Ejemplos con resecos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Don León, observando que la orientación del viento lo favorecía, cruzó a nado la laguna con uno de sus hijos y prendió fuego a los resecos pajonales, logrando que los indígenas, viendo las grandes llamaradas huyeran.
Balbuceó algunas palabras, pero con tanta dificultad de sus labios resecos, que nada oí.
Jadeaba la enferma, y las ropas del lecho alzábanse y descendían al agitado compás de una respiración fatigosa y sibilante, como si al llegar el aire a los resecos labios atravesara mallas de alambre caldeado.
No habiendo parecido entenderlo el Año expirante, el médico separó las quijadas que se entrechocaban, y puso la cuchara llena entre los resecos labios.
Tenía los ojos hundidos y circundados de una aureola cenicienta, parecía que le habían chupado las brujas los pocos jugos de la cara, sobre la que caían, por debajo del pañuelo atado a la cabeza, encrespados mechones de cabellos grises, le temblaban los resecos labios, y salía de su garganta la voz enronquecida y como rechinando.
»Creí sorprender una sonrisa extraña en los resecos labios de mi pretendiente, el cual, y mientras se tiraba de la patilla derecha con mayor suavidad de la que podía esperarse de su naturaleza espasmódica, me dijo:.
Y el narrador, excitado por el alcohol, extremaba la nota valiente, sin quitar a lo heroico lo bárbaro, y en sus labios resecos la epopeya negrera ponía los pelos de punta.
Ryder se pasó la lengua por los labios resecos.
Aunque tenía la seguridad de que le daría una sorpresa desagradable, fingía estar segura de mi decencia de caballero, mas el esfuerzo que tenía que efectuar para revestirse de esa apariencia de tranquilidad, ponía en el timbre de su voz una violencia meliflua, violencia que imprimía a las palabras una velocidad de cuchicheo, como quien os confía apuradamente un secreto, acompañando la voz con una inclinación de cabeza sobre el hombro derecho, mientras que la lengua humedecía los labios resecos por ese instinto animal que la impulsaba a desear matarme o hacerme víctima de una venganza atroz.
El viento removía los follajes resecos de los eucaliptus, y cortándose en los troncos y los altos tilos del telégrafo, silbaba ululante.

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