Ejemplos con remilgos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Déjese usted de remilgos, don Simón, y considere que esta choza, entre padres, hijos y allegados, vale más de cinco votos.
Pues no sé de ónde ha salido el dicho de que esta gente fina gasta remilgos para comer, que, por cierto y mi vida, le aseguro a usted que mayor franqueza que en mi casa tuvieron en la mesa, no la tendrán en la suya.
Pero ¿no era posible que después de concluir con las seis desventuradas niñas la emprendiese con la séptima, por lo mismo que a nadie conocía ni en remilgos se paraba?.
-Naturalmente -replicó mi amo y amigo-, que la caballerosidad y el honor, en los cuales veo yo como alambres o palitroques que componen la armadura de tu persona para mantenerla tiesa, el honor, digo, y la fanfarrona caballerosidad, no harían pocos remilgos si tú volvieras a tomar a la blanca paloma después de papujada por su segundo dueño el.
Pero harto comprendía yo que los remilgos significaban: Escríbeme más, y mañana recogeré tu carta en el momento de tomar el agua bendita.
En sus ojos y labios puso los más graciosos remilgos para decirme que no volviese a escribirle.
Toda hipocresía y remilgos, acudió , que presente estaba, a interrumpir un coloquio amenizado con aproximaciones, en las cuales creía ver grave riesgo de la honestidad.
Las dos niñas bebían haciendo remilgos, pero el tío las excitaba aplaudiéndolas, y ellas, que no estaban acostumbradas a ver tan alegre al viejo, volvían a gustar el vinillo para no enojarle.
¡Qué remilgos estos! Cuando digo que me cargan a mí estas perfecciones ¡Qué monas nos hizo Dios! Pues lo que es yo, sí entro.
Hizo algunos ascos, pero al fin pudo más el hambre que los remilgos, y apencó con la teta artificial.
Si estáis reventando por hacer las paces, ¿a qué tantos remilgos? Bien hago yo en no meterme en nada, bendita de mí.
Patria le decía con sus ojuelos que arañaban: Abra usted, tonta, y déjese de remilgos.
¡Qué borregas! ¡Marías Remilgos! A ver cómo abrazáis todas al primo, inmediatamente.
-Ya le he dicho a usted, señora hermana -manifestó el secretario del Duque con jovial gravedad-, que no me gustan remilgos.
-Aquí no hacen falta niñas, y menos la condesa de Rumblar, que con sus remilgos impedía toda diversión.
-¡Pos tres o cuatro días mal contaos, sigún parece! El Talabartero ha tenío que venir a unos negocios, y como tiée aquí una hermana, que es la Remilgos, ¡pos velay tú!, en su casa está parando.
-Es que eres tú mucha mujer, chavó, es que tiées tú por cara una reliquia y un proigio por cuerpo -repúsole, al par que la contemplaba con íntima complacencia, la señora Dolores la Remilgos, hermana carnal de su padre, el señor Paco el Talabartero.
Disputaron mucho tiempo, pero al fin doña Rufina, que también quería ver empezar, cedió y se llevó a don Víctor, que hizo algunos remilgos.
Los remilgos eran fingidos, pero el que se propasaba se exponía a salir con las mejillas ardiendo.
En medio de sus violentos discursos, es cuando suele entrar la fregona, oriunda de Ceceñas o de Guriezo, descubiertos los brazos hasta el codo, pidiendo una botelluca de pachulín para su señora, o ya la pretérita beldad, monumento ruinoso de indescifrable fecha, que avanza hasta el mostrador con remilgos de colegiala ruborosa, pidiendo unos guantes oscuritos, que tarda media hora en elegir, mientras larga un párrafo sobre la vida y milagros de los que tomó dos años antes, y conservándolos aún puestos, se queja del tinte y de su mala calidad, porque están de color de ala de mosca y dejan libre entrada a la luz por la punta de sus dediles, el comisionado de Soncillo o de Cañeda, que quiere bulas, y regatea su precio, y duda que sean del año corriente porque no entiende los números romanos, y no se gobierna en casos análogos por otra luz que la del principio montañés «piensa mal y acertarás», la recadista torpe que, equivocando las aceras de la calle, pide dos cuartos de ungüento amarillo, después de haber pedido en la botica de Corpas guantes de hilo de Escocia, todos los compradores, en fin, más originales y abigarrados y que parecen citarse a una misma hora para desmentir, con la acogida que se les hace allí, la versión infundada y absurda que circula por el pueblo, de que los ociosos de la Guantería son «muy burlones».
Escandalízase de los hombres que, sin remilgos ni estudiadas protestas de humildad, se muestran en lo que valen, y él, con la previa advertencia de que no vale nada, se atreve a meterse en todas partes para imponer su razón a los demás.
Harto claro lo vio el médico en las ansías del paciente, y sin andarse en remilgos ni en contemplaciones, díjole:.
Cualquiera pensaría, al contemplar sus remilgos, que teme manchar sus luces en el lodo de París, lodo, amigo Eduardo, del cual no puedes formarte una idea, y que está amasado y batido por millares de pies y de ruedas, y alimentado por los hielos, las nieves y el agua, que alternan aquí con una constancia y una copiosidad desesperante.
Don Jacinto estuvo más firme que una roca, eclipsó casi la memoria del hijo predilecto del patriarca Jacob, todo ello con tal dignidad y tan sin melindres ni remilgos, que la risa y la chacota que el tío y sus dos amigos empezaron a mostrar, hubo pronto de trocarse en admiración y respeto.
Porque es preciso que el lector entienda que no se trataba ya, únicamente, en el escritorio de una lluvia de talegas, como caídas del cielo, ni en la habitación del próximo ingreso en la familia de un hombre «poderoso»: es que éste había sido ya presentado a su futura, y había comido «en la casa», y el padre y la madre y la hija habían convenido sin dificultad en que, «después de bien tratado y ataviado, el novio era hasta simpático, y que no tenía maldita la comparación con Fulano, ni con Zutano, ni con Perengano, que evidentemente eran unos groseros, palurdos y asquerosos», y había habido lo de «tonta hubieras sido en pararte en remilgos, ¡qué ganga te perdías!», y lo de «la verdad es, mamá, que no debe uno pagarse de impresiones a lo lejos», o «te digo que nos echamos tu madre y yo un yerno y tú un marido que no le merecemos».
-Enhorabuena -exclamó gozosa y triunfante doña Sabina-: verás cómo no me muerdo la lengua ni me paro en remilgos de colegiala.
Y en estos remilgos, seis días de holgueta el muy tunante.
Pero ¡con qué remilgos, miramientos, tanteos y perífrasis! Como el hambriento que adquiere inesperado manjar y, con el temor de que se le concluya pronto, más bien le aspira que le muerde, economizaba el enamorado joven la materia de la porfía para conseguir dos fines a la vez: prolongar todo lo posible la entrevista, y no agravar las dificultades con locas intemperancias.
-¡Remilgos, y a tus años! ¿Ahora te da por hacerte el pequeñito?.
Y era coqueta: daba rienda, engatusaba con posturas y remilgos, para después esquivar el bulto, modo de aguzar los deseos en derredor suyo.

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