Ejemplos con roía

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y para más aturdirse, para olvidar la pena que le roía el alma fue más allá de lo que la prudencia aconsejaría a una mujer en su caso.
¿Saben ustedes a quién le dan el triste hueso que yo roía? Pues al niño mayor de Oliván.
Pero el desaire, siquiera fuese el de una zafia aldeana, le roía el alma.
A Izquierdo le roía el pesimismo.
Y no parece sino que le faltó a Lotario en este punto todo su buen entendimiento, y se le fueron de la memoria todos sus advertidos discursos, pues, sin hacer alguno que bueno fuese, ni aun razonable, sin más ni más, antes que Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia que las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila, que en ninguna cosa le había ofendido, se fue a Anselmo y le dijo:.
Recogió sus utilidades, púsolas, como quien dice, a una carta, en una especulación de la casa, tuvo la suerte de duplicarlas, y conociendo su protector, por éste y otros rasgos, el gusanillo de la prisa que le roía, y no desconociendo ni menospreciando las buenas dotes que adornaban al impaciente, propúsole pasar a Méjico, donde podría, con la recomendación que él le diera, hacer doble negocio en la mitad del tiempo, si bien con triples fatigas.
Aquí me asaltaban penosas ideas: mi imaginación se trazaba cuadros desesperadores, la envidia me roía el alma.
Tú y tus compañeros debéis ser exterminados, porque la roía sociedad.
Ahora soy hombre formal, y voy a comprar mulas para venderlas a la Artillería, hombre de negocios, hombre que se puede poner delante del rey, sí, señor, porque es un hombre que paga la contribución, un hombre de orden, de ley, que no gusta de oír hablar del roío pueblo ni de la roía revolución, un hombre, en fin, más honrado que Dios, más caritativo que la roía Biblia».
El primer día comía la carne, el segundo bebía el caldo, y el tercero roía el hueso.
Y ahora que el organismo exigía elementos para desarrollarse, que se acercaba la crisis de la adolescencia, que los huesos se estiraban, el hambre de Jacobo era gazuza, era un buitre que le roía las tripas sin descanso.
Moreira tocaba el estilo conmovido, había agobiado la cabeza a impulsos de la pena que le roía el alma, y meditaba profundamente.
Con esta experiencia y la curiosidad que me roía, observaba yo gesto por gesto, ademán por ademán, el modo de buscarte y de hablar contigo él, y la manera de dejarte tú encontrar y de responder después a todo lo que te decía, la cara y el aire con que se apartaba de ti, el aire y la cara con que te apartabas tú de él, y el tiempo que te duraban después esas señales.
¡Y así toda la mañana, y el alcalde obligado a decir «amén» a cada ponderación, porque no se le descubriera el despecho que le roía el alma! Cegado por esa pasión, no hay barbaridad que él no hubiera cometido aquel día, para impedir que Magdalena llegase a ser la esposa de Álvaro, pero ¿de quién valerse para que le ayudara en la empresa? ¿Cómo dar el golpe sin exponerse a las iras del pueblo, que tan cambiado estaba, o a morir bajo los puños de don Lope, o a ser conducido preso y despojado de todos sus cargos y preeminencias? ¿No se había declarado, por unos y por otros, inviolable aquella, para él, funesta familia? El infierno debió de darle la autoridad y el mando que tenía, cuando en sus manos se trocaban en esposas y grilletes que le dejaban expuesto a las burlas y mamolas de la contraria suerte.
No obstante, ya hemos dicho que la reja del jardín que daba a la huerta estaba condenada, y el orín roía sus goznes.
¿Pero de qué servían ya las lágrimas? Así es que el rey, reprimiendo aquel dolor que lo roía el hígado y le ennegrecía el alma y toda la tierra ante su vista, juró que iba a vengar la pérdida de su hijo con una venganza sin precedentes.
Ahora los ratones roían las tablas de los estantes y la consunción roía las entrañas del tendero.
El causante, más valiente o más curioso, después de enterarse de todo y de meditar un momento, salió del grupo, y arrimándose a los árboles, y haciendo una paradita en cada uno de ellos, durante las cuales roía la yema del índice, sin dejar de mirarme de reojo, llegó hasta el banco inmediato al que yo ocupaba.

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