Ejemplos con resero

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Bien sabía que un resero siempre es hombre con plata, propia o ajena, y aunque no tuviera él nada que vender, porque sus animales estaban flacos, de puro instinto se le alegraba el corazón.
Se dejó estar, pues, durante mucho tiempo, hasta que bien aconsejado por su amigo don José, el resero, logró un campito a precio regular.
-Sí, cierto -contestó el resero-.
Don Victoriano Ortiz, al tranco sosegado de su crédito, penetró con don José, el resero, en el rodeo de sus vacas -unas mil cabezas-, parado en una lona medanosa, y caminaron ambos, despacio, entre el oleaje de grupas y de astas, tratando el resero de no pisarse en sus cálculos y de darse buena cuenta del estado de los animales y de su valor, y Ortiz, de remover delante él los novillos más grandes y gordos.
Y don Benito, después de corta discusión con el resero, le vendió dos yuntas por doscientos pesos, el doble justito de lo que le daban por los novillos.
Un día vino un resero a ver los novillos.
El año vino regular: en las majadas hubo poca sarna, bastante parición y los capones engordaron bien, pero en la de Juan no hubo ni rastro de sarna, su parición fue sobresaliente y de ella apartó el resero doble número de capones que de cualquier otra.
A la simple vista se conocía cuán tupida y cuán larga era la lana de los vellones en que iban envueltas las ovejas, y tanto abundaban los capones gordos, que el resero tendría seguramente bien poco trabajo para juntar buena tropa.
Una vez que un resero lo había conchabado para apartar capones, también quedó admirado.
Lo felicitó el resero por su buena suerte, sin pedirle más explicaciones, sabiendo, como buen gaucho, que hay ciertas preguntas que no debe hacer el hombre discreto, le pagó los mil capones al mismo precio por cabeza que habían tratado para los cincuenta que había pensado comprar y se fue con su arreo.
El resero, viendo que todos eran parejos en gordura, dejaba correr, no más, y contaba, y tarjaba, sin querer cortar el chorro, reservándose de manifestar su admiración para cuando se acabase.
Bien pensaba, a la verdad, que no necesitaba rosario para la única tarja de cincuenta que iba a tener que contar, y así se lo dijo el resero, pero don Calixto lo quería probar, de puro gusto.
El resero vio la majada, calculó que de ella podía sacar unos cincuenta capones gordos y ofreció un precio halagador, que don Calixto aceptó.
Dio la casualidad que estaba en casa de la viuda un resero, se quedó el hombre admirado de la gordura del capón, y al día siguiente, a la madrugada, antes que soltase la majada don Calixto, estaba en su palenque, llamándolo, a ver si hacían negocio.
En el chiquero disparaban por todos lados los capones, sintiéndose amenazados por el ojo certero y la mano vigorosa del resero, y tanto más gordos se sentían, más asustados andaban.
Y habiendo vuelto a arreglar el mate, subió el resero hasta veinticuatro pesos, declarando que de ahí no podía pasar, y levantándose, con el mate en la mano, como si ya se fuera a retirar, lo devolvió diciendo que la bombilla estaba tapada otra vez, lo que hizo que don Toribio, con toda calma, hiciera hincapié consiguiendo, de a saltitos y poco a poco, oferta de veintisiete nacionales, y como ya entonces no se tapaba la bombilla, pensó, con razón, que era tiempo de cerrar el trato.
-No embromes, mujer, ¿qué voy a mentir yo? -contestó don Toribio, y volvió a juntarse con el resero.
Apenas estaba el resero sentado en el escritorio, cuando don Toribio la sacó sigilosamente de su caja de hierro, donde la tenía guardada, y pasando a la pieza vecina la entregó a doña Rudecinda, encomendándole que cebase mate prontito.
Así fue, un día, justamente cuando la llegada de un resero que venía a ver los novillos.
Vecino del Azul, desde cuando era pueblo fronterizo, capataz de un resero, durante veinte años, había recorrido con él, incansablemente, toda la pampa del Sur, y de todo lo visto, oído o adivinado en sus viajes, le daba por sacar unas historias tan interesantes, tan lindas, que conseguía mantener despiertos a los compañeros toda la noche, si así lo exigía la seguridad de la hacienda.
-¡Dios le ayude amigo! -le gritó entonces el resero-.
El resero quedó estático y desarmado a merced de su adversario, pero mayor fue su asombro al ver que Moreira guardaba en el tirador su daga, y ofreciéndole la suya con un ademán bondadoso le dijo:.
Esta vez el choque fue desgraciado para el resero.
-Ya esto no se puede sufrir -dijo Moreira, sacando su daga y tendiendo la manta sobre el poderoso brazo, evitó con un asombroso movimiento de cuerpo un tiro que le disparara el resero y lo acometió por el lado de montar.
El resero se desató en todo género de injurias y amenazas.
El resero estaba lívido de coraje, pero no había contestado una palabra, los jugadores eran muchos y la lucha era muy desigual.
Era éste un paisano alto y delgado, su apero era muy sencillo y atravesada a su espalda se veía una daga de un largo descomunal, era un resero, según dijo, que se dirigía a Navarro.
Un caponcito de los a quienes todavía no podía tocar la suerte, oyó entonces que el dueño de la majada decía al resero, señalando al capón viejo: «A ese animal le voy a poner cencerro, pues nunca lo podré vender, nunca lo he visto gordo, apenas a veces ha llegado a ser regular.
El resero ni lo revisó siquiera, a la simple vista se dio cuenta de que no valía la pena mirarlo de más cerca, y lo dejó tranquilo.

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