Ejemplos con recé

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Protestó Alfonso con gracia, diciendo: Pero esta mañana bien recé, Marqués.
Yo me acurruqué detrás de ese armario, y allí, con las manos en cruz, recé hasta que se me secó la lengua.
Me volví loco dando vueltas para arriba y para abajo, y otra vez recé a San Narciso y a la Virgen para que me sacaran.
Pero, amigo, oye lo que hice para escapar: le recé a San Narciso y a la Virgen unos ocho padrenuestros lo menos, y cátate aquí que no había de decir , cuando, chico, suenan unos truenos, unos cañonazos, unos estampidos tan terribles que aquello parecía el fin del mundo.
Ocurriome rezarle y le recé con fervor de labios y aun de corazón, porque en aquel instante me sentía piadosa.
Recé un Padre Nuestro y me volví a Cifuentes.
-Sin conocer a Cortina, me peleaba por si había hablado bien o mal, u obrado tuerto o derecho: sin ser, no digo soldado, pero ni siquiera quinto, deseaba la prosperidad del Ejército, y, aunque no pertenecía a la Familia Real, recé alguna vez por que la Reina pariese varón.
Apenas supe que usté taba herío, le recé la oración.
Cuando me vi en mi cuartito y recé mis oraciones, no olvidé la recomendación de Joe, pero, sin embargo, mi mente infantil se hallaba en un estado tal de intranquilidad y de desagradecimiento, que aun después de mucho rato de estar echado pensé en cuán ordinario hallaría Estella a Joe, que no era más que un pobre herrero, y cuán gruesas y bastas le parecerían sus manos y las suelas de sus botas.
-Entré en mi alcoba, cerré la puerta por dentro, recé por ti y por mi madre.
-Anda, anda, que ya te recé tu Padre nuestro.
El espolique me sacaba, como siempre, una buena delantera, y cuando llegué a lo alto, encontréle esperándome, sombrero en mano, en el vestíbulo o «asubiadero» de un santuario que hay allí. Detrás de la reja que sirve de fondo al vestíbulo, veíase, no muy claramente, a la luz de una lamparilla que le alumbraba, porque la del crepúsculo podía darse afuera por extinguida, un altarcito con la imagen de la Virgen llamada de las Nieves, según informes de Chisco. Descubríme yo también, y sin obligarme a ello el mandato que leí en una mirada del espolique. El cual, vuelto enseguida hacia el retablo y después de persignarse con gran unción y parsimonia, cruzó las manos sobre el palo pinto y comenzó a rezar en voz muy alta por el alma de su padre. La oración era un Padrenuestro, y con ser tan usual y corriente entre todo fiel cristiano, sonaba en mi corazón y en mis oídos a cosa nueva en medio de aquel salvaje escenario, tan cerca de Dios y tan apartado de los ruidos, de las miserias y hasta del amparo de los hombres. Pero noté que Chisco, al concluir la primera parte de la oración, se detuvo en seco, lo cual quería decir que rezara yo lo restante. Por fortuna me cogía bastante pertrechado para salir airoso de compromisos como aquél, y recé lo que me pedía, aunque no tanto por su intención como por mis necesidades del momento. Tenía racional disculpa mi egoísmo en las emociones de la brega excepcional que traía y en la que me aguardaba entre las tinieblas de la noche, tan pavorosa en aquellas abruptas soledades.
Allí recé por el alma de Juan Neira, el más valeroso, bueno y leal de los servidores.
Protestó Alfonso con gracia, diciendo: «Pero esta mañana bien recé, Marqués.
Llegué a mi casa y recé la plegaria de la mañana, metiéndome luego en la cama donde estuve durmiendo hasta la tarde.
Al despertarme por la mañana, entró en mi estancia un esclavo que llevaba una jofaina y un jarro, e hice mis abluciones, y recé mi plegaria matinal.
Me acuerdo todavía que se las recé, estando enferma en cama de resultas del viaje al Callao.
Y entonces me arrodilló y recé, y pensé en Dios y en los muertos y al dirigir la vista al valle, que se extendía a mis pies tranquilo y hermoso, y al mar, que se extendía a lo lejos infinito y terrible, ambos iluminados por los últimos fulgores del crepúsculo, vi vagando en el valle a mis amigos muertos, y en el mar a Dios, unos para consuelo del hombre, y otros para consuelo del cristiano.
Así que recé y pasé una hora ante el altar, confundiendo en mi pensamiento la idea de Dios con los recuerdos de mi infancia, salí al pórtico de la ermita, donde, sentado en un poyo de piedra, se hallaba un anciano que me había facilitado la entrada en el templo.
En aquel instante me gritó el señor cura desde la ventana de su casa: «¡Andresillo, toca a la oración!» Cogí la cuerda de la campana, y al dar la primera campanada empecé a llorar como un niño y a sentirme consolado, y al soltar la cuerda de la campana cal de rodillas y recé, pidiendo a Dios que me perdonara el mal que había hecho en este mundo y el que había pensado hacer.
-¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! -exclamó-, tanto os recé, que confié que me oyeseis.
-Todo lo recuerdo, Leto, como si me estuviera pasando ahora: qué tontamente desprendí las manos del respaldo para llevármelas a la cara, cuando sentí el chorro de agua en ella, la rapidez con que caí enseguida, y la impresión horrorosa que sentí al conocer que había caído en la mar, lo que pensé entonces y lo que recé, el desconsuelo espantoso de no tener a qué asirme ni dónde pisar.

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