Ejemplos con ronquidos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El matrimonio de Marge y Homer, además, queda salvado cuando Artie ofrece una solución para los problemas de los ronquidos de Homer, con un aparato que convierte los sonidos de ronquidos en música clásica y mensajes subliminales anti-Homer.
Todo comienza cuando Marge queda irritada por los insoportables ronquidos de Homer, los cuales no le permiten dormir.
Ella le acarició, prometiéndole un regalo para más tarde, y como algunas lágrimas ardientes cayesen entonces sobra la piel tigresa del animal, volvió éste hacia la niña sus ojos mortecinos llenos de mansedumbre y le dijo algo piadoso en su bárbaro lenguaje, después lamió con delicia las gotas cálidas del llanto y tornó a sus arqueos y a sus ronquidos amistosos.
Carmen le llevaba con frecuencia algo de comer, y el pobre animal le pagaba su compasión con artísticos arqueos y amorosos ronquidos.
La madre, luego de varios intentos para despertar a su esposo, sin conseguir otro éxito que palabras incoherentes seguidas de nuevos ronquidos, había rezado hasta el amanecer por el alma del señor de la torre, creyéndolo muerto.
El bulto negro que se revolvía entre ronquidos a pocos pasos de él agrandábase cada vez que en sus contorsiones tocaba el suelo.
¡Mientras tanto, a vivir! Y manifestó esta voluntad de vida durmiéndose en un poyo, con sonoros ronquidos que no lograban asustar a las moscas y avispas revoloteantes en torno de su boca.
Al pasar junto a una puerta oyó ronquidos.
Fué una noche cruel é interminable de sacudidas, estrépitos y pausas cortadas por ronquidos.
Sonaron ronquidos en los cortos espacios de silencio que dejaba la artillería.
Sonaban ronquidos en las sillas largas del paseo.
De algunas puertas surgían furiosos ronquidos.
Se apagó al fin la música, sin otra consecuencia que haber turbado durante algunos minutos los ronquidos de los pasajeros, llamados inútilmente a la meditación y la plegaria.
Sonaban penosos ronquidos, respiraciones jadeantes, cortando con su estertor animal el augusto silencio de la tarde.
Bajo los toldos se percibían leves ronquidos, acompasadas respiraciones, dorsos vueltos al exterior sobre las sillas largas, cabezas incrustadas en almohadas o descansando sobre el respaldo, con los ojos entornados y la boca abierta a la frescura de la sombra.
Al poco rato sus penosos ronquidos de borracho sonaron entre los verdes y erguidos tallos.
Y cual trompeta gloriosa que anunciaba por anticipado el triunfo de , empezaron a sonar los ronquidos de el pequeño, caído de bruces sobre la mesa y próximo a desplomarse del taburete, como si todo el aguardiente que llevaba en el estómago buscase el suelo por ley de gravedad.
, de bruces en el suelo, se quejaba con lamentos que parecían ronquidos, saliendo a borbotones la sangre de su rota cabeza.
No dormía, no: escuchaba los ronquidos de su mujer, acostada junto a él, y de sus hijos, abrumados por el cansancio, pero los oía cada vez más hondos, como si una fuerza misteriosa se llevase lejos, muy lejos, la barraca, y él, sin embargo, permaneciese allí, inerte, sin poder moverse por más esfuerzos que intentaba, viendo la cara de junto a la suya, sintiendo en su rostro la cálida respiración de su enemigo.
De los corrales salía un discordante concierto animal: relinchos de caballos, mugidos de vacas, cloquear de gallinas, balidos de corderos, ronquidos de cerdos, un despertar ruidoso de bestias que, al sentir la fresca caricia del alba cargada de acre perfume de vegetación, deseaban correr por los campos.
Y el cura don Miguel había seguido yendo con constancia a la tertulia, si bien los diálogos sabios del Padre y de doña Luz le magnetizaban y embelesaban de tal suerte, que a los pocos minutos de empezar a oírlos, solía quedarse profundamente dormido, acompañándolos y animándolos a veces con una música de ronquidos interminables y sonoros.
Libres y aseguradas de impunidad las moscas, su largo y monótono zumbido era entonces la única voz que sonaba en la escuela, aparte de los ronquidos del benemérito asturiano, cuya alma, en aquel momento, recorría los campos de batalla de Talavera, Ciudad-Rodrigo y Vitoria.
No veía el estudiante con buenos ojos este arreglo, porque siempre que su hermano Nicolás venía a Madrid y dormía en aquel cuarto le espantaba el sueño con sus ronquidos.
Provocado sin duda por las emociones de aquellos días, por el largo debate con su hermano Nicolás, y más aún quizás por los insufribles ronquidos de este, apareció el temido acceso.
Las piernas colgaban fuera, la cara se oprimía contra la almohada, y en tal postura rumiaba expresiones oscuras que se apagaban resolviéndose en ronquidos.
Al oír esto, que Maxi expresó con cierta elocuencia, Fortunata volvió a inquietarse, y llamó de nuevo a su tío, que seguía dando los ronquidos por respuesta.
Oía Fortunata los ronquidos del venerable , cual monólogo de un cerdo, y sentía también los paseos de Ido, y algún monosílabo ininteligible, suspiros que parecían ayes de pena o invocaciones poéticas, y cuando el profesor llegaba en su deambulación febril a la puerta de la alcoba, creía distinguir sus manos o parte de un brazo que subían hasta cerca del techo.
El chiquillo gateaba por entre las patas de los perdigueros, que, convertidos en fieras por el primer impulso del hambre no saciada todavía, le miraban de reojo, regañando los dientes y exhalando ronquidos amenazadores: de pronto la criatura, incitada por el tasajo que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la cabeza, lanzó una feroz dentellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico, obligándole a refugiarse más que de prisa, asustado y lloriqueando, entre las sayas de la moza, ya ocupada en servir caldo a los racionales.
Poco espacio tardó el alopiado ungüento en dar manifiestas señales de su virtud, porque luego comenzó a dar el viejo tan grandes ronquidos, que se pudieran oir en la calle: música a los oidos de su esposa mas acordada que la del maese de su negro, y aun mal segura de lo que veia, se llegó a él, y le estremeció un poco, y luego mas, y luego otro poquito mas por ver si despertaba, y a tanto se atrevió que le volvió de una parte a otra sin que despertase: como vió esto, se fué a la gatera de la puerta, y con voz tan baja como la primera llamó a la dueña que allí la estaba esperando, y le dijo:.

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