encasquetada en pleno estío sobre su rostro enorme, mofletudo, amoratado.
dijo con imperio a Batiste, avanzando una mano amenazante hasta rozar su rostro.
Y empezó una carrera loca en el profundo cauce, andando a tientas en la sombra, dejando perdidas las alpargatas en el légamo del lecho, con los pantalones pegados a la carne, tirantes, pesados, dificultando los movimientos, recibiendo en el rostro el bofetón de las cañas tronchadas, los arañazos de las hojas rígidas y cortantes.
Sintió el herido que toda su sangre afluía a su corazón, que éste se detenía como paralizado algunos instantes, para después latir con más fuerza, arrojando a su rostro una oleada roja y ardiente.
No dormía, no: escuchaba los ronquidos de su mujer, acostada junto a él, y de sus hijos, abrumados por el cansancio, pero los oía cada vez más hondos, como si una fuerza misteriosa se llevase lejos, muy lejos, la barraca, y él, sin embargo, permaneciese allí, inerte, sin poder moverse por más esfuerzos que intentaba, viendo la cara de junto a la suya, sintiendo en su rostro la cálida respiración de su enemigo.
Y el fantasma, envolviéndole el rostro con su respiración ardiente, dejaba caer sobre Batiste una mirada que parecía agujerearle los ojos y descendía y descendía hasta arañarle las entrañas.
Quedó colgando de los tendones y la piel, y el rojo muñón arrojó la sangre con fuerza, salpicando a , que rugió al recibir en el rostro la caliente rociada.

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