Ejemplos con resarcía

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En los espectáculos de la silvestre Naturaleza espaciaba sus melancolías, y el trato del pueblo sencillo y afable le resarcía de la desolación de su árida existencia sin afectos.
Fernando y Pilar paz a las lenguas, ávidos de la comunicación verbal, que por primera vez gustaban, y que les resarcía de las reservas y discreciones que impone la escrita.
Este breve diálogo y el decir D. Pedro, elevando al cielo las palmas de las manos, que aquel era el día más feliz de su vida, fue una suave transición desde la escena de ternura a la espléndida comida que se les sirvió en el parador de Briviesca. Traía la Condesa cuatro individuos de servidumbre, de los cuales tres pertenecían al sexo fuerte, y un mediano cargamento de baúles y cajas. En lo restante de aquel día y parte de la noche, no dieron D. Fernando y Pilar paz a las lenguas, ávidos de la comunicación verbal, que por primera vez gustaban, y que les resarcía de las reservas y discreciones que impone la escrita. El gesto, el signo, la sonrisa, la expresión de ojos y boca, eran para entrambos nuevo lenguaje que estrenaban con delicia. No se saciaban, no veían el fin de su charla seria, festiva, grave, infantil. Durmieron tranquilamente, y al siguiente día tempranito partieron, por Oña, a Medina de Pomar, con la buena compañía de un tiempo primaveral que estimulaba el regocijo de sus corazones. Entraron en la ilustre villa al caer de la tarde, ocupando una de las mejores casas del Condestable, Duque de Frías, arrendada por Pilar desde principio de año, y ya con todo esmero provista de cómodos muebles y de cuanto han menester las personas hechas a la vida regalada. Con los criados que desde Febrero estaban allí y los que acompañaron a la Condesa, el caserón tomó prontamente aspecto de señoril morada, sin que nada faltase en ella. Las primeras visitas fueron las de Maltrana y D. Beltrán, que no cabía en su pellejo de alborozado y vanaglorioso. Poco tardó en presentarse Valvanera con sus niñas, y no hay para qué decir que el besuqueo y las ternezas no tenían fin. Quince o más días duraron aquellas satisfacciones, y tan del gusto de Pilar era la compañía del viejo Urdaneta, que al despedirse los Maltranas, le retuvo en su palaciote, con mucho gusto de él y de D. Fernando. Forzoso era que este partiese al cumplimiento de obligaciones que se había impuesto, y en las cuales hubo de confirmarse, previo el asentimiento de su buena madre, que una y otra vez le repitió estas memorables expresiones: «Hijo mío, yo te privé de la voluntad en una época de revolución, pero te la he devuelto. En ti resigno toda autoridad, tu corazón grande a ti y a mí nos gobierna. Confío en Dios, que apartará de tu cabeza todo mal».
En los espectáculos de la silvestre Naturaleza espaciaba sus melancolías, y el trato del pueblo sencillo y afable le resarcía de la desolación de su árida existencia sin afectos.

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