Ejemplos con profesor

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y ¿dónde me deja usted el descubrimiento del Nuevo Mundo? Aparte que, si no recuerdo mal, cuando estudié en el Instituto, el profesor de Historia nos decía que no sé cuál emperador romano había adoptado para el ejército el calzado que usaban los españoles.
El profesor de Sagrada Escritura se llamaba don Salomón Caicoyas.
Quiero decir, en lenguaje vulgar, que al salir a la calle recordé que don Telesforo Rodríguez, el profesor del Seminario, me ha pedido un libro que hace tiempo te presté:
A poco de estar Martí entre los mexicanos, era altamente conocido y admirado como periodista, profesor, dramaturgo, orador y poeta.
Recuerdo que leyendo una vez en la colección de monografías históricas publicada bajo la dirección del profesor Oncken, de Berlín, una , encontré un pasaje en que el autor habla de los Emiratos independientes que surgieron de la primera invasión mogola, en el Asia Menor y en Armenia.
En el aula de oratoria sagrada dejaba estupefactos al profesor y los alumnos por la fogosidad y la convicción con que pronunciaba sus sermones.
A mí me educó un fraile jerónimo, un exclaustrado viejo, que, después de abandonar el convento, corrió algo de mundo como profesor de violoncelo.
Ocupado en trabajar por mis ideas políticas, no prestaba atención a la suerte editorial de mi obra, cuando algunos meses después recibí una carta del señor Hérelle, profesor del Liceo de Bayona.
Esto amansó al profesor y le hizo recobrar su perdida majestad, mientras el apaleado auditorio se tapaba las narices.
El profesor dice que soy demasiado aturdida, y me ha declarado incapaz.
Ni una palabra más acerca del sargento Clavijo, considerado como profesor de primeras letras, y ¡bien sabe Dios que no ha sido mi ánimo zaherirlo en estos renglones, sino hacer su elogio hasta cierto punto!—¿Tenía él la culpa de no ser un sabio? Y ¿podía enseñarse más y mejor, sabiendo menos? ¿Llegaría nadie a ser maestro de escuela con tan cortas luces y pocas humanidades?—¿Qué digo pocas? ¡Él no tenía más que una, la que manda Cristo, la que también se llama !—Y ¿cabe negar mérito a la hercúlea tarea de meterse a enseñar sin saber nada? ¿No revela esto, cuando menos, grandísima fuerza de voluntad, conocimiento del corazón humano, o profundo y filosófico desdén a la sabiduría? ¿Desconocerá alguien que Sócrates, el ilustre, el insigne, el incomparable maestro de Platón y Antisthenes, por donde el sargento Clavijo, esto es, reconociendo que , ó, por mejor decir, que en el mundo ?.
Tras el café vinieron las incitantes copas, y también les hizo escrúpulos el profesor, no así , que se llenó el cuerpo de ron hasta que ya no podía más, sin que por eso se perturbase su sólida cabeza, que debía de ser un alambique.
Ni tenían todos el mismo grado de aplicación: Zalamero, juicioso y circunspecto como pocos, era de los que se ponen en la primera fila de bancos, mirando con faz complacida al profesor mientras explica, y haciendo con la cabeza discretas señales de asentimiento a todo lo que dice.
Yo no sé lo que esdecía, yo no sé lo que es, pero hoy no tengo la cabeza buena Y conste que si entró fue porque quiso, que yo no le mandé entrar y si la mata, sus razones tendrá, naturalmente ¡Vaya con la señora esta qué genio gasta!, ¡y cómo me trata! ¿No sabe quién soy? Pues soy Josef el Idumeo profesor en partos intelectuales.
Mirando al profesor con lástima, Maxi dijo a su esposa: Este buen señor está tocado.
Oía Fortunata los ronquidos del venerable , cual monólogo de un cerdo, y sentía también los paseos de Ido, y algún monosílabo ininteligible, suspiros que parecían ayes de pena o invocaciones poéticas, y cuando el profesor llegaba en su deambulación febril a la puerta de la alcoba, creía distinguir sus manos o parte de un brazo que subían hasta cerca del techo.
No sólo iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como diciendo: yo también me sé eso y algo más.
Estas ideas, que fermentaron en el cerebro de aquella gran diplomática y ministra durante todo el mes de Marzo, determinaron los recaditos que mandó a Fortunata con Ballester, el encargo que hizo a Quevedo de asistirla cuando el caso llegara, no vacilando en decir al feo y hábil profesor de obstetricia que sus honorarios no serían perdidos.
Ido del Sagrario se negaba a tomar copas y su amigo Izquierdo, que bebía aguardiente como si fuera agua, se burlaba de la sobriedad del profesor de instrucción primaria, el cual aseguró haber comido y no hallarse muy bien del estómago.
Y cuando, al despedirse, Ido le dio su nombre, agregando que era profesor de primeras letras en las escuelas católicas, Maximiliano discurrió que no estaba en armonía la humildad del empleo con el saber y la destreza dialéctica que aquel individuo mostraba.
Ambas confesaban a menudo y hacían preguntas al capellán sobre dudas muy sutiles de la conciencia, pareciéndose en esto a los estudiantes aplicaditos que acorralan al profesor a la salida de clase para que les aclare un punto difícil.
Creció su admiración al observarse en clase contestando con relativa facilidad a las preguntas del profesor y al notar que se le ocurrían apreciaciones muy juiciosas, y el profesor y los alumnos se pasmaban de que se hubiera despabilado como por ensalmo.
Nada de hociquitos, hija de mi alma, eso es muy feole decía el profesor acariciándole la cabeza.
Entraba en el aula cargado con aquel fardo, y no perdía sílaba de lo que el profesor decía.
Yo que he sido profesor de primera enseñanza, yo que he escrito obras de amena literatura tengo que dedicarme a correr publicaciones para llevar un pedazo de pan a mis hijos Todos me lo dicen: si yo hubiera nacido en Francia, ya tendría .
El chico se deshacía en bostezos enormes, en muecas risibles, en momos de llanto, en chillidos de estornino preso, se acorazaba, se defendía contra la ciencia de todas las maneras imaginables, pateando, gruñendo, escondiendo la cara, escurriéndose, al menor descuido del profesor, para ocultarse en cualquier rincón o volverse al tibio abrigo del establo.
Además, revolvía la cómoda de Julián, deshacía la cama brincando encima, y un día llegó al extremo de prender fuego a las botas de su profesor, llenándolas de fósforos encendidos.
Refirió de su profesor en la clínica de Santiago, que al entrar en el cuarto de las parturientas y ver la estampa del santo con sus correspondientes candelicas, solía gritar furioso: Señores, o sobro yo o sobra el santo.
Prosupuesta, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores.

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